Teologías de la Liberación


La más grave desviación ideológica de la recta doctrina, en materia social -especialmente en territorio americano- es la llamada Teología de la Liberación, que ha merecido un documento crítico,  la “Instrucción Libertatis Nuntius, sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación” (Congregación para la Doctrina de la Fe, 1984). Pese a haber transcurrido tres décadas desde la publicación de dicho documento, esta corriente continúa vigente e influyendo en la formación de muchos sacerdotes y agentes pastorales.

El Evangelio de Jesucristo es un mensaje de libertad y una fuerza de liberación; pero esa liberación es ante todo, y principalmente, una liberación de la esclavitud del pecado. Implica la liberación de múltiples esclavitudes de orden cultural, económico, social y político, que derivan del pecado. Discernir claramente lo que es fundamental y lo que pertenece a las consecuencias, es una condición indispensable para una reflexión teológica sobre la liberación.

Ante la urgencia de los problemas del mundo contemporáneo, algunos se sienten tentados a poner el acento, de modo unilateral, sobre la liberación de las esclavitudes de orden temporal, y la presentación que proponen de los problemas resulta así confusa y ambigua. La Instrucción Libertatis Nuntius, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tiene un fin preciso: advertir sobre los riesgos de desviación de algunas corrientes de la Teología de la Liberación que recurren a conceptos tomados del pensamiento marxista.

Esta advertencia de ninguna manera podrá servir de pretexto para quienes se atrincheran en una actitud de neutralidad y de indiferencia, ante los trágicos y urgentes problemas de la miseria y de la injusticia. Obedece a la certeza de que las desviaciones ideológicas conducen inevitablemente a traicionar la causa de los pobres. La Iglesia se propone, más que nunca, condenar los abusos, injusticias y ataques a la libertad. La aspiración de los pueblos a una liberación constituye uno de los signos de los tiempos, que la Iglesia debe discernir e interpretar a la luz del Evangelio.

Ya no se ignora, aún entre los analfabetos, que gracias al desarrollo de la ciencia y de la técnica, la humanidad puede asegurar a cada ser humano el mínimo de bienestar que necesita: de allí que no se toleran pacíficamente las desigualdades irritantes y las privaciones. Lamentablemente, la aspiración a la justicia se encuentra a veces acaparada por ideologías que ocultan o pervierten el sentido de la justicia y predican caminos de violencia.
  
Tomada en sí misma, la aspiración a la liberación es legítima y toca a un tema fundamental del Antiguo y Nuevo Testamento, por eso la expresión Teología de la Liberación es válida, pero debe ser interpretada por el Magisterio de la Iglesia. El concepto de libertad para los cristianos es el primer punto de referencia: Cristo nos ha librado del pecado y de la esclavitud de la ley y de la carne.
Las Teologías de la Liberación (TL) tienen en cuenta especialmente la narración del Éxodo que relata la liberación de la dominación extranjera y de la esclavitud. Pero esta liberación está ordenada a la fundación del pueblo de Dios y al culto de la Alianza celebrado en el Monte Sinaí (Éx 24). Por eso, la liberación del Éxodo no puede referirse a una liberación de naturaleza política.

Los salmos nos remiten a una experiencia religiosa: sólo de Dios se espera la salvación y el remedio. Él y no el hombre tiene el poder de cambiar las situaciones de angustia. El mandamiento del amor extendido a todos los hombres, es la regla suprema de la vida social. La liberación traída por Cristo es ofrecida a todos los hombres, sean libres o esclavos, aunque la carta de San Pablo a Filemón -en la que pide que reciba a su esclavo Onésimo como a un hermano-, muestra que la nueva condición tiene necesariamente repercusiones en el plano social.

No se puede restringir el campo del pecado, al pecado social; no se puede localizar el mal principal o único en las estructuras económicas, sociales o políticas, como si la creación de un hombre nuevo dependiera de la instauración de estructuras diferentes. Pese a la gravedad de los problemas actuales, no debe olvidarse la respuesta de Jesús al demonio: no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. No es aceptable dejar para mañana la evangelización: primero, el pan, luego la Palabra. Las TL hacen hincapié en la opción preferencial por los pobres, pero caen en la tentación de reducir el Evangelio a un Evangelio terrestre.

La impaciencia ha conducido a algunos a refugiarse en el análisis marxista, considerando que es un análisis científico. Pero el pensamiento de Marx constituye una concepción integral; de tal modo que, aceptando lo que se presenta como un análisis, se acepta también la ideología. El ateísmo y la negación de libertad de la persona, están en el centro de la ideología marxista; el desconocimiento de la naturaleza espiritual del hombre, conduce a subordinarlo a la colectividad. Esta concepción totalizante arrastra a las TL a aceptar un conjunto de posiciones incompatibles con la visión cristiana, como, entre otros, la teoría de la lucha de clases como ley estructural de la historia: fundando la sociedad sobre la violencia,  la violencia que constituye la relación de dominación de los ricos sobre los pobres, deberá responder necesariamente la contra-violencia revolucionaria mediante la cual se invertirá esta relación. Para los teólogos de la liberación, rechazar la violencia es formar parte del sistema dominador. Esto conduce a una identificación entre el pobre de la Escritura y el proletario de Marx. La llamada Iglesia de los pobres, es una Iglesia de clase que denuncia a la jerarquía como representante de la clase dominante y de la alienación. Todo lo cual constituye una distorsión de la historia de la Iglesia y de las enseñanzas del magisterio.



Además, la TL  niega la fe en el Verbo Encarnado, pues le sustituye por una figura de Jesús que es una especie de símbolo que recapitula en sí las exigencias de la lucha de los oprimidos.

La crítica a la TL, de ninguna manera debe ser interpretada como una aprobación a quienes contribuyen al mantenimiento de la miseria de los pueblos, a quienes se aprovechan de ella, a quienes se resignan o a quienes deja indiferentes esta miseria.  La urgencia de reformas de las estructuras que producen la miseria, no puede hacer perder de vista que la fuente de las injusticias está en el corazón de los hombres: es una ilusión mortal creer que las nuevas estructuras, por sí mismas, darán origen a un hombre nuevo.

Millones de nuestros contemporáneos aspiran legítimamente a recuperar las libertades fundamentales, de las que han sido privados por regímenes totalitarios y ateos que se han apoderado del poder, por caminos revolucionarios y violentos, precisamente en nombre de la liberación del pueblo. La lucha de clases, como camino hacia la sociedad sin clases, es un mito que impide las reformas y agrava la miseria y las injusticias. Lamentablemente, las tesis de las TL son ampliamente difundidas en sesiones de formación o en grupos de base, que carecen de preparación catequística y, por eso, los pastores deben vigilar la calidad y contenido de la catequesis y presentar siempre la integralidad del mensaje de salvación. Una de las condiciones para evitar caer en los errores es la recuperación del valor de la enseñanza social de la Iglesia, que, en materia social, aporta las grandes orientaciones éticas.