¿Liberalización de la droga?


por Daniel Iglesias Grèzes
Ingeniero Industrial
Magister en Ciencias Religiosas
Bachiller en Teología
(Uruguay)

La drogadicción es un fenómeno que se difunde cada vez más. Plantea graves problemas psicológicos, sociales, espirituales y morales. En esta nota, deseamos abordar la cuestión principalmente desde el punto de vista del individuo y de su familia, porque no olvidamos que “en el centro de la drogadicción se encuentra el hombre, sujeto único e irrepetible, con su interioridad y su personalidad específica” (1).


La drogadicción ha pasado, en el decurso de algunos decenios, de un uso relativamente limitado, reservado a una clase social acomodada e indulgente con respecto a sí misma, a ser un fenómeno de masas, que afecta ante todo a los jóvenes, destruyendo vidas, incumpliendo muchas promesas, y que ningún país hasta hoy ha logrado reducir y ni siquiera frenar. “Gran número de los que consumen droga son jóvenes, y la edad en que se comienza es cada vez menor” (2). Niños y adolescentes no dan importancia al uso de la droga incluso en las escuelas, y sus educadores se sienten impotentes. La droga pone en peligro el futuro mismo de nuestras sociedades. Por este motivo, nuestra preocupación se orienta sobre todo a los jóvenes –adolescentes y adultos– porque ellos son hoy las primeras víctimas de la droga.

Cuando se aducen argumentos en favor o en contra de los proyectos de ley para la legalización de las drogas “ligeras” es preciso evitar las simplificaciones y las generalizaciones, y sobre todo la politización de una cuestión que es profundamente humana y ética.

Algunos sostienen que el recurso moderado a algunos productos, clasificados entre las “drogas”, no implicaría ni dependencia bioquímica ni efectos secundarios sobre el organismo.

Otros dicen que sería mejor conocer y acompañar a los drogadictos, en vez de dejarlos en la ilegalidad, tanto para poder prestarles ayuda como para proteger a la sociedad. Sobre esa base, se argumenta en favor de la legalización de la droga.

La ciencia y la técnica siempre han tratado de sacar provecho de las sustancias químicas para favorecer la curación de las patologías, para mejorar las condiciones de vida y para incrementar el placer de la convivencia. Los usuarios han constatado que algunas de esas sustancias proporcionan una sensación placentera, eufórica, ansiolítica, sedante, estimulante o alucinógena. Tales “drogas” crean, al mismo tiempo, pérdidas de la atención y una alteración del sentido de la realidad. El consumo de tales sustancias favorece, primero, el aislamiento y, luego, la dependencia, con el paso a productos cada vez más fuertes. En algunos casos el producto crea una dependencia tan grande que el adicto sólo vive para conseguirlo.

Los efectos varían según las diversas drogas, y no se puede distinguir claramente, en el ámbito farmacológico, una clase de “drogas ligeras” y una clase de “drogas duras”. Los factores decisivos en esta materia son la cantidad consumida, el modo de asimilación y las eventuales asociaciones (3). Además, todos los días llegan al mercado nuevas drogas, con nuevos efectos y nuevos interrogantes. Por último, se debería ensanchar razonablemente el ámbito de la drogadicción a muchas sustancias (ansiolíticas, sedantes, antidepresivas, estimulantes) que no son consideradas “drogas”, incluidos el tabaco y el alcohol (4). En efecto, el problema no se plantea simplemente en términos bioquímicos.

Lo que importa no es tanto la droga cuanto los interrogantes humanos, psicológicos y existenciales implicados en esas conductas. Con demasiada frecuencia no se quiere comprender eso y se olvida que la raíz de la drogadicción no estriba en el producto, sino en la persona que llega a sentir su necesidad. Los productos pueden ser diversos, pero las razones básicas siguen siendo las mismas. Por este motivo, la distinción entre “drogas duras” y “drogas ligeras” lleva a un callejón sin salida.
Recurrir a la droga es síntoma de un “malestar” profundo. Como afirma el Pontificio Consejo para la Familia: “La droga no entra en la vida de una persona de forma repentina, sino como una semilla que arraiga en un terreno preparado durante largo tiempo” (5).

Tras estos fenómenos hay una solicitud de ayuda por parte del individuo, que permanece solo con su vida; no sólo siente un deseo de reconocimiento y de valoración, sino también de amor. Por eso, ante todo es preciso remontarse a la raíz del fenómeno, si se quiere intervenir de modo eficaz en las consecuencias personales y sociales que provoca el uso de la droga.

El problema, efectivamente, no estriba en la droga, sino en la enfermedad del espíritu que lleva a la droga, como recuerda el Papa Juan Pablo II: “Es preciso reconocer que se da un nexo entre la patología mortal causada por el abuso de drogas y una patología del espíritu, que lleva ala persona a huir de sí misma y a buscar placeres ilusorios, escapando de la realidad, hasta tal punto que se pierde totalmente el sentido de la existencia personal” (6).

En la drogadicción juvenil, estos problemas humanos son primordiales. El joven que se deja llevar por la tentación de la droga tiene una personalidad frágil, inmadura, poco estructurada, y eso guarda relación directa con la educación que no ha recibido. La mayoría de los especialistas en ciencias humanas sostiene, desde hace bastantes años, que los jóvenes se ven abandonados por la sociedad, que no se les atiende ni respeta, y que el ambiente no les proporciona todos los elementos sociales, culturales y religiosos necesarios para desarrollar su personalidad.

Nos encontramos en un mundo en que al niño se le abandona demasiado pronto a sí mismo. Se espera que despierte su libertad y que se vuelva autónomo, mientras que, al mismo tiempo, se le hace frágil a largo plazo, porque no se le da la posibilidad de apoyarse en los adultos y en la sociedad para poder madurar. Al faltarles ese apoyo básico, muchos niños llegan al umbral de la adolescencia sinuna verdadera unificación o una estructura interior. Como reacción, frente a un mundo que parece vacío, considerando su futuro inmediato, algunos intentan, a pesar de todo, sentirse vivos. Buscan puntos de apoyo y cultivan diversas relaciones de dependencia con otros, con varios productos o con comportamientos peligrosos.

Los padres de estos jóvenes se sienten, lógicamente, preocupados y a menudo buscan ayuda cuando se enfrentan a lo que les parece un problema grave que, como mínimo, pone en tela de juicio la maduración psíquica, ética y espiritual de sus hijos. Un niño, al igual que un adolescente, no tiene el sentido de los límites, especialmente en un mundo en el que se sostiene la idea de que todo es posible y que cada uno puede hacer lo que quiera. Los padres tratan de enseñar a sus hijos lo que se puede hacer y lo que no se ha de hacer, lo que está bien y lo que está mal. Con frecuencia tienen la impresión de que su actitud educativa queda debilitada e incluso devaluada por las ideas y las imágenes que circulan en la sociedad.

En consecuencia, los padres se sienten a menudo derrotados ante sus hijos, vencidos por algo que, lamentablemente, les parece más fuerte que ellos en el ámbito de los medios de comunicación social. Están inquietos porque no se sienten apoyados por la sociedad. No quieren que sus hijos se droguen, mientras otros se empeñan por lograr que se legalice la venta y el uso de productos que favorecen la drogadicción.

Ante esta escalada de discursos favorables a la legalización, es preciso plantearse los verdaderos interrogantes. Se han hecho muchos intentos en ese sentido y todos han resultado fracasos. ¿Se sabe de verdad por qué convendría legalizar la libre circulación de las drogas? ¿Se quiere también, realmente, seguir luchando contra la droga o ya se ha arrojado la toalla? ¿Se cede a la facilidad y a la demagogia o se trata seriamente de prevenir? ¿Es aceptable crear una subclase de seres humanos vivos, en un nivel infrahumano, como se ve, por desgracia, en las ciudades donde la droga se vende libremente? ¿Se ha tenido suficientemente en cuenta lo que los expertos no dejan de decir desde hace muchos años, esto es, que la drogadicción no depende de la droga, sino de lo que lleva a un individuo o drogarse? ¿Se ha olvidado que, para vivir, cada uno debe poder responder a algunos interrogantes esenciales de la existencia? ¿La legalización del producto no servirá, más bien, para reforzar ese olvido?

Dado que la drogadicción juvenil depende de una debilidad de nuestro sistema educativo, no se ve cómo la legalización de estos productos puede favorecer un mejor control de los mismos por parte de los jóvenes y, sobre todo, cómo les puede ayudar a comprender lo que buscan a través de estas sustancias. La legalización de las drogas conlleva el riesgo de efectos opuestos a los que se buscan. En efecto, se admite fácilmente que lo que es legal es normal y, por tanto, moral. Cuando se legaliza la droga, lo que queda liberalizado no es el producto; lo que se convalida son las razones que llevan a consumir ese producto. Ahora bien, nadie puede discutir que drogarse es un mal. La droga, adquirida ilegalmente o distribuida por el Estado, siempre contribuye a la destrucción del hombre.
Por lo demás, desde el momento en que la ley reconociera este comportamiento como normal, podríamos preguntarnos cómo actuarían las autoridades públicas para afrontar el deber de educación y de curación de las personas ante los riesgos que esa legislación implicaría. Estamos ante una nueva contradicción del mundo actual, que quita importancia a ese fenómeno y trata, luego, de solucionar sus consecuencias negativas.

También se deben considerar las aplicaciones sociales de esa legalización. ¿Se examinarán sin miedo el desarrollo de la criminalidad, de las enfermedades relacionadas con la dependencia, y el aumento de los accidentes de circulación, que derivarán del fácil acceso a las drogas? ¿Se puede confiar profesionalmente en personas drogadictas? ¿Se les debe garantizar la seguridad de su empleo? Además, ¿el Estado tiene realmente los medios económicos y de personal para afrontar el incremento del problema sanitario que conllevaría inevitablemente la liberalización de la droga?
Frente a estos interrogantes, el Estado tiene ante todo el deber de velar por el bien común. Éste exige que proteja los derechos, la estabilidad y la unidad de la familia. La droga, al destruir al joven, destruye la familia, tanto la actual como la del futuro. Ahora bien, si esta célula vital y primordial de la sociedad se encuentra amenazada, es el conjunto de la sociedad el que sufre. Por lo demás, como subraya el Pontificio Consejo para la Familia, la drogadicción es, en parte, la razón de la debilitación de la familia, de la rotura de los hogares (7): “La experiencia de los que trabajan con especial competencia en el mundo de la drogadicción (…) confirma de modo unánime que el modelo de la familia fundada en el amor auténtico: único, fiel, indisoluble de los cónyuges (…), sigue siendo punto de referencia prioritario en el que se ha de insistir en toda acción de prevención, recuperación y reactivación de la vitalidad del individuo” (8).

Asegurando así el bien común, el Estado tiene también como tarea velar por el bienestar de los ciudadanos. La ayuda del Estado a los ciudadanos debe responder al principio de la equidad y de la subsidiariedad, es decir, ante todo debe proteger, aunque sea contra sí mismo, al más débil y pobre de la sociedad. Por tanto, no tiene el derecho de incumplir su deber de defensa frente a los que aún no han tenido acceso a la madurez y que son víctimas potenciales de la droga. Además, si el Estado adopta o mantiene una postura coherente y valiente con respecto a la droga, combatiéndola sea cual sea su naturaleza, esta actitud ayudará también a la lucha contra los abusos del alcohol y del tabaco.

La Iglesia quiere recordar las aplicaciones de este fenómeno. Subraya el hecho de que, en la perspectiva de una legalización de la venta y del uso de los productos que favorecen la drogadicción, lo que está en juego es el destino de las personas. Algunos acortarán su vida, mientras que otros, tal vez sin caer en la dependencia propiamente dicha, echarán a perder sus años juveniles sin desarrollar realmente sus potencialidades. No se debe hacer experiencia a costa de la gente. El comportamiento que lleva a la drogadicción no tiene ninguna posibilidad de corregirse si los productos que refuerzan ese comportamiento mismo son puestos a la venta libremente. Al contrario, como ha dicho el Santo Padre (9), “se ha probado concretamente la posibilidad de recuperación y redención de la pesada esclavitud” de la droga con métodos basados en la acogida, la valoración, la educación en la libertad, el amor, “y es significativo que esto se haya conseguido con métodos que excluyen rigurosamente cualquier concesión de drogas, legales o ilegales”, sea que se trate de la droga misma o de un sucedáneo. Y el Papa Juan Pablo II añadía: “La droga no se vence con la droga”.

Se pueden tomar diversas actitudes ante el problema de la droga, y todas tienen su justificación. Sin embargo, a una política de simple “limitación” o “reducción” de los daños, admitiendo como un hecho de civilización que una parte de la población se drogue y vaya hacia su perdición, ¿no sería preferible optar por una política de verdadera prevención, encaminada a construir o a reconstruir una “cultura de la vida” en esta “marginación” de nuestra civilización de la eficacia?


Notas

1) Pontificio Consejo para la Familia, De la desesperación a la esperanza, familia y drogadicción, 1992, 1, Librería Editora Vaticana, p. 6.
2) Ib.
3) Cf. Comité consultatif national d’ethique pour les sciences de la vie et de la santé (Paris), Avis n. 43, 23 de noviembre de 1994, Rapport sur les toxicomanies, p. 13.
4) El Santo Padre Juan Pablo II ha subrayado la diferencia entre toxicomanía y alcoholismo con estas palabras: “Existe, ciertamente una clara diferencia entre el recurso a la droga y el recurso al alcohol: en efecto, mientras que un moderado uso de este último como bebida no choca con prohibiciones morales y sólo su abuso es condenable; el drogarse, por el contrario, siempre es ilícito, porque implica una renuncia injustificada e irracional a pensar, querer y actuar como personas libres” (Discurso a la VI Conferencia internacional de pastoral sanitaria, 23 de noviembre de 1991, n. 4: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de noviembre de 1991, p. 10).
5) Pontificio Consejo para la Familia, op. cit., p. 8.
6) Mensaje del Santo Padre al doctor Giorgio Giacomelli, subsecretario general, director ejecutivo del programa internacional de las Naciones Unidas para el control de las drogas, con ocasión de la Jornada Internacional contra el Abuso y el Tráfico Ilícito de Drogas (26 de junio de 1996): L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de julio de 1996, p. 6.
7) “El drogadicto proviene frecuentemente de una familia que no sabe reaccionar ante el estrés por ser inestable e incompleta, o por estar dividida” (Pontificio Consejo para la Familia, op. cit., I, b).
8) Pontificio Consejo para la Familia, op. cit., III, a.
9) Discurso a los participantes en el VIII Congreso Mundial de las Comunicaciones Terapéuticas, Castelgandolfo, 7 de septiembre de 1984, n. 3: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de diciembre de 1984, p. 17.



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Familia: escuela de la Misericordia


por Remedios Falaguera
Lic en Periodismo por la Universidad de Catalunya
Diplomada en Magisterio


Estoy convencida de poder afirmar que la maternidad, el matrimonio y la familia son la mejor Escuela de Misericordia que Dios nos ha podido regalar a los hombres. Cada uno de nosotros, en nuestra situación concreta, con unos hijos concretos y un marido “único”, estamos llamados a un gran desafió para el futuro de la fe, de la Iglesia y del cristianismo

Igual me “tiro de la moto”, como se dice vulgarmente entre los jóvenes, cuando pienso que lo que nos sugiere el Santo Padre para este Año Jubilar de la Misericordia es lo que cotidianamente se vive en la maternidad, el matrimonio y la familia todos los días y a todas horas.

Quizás, porque en su mensaje para esta Cuaresma, nos recuerda que “en la tradición profética, en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente con las entrañas maternas (rahamim) y con la bondad generosa, fiel y compasiva (hesed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales”. Repaso y reflexiono cada una de las 14 obras de Misericordia y pienso: ¡¡ esto es lo que se vive cada día en mi casa, lo que hace una madre con sus hijos, una esposa con su esposo, una familia con los amigos y necesitados,…!!

Si: la maternidad, el matrimonio y la familia son la mejor Escuela de Misericordia guiando, acompañando, y formando a nuestros hijos, con nuestro ejemplo, para que saquen lo mejor que llevan dentro de su corazón, para que con su entusiasmo y fortaleza no se desvíen del camino, atrayendo a Él a muchas almas.

Enseñar al que no sabe, guiar con un buen consejo, corregir al que yerra, perdonar las injurias, sufrir con paciencia los defectos de los demás, consolar al triste, cuidar al enfermo,… ¡qué fácil nos resulta cuando son de los nuestros, nuestros hijos, nuestro cónyuge, nuestro hermano, nuestro amigo!

Lo dice la Escritura: “Si amáis a los que os aman, ¿Qué merito tenéis?...Si hacéis el bien a quien os hace el bien, ¿Qué merito tendréis?....Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿Qué merito tendréis?..... Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada por ello; y será grande vuestra recompensa, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y con los malos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 31-36)

Por ello, tenemos que dar un paso al frente, y no quedarnos en nuestro círculo más cercano. La humanidad entera nos pide más. El Santo Padre nos urge: No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45).


Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga… para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado”.


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Qué quiero para mis hijos


por P. Juan Antonio Torres


En diversas ocasiones me ha sucedido algo semejante: platicando con un matrimonio de amigos que no había visto desde hace años, les pregunté por su hija mayor, y ante mi pregunta, mis amigos bajaron la mirada y me comentaron con pena la cantidad de problemas que tenía por las equivocadas decisiones que había tomado, en contra de todo buen consejo. Dijeron con preocupación y tristeza: "Le dimos la mejor educación, el mejor colegio, todo nuestro cariño, nunca le faltó nada..."

Situaciones de este tipo se presentan cada vez más a menudo en los hogares. Y entonces nos preguntamos: ¿Qué se hizo mal en el proceso de educación? ¿En qué fallamos? ¿Por qué no nos dimos cuenta? Ciertamente que los padres y educadores no son responsables de las acciones que los hijos o discípulos realizan en el ejercicio pleno de su libertad. Pero al despertarse la alarma de nuestra conciencia, nos preguntamos si podemos hacer algo para cambiar el rumbo.


Todos  los padres sueñan con el mejor de los futuros para su hijo. Pero el hecho de no aclarar con precisión ese futuro, les lleva a no poner por obra las acciones correctas. Y entonces sucede que ese futuro nunca llega o resulta todo lo contrario a lo que habían soñado.

Para lograr lo que queremos para nuestros hijos, primero hay que aclarar con precisión qué es lo que realmente queremos, y luego tomar las medidas para alcanzarlo.

Una de las raíces del problema en la educación se encuentra precisamente en la carencia de eficacia en la transmisión de los valores.

Los padres constatan que no han recibido capacitación para la profesión más importante que desempeñan: la educación de los hijos. Un comerciante sabe que, para hacer crecer el negocio, necesita trazarse una meta y luego seguir un plan concreto para alcanzarla.  Lo mismo debemos hacer para lograr el objetivo más importante de nuestra misión como educadores de los hijos: preguntarnos cómo queremos que nuestro hijo sea en el futuro. Y qué vamos hacer para lograrlo. Cuando no tenemos claridad en relación con la meta a la que queremos llegar, nuestras acciones serán dispersas o contradictorias. Y al final nos encontramos con resultados no deseados.


¿Cómo quiero que sea mi hijo?


Así pues, para educar bien a los hijos, primero necesitamos plantearnos en la mente el tipo de persona que quisiéramos que llegaran a ser; y luego trazar el mapa de los pasos que nos llevarán a la meta.


¿Cómo quiero que sea mi hijo o hija? Para responder a esta pregunta necesitamos poner en lista nuestros deseos. Conviene que cada pareja de padrres revise esta lista y la amplíe hasta alcanzar una visión clara del mejor futuro para sus hijos.

Cada vez que vea un cierto comportamiento positivo en una persona, conviene que lo anote: "yo quisiera que mi hijo sea así". O lo contrario, cuando se encuentre comportamientos indeseables, hay que anotarlo; "no quiero que mi hijo llegue a ser así".

Cuanto más clara y elevada la visión, mayores probabilidades se tendrá de alcanzar buenos resultados en la educación.

Esta visión influirá en el modo como ven y tratan a los hijos. Decía Blais Pascal: "Trata a un ser humano como es, y seguirá siendo como es. Trátalo como puede llegar a ser, y se convertirá en lo que puede llegar a ser".

Una vez que se ha determinado el punto adonde se quiere llegar en el futuro, es preciso trazar una línea mental que parta desde el presente y recorra por los medios que vamos a implementar para llegar al futuro deseado. Constituirá la ruta de nuestras acciones.


Ejercicio

A continuación se presenta una lista de comportamientos positivos y negativos; no es exhaustiva; sólo es una guía para comenzar la reflexión.

Responde con un SI o un NO, si coincide o no con tus expectativas.

MI VISIÓN DEL FUTURO DE MI HIJO

1          Derrocha el dinero en cosas superfluas quedándose sin patrimonio para el futuro.

2          Es fuerte ante las adversidades y lucha por cumplir sus metas.       

3          Es trabajador exitoso y honrado.

4          Da lo mejor de sí mismo ahí donde se encuentre.

5          Es capaz de hacer mal a los demás para subir de puesto.

6          Es fiel a sus compromisos pequeños o grandes.

7          Se compara continuamente con los demás y los envidia.      

8          Es entusiasta de su familia y atento/a a sus hijos.       

9          Es incoherente, dice una cosa y hace otra.        

10       Es perezoso, cómodo, busca el menor esfuerzo.          

11       Pone toda su seguridad en la moda, en el último modelo de ropa...

12       Vive en continuo conflicto con su cónyuge.

13       Se apega a las cosas y no las comparte. 

14       Le gusta beber y disfrutar pero sin exceso.

15       Es una persona acomplejada, insegura, tímida, que no se valora a sí misma.

16       Es una persona de iniciativa, creativa, atenta a las oportunidades para crecer.    

17       Abandona a su cónyuge en cuanto siente atracción por otra persona.        

18       Vive su matrimonio con armonía, satisfacción e ilusión.      

19       Es una persona humilde, sencilla, atenta a los demás, de trato afable.        

20       Es fiel al compromiso que hizo en el matrimonio.      

21       Es una persona segura de sí misma, alegre, de buen trato.     

22       Es incapaz de asumir un compromiso con nadie o los abandona fácilmente.        

23       Es una persona alcohólica o drogadicta.

24       Es eneroso, atento a las necesidades de los demás.

25       Sigue dependiendo económicamente de otros. Ni estudia ni trabaja.

26       Egoísta, piensa sólo en su dinero, su placer  y su comodidad.

27       Es una persona cabal, de una pieza, auténtica, sincera.         

28       Es laborioso, trabaja duro, pone su mejor esfuerzo en su trabajo.   

29       Soberbio, habla continuamente de sí mismo, se cree más que los demás.  

30       Vive contento con su situación y sabe disfrutar las cosas buenas.  

31       Es una persona sin ideales ni aspiraciones para el futuro.

32       Es honrado y honesto sin perjudicar injustamente a nadie.   

33       Sabe comprar con responsabilidad lo que necesita.

34       Vive con lo suficiente para vivir pero no se esfuerza más.   

35       Se desanima ante las dificultades y echa la culpa de todo a los demás       

36       Es una persona ahorrativa y piensa en el futuro.


Después de revisar la lista, vuélvela a estudiar por segunda vez, pero pensando no ya en tu hijo sino en ti mismo/a. Pregúntate: ¿cómo soy? ¿Cuáles son los comportamientos que mi hijo está viendo en mí?


Esta evaluación personal, y los cambios que implica en el propio comportamiento, es el presupuesto indispensable para que el futuro soñado para los hijos llegue a convertirse en una realidad. 




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Curar el resentimiento


La intervención de la inteligencia

El resentimiento se sitúa en el nivel emocional de la persona: la persona resentida "se siente" herida, se "considera" ofendida. Estos sentimientos se arraigan cuando los estimulamos constantemente. Las dificultades que encontramos para configurar la respuesta conveniente ante una ofensa no son insuperables si hacemos buen uso de nuestra capacidad de pensar. La inteligencia se forma cuando aprendemos a pensar, cuando descubre por sí misma, cuando lee el interior de las realidades. El conocimiento propio, mediante la reflexión periódica sobre nosotros mismos, nos permite ir conectando las manifestaciones de nuestros resentimientos con las causas que lo originan, y en esta medida, nos vamos encontrando en condiciones de entender lo que nos pasa, lo cuál favorecerá a encontrar la solución.

Si al analizar las ofensas que hemos recibido hacemos un esfuerzo por comprender por qué el ofensor actuó de esa manera, y por comprender la razón de su modo de proceder en esa determinada circunstancia, nuestra reacción negativa se verá reforzada por estos pensamientos más objetivos y en muchos casos desaparecerá el resentimiento experimentado por debilitamiento del estímulo, por falta de refuerzo que agigante el sentimiento. Cuando un hijo recibe una reprensión de su padre porque se portó mal, si es capaz de entender la intención del padre que sólo busca ayudarle mediante esta llamada de atención, podrá incluso quedar agradecido. Esto refleja en qué medida nuestra inteligencia puede influir, descubriendo motivos o proporcionando razones, para evitar o eliminar los resentimientos. Se trata de una influencia directa -Aristóteles hablaba de un dominio político y no despótico de lo racional sobre lo sensible-, que modifica las disposiciones afectivas y favorece la desaparición del veneno. Esto es principalmente claro en los casos en los que la supuesta ofensa se interpretó inicialmente de manera exagerada o imaginaria.


La intervención de la voluntad

Otro recurso con que contamos para echar fuera de nosotros el agravio, incluso en el caso de las ofensas reales, es nuestra voluntad, por su capacidad de auto determinarse, pues la causa eficiente- efectiva, física, psíquica, real- de la voluntad es la voluntad misma. En efecto cuando recibimos una agresión que nos duele, podemos decidir no retenerla para que no se convierta en un resentimiento. Eleanor Roosevelt solía decir: "Nadie puede herirte sin tu consentimiento", lo cual significa que depende de nosotros que la ofensa produzca una herida. Gandhi afirmaba ante las agresiones y maltrato de los enemigos: "Ellos no pueden quitarnos nuestro auto respeto, si nosotros no se lo damos". Ciertamente este no es un asunto fácil, porque dependerá da la fortaleza del carácter de cada persona para orientar sus reacciones en esta dirección. El famoso médico español Gregorio Marañón advertía que "el hombre fuerte reacciona con directa energía ante la agresión y automáticamente expulsa, como un cuerpo extraño, el agravio de su conciencia. Esta elasticidad salvadora no existe en el resentido". Es interesante que la voluntad fuerte en este terreno se caracterice por ser elástica, más que dura o insensible, en cuanto que su función consiste en echar fuera el agravio que realmente se ha sufrido, en no permitir que se convierta en una herida que contamine todo el organismo interior.

En quien carece de esta capacidad de dirigir su respuesta por falta de carácter, porque no ha sabido fortalecer su voluntad, la ofensa, además de provocar una emoción negativa, se repite y el sentimiento permanece dentro del sujeto, se vuelve a experimentar una y otra vez, aunque el tiempo transcurra. En esto precisamente consiste el resentimiento: "Es un volver a vivir la emoción misma, un volver a sentir, un re-sentir". Algo muy distinto del recuerdo o de la consideración intelectual de la ofensa o de las causas que lo produjeron. Más aún, una ofensa puede ser recordada al margen del resentimiento, por la sencilla razón que no se tradujo en una reacción sentimental negativa y, en consecuencia, no se retuvo emocionalmente. En cambio, el resentimiento es un re-sentir, un volver a sentir la herida porque permanece dentro, como un veneno que altera la salud interior: "la agresión queda presa en el fondo de la conciencia, acaso inadvertida; allí dentro incuba y fermenta su acritud; se infiltra en todo nuestro ser; y acaba siendo la rectora de nuestra conducta y de nuestras menores reacciones. Este sentimiento, que no se ha alimentado, sino que se ha retenido e incorporado a nuestra alma, es el resentimiento. Es significativo que algunas personas que están resentidas refieran las ofensas de que han sido victimas con tal cantidad de detalles que uno pensaría que acaban de ocurrir; cuando se les pregunta cuándo tuvieron lugar esos terribles hechos, su respuesta puede remontarse a decenas de años. La razón por la cual son capaces de describir lo sucedido con lujo de detalle es porque se han pasado la vida concentrada en tales agravios, dándole vueltas, provocando que la herida permanezca abierta. "Por tanto, podemos concluir que: resentimiento= sentirse dolido y no olvidar".

La voluntad débil es también origen de resentimientos por otra razón, más sutil, pero ciertamente real. Al no alcanzar lo que desearía o al no lograr lo que se propone, la voluntad influye sobre el entendimiento para que éste deforme la realidad y quite valor a aquello que no ha podido conseguir. En otras palabras "el resentimiento consiste en una falsa actitud respecto de los valores. Es una falta de objetividad en el juicio y de apreciación, que tiene su raíz en la flaqueza de la voluntad. En efecto, para alcanzar o realizar un valor más elevado hemos de poner un mayor esfuerzo de voluntad. Por lo cual, para librarme subjetivamente de la obligación de poner ese esfuerzo , para convencerme de la inexistencia de ese valor, el hombre disminuye su importancia, le niega el respeta a que la virtud tiene derecho en realidad, llega a ver en ella un mal a pesar de que la objetividad obliga a ver en ella un bien. Parece pues que el resentimiento posee los mismos rasgos característicos que el pecado capital de la pereza. Según santo Tomás, la pereza es "esa tristeza que proviene de la dificultad del bien".


Una anécdota

En la antigua Grecia, Sócrates fue famoso por su sabiduría y por el gran respeto que profesaba a todos. A él se le atribuye la siguiente anécdota:

Un día, un conocido se encontró con el gran filósofo y le dijo:
- ¿Sabes lo que escuché acerca de tu amigo?.

- Espera un minuto -replicó Sócrates-. Antes de decirme nada quisiera que pasaras un pequeño examen. Yo lo llamo el examen del triple filtro.

- ¿Triple filtro?

- Correcto -continuó Sócrates-. Antes de que hables sobre mi amigo, puede ser una buena idea filtrar tres veces lo que vas a decir. Es por eso que lo llamo el examen del triple filtro. El primer filtro es la verdad. ¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es cierto?

- No -dijo el hombre-, realmente solo escuché sobre eso y...

-Bien, dijo Sócrates- , entonces realmente no sabes si es cierto o no. Ahora permíteme aplicar el segundo filtro, el filtro de la bondad. ¿Es algo bueno lo que vas a decirme de mi amigo?

- No, por el contrario...

- Entonces, deseas decirme algo malo sobre él, pero no estás seguro de que sea cierto. Pero podría querer escucharlo porque queda un filtro: el filtro de la utilidad. ¿Me servirá de algo saber lo que vas a decirme de mi amigo?

- No, la verdad que no.

-Bien -concluyó Sócrates-, si lo que deseas decirme no es cierto, ni bueno, e incluso no me es útil, ¡¡¡¿para qué querría yo saberlo?!!!


Moraleja: este sentimiento de dolor que siento por esta ofensa recibida ¿Es verdad? ¿Me hace bien recordarlo? ¿Me es útil mantenerlo?


Cuestionario práctico

El cuestionario práctico nos ayuda y llena de luz porque confronta nuestra vida con las exigencias objetivas de la vocación cristiana, haciéndonos conocer las desviaciones o avances positivos, así como la raíz más profunda de sus causas. Nos ayuda también a suscitar dentro de nosotros una actitud de contrición, al propósito de superación cuando vemos lo negativo y de gratitud con Dios cuando reconocemos con sencillez nuestro progreso. Además el católico, el cristiano es un soldado de Jesucristo que con frecuencia debe limpiar, afilar y ajustar la armadura según lo recomienda San Pablo: "Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder, revestíos de la armadura de Dios para que podáis resistir contra las asechanzas del diablo…y tras haber vencido todo, os mantengáis firmes" (Ef.6. 10-13)

El examen de conciencia realizado con seriedad y continuidad, es un gran medio para alcanzar el conocimiento personal, la madurez, la coherencia de vida y el progreso por el camino del bien. Nos hace sensibles al pecado y nos ayuda a superar las tentaciones, pruebas y contrariedades.

A continuación te ofrecemos un cuestionario que te ayudará a examinar tu propia vida, tus principios, tus criterios conforme al criterio del evangelio:

1. ¿Me preocupo por cultivar mi inteligencia? ¿Estudio y me capacito para superarme?
2. ¿Soy capaz de analizar las situaciones, los problemas? ¿Les doy pronta solución? ¿Soy indeciso?
3. ¿Cómo es mi voluntad? ¿Fuerte? ¿Luchadora? ¿Perseverante?
4. ¿Soy capaz de pedir consejo? ¿Creo que sólo yo tengo las respuestas y la razón? ¿Recurro a personas que realmente puedan orientarme cuando lo necesito?
5. ¿Pienso que sin abnegación y sacrificio se pueden alcanzar grandes metas?
6. ¿Si algo me molesta se lo ofrezco a Dios? ¿Me muestro molesta e impaciente ante todo aquello que me mortifica? ¿Es norma en mi conducta el hacer lo que me agrada y es cómodo?
7. ¿Necesito con mucha frecuencia una palabra de ánimo para seguir adelante? ¿O me basta la conciencia y la voluntad?
8. Cuando fracaso o me va mal en algo ¿el mundo se me cae encima? ¿Busco hacer nuevo esfuerzo de superación y no me dejo llevar por el sentimiento de derrota?
9. ¿Cualquier actitud de los demás que no concuerda con lo que me agrada, ¿me desconcierta y enfada? ¿Resto importancia a estas pequeñas contrariedades?
10. ¿Domino mi temperamento cuando practico algún deporte o juego? ¿Sé ganar con equilibrio? ¿Sé perder con nobleza? ¿Tengo dominio en mis palabras?




La caridad pastoral: forma consagrada de la libertad a imagen del Hijo de Dios


Por Alberto Martelli

(Comparar con.: “La caridad pastoral, centro y síntesis de la espiritualidad salesiana”, en http://apuntesads.blogspot.com.ar/2015/09/la-caridad-pastoral-centro-y-sintesis.html)


La vida de don Bosco es fácilmente resumirla en una larga declinación del verbo hacer. Desde el sueño de los nueve años hasta la mortaja el 31 de enero de 1888, la vida del santo es una continua sucesión de cosas a hacer, de campos a arar, libertades que poner en juego, morales que transmitir, enseñanzas que dar, tanto es así que el método más fácil y más empleado para descubrir su figura es aquel de simplemente dejar hablar a los cuentos, contar sus anécdotas, subrayar en sus diarios cotidianos, como sus primeros discípulos, los hechos cotidianos de quien se interesaba de manera imparable en su vida.
Sus jornadas eran como un río lleno, como las jornadas de un buen campesino, nunca mano sobre mano, siempre ocupado en miles de trabajos y tareas, siempre con la mirada puesta en aquello que todavía queda por cumplir.

Don Bosco es un hombre de acción, un hombre que hasta cuando se describe a sí mismo y a su obra, aun cuando intenta traducirla en enseñanzas para sus hijos salesianos, no puede hacer más que contar su historia, y detrás y dentro de aquellos hechos, velar y desvelar una idea, una intuición, una espiritualidad.

Puede que también en esto se encuentre la fascinación que ejercía sobre sus jóvenes: un santo nunca quieto como los jóvenes, nunca parados, que no predica tanto con la voz, aunque lo hacía, sino sobre todo implicándote en una historia, que se convertía poco a poco en su historia.

Don Bosco es el hombre de la libertad puesta en juego, no sólo la suya, sino también la de sus jóvenes. Su método educativo consiste en crear el ambiente preventivo en el que se pueda ejercer la libertad y de este modo crecer hasta la santidad. Es el predicador de la santidad vivida, jugada, donde las reglas para ir al paraíso se convierten en tarea fácil, pero que plasman la libertad del joven hasta hacerle asumir una forma particular de vida, la del buen cristiano y el honrado ciudadano, que sólo con palabras no se puede explicar en todo su sentido, necesita verse  y ser vivida.

Él ha sabido como pocos expresar esa verdad fundamental que Cristo nos ha enseñado y es que la verdad es en primer lugar una libertad puesta en juego por el  Padre; no un concepto para saber de manera racional, sino una relación completa, una obediencia: la libertad, la persona de Cristo mismo que se convierte en forma y ejemplo para cualquier otra libertad/persona de este mundo.

Es entonces cuando a sus nueve años, tiene el sueño probablemente fundamental de su vida, en el que se ve  recibiendo un campo para arar como el símbolo de su futuro trabajo de educador; no un libro para leer, no una predicación aprendida de memoria, nada de ideas que poner en práctica, ni menos aún simples mandamientos morales, sino un "trabajo" en el sentido noble de "vocación/misión" que llevar adelante con el sudor de su frente, con tenacidad y humildad que lo distinguirán durante toda su vida en su abandono a la Providencia.

Y una vez más este "hacer" invierte su modo de ver a Dios, de sentirlo, de vivir la fe, con aquella Providencia omnipresente en el Padre que es el estar presente en Dios, como el Dios de Moisés a la zarza ardiente, el estar presente de una libertad para mi, de un modo de hacer paternal de Dios hacia mí, de un amor divino que no está hecho con palabras vacías, porque cuando Dios habla crea, y su presencia es siempre afectiva y efectiva y sabe ser cada vez amor, perdón, corrección, llamada, presencia, deber...
También los hijos de don Bosco fueron contagiados por este hacer, que sin embargo no es un actuar sin sentido o un activismo ciego y vaciante, sino que son los nobles gestos de quien tiene verdaderamente un objetivo, una verdad que contar y cumplir, porque tiene sus raíces en el total abandono de la libertad en manos de aquella Providencia de la que don Bosco tan bien testimonia su confianza.

Y también ellos, y también nosotros Familia Salesiana, hemos sido contagiados por esta historia que en ocasiones puede que hayamos dado demasiada importancia a la simple anécdota, perdiendo el verdadero sentido de esos hechos contados de manera simple, con la falsa ilusión de que para hablar del padre fundador bastase simplemente decir las cosas que ha hecho, poniendo una tras otra las gestas que ha completado, en un ascenso triunfalista de anécdotas y cuentos.

Pero "hacer" es un verbo deslumbrante y que nos distrae: dice todo, y al mismo tiempo, reflejo de una libertad humana no del todo transparente a la verdad divina a causa del pecado, velando lo que hay detrás y casi obligando a ilusionarse con que “basta hacer” y que en aquel movimiento de libertad, en este caso sin sentido, ya está todo.

El  tiempo de preparación al bicentenario nos ha enseñado, por el contrario, un modo distinto de proceder. Hemos empezado por el hacer: la vida y la pasión educativa de don Bosco, dos niveles diferentes de acción, que si no se observan bien, tienen siempre relación con lo externo, con las cosas que parecen desde fuera, con las prácticas que realizar; pero finalmente descubrimos que hay algo más que todo esto, que hay una espiritualidad. Si no hundimos más profundamente el surco de nuestro arado en la vida de don Bosco, más allá de aquello que aparece a primera vista, nos perdemos los mejores terrones y los frutos que recordar, nos detenemos en un moralismo vacío que no vale la pena ni lleva a la santidad.

Caridad pastoral: más allá del hacer

Esta larga introducción se debe a que creo que es necesario recodar de algún modo las raíces más profundas del tema que estamos tratando.

No hay ninguna duda que la caridad pastoral está en el centro del carisma salesiano y de la persona misma de don Bosco. Esta es de alguna manera el valor que resumen todo lo que él realizó, de esa forma particular de santidad que él ha "inventado" en la Iglesia, convirtiéndose él mismo en caridad de Buen Pastor para los jóvenes que se encontraba. Esta es también el centro y el eje de las raíces que nos ha dejado a nosotros, sus hijos; esto que en primer lugar debemos imitar si queremos actualizar hoy la santidad del fundador en este bicentenario que no es una obra de arqueología, sino una inyección de vida y de santidad en nuestra Familia.

Sin embargo, cuando se empieza a hablar de caridad pastoral, preguntándose lícitamente de qué se trata y cómo vivirla hoy, y cuáles son los aspectos que don Bosco subrayaba y como hoy dichos aspectos don todavía vida y santidad de la Iglesia del tercer milenio, muchas veces el discurso se desliza hacia el "que hay que hacer", en torno al pliegue moral de la caridad, que si no se controla puede convertirse inmediatamente en moral arbitraria y en simple imitación exterior de gestos y gestas que poco tienen que ver, con el centro del problema.

La caridad pastoral no es un conjunto de cosas que hacer o gestos que desarrollar, no es una lista de tareas que desarrollar o de estrategias pastorales o de técnicas educativas; es antes que todo una persona, la persona misma de Cristo. La caridad pastoral es la forma de la libertad, de la fe en el Buen Pastor, y que se ha convertido en forma de fe y libertad de San Juan Bosco.

Don Ceria distingue bien esta diferencia en el capítulo titulado "Hombre de fe" en su texto, puede que el más célebre: "Don Bosco con Dios".

Cada cristiano lo es por la fe, de la que el bautismo es su puerta, y es la fe el fundamento de la vida sobrenatural y el vínculo que une el alma a Dios; cuya fe viene integrada por la esperanza y la caridad. "Pero una cosa es ser creyente, y otra ser un hombre de fe. El creyente practica más o menos  su fe, mientras el hombre de fe vive de la fe y la viva como un signo para alcanzar una profunda y continua unión con Dios. Ese fue Don Bosco.

Verdaderamente, casi todo aquello que hemos visto hasta aquí y gran parte del resto que veremos, es una fe vivida: pensamientos, afectos, empresas, audacias, dolores, sacrificios, prácticas de piedad, espíritu de oración fueron todas llamas emitidas de la fe que le ardía en el pecho; parecería entonces tener que volver a decir lo ya dicho o renunciar a capítulo sobre la fe. Sin embargo, en la inmensidad del campo queda todavía mucho para recoger. Una vida animada tan intensa y perennemente por el soplo de la fe, ¿no ofrecerá materia sobre la que trabajar en la primera de las virtudes teologales? No pueden faltarnos notas características que merecen ser resaltadas de forma particular.

Entre los testigos llamados a declarar en los procesos, aquellos que vivieron más tiempo cercanos a Don Bosco, se dirían que compiten por mejorar su fe. Sus declaraciones se pueden condensar en esta fórmula: la verdad de la fe de nuestro Santo es que fue ávido en conocerlas, firme en el creerlas, ferviente en profesarlas, celoso en inculcarlas, fuerte en defenderlas. Es digno de una atención especial el testimonio, con el que Don Rua comenzó su declaración. Empezó en estos términos: «Fue un hombre de fe. Instruido desde niño en las principales verdades de nuestra santa religión de forma excelente por su madre, queda hambriento de ellas» (Ceria, Don Bosco con Dios, capítulo XIV).

“Pensamiento, afectos, empresas, audacias, dolores, sacrificios, práctica pías, espíritu de oración, fueron todas llamadas emitidas desde la fe” de la que don Bosco estaba “hambriento”. En estos breves párrafos don Ceria centra exactamente el problema que tenemos enfrente. Después de haber dedicado los capítulos precedentes a describir qué había hecho don Bosco en su vida, ahora debe llegar al núcleo y este no es más una cosa que hacer, sino una fe que vivir: la caridad pastoral.

El problema no es tanto el de individuar qué cosas hay que hacer para imitar de alguna manera la caridad pastoral de Cristo y de don Bosco, sino cuál es la manera más intensa, más íntima, digamos de la libertad del Santo y del Hijo de Dios, para que esta pueda expresar en un modo que la caridad sea aquello que se ve exteriormente. Una caridad que se convierte en “amorevolezza”, que se puede contar e imitar fácilmente también en forma de episodios, reglamentos, florecillas, casi leerse de modo que se vean, simples de hacer, fáciles de imitar e incluso tan profundos que sean indicadores de una fe y de una espiritualidad que Don Bosco mismo nos ha escondido, por ser su manera de tener intimidad con Dios.

El centro de la caridad pastoral, por tanto, está directamente en la comunión con Dios de la que la maestra no puede ser otra que María Santísima, como se dice en el sueño de los nueves años, porque de ella no se pueden copiar los gestos concretos, ya que en buena medida son imposibles de repetir, por lo que toca aprender la intimidad absoluta con el Hijo que caracteriza su vida entera.

Caridad pastoral: libertad de la nueva ley.

Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el que es un asalariado y no un pastor, que no es el dueño de las ovejas, ve venir al lobo, y abandona las ovejas y huye, y el lobo las mata y las dispersa. El huye porque sólo trabaja por el pago y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas y las mías me conocen, de igual manera que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil; a ésas también me es necesario traerlas, y oirán mi voz, y serán un rebaño con un solo pastor. Por eso el Padre me ama, porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy de mi propia voluntad. Tengo autoridad para darla, y tengo autoridad para tomarla de nuevo. Este mandamiento recibí de mi Padre. (Jn 10, 11-18)
El modo en el que Cristo describe la propia caridad pastoral en el capítulo 10 de Evangelio de Juan es exactamente aquello que nos motiva a decir que la caridad no es un conjunto de gesto, sino una forma de vida y de fe.

Lejos de hacer un reglamento a los discípulos sobre qué significa cuidar de las ovejas, y no por esto la caridad de Cristo es menos concreta. Jesús se aleja del decálogo, de enunciar las leyes que se deberían ser seguidas, como se aleja de las leyes del Antiguo Testamento la nueva ley del Hijo Resucitado. Imitar su persona no significa realizar una serie de gestos, sino asumir una forma de vida, la forma del darse uno mismo, que es la misma forma del Padre que está en los cielos.

Que después este modo de vivir pueda derivar en miles de modos diferentes, es todavía más evidente que una lista de gestos que realizar. La “fantasía” del darse a uno mismo es inmensa, interminable, como lo es la fantasía misma del Padre, pero el centro es un modo particular de implicar la libertad de la persona en su relación con Dios: haciendo de manera que mi liberta se cumpla en la forma de la libertad del Padre y del Hijo crucificado y resucitado por los hermanos, por las ovejas.

En términos salesianos: mientras los reglamentos que don Bosco compone para instruir a sus hijos a ser también ellos buenos pastores de los más jóvenes, pueden ser decenas a lo largo de su vida y no agotan nunca la amplia gama de posibilidades del amor, la consagración de la libertad de don Bosco a la Providencia y a aquel Señor bien vestido del sueño de los nueve años es todo aquello que marca su vida, que no está hecha de humo y palabras vacías, sino de gestos y fatigas: de caridad pastoral. Amplia hasta donde la Providencia quiera, puede ser la variedad dentro de la Familia Salesiana, como amplia es la posibilidad de imitar la “amorevolezza” de don Bosco, pero el centro se mantiene el mismo para todos y por siempre la donación de uno mismo a los jóvenes a imitación, siempre igual y siempre nueva, del amor del Buen Pastor.

La caridad pastoral es por tanto la forma de vida de Dios, de la fe de Cristo en el Padre, de la libertad del Hijo que se da a los suyos para llevarlos a Dios y salvarles del pecado, para que así el Padre se había dado siempre a Él, inspirándole junto al Espíritu. Es la forma del actuar de Don Bosco hacia sus hijos, las raíces de su fantasía apostólica y de la vivacidad de sus días, pero sobre todo el centro de su ser y de su vivir: la plena conformación al Buen Pastor.

La caridad pastoral de don Bosco, que gracias al don del Espíritu es todavía hoy vida y santidad de la Iglesia y aún hoy no ha agotado las formas en que puede encarnarse y en que puede darse en la cruz por sus ovejas, es por tanto responsabilidad, respuesta profunda, íntima, espiritual y por esto evidente, externa, llena de acción y de alegría, a la íntima comunión con el Padre y el Hijo como a la Madre de los cielos, que como buena Maestra, lo ha conducido en los años de su vida, hasta la completa donación de sí mismo: “Una celebridad médica francesa en el año 80, visitándolo enfermo en Marsella, dice que el cuerpo de don Bosco era un traje usado, desgastado de noche y de día, y no susceptible de más remiendos y necesario recuperar para conservarlo como estaba” (Ceria, Don Bosco con Dios, capítulo VIII).

Caridad pastoral: un ejercicio de caridad consagrada

Debemos agradecer a don Bosco: es imposible hacer un elenco de las cosas que es necesario hacer para ser como él.

Quien intentase definir sólo con los gestos su modo de ser caridad pastoral, será siempre tachado de haber excluido alguna cosa. Demasiado numerosos son los oficios que ha aprendido, demasiadas las actividades iniciadas, demasiados los récord establecidos, demasiadas las cartas escritas, demasiada su fuerza física, demasiada su levadura moral, demasiados sus tiempos de oración, demasiados los volúmenes de las Memorias Biográficas para ser repetidos en la vida de una sola persona después de él.

Gracias don Bosco por habernos desanimado a imitarte en el hacer y animarnos a imitarte en la caridad, que tiene tanto que ver con el entregar una vida entera.

“A su tiempo todo lo comprenderás”: como sólo el Cristo en la cruz puede cumplir la voluntad del Padre e inspirar el Espíritu; como sólo el Resucitado puede dar la paz, como sólo desde la Pascua se pueden escribir los evangelios. A su tiempo: sólo desde la caridad pastoral cumplida, es decir desde el final de una vida gastada y dada en imaginar a Cristo crucificado, se comprende que el campo arado era el justo, que los frutos han llegado de verdad, que al final de la parra está el jardín sin espinas y que la Familia ahora puede expandirse desde Santiago a Pequín.

¿Podemos hoy, en nuestras formas de vida concretas, ser también nosotros el Buen Pastor de los jóvenes que se nos han confiado?

Ciertamente sí, diría don Bosco y de hecho no nos cansamos de contar vidas de personas a él cercanas en que él mismo ha visto la caridad concreta de Cristo hecha vida cotidiana. Y mismo don Bosco sabe que existe un centro en esta variedad de posibilidades. Para todos en la Iglesia es posible imitar a Cristo y por tanto para todos en la Familia Salesiana es posible imitar la caridad pastoral en la estela del carisma de don Bosco, pero también debe existir quien en el concreto del vivir la propia existencia cotidiana, imita y sigue lo más cerca posible en la forma concreta y en el destino final, la misma vida de Cristo buen Pastor.

Por esto el centro de la Familia Salesiana,  no por méritos propios sino en la corresponsabilidad de una pluralidad de vocaciones, está la vida consagrada, para que no se pierda nunca la referencia al centro de todos que es la persona única de Cristo en la forma concreta en que él mismo ha vivido su existencia.

Si la caridad pastoral de don Bosco es imitación del don de sí mismo del Hijo, en obediencia al Padre en el estilo juvenil salesiano de nuestro carisma, es evidente para don Bosco mismo que esto puede ser tan extendido en la multiplicidad de sus formas, como enraizado en la única forma de Cristo en persona. He ahí porque a todos sus jóvenes propone la misma fórmula de santidad, pero a algunos se la propone en la forma de una vocación consagrada, para que el centro no se disperse en la multiplicidad y la multiplicidad no se olvide de ser único fruto de la caridad de Cristo.

La tarde del 26 de enero de 1854 se reunieron en la habitación de D. Bosco: el mismo D. Bosco, Rocchietti, Artiglia, Cagliero e Rua; y les propone de hacer con la ayuda del Señor y de S. Francisco de Sales una prueba de ejercicio práctico de la caridad hacia el prójimo, para llegar luego a una promesa; y ver, si será posible y conveniente de hacer voto al Señor. De tal manera fue puesto el nombre de Salesianos a aquellos que se propusiesen y se propondrán tal ejercicio.

Teniendo su fuente en la comunión misma del Hijo con el Padre en el Espíritu y teniendo su forma concreta en el modo en que tal comunión de amor se convierte en don de sí mismo por parte del Hijo encarnado, la caridad pastoral no puede ser más que ejercicio práctico de una libertad que se reconoce debida a un amor más grande, capaz de darse a sí mismo en las miles de ocasiones que toque hacerlo en la vida, pero en su forma principal, como un voto, es decir como una consagración total del propio ser a ser totalmente como Jesús y como don Bosco: don de uno mismo por los jóvenes.