Patota






Encíclica Lumen Fidei (síntesis)





Lumen fidei (La luz de la fe) es el título de la primera encíclica del papa Francisco, firmada el 29 de junio de 2013, en la solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo; y que fue presentada el 5 de julio de 2013, casi cuatro meses después de su elección como papa.
La encíclica centra su tema sobre la fe; y vino a completar lo que el papa predecesor, Benedicto XVI, ya había escrito anteriormente sobre la esperanza y la caridad, las otras dos virtudes teologales, en sus respectivas encíclicas Spe salvi y Deus caritas est. Francisco asumió el trabajo realizado por su antecesor, quien, antes de su renuncia al papado, ya tenía prácticamente terminada una primera redacción de la encíclica, añadiendo al texto algunas aportaciones personales.
El texto busca presentar la fe como una luz que disipa las tinieblas e ilumina el camino del ser humano. Se divide en cuatro capítulos a los que se suma una introducción y una conclusión. En ellos se recorre la historia de la fe de la Iglesia (desde el llamado de Dios a Abraham y del pueblo de Israel, hasta la resurrección de Cristo), la relación entre razón y fe, el papel de la Iglesia en la transmisión de la fe, así como el efecto de la fe para construir sociedades en busca del bien común; concluyendo con una oración a la Virgen María, que es presentada como un modelo de fe.


Introducción
El papa Francisco expone en la introducción los motivos de la publicación de esta encíclica. En ella busca recuperar el carácter luminoso de la fe, que ilumina la existencia del ser humano y le ayuda a distinguir el bien del mal; especialmente en la actualidad, una época —señala Francisco— en la que la fe se ve como una luz ilusoria que impide al hombre seguir en la búsqueda del saber y que coarta su libertad.
Por otra parte, la carta Lumen fidei, (publicada en el marco del Año de la Fe convocado en el 50 aniversario del Concilio Vaticano II por su predecesor Benedicto XVI), quiere revitalizar la percepción de la amplitud de horizontes que abre la fe para confesarla en la unidad y en toda su integridad. El papa escribe que «quien cree, ve»; pues la fe sería un don de Dios que, alimentada y fortalecida, es capaz de iluminar la existencia del hombre. Explica que la fe cristiana proviene del pasado, de la memoria de la vida de Cristo y de su resurrección; pero también procede del futuro abriendo nuevos horizontes a los creyentes y llevándolos hacia la comunión, más allá de su «yo» aislado.

Capítulo primero: Hemos creído en el amor

La fe se explica aquí como una escucha de la Palabra de Dios, que llama a salir de la propia persona y abrirse a una nueva vida; y que al mismo tiempo es una promesa de futuro que gracias a la esperanza hace posible la continuidad del camino existencial del hombre. El Dios que llama al ser humano no sería un Dios extraño, sino un Dios paternal, fuente de bondad que es causa de todo. El papa explica que la fe es confiarse al amor y a la misericordia de Dios, que acoge y perdona, que «sostiene y orienta la existencia»; y dejarse transformar una y otra vez por su llamada. Es volverse a Dios lo que hace que el hombre sea estable y se aleje de los ídolos. La idolatría sería lo contrario a la fe, que dispersa al hombre en múltiples deseos y que «no presenta un camino, sino una multitud de senderos, que no llevan a ninguna parte, y forman más bien un laberinto».
Jesús es el mediador entre las personas y Dios; Él revela con su muerte su amor por los hombres. Cristo resucitado es un «testigo fiable» a través del que Dios actúa realmente en la historia y determina su destino. En el documento, se señala que Cristo es alguien que «nos explica a Dios», y por eso los cristianos aceptan su Palabra y creen en él cuando lo acogen en sus vidas y se confían a Jesús.
Gracias a la fe, el hombre se abre a un amor que es la acción propia del Espíritu Santo, en el que se confiesa a Dios dentro del cuerpo de la Iglesia como una «comunión real de los creyentes». Así, los cristianos serían un único cuerpo sin perder su individualidad y es en el servicio a los demás cuando cada persona gana su propio ser. Por ese motivo la fe —señala el pontífice— no puede ser nunca «algo privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva», sino que está «destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio».

Capítulo segundo: Si no creéis, no comprenderéis

Este capítulo se centra en la relación entre la fe y la razón. Alude también al relativismo (un tema clásico en la teología de Joseph Ratzinger), que se relaciona con el moderno rechazo a cualquier afirmación de verdad absoluta. El rechazo de la verdad se presenta como «el gran olvido» del mundo actual, que se rige por un pensamiento relativista en el que la cuestión sobre Dios ya no interesaría.
Sin embargo, el papa señala el estrecho vínculo entre fe y verdad: «la fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula, proyección de nuestros deseos de felicidad». Para él, debido a la «crisis de verdad» en la que se encuentra la sociedad contemporánea, es más necesario que nunca subrayar esta conexión, ya que en la actualidad se tiende a aceptar únicamente la «verdad tecnológica», lo que se puede construir y medir científicamente, o las verdades del individuo («lo que cada uno siente dentro de sí, válidas sólo para uno mismo») que no contribuyen al bien común. ​
La encíclica además subraya la relación entre fe y amor, entendiendo a este último no como un sentimiento temporal «que va y viene», sino como un amor de Dios que transforma al ser humano interiormente y le hace ver la realidad de un modo nuevo. De este modo, puesto que ambas cosas están ligadas, «amor y verdad no se pueden separar», pues sólo el verdadero amor resiste al tiempo y puede convertirse en fuente de conocimiento. El papa señala que la fe no puede ser intransigente, no se impone con la violencia ni aplasta al individuo; rechazando las posturas que identifican la fe con la imposición intransigente de los totalitarismos, ya que la seguridad de la fe es la que hace posible el testimonio y el diálogo.

Capítulo tercero: Transmito lo que he recibido

«Quien se ha abierto al amor de Dios, no puede retener ese regalo para sí mismo», escribe el papa. En este capítulo señala la importancia de compartir la fe, de la evangelización; pues «la luz de Cristo brilla como en un espejo en el rostro de los cristianos» y así se transmite de unos a otros, mediante el contacto, de generación en generación. También la fe abre el individuo a la comunidad y se da dentro de la comunión de la Iglesia. Por este motivo, ya que es «imposible creer cada uno por su cuenta», el creyente «nunca está solo, porque la fe tiende a difundirse, a compartir su alegría con otros», escribe Francisco.
El Papa señala la importancia de los sacramentos como un «medio particular» en el que la fe se puede transmitir. Esta fe es una única fe «compartida por toda la Iglesia, que forma un solo cuerpo y un solo Espíritu», pues se dirige a un único Dios. Es por este motivo que la fe debe ser confesada siempre de manera íntegra, en toda su pureza; ya que eliminar algo a la fe sería suprimir algo a la verdad revelada.

Capítulo cuarto: Dios prepara una ciudad para ellos

La fe se relaciona con el bien común en cuanto que nace del amor de Dios y hace fuertes los lazos entre las personas. Se pone al servicio del derecho, la justicia y la paz; por tanto, no aísla del mundo al individuo, sino que «la luz de la fe» capta el fundamento último de las relaciones humanas y las pone al servicio del bien común. En cambio, el papa advierte que, sin el amor fiable de Dios, del que nace la fe, la unidad entre los hombres se basaría únicamente en el interés individual, la utilidad o el miedo; por lo que la fe ayuda al ser humano a edificar la sociedad.

Entre los ámbitos que son «iluminados por la fe» se encontrarían la familia, fundada en el matrimonio, que se entiende como una «unión estable de un hombre y una mujer» y que fundado sobre Cristo, promete «un amor para siempre»; los jóvenes, que «manifiestan la alegría de la fe, el compromiso de vivir una fe cada vez más sólida y generosa»; las relaciones sociales, puesto que la fe da un nuevo significado a la fraternidad universal entre los hombres que no es una simple igualdad, sino que los considera a todos hermanos hijos de Dios; la naturaleza, que la fe anima a respetar y a «buscar modelos de desarrollo que no se basen sólo en la utilidad y el provecho»; así como la muerte y el sufrimiento, al que el cristiano le puede dar sentido convirtiéndolo en un acto de amor de Dios, quien acompaña al ser humano en sus dificultades y le da esperanza.
El capítulo concluye con una invitación a imitar a María como «icono perfecto de la fe», ya que, como madre de Jesús, ha concebido fe y alegría. Incluye también una oración a la Virgen para que ayude a la fe de los hombres, recuerde a los creyentes que nunca están solos y los enseñe a «mirar con los ojos de Jesús», para que él sea la luz de su camino.




Magisterio del Papa Fancisco


Encíclica Lumen Fidei
Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium

La mujer y el cristianismo



Fuente: Vox Fidei

Junto al pozo de Sicar (detalle)-Mosaico de Mirko Rupnik,s.j.


La Iglesia ha sido y es pionera en la defensa y promoción de la mujer y sus derechos.
Es frecuente escuchar la crítica de que la religión en general y el cristianismo en particular han fomentado la sumisión de la mujer.
En efecto, la revelación judeocristiana difundiría un modelo patriarcal de Dios, justificando formas de conducta, roles sociales y familiares que oprimen al sexo femenino. Por ello, para estas personas, el paquete de la liberación femenina incluye, necesariamente, la liberación de una religión patriarcal y machista que ha hecho cristalizar estructuras sociales opresivas para la mujer, cimentándolas religiosamente, es decir, desde lo más profundo de la conciencia.

Como teoría suena bien, es sugestiva, engancha. Pero si uno vuelve la mirada a la humilde realidad, descubre que no es consistente. Es decir, es una afirmación gratuita, falsa. Las causas del error suelen ser dos. Primero, amnesia, es decir, poca memoria histórica, olvido. En segundo lugar, anacronismo, juzgar a las personas del pasado con parámetros del presente, defecto bastante generalizado.

Una vez conocida la historia es fácil señalar los errores, los cuales no eran evidentes a quienes la protagonizaron con los elementos de juicio que tenían a su disposición. Es como pedirle a un niño de nueve años que resuelva ecuaciones diferenciales.

Es bueno refrescar la memoria para ver todo lo que la “religión patriarcal por excelencia” le ha aportado a la mujer.
En los albores del cristianismo el mundo estaba bajo el dominio romano. En esta cultura estaba muy difundido el aborto y, principalmente, el infanticidio de niñas. Era dificilísimo tener hermanas, pues lo habitual era tolerar, como máximo, una mujer por hogar. Si nacían más, con bastante frecuencia se las dejaba morir. El cristianismo condenó esta práctica desde el principio, y cuando se implantó, acabó con ella. También condenó, y en cuanto pudo, acabó con la prostitución sagrada, bastante común entonces.

Las relaciones entre hombre y mujer no estaban basadas en la igualdad. Jesucristo fue en este aspecto revolucionario, incluso en el seno del judaísmo. Al prohibir no sólo la poligamia, sino también el divorcio y lógicamente el concubinato; le otorgaba a la mujer un estatuto de igualdad.

El deber religioso le imponía al marido obligación de fidelidad, lo cual era revolucionario, en una cultura –la romana– donde, por ejemplo, era habitual tener intercambio sexual con las esclavas. En la evangelización de América sucedió otro tanto. Para recibir el bautismo el cacique tenía que elegir, entre sus muchas mujeres, con cuál se quedaba.

También, curiosamente, la Inquisición defendía a la mujer al perseguir la bigamia; de hecho, esa era una causa que frecuentemente juzgaba tan temido tribunal. Actualmente se sigue defendiendo la dignidad femenina, condenando la pornografía, la trata de personas y los vientres de alquiler.

A Jesús le sigue un grupo de mujeres, que escuchaban sus enseñanzas y le ayudaban. A ojos de sus contemporáneos aquello resultaría escandaloso. De hecho, es una mujer la primera testigo de la Resurrección (María Magdalena), y el Señor le da el encargo de avisar a los apóstoles, en una cultura donde no era aceptado el testimonio de la mujer (de hecho, no le creyeron).

El cristianismo instauró la primera “seguridad social” (el imperio carecía de estas estructuras), haciéndose cargo de las personas que estaban particularmente desprotegidas, como es el caso de las viudas, a las cuales, además, otorgó un importante papel dentro de la comunidad creyente. Esa amplia red de asistencia social continúa existiendo en la actualidad, siendo frecuentemente beneficiadas las mujeres, por ejemplo, en los hogares de acogida para mujeres con embarazos no deseados o las ancianas en los asilos.

Alguno puede objetar: “¡Estupendo!, pero ¿cuándo veremos a una papisa, obispa, o por lo menos, sacerdotisa?” Buena objeción, pero improcedente por dos motivos. El primero consiste en aplicar a la Iglesia, realidad fundamentalmente espiritual, moldes propios de la sociedad política. El segundo es presuponer, erróneamente, el clericalismo; es decir, pensar que se es más cristiano por ser clérigo. Ambos son equivocados.

El fin del catolicismo no es escalar la jerarquía, sino la santidad. De ahí el papel central que juega una mujer, María, modelo de la Iglesia. Quizá se entienda con un ejemplo: pocos católicos recordarán quién era Papa en la época de Santa Teresita de Jesús, pero pocos ignorarán quien fue esta gran santa. Es decir, más importante que ser Papa es ser santo.

En la Escritura la Iglesia es descrita como mujer y María es la cumbre o modelo de la Iglesia.



Contra la epidemia del narcisismo, la vacuna de pensar en los demás


Fuente: Catholic.net

Narciso, de Caravaggio (1571-1610)

Una cosa es tener una razonable dosis de autoestima, y otra pretender que todo el mundo gire a nuestro alrededor.
Algunos autores alertan frente a la creciente ola de egocentrismo que inunda los países más desarrollados.
Entre los múltiples factores que estos autores enumeran como causantes de la epidemia de narcisismo, hay dos particularmente interesantes.

El primero es la avalancha de mensajes que nos repite que somos especiales, que no somos como los demás. Fruto de esta insistencia, hoy en día nadie se conforma con ser estándar o normal. Todos queremos ser especiales, extraordinarios, sobresalientes. Como es lógico, no defendemos que tengamos que ser mediocres o “del montón”: cada uno deberá esforzarse por sacar su mejor versión.

Ahora bien, lo contrario del conformismo es el inconformismo, y no un narcisismo que lleva a creerse único, especial, excepcional. El inconformismo nos lleva a luchar contra nuestros defectos. El narcisismo, a envanecernos con nuestras virtudes, muchas veces exageradas en nuestra imaginación. El inconformismo es un acicate; el narcisismo, un narcótico. Tratar con quienes luchan cada día por mejorar es una maravilla, mientras que tratar con personas que siempre se consideran “la excepción” resulta verdaderamente agotador.

El segundo factor que contribuye a la epidemia narcisista es el auge de las redes sociales de Internet. Y ello porque fácilmente los perfiles personales se convierten en monumentos a uno mismo, donde los usuarios se dedican obsesivamente a ensalzar sus logros y sus virtudes. Como un coro de niños mimados, muchos usuarios de las redes comparten vivencias con la única intención de llamar la atención de los demás: “mira qué bien estoy en esta foto”; “fíjate qué cool salgo aquí”; “este bíceps, ¿no te parece grandioso?”; “¿sabías que el sábado acabé la media maratón en menos de dos horas?” …

Y así, hasta el infinito y más allá, como diría Buzz Light Year. En lugar de ser espacios de recuerdos compartidos con las personas queridas, las redes se transforman en un santuario del autobombo y la vanidad más ridícula.

Todos tenemos una marcada tendencia al narcisismo, que es preciso mantener a raya. Una cosa es tener una razonable dosis de autoestima, y otra pretender que todo el mundo gire a nuestro alrededor, como si fuéramos el Rey Sol. El narcisismo puede resultar gratificante en el corto plazo –¡qué agradable es que todo nos admiren! -, pero a medio y largo plazo configura personas egoístas, aburridas y carentes de relaciones profundas y significativas.

Para frenar esta epidemia de narcisismo, y evitar convertirnos en unos verdaderos ególatras, existe una vacuna realmente eficaz: pensar en los demás. Veamos tres formas de administración de esta poderosa vacuna:

Ser agradecido. El narcisista no suele dar las gracias. Él es el mejor, tiene derecho a las cosas. Los demás están en deuda con él, por sus muchos talentos. La persona humilde, sin embargo, sabe agradecer cualquier pequeño favor o servicio, valorando cada acción generosa de los demás. No da las cosas por supuestas. Agradece a Dios, a los demás, a la vida, las mil y una cosas preciosas que le rodean y le suceden. Y también las menos agradables, sabiendo que son una ocasión para la superación personal.

Admirar las cosas buenas de los otros. El narcisista sólo tiene ojos para sus propias virtudes, y tiende a empequeñecer los logros de los demás, a fin de que no le hagan sombra. El humilde, por el contrario, es consciente de sus virtudes, y sabe disfrutar de las cosas buenas de los demás, que considera también como un regalo. Se alegra de las victorias ajenas, porque no considera la vida como una competición en la que siempre hay que quedar por delante de los demás.

Hacer favores y servir a los demás. Narciso suele estar tan embebido en sus propias cualidades que nunca saca tiempo para darse a los demás. Le gustaría, claro, pero está demasiado ocupado pensando en sí mismo y consiguiendo aplausos. La persona generosa disfruta haciendo favores, preparando sorpresas, realizando pequeños servicios. Servir no es una tarea humillante reservada a criados y lacayos, sino una preciosa forma de amar. El verdadero poder –nos recuerda el papa Francisco-, es el servicio.

Ante la epidemia del narcisismo, por lo tanto, es preciso aplicar con determinación la vacuna. En lugar de repetirnos una y otra vez lo maravillosos y superespeciales que somos, y de pasarnos las horas alimentando nuestro monumento a nosotros mismos en Internet y buscando admiradores digitales, vamos a pensar en los demás. La vida se hace mucho más rica y más ancha.

¿Narcisismo? No, gracias. ¿Autoestima? Por supuesto. Pero no basada en eslóganes vacíos y fotos de Instagram sino en la lucha diaria por mejorar, en el esfuerzo sostenido por salir de uno mismo y en la ilusión alegre por darse a los demás.




María Auxiliadora, primera dama salesiana




 Ideario N° 14: “María es la primera laica comprometida que, en la donación de su ser, acoge fielmente el plan de Dios y hace vida su palabra, como mujer, esposa, madre, maestra, testigo, primera evangelizada y evangelizadora. Es la inspiración y modelo a seguir por la D.S., todo lo cual nos lleva a proclamarla PRIMERA DAMA SALESIANA, norte, guía, inspiración, madre, hermana y fiel compañera de nuestra misión”.


Fragmento del Discurso del Papa Francisco
en el encuentro con el Movimiento de Focolares
Florencia, 10 de mayo de 2018


Y no olvidéis que María era laica, era una laica. La primera discípula de Jesús, su madre, era laica. Hay una gran inspiración aquí, y un hermoso ejercicio que podemos hacer. Os desafío a hacerlo: es tomar del Evangelio los episodios más conflictivos de la vida de Jesús y ver, —en Caná, por ejemplo—, cómo reacciona María. María toma la palabra e interviene. E imagina, tú imagina que la Madre estaba allí, que vio todo aquello que sucedía... ¿Cómo habría reaccionado María a estos acontecimientos? Esta es una verdadera escuela para ir adelante. Porque ella es la mujer de la fidelidad, la mujer de la creatividad, la mujer del valor, de la parresía, la mujer de la paciencia, la mujer que soporta las cosas. Mirad siempre esto, esta laica, primera discípula de Jesús, cómo reaccionó en todos los episodios conflictivos de la vida de su Hijo. Os ayudará mucho.




Ideario y Año Mariano


María Auxiliadora, Primera Dama Salesiana
Siguiendo el ejemplo de María
María y nuestra vocación ADS
Imitación de María
María, modelo de la Dama Salesiana
La ayuda de María Auxiliadora

Advocaciones marianas veneradas en Argentina



Nuestra Señora de Luján, patrona de la Argentina


Inmaculada Concepción
María Auxiliadora
Nuestra Señora Cautiva (Villa de María de Río Seco, Córdoba)
Nuestra Señora de Aránzazu (San Fernando, Bs.As)
Nuestra Señora de Balvanera (Bs. As)
Nuestra Señora de Belén (Catamarca)
Nuestra Señora de Caacupé (Buenos Aires)
Nuestra Señora de Copacabana de Punta Corral (Jujuy)
Nuestra Señora de Czestochowa (Quilmes, Bs. As)
Nuestra Señora de Fátima
Nuestra Señora de Güer Aike (Río Gallegos)
Nuestra Señora de Huachana (Santiago del Estero)
Nuestra Señora de Itatí (Corrientes)
Nuestra Señora de la Asunción
Nuestra Señora de la Candelaria (Humahuaca)
Nuestra Señora de la Carrodilla (Mendoza)
Nuestra Señora de la Cava (Beccar, Bs. As.)
Nuestra Señora de la Consolación de Sumampa (Santiago del Estero)
Nuestra Señora de la Consolata (Sampacho, Córdoba)
Nuestra Señora de la Cruz (San Isidro, Bs.As)
Nuestra Señora de la Divina Providencia
Nuestra Señora de la Guardia
Nuestra Señora de La Laguna (Chaco)
Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa
Nuestra Señora de la Merced
Nuestra Señora de la Misericordia
Nuestra Señora de la Montaña
Nuestra Señora de la Pampa (La Pampa)
Nuestra Señora de la Patagonia (Santa Cruz)
Nuestra Señora de la Peña
Nuestra Señora de la Piedad
Nuestra Señora de la Rábida (Congreso, Bs.As.)
Nuestra Señora de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires (Iglesia de Santo Domingo, Buenos Aires)
Nuestra Señora de La Salette
Nuestra Señora de la Salud
Nuestra Señora de la Soledad de Malvinas
Nuestra Señora de la Visitación
Nuestra Señora de las Gracias
Nuestra Señora de las Islas (Villa Paranacito, Entre Ríos)
Nuestra Señora de las Nieves
Nuestra Señora de las Victorias
Nuestra Señora de Loreto
Nuestra Señora de los Ángeles
Nuestra Señora de los Desamparados
Nuestra Señora de los Dolores
Nuestra Señora de los Milagros de Santa Fe (Santa Fe)
Nuestra Señora de los Poyas y Puelches (Río Negro)
Nuestra Señora de los Remedios
Nuestra Señora de Lourdes
Nuestra Señora de Luján
Nuestra Señora de Montserrat
Nuestra Señora de Pompeya
Nuestra Señora del Buen Ayre
Nuestra Señora del Buen Consejo
Nuestra Señora del Buen Viaje (Morón, Bs. As)
Nuestra Señora del Carmen
Nuestra Señora del Huerto
Nuestra Señora del Iguazú (Misiones)
Nuestra Señora del Milagro (Salta)
Nuestra Señora del Nahuel Huapi (Río Negro)
Nuestra Señora del Patrocinio ó de Pokrov-rito bizantino (Buenos Aires)
Nuestra Señora del Perpetuo Socorro
Nuestra Señora del Pilar
Nuestra Señora del Rosario
Nuestra Señora del Rosario de Río Blanco y Paypaya (Jujuy)
Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás (San Nicolás de los Arroyos, Bs. As)
Nuestra Señora del Rosario del Milagro (Córdoba)
Nuestra Señora del Rosario del Trono (San Luis)
Nuestra Señora del Trabajo
Nuestra Señora del Valle (Catamarca)
Nuestra Señora Gaucha del Mate (Litoral argentino)
Rosa Mística
Stella Maris
Virgen Madre del Cerro (Tulumba, Córdoba)
Virgen Niña



Eucaristía y compromiso de caridad


Meditación para la Adoración Eucarística del Jueves Santo

Eucaristía (detalle): Mosaico de Mirko Rupnik,sj.

La eucaristía nos tiene que lanzar a practicar la caridad con nuestros hermanos. Y esto por varios motivos.

¿Cuándo nos mandó Jesús amarnos los unos a los otros? ¿Cuándo nos dejó su mandamiento nuevo, en qué contexto? En la Última Cena, cuando nos estaba dejando la eucaristía. Por tanto, tiene que haber una estrecha relación entre eucaristía y compromiso de caridad.
En ese ámbito cálido del Cenáculo, mientras estaban cenando en intimidad, Jesús sacó de su corazón este hermoso regalo de la Eucaristía; fue en ese ambiente que nos pidió amarnos. Esto quiere decir que la Eucaristía nos une en fraternidad, nos congrega en una misma familia donde tiene que reinar la caridad.

Hay otro motivo de unión entre Eucaristía y caridad. ¿Qué nos pide Jesús antes de poner nuestra ofrenda sobre el altar, es decir, antes de venir a la eucaristía y comulgar el Cuerpo del Señor? “Si tu hermano tiene una queja contra ti, deja allí tu ofrenda, ante el altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y después vuelve y presenta tu ofrenda” (Mt 5, 23-24).

Esto nos habla de la seriedad y la disposición interior con las que tenemos que acercarnos a la eucaristía. Con un corazón limpio, perdonador, lleno de misericordia y caridad. Injusticias, atropellos, calumnias, maltratos, rencores, malquerencias, resquemores, odios, murmuraciones…. Antes de acercarnos a la eucaristía asegurémonos de que nuestro corazón no deba nada a nadie. Mi ofrenda, la ofrenda que cada uno de nosotros debe presentar en cada misa (peticiones, intenciones, problemas, preocupaciones, etc.) no tendría valor a los ojos de Dios si fuera presentada con un corazón torcido, impuro, resentido, lleno de odio. Ahora bien, si presentamos la ofrenda teniendo en el corazón una voluntad de armonía, será aceptada por Dios como la ofrenda de Abel y no la de Caín.

Y hay otro motivo de unión entre eucaristía y compromiso de caridad:  el cuerpo del prójimo más pobre, del más desposeído, es un cuerpo de Jesús necesitado que tenemos que alimentar, saciar, vestir, cuidar, respetar, socorrer, proteger, instruir, aconsejar, perdonar, limpiar, atender.
San Juan Crisóstomo tiene unas palabras interpeladoras: “¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No permitas que Él esté desnudo, y no lo honres sólo en la Iglesia con telas de seda, para después tolerar, fuera de aquí, que ese mismo cuerpo muera de frío y de desnudez. El que ha dicho “Esto es mi cuerpo”, ha dicho también “me habéis visto con hambre y no me habéis dado de comer” y “lo que no habéis hecho a uno de estos pequeños, no me lo habéis hecho a Mí”. Pasé hambre por ti, y ahora la padezco otra vez. Tuve sed por ti en la Cruz y ahora me abrasa en los labios de mis pobres. Por los mil beneficios de que te he colmado, ¡dame algo! No te digo que me entregues tus bienes: sólo te imploro pan y vestido y un poco de alivio para mi hambre. Estoy preso; no te ruego que me libres: sólo quiero que, por tu propio bien, me hagas una visita; con eso me bastará y por eso te regalaré el cielo. (San Juan Crisóstomo, Homilía 15 sobre la epístola a los Romanos).

Estas palabras son muy profundas. Jesús se iguala, se identifica con el cuerpo necesitado de nuestros hermanos. Y si nos acercamos con devoción y respeto al cuerpo de Cristo en la eucaristía, también debemos acercarnos a ese cuerpo de Cristo que está detrás de cada uno de nuestros hermanos más desposeídos. Quiera el Señor que comprendamos y vivamos este gran compromiso de la caridad, para que así la eucaristía se haga vida de nuestra vida.