En Cristo queremos recorrer el camino del hombre


por Mons. Sebastià Taltavull Anglada, Obispo Auxiliar de Barcelona
Director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Pastoral de la Conferencia Episcopal Española


El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, en el capítulo III sobre la "La persona humana y sus derechos" expone el principio personalista que define el punto de partida para una reflexión cristiana y dice: "La Iglesia ve en el hombre, en cada hombre, la imagen viva de Dios mismo; imagen que encuentra, y está llamada a descubrir cada vez más profundamente su plena razón de ser en el misterio de Cristo, Imagen perfecta de Dios. Revelador de Dios al hombre y del hombre a si mismo".

Ésta afirmación fundamental nos hace contemplar al hombre "que ha recibido de Dios mismo una incomparable e inalienable dignidad". Es "a este hombre a quien la Iglesia se dirige y le presta el servicio más alto y singular recordándole constantemente su altísima vocación, para que sea cada vez más consciente y digno de ella". Si la Iglesia actúa de esta forma en favor del hombre es porque "Cristo, Hijo de Dios, con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22); por ello, la Iglesia reconoce como su tarea principal hacer que esta unión pueda actuarse y renovarse continuamente. En Cristo Señor, la Iglesia señala y desea recorrer ella misma el camino del hombre (Cf. RH 14), e invita a reconocer en todos, cercanos o lejanos, conocidos o desconocidos, y sobretodo en el pobre y en el que sufre, un hermano "por quien murió Cristo" (1Co 8,11; Rom 14,15) [Compendio DSI 105].

Hace falta profundizar en estas convicciones en el capítulo III del Compendio: toda la vida social es expresión de su inconfundible protagonista: la persona humana. "La sociedad humana es, por tanto, objeto de la enseñanza social de la Iglesia desde el momento que ella no se encuentra ni fuera ni sobre los hombres socialmente unidos, sino que existe exclusivamente por ellos y, por consiguiente, para ellos". Este importante reconocimiento se expresa en la afirmación de que "lejos de ser un objeto y un elemento puramente pasivo de la vida social, el hombre es, por el contrario, y debe ser y permanecer, su sujeto, su fundamento y su fin" [Compendio DSI nº 106]

Toda la doctrina social se desarrolla a partir del principio que afirma la inviolable dignidad de la persona humana. Mediante las múltiples expresiones de esta conciencia, la Iglesia ha buscado ante todo tutelar la dignidad humana frente a todo intento de proponer imágenes reductivas y distorsionadas; y además ha denunciado repetidamente sus muchas violaciones. La historia demuestra que en
la trama de las relaciones sociales emergen algunas de las más amplias capacidades de elevación del hombre, pero también allí se anidan los más execrables atropellos de su dignidad [Compendio DSI nº 107].

El drama del pecado y el don de la salvación

En la raíz de las laceraciones personales y sociales, que ofenden en modo diverso el valor y la dignidad de la persona humana, se halla una herida en lo íntimo del hombre: "Nosotros, a la luz de la fe, la llamamos pecado; comenzando por el pecado original que cada uno lleva desde su nacimiento como una herencia recibida de sus progenitores, hasta el pecado que cada uno comete, abusando de su propia libertad" (Juan Pablo II, Exh. ap. Reconciliación y Penitencia, 2). La consecuencia del pecado, en cuanto acto de separación de Dios, es precisamente la alienación, es decir la división del hombre no sólo de Dios, sino también de sí
mismo, de los demás hombres y del mundo circundante [Compendio DSI nº 116]


Pecado personal y pecado social

El misterio del pecado comporta una doble herida, la que el pecador abre en su propio flanco y en su relación con el prójimo: todo pecado es personal bajo un aspecto; bajo otro aspecto, todo pecado es social, en cuanto tiene también consecuencias sociales… En el fondo de toda situación de pecado se encuentra siempre la persona que peca [Compendio DSI nº 117]. Es social todo pecado contra los derechos de la persona humana, comenzando por el derecho la vida, incluido el del no-nacido, o contra la integridad física del alguien; todo pecado contra la libertad de los demás, especialmente la libertad de creer en Dios y de adorarlo; todo pecado
contra la dignidad y el honor del prójimo. Es social todo pecado contra el bien
común y contra sus exigencias, en toda la amplia esfera de los derechos y deberes
de los ciudadanos [Compendio DSI nº 118]


Afán de ganancia exclusiva y sed de poder, ¡a cualquier precio!

Las consecuencias del pecado alimentan las estructuras de pecado. Estas tienen su raíz en el pecado personal y, por tanto, están siempre relacionadas con actos concretos de las personas, que las originan, las consolidan y las hacen difíciles de eliminar […] Las acciones y las posturas opuestas a la voluntad de Dios y al bien del prójimo y las estructuras que éstas generan, parecen ser hoy sobre todo dos: "el afán de ganancia exclusiva, por una parte; y por otra, la sed de poder, con el propósito de imponer a los demás la propia voluntad. A cada una de estas actitudes podría añadirse, para caracterizarlas aún mejor, la expresión: "a cualquier precio" [Compendio DSI nº119]


La salvación de Jesucristo, nuestra esperanza

El realismo cristiano ve los abismos del pecado, pero lo hace a la luz de la esperanza, más grande de todo mal. Donada por la acción redentora de Jesucristo
que ha destruido el pecado y la muerte […] Jesús es al mismo tiempo el Hijo de Dios y el nuevo Adán, es decir el hombre nuevo. "Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS 22).



En él, Dios nos "predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,29) [Compendio DSI nº 121].