La historia del club de fútbol del Papa Francisco

por Maria Paola Daud

 


Todos saben que el “hincha” número uno de San Lorenzo de Almagro es el papa Francisco, pero lo que no muchos saben es que este importante club de fútbol argentino, fue fundado por un sacerdote, y que los colores de la camiseta son inspirados en la vestimenta de la Virgen María Auxiliadora.

 

“Te ofrezco el campo del oratorio si vienes a misa el domingo”. Con ese trato del sacerdote salesiano don Lorenzo Massa con unos jóvenes de barrio, es como nace San Lorenzo de Almagro.  La idea de invitar a los jóvenes al oratorio “San Antonio” en el barrio bonaerense de Almagro, surgió debido a un trágico hecho. En las calles del barrio comenzaban a circular los primeros tranvías, y uno de los chicos, que como tanto pasaban sus horas libres a jugar en la calle, pierde la vida bajo este transporte.

El 1 de abril de 1908 nace la asociación con estos jóvenes que jugaban en la calle y se hacían llamar “Los forzosos de Almagro”, al que decidieron cambiar el nombre en honor a su fundador, al santo mártir de la Iglesia, y a la batalla decisiva por la cual San Martín conquista la independencia argentina.

Don Lorenzo Massa se inspiró en las vestiduras de la Virgen María Auxiliadora para los colores de la camiseta que representaría su equipo. La imagen de la Virgen tan querida por los salesianos de don Bosco.

 

En el 1916 nace el primer estadio en una porción de chacra del Colegio María Auxiliadora, en la zona que actualmente surge el barrio de Boedo. Le llamaban el “gasómetro”, por su forma parecida a los gigantescos depósitos de gas licuado. Como consecuencia de varias calamidades financieras, el club se vio obligado por la dictadura gobernante del país a vender y abandonar su histórico estadio, jugando el último partido en 1979.

Actualmente y desde su inauguración el 16 de diciembre de 1993, juegan en el llamado “Nuevo Gasómetro”. 

El 28 de junio del 2019 fue un día histórico para san Lorenzo: se firma la escritura que le devuelve al club los más de 27.000 m2 de los terrenos que habían perdido con el gobierno de facto.


San Lorenzo de Almagro es el cuarto equipo de fútbol más importante de la Argentina, y tiene más de un célebre hincha a nivel mundial. El primero seguramente es el papa Francisco, quien nunca ha ocultado su pasión por el club San Lorenzo, del que es socio número 88.235. No solo asistió a la cancha a ver los partidos, sino también a motivar a los jugadores y rezar con ellos.

Otro “hincha ilustre” es el actor estadounidense Viggo Mortensen (Aragorn de “El señor de los anillos”). Es tal su pasión por San Lorenzo que hasta llegó a presentarse a la 91 edición de los premios Oscar con un chaleco con el emblema del club, diciendo: «¡Aguante el Ciclón!». Una pasión que nació de los años que vivió en Argentina, desde sus 3 a 11 años, amor que llevó a donar la capilla dedicada a Padre Lorenzo Massa, idea que surgió de unas señoras que se juntaban en la ciudad deportiva para “rezar por el equipo”. El actor, sin dudarlo, contribuyó con todos los gastos para la construcción de la capilla.

Sin dudas, “el ciclón, los cuervos, los santos” de San Lorenzo de Almagro-cómo así lo llaman-genera grandes pasiones.

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Domingo Milanesio, El Patiru

 por Liliana Verbeke

Diplomada en Preservación del Patrimonio



Año 1875, la masonería sienta sus reales en el porteño barrio de La Boca, y como queriendo contrarrestar el avance, desembarca la primera misión de salesianos encabezada por Juan Cagliero. 

El sacerdote Domingo Milanesio llega a Buenos Aires en 1877 con 34 años de edad integrando la segunda misión, junto a un grupo de diez misioneros incluyendo mujeres, hijas de María Auxiliadora y dos hombres que serán fundamentales en la “arquitectura salesiana en Patagonia”: los padres Costamagna y Vespignani.

La misión en La Boca advierte la necesidad del barrio: una escuela. Se crea en 1878 junto a la capillita de madera, una escuela primaria a cargo del padre Milanesio, quien previa autorización enseñó religión en escuelas estatales de La Boca y Barracas. 

Tras once años de misión en La Boca es enviado a Carmen de Patagones como teniente cura y a partir del 12 de noviembre de 1880 como párroco en Mercedes de Viedma.

Domenico se entregó a su prójimo inmediato y mayoritario, las tribus aborígenes, salvo algunos españoles y galeses en Chubut.

Qué convicción tan grande acompañó sus viajes por la vastedad de entonces, solo acompañado de su caballo y el Evangelio bajo el brazo cumpliendo su misión, encarando el desierto y persuadiendo la confianza indígena.

Milanesio, un hombre talentoso, respetuoso de los nativos, sin menoscabar una lengua para él desconocida, la aprende memorizando vocablos y compartiendo días y días con ellos, en las recordadas “cabalgatas apostólicas”, disimulando muy bien las infinitas carencias materiales en las que estaban sumergidos.

De su mérito extraordinario ha dicho el padre Raúl Entraigas:” El padre Domingo Milanesio; italiano él, se encargó en soledad de descifrar el idioma de los aborígenes, ordenar alfabéticamente los vocablos, usos de armas, herramientas; la interpretación de gestos, sonidos guturales, sistematizó la región con dibujos y mapas, al final publicó (entre 1814/1818) un libro denominado: ‘Etimología araucana. Idiomas comparados de la Patagonia. Lecturas y Frasario Araucano’”.

Entre abril de 1883 y mayo realiza una misión itinerante por el Alto Valle de Río Negro y Neuquén. Estando en General Roca, el cacique Manuel Namuncurá se acerca a Milanesio para que interceda y haga saber de sus intenciones de “entablar conversación y voluntad de rendirse al gobierno nacional”.

Y Milanesio es artífice de este acuerdo, resultando ser “el mediador de partes” recibiendo las tribus tierras en propiedad y Manuel Namuncurá el grado de coronel del Ejército Argentino. El Patiru, como lo llaman las tribus -su equivalente a “padre” para los nativos-, había iniciado gestiones a favor del derecho a posesión de las tierras por parte de los aborígenes de ambas provincias, carteándose con los funcionarios nacionales de entonces.

Algo más haría el ínclito y fiel sacerdote cumpliendo con la premisa evangelizadora: el 24 de diciembre de 1888 en vísperas de la Navidad bautiza al hijo del cacique, hoy beato, Ceferino Namuncurá.

En tanto Nicolás Esandi, el luego obispo de la Patagonia, camino al sacerdocio estudiaba latín con el noble Patiru.

Entre 1886 y 1887 -según un trabajo de Cayetano Paesa- se concreta la gran misión de Chichinales con el trabajo de Milanesio, Panaro y Mons. Cagliero, solicitada por los caciques Sayhueque y Yancuche recordada como la más importante, masiva y significativa.

En 1890 es enviado a Bahía Blanca como párroco de La Merced, hoy iglesia catedral. Con su estilo evangelizador itinerante, recorre la zona rural. Inmigrantes europeos son asistidos por su servicio, bendice la primera capilla y celebra misas en Tornquist, en Coronel Pringles y en capillas de estancias, galpones o al aire libre.

En 1892, El Patiru funda la capilla de Junín de los Andes; en 1894 recorre la cordillera de ambos lados forjando relación con los franciscanos del lado chileno.

Eficaz y competente en misiones en cualquier terreno, Europa fue destino de sus viajes también en búsqueda de recursos para sostener en parte tamaña empresa.

En su marcha misional viaja acompañado de aborígenes que hablan la lengua nativa, sea tehuelche o araucana, y, como se estilaba decir en la época, lleva a la vieja Europa indígenas “evangelizados”, como muestra de la obra realizada. De esta manera, en 1892 los sacerdotes Cagliero, Milanesio y Beauvoir llegan a Italia con algunos indígenas de Tierra del Fuego y otros puntos de la Patagonia, entre ellos dos mujeres jovencitas acompañadas por dos Hermanas de María Auxiliadora.

El Boletín salesiano registra el arribo de Santiago Melipan, joven de 17 años, que habla bien la lengua española, entiende el italiano,” y una hija y una prima del cacique Sayhueque, Severina y Josefa, que hablan el idioma de Castilla”.

“Estos saben la doctrina cristiana también en lengua araucana y recitan suficientemente bien las oraciones en latín y en italiano”.

El padre Doménico o Patiru aconsejaba siempre que el misionero entendiera la lengua de los nativos para hacerse comprender mejor, especialmente por mujeres y niños que casi no sabían el español.

Valoraba los momentos de encuentro con los indígenas para aprender su lengua y hacer extensas anotaciones e incluso escribió las oraciones y parte del catecismo por el conocimiento y uso del mapuzungun que había adquirido. También traducía del mapuche al italiano haciendo referencia a publicaciones de sus antecesores los padres jesuitas.

Él tenía una misión y un derrotero: evangelizar. Pero más allá de su astucia e inteligencia en buscar la forma o el método para concretar los fines, no caben dudas de que eligió el mejor, el más sabio y eficaz, el que lo hace un “tipo” brillante y preclaro, lo humaniza y trasciende, lo hermana de verdad, lo pone “a la par” y en un ida y vuelta, en una suerte de alfabetización mutua; aprende del otro, metiéndose de lleno en su mundo, y he ahí el valor de su siembra.

A principios del siglo XX, instalado en Junín de los Andes, debe partir a Bernal donde fallece a los 79 años. Tras su muerte, concreta su sueño de permanecer en suelo patagónico y allí descansa en el santuario de Junín de los Andes.

Investigadores del Conicet, de la Congregación Salesiana e independientes han profundizado el estudio de la misión del padre Milanesio y su aplicación al estudio de las lenguas de las distintas etnias aborígenes que evangelizó.

Cumplió, y en gran medida, con el mandato conciliar de 1899 y de Don Bosco respecto de la adaptación al medio para arribar a mejores resultados en la misión propuesta.

Es oportuno resaltar el trabajo profundo, el respeto y la consideración que tuvo para con los pueblos originarios el padre Domingo Milanesio, hecho que lo convierte para las tribus de entonces y el recuerdo de muchos en un verdadero Patiru.


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No te engañes, tu hijo no necesita una tableta

Por Catherine L’Ecuyer

Doctora en Educación y Psicología

La autora del libro "Educar en el Asombro" aborda en este artículo el tema del consumo tecnológico: útil en mentes preparadas para usarla, no en mentes inmaduras sin autocontrol.

 

La Asociación de Pediatría Canadiense ha publicado recientemente sus recomendaciones respecto al consumo de medios digitales en edades tempranas. Se parecen mucho a las recientes de la Academia Americana de Pediatría. Es lógico, ya que los estudios sobre los que se apoyan ambas organizaciones son los mismos.

Las recomendaciones se articulan alrededor de estas ideas claves:

  • Limitar el tiempo de medios digitales para los niños de menos de 5 años
  • Nada de consumo para los niños de menos de 2 años
  • Menos de una hora al día para los niños de entre 2 y 5 año
  • Nada de consumo una hora antes de ir a la cama
  • Concretar tiempos libres de pantalla durante las comidas y durante el tiempo de lectura.
  • Controlar el contenido y estar, en la medida de lo posible, con el niño mientras consume pantalla
  • Dar prioridad a contenidos educativos y adaptados a la edad de cada niño
  • Tener un plan (no improvisar) respecto al uso de las pantallas en el hogar
  • Ayudar a los niños a reconocer y cuestionar los mensajes publicitarios, los estereotipos y otros contenidos problemáticos
  • Recordar que demasiado tiempo dedicado a las pantallas deriva en oportunidades perdidas de aprendizaje (los niños no aprenden a través de la pantalla en esas edades)
  • Recordar que ningún estudio apoya la introducción de las tecnologías en la infancia
  • Los adultos deberían dar el ejemplo con un buen uso de las pantallas
  • Sustituir el tiempo de pantalla por actividades sanas, como la lectura, el juego exterior y las actividades creativas
  • Apagar los dispositivos en casa durante los momentos en familia
  • Apagar las pantallas mientras no se usan (evitar dejar la televisión “siempre puesta”).

 

En 2006 y en 2011, la Academia Americana de Pediatría ya había hecho recomendaciones parecidas, pero estaban basadas principalmente en investigaciones sobre el consumo de la televisión, ya que no había aún conjuntos de estudios concluyentes sobre el efecto de la tableta o del smartphone en la mente infantil. Este vacío temporal dio mucho que hablar. Dimitri Christakis, uno de los principales expertos mundiales en el efecto pantalla —y sobre cuyos estudios se basó la Academia Americana de Pediatría para emitir sus recomendaciones de 2006 y 2011—, se preguntó públicamente en 2014 si esas recomendaciones se aplicaban también a la tableta, dada su peculiar interactividad.

Su pregunta —que no se apoyaba en estudios, sino en su intuición personal— sembró la duda, y provocó la publicación de cientos de artículos en Internet que la interpretaban como una bendición en el ámbito educativo. El argumento era que quizá no es lo mismo estar pasivamente sentado ante un televisor que estar jugando con la tableta. Los estudios no confirmaron su hipótesis. Hoy sabemos que los estudios no marcan diferencias sustanciales para esos dos medios antes de los 5 años, ya que el efecto pantalla tiene más inconvenientes que beneficios para esa franja de edad.

El consumo de pantalla por encima de lo recomendado por las principales asociaciones pediátricas en el mundo puede contribuir a un déficit de aprendizaje, a una pérdida de oportunidades de relaciones interpersonales, a la impulsividad, a la inatención, a la disminución del vocabulario, a problemas de adicción y de lenguaje. Y el etcétera es largo. La lógica es que la atención que un niño presta ante una tableta no es una atención sostenida, sino una atención artificial, mantenida por estímulos externos frecuentes e intermitentes. Quien lleva la rienda ante una tableta no es el niño, sino la aplicación del dispositivo, programada para enganchar al usuario.

En definitiva, hoy sabemos que los niños no aprenden a través de una pantalla, sino mediante la experiencia con lo real y a través de sus relaciones interpersonales con una persona sensible. Y los dispositivos, por muy sofisticados que sean sus algoritmos, carecen de esa sensibilidad. Porque la sensibilidad es profundamente humana.

El cerebro humano está hecho para aprender en clave de realidad y los hechos nos indican que los niños aprenden a través de experiencias sensoriales concretas que no solamente les permiten comprender el mundo, sino también comprenderse a sí mismos. Todo lo que los niños tocan, huelen, oyen, ven y sienten deja una huella en su mente, en su alma, a través de la construcción de su memoria biográfica que pasa a formar parte de su sentido de identidad. En definitiva, los niños aprenden en contacto con la realidad, no con un bombardeo de estímulos tecnológicos perfectamente diseñados. Tocar la tierra húmeda o mordisquear y oler una fruta deja una huella en ellos que ninguna tecnología puede igualar.

Y eso de que perderán “el tren” u “oportunidades laborales” por no saber usar una tableta… Pues quizá ya es tiempo de que borremos esas arcaicas ideas de nuestras acomplejadas mentes de inmigrantes digitales. La tecnología está programada para la obsolescencia, como es lógico. Es ley de mercado. No nos engañemos, si nuestro hijo o nuestra hija aprende sin ayuda a manejar un smartphone en cinco minutos, no es porque nació nativo digital y por lo tanto sumamente inteligente, es porque los ingenieros que conciben y diseñan esos dispositivos son inteligentes inmigrantes digitales. Steve Jobs lo sabía porque los contrataba él, quizá por eso no dejaba a sus hijos usar el IPad. Y quizás por eso altos directivos de empresas tecnológicas de Silicon Valley mandan a sus hijos a una escuela que no usa pantallas.

No nos dejemos enredar por la idea de que “la mejor educación en el uso responsable de las tecnologías se hace adelantando la edad de uso”. Los estudios no respaldan esa hipótesis, que demasiadas veces nos presentan fundaciones y empresas educativas patrocinadas por entusiastas empresas tecnológicas. Es una lástima que el ámbito científico no tenga los recursos económicos suficientes para divulgar sus hallazgos, para competir contra los ilimitados presupuestos de marketing de las empresas tecnológicas y contra el “trance digital” que sufren algunas empresas educativas. Ese trance digital es contagioso y puede hacer perder la perspectiva a más de un padre, llevándoles a percibir un cambio tecnológico con una actitud de fascinación casi apocalíptica, que interpreta el cambio tecnológico como radicalmente determinante y revelador del futuro, como una condición sine qua non para el progreso de la educación de sus hijos.

Al ritmo actual de la obsolescencia tecnológica, esa tesis no es realista. Claro que es importante la tecnología, claro que mejora nuestra calidad de vida. ¿Quién se imagina conduciendo sin GPS y con mapas enormes de papel, siendo operado con tecnologías antiguas, buscando una dirección o planificando vacaciones sin Internet, o trabajando a diario sin un ordenador en condiciones? No, no se trata de ser un nostálgico del papel. Sin embargo, la tecnología es útil y maravillosa en mentes preparadas para usarlas, no en mentes inmaduras que todavía no tienen capacidad de autocontrol, templanza, fortaleza y sentido de la intimidad. En un mundo con más pantallas que ventanas, la mejor preparación para el mundo digital siempre será la que ocurre en el mundo en tres dimensiones: en el mundo real.


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El pan, símbolo de la vida

                                                               Por Liana Marabini

Mosaico de Mirko Rupnik,sj.


 

Ve, come con alegría tu pan,

bebe tu vino con un corazón alegre,

porque Dios ya se ha complacido de tus obras.

(Eclesiastés 9,7)

 

La alimentación en general y las comidas en particular juegan un papel importante en la historia humana y por lo tanto en la historia bíblica. Desde el fruto recogido por Adán y Eva (que la Biblia nunca ha afirmado que fuera una manzana) hasta el banquete eucarístico, pasando por el maná del desierto y el banquete de bodas de Caná, muchos momentos decisivos se desarrollan en torno a la mesa.

Varias veces vemos a Jesús compartiendo la comida con gente muy diferente: con la familia de Lázaro, con un fariseo, con los publicanos, con Zaqueo e incluso con pecadores. Esta última categoría de comensales estará en el centro de muchos roces entre Jesús y los sacerdotes de su pueblo (Marcos 2,13-17, Mateo 11,18-19).

El alimento básico, el pan, se menciona 361 veces en la Biblia.

Obsérvese que el relato de la multiplicación de los panes (y los peces) y la gigantesca comida que se produce es la historia más frecuente en los cuatro Evangelios, ya que encontramos no menos de seis narraciones: dos en Mateo, dos en Marcos, una en Lucas y una en Juan.

Alimento simple y modesto, el pan era un producto básico conocido desde hace mucho tiempo en Oriente Medio. Ha acompañado a la humanidad desde los albores del tiempo; es un símbolo de la vida en todas las latitudes, en todos los siglos y en todos los idiomas. En hebreo “comer su pan” significaba “participar en una comida”.

Por lo tanto, era necesario tratar el pan con respeto: aunque el pan duro se utilizaba a veces como plato, estaba prohibido, por ejemplo, poner carne cruda o una jarra encima del pan o colocar un plato caliente junto a él. Estaba aún más prohibido tirarlo: las migajas “del tamaño de una aceituna” tenían que recogerse y comerse. El pan no se cortaba: se rompía. Pensemos en las palabras de la misa: “Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos” (Mateo 26,26).

Jesús es a menudo el símbolo del pan y Él mismo se identifica con el pan:

“Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres y murieron; el que coma de este pan vivirá para siempre”. (Juan 6,58).

“Éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía” (Lucas 22,19).

Además, no olvidemos que Jesús nació en Belén, la ciudad de David, que etimológicamente en hebreo significa “casa del pan” (בֵּיִת לֶחֶם, Beit Leḥem). Es envuelto y colocado “en un pesebre” (llamado también “comedero”), especifica san Lucas (2,7). Un detalle muy importante: el niño Jesús es el que será llamado “el pan de vida” (Juan 6,35). 

Para hacer más evidente el simbolismo del pan identificado con la persona de Jesús, los preparadores de hostias realizan unas inscripciones en la masa. Dichas inscripciones reproducen las letras IHS que son las tres primeras mayúsculas del nombre griego Iesous. Otros leen en IHS el acrónimo del latín Iesus Hominum Salvator (Jesús Salvador de los hombres) que en la forma tiene el mismo significado.

En el mundo bíblico, el pan no era el mismo para todos: los pobres comían pan de cebada, los ricos comían pan de trigo molido entre dos piedras de molino, un trabajo realizado habitualmente por las mujeres. Los granos de trigo también se asaban y se servían como guarnición para la carne: se molían un poco “rústicamente” y eran el equivalente de la polenta o del cuscús. Era un método utilizado incluso antes, en el antiguo Egipto, ya que era frecuente consumirlo con queso, ya sea relleno o usado en la masa del propio pan.

El pan relleno de queso es un plato con una historia muy antigua. Los romanos ya lo preparaban hace más de dos mil años acompañándolo con miel e higos frescos. A los antiguos egipcios también les encantaba el relleno de queso blando y miel. Los antiguos griegos también hicieron una variación de él, un simple pan relleno de queso feta.

Aunque es un plato antiguo, se presta muy bien a los paladares modernos también. En Francia, hay pan con gruyère, un plato originario de Suiza (cantón de Friburgo) que se ha “transferido” a Saboya; en Italia, es típico de varias regiones (Campania, Toscana, Alto Adige, Véneto); en Alemania, el pan está relleno de queso y semillas de alcaravea; en los Balcanes, la cebolla y la pimienta negra se mezclan con el queso y esta composición se utiliza para hacer pan similar a la pita griega; en Alsacia, el pan relleno de queso se unta con grasa de oca. Las diferencias de un país a otro consisten en la variedad de grasas utilizadas (mantequilla, aceite de oliva, manteca de cerdo, grasa de pato o mantequilla), harina (mandioca, trigo) y queso: gruyère, parmesano, mozzarella, ricotta, feta o suluguni en Georgia (Cáucaso).

En este caso, una vez más, el alimento es un elemento de continuidad, que une a los seres humanos, los lugares y las eras. Aun dando una característica particular a cada una de estas realidades (tiempo, naciones, territorios), en la transmisión de la tradición culinaria hay un hilo conductor que le da un valor divino, por su perennidad, que de alguna manera lo acerca a Dios. La comida es, para la mayoría de las religiones, no sólo un producto, sino un valor: hoy como ayer los fieles reconocen en el comer y el beber acciones cargadas de un fuerte significado religioso.

Incluso la “no alimentación” - la abstinencia y el ayuno - son características comunes a todas las religiones. Al igual que el consumo de alimentos, la renuncia a la comida también tiene un valor sagrado, que a menudo también es comunitario: además de compartir las comidas, los fieles observan un tiempo de ayuno todos juntos, en el que se presta atención a lo sagrado y a la pertenencia a una comunidad en la vida cotidiana.

Además, hay que ser consciente de que la comida es un don que muchos no tienen: sentir el hambre puede ayudar a ser más generoso con aquellos que no pueden permitirse ni siquiera una comida al día.


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