Memoria




Aguinaldo 2020-Ficha 3


Para conocer y reflexionar el Aguinaldo 2020
“Buenos cristianos y honrados ciudadanos”
Rector Mayor Don Ángel Fernández


Ficha 3: Honrados ciudadanos en los contextos actuales

·        Objetivo: Reconocer las principales características de un honrado ciudadano para el mundo de hoy.

·        Motivación: Se invita a los participantes a reflexionar sobre las características que debiera tener un honrado ciudadano en el contexto de la Argentina actual. Se les motiva a marcar en la ficha las cualidades que les parezcan más importantes. Una vez que todos hayan terminado, se les invita al diálogo sobre las opciones destacadas.


·        Se da lectura del siguiente párrafo del Aguinaldo 2020:
“Formación de un honrado ciudadano.
Sigue siendo un camino inexcusable “avanzar en la dirección de una revalidación actualizada de la ‘opción socio-política-educativa’ de Don Bosco. Esto significa formar en una sensibilidad social y política que lleva a invertir la propia vida como misión por el bien de la comunidad social, con una referencia constante a los inalienables valores humanos y cristianos”.
Este es un desafío en nuestra educación socio-política de las jóvenes generaciones, en el que tenemos aún mucho que crecer. “Ser honrado ciudadano compromete hoy a un joven en varios aspectos: promover la dignidad de la persona y sus derechos, en todos los contextos; vivir con generosidad en su familia y prepararse para formar la suya propia sobre la base de la entrega recíproca; fomentar la solidaridad, especialmente con los más pobres; desarrollar su trabajo con honradez y competencia profesional; favorecer la justicia, la paz y el bien común en la política; respetar la creación y favorecer la cultura”.
La educación tiene una dimensión política en sí misma: la acción educativa es una forma de intervención en el mundo. Esto implica cuidar más la dimensión política de la educación, de la ciudadanía, del compromiso con la sociedad, con las familias de nuestros jóvenes y con ellos mismos.
Esto es hoy, y será siempre, un gran desafío en nuestro ser educadores para hacer posible una realidad que genere nuevos estándares éticos. No podemos conformarnos, por eso mismo, con que nuestras obras educativas sean una “producción de graduados” sino de ciudadanos comprometidos con el cambio, críticos ante las diversas realidades, capacitados no solo por la “formación” recibida sino capaces de “trasformación” de esa misma realidad como agentes de cambio y mejora, de esperanza y renovación desde el mundo de la economía, de la política, de la educación, del trabajo, del compromiso social, de los medios de comunicación… y para un mundo nuevo de ciudadanía activa, protagonistas del bien común. Como educadores de la Familia Salesiana, consagrados y seglares, hemos de seguir con convicción este camino de modo que, plantada la semilla, esta pueda crecer en el tiempo y llegar a ser actitud y estilo de vida”.

·        Se forman grupos para compartir las respuestas a las siguientes preguntas:
a) ¿Qué estamos haciendo como educadores para fortalecer preventivamente en la vida de nuestros jóvenes la convicción acerca de la necesidad de ser honrados ciudadanos?
b) ¿Qué construimos, desde la educación y los valores evangélicos, en aspectos esencialmente humanos como la conciencia, la capacidad crítica, y la denuncia en favor de la verdad, la autenticidad y la justicia?
c) Comente una frase del texto que le haya llamado la atención

·        Se realiza un plenario donde se da la oportunidad de compartir las respuestas.

El Animador hará una síntesis final poniendo de manifiesto que los temas tratados en el aguinaldo con respecto al honrado ciudadano, se abordan tópicos sobre ciudadanía, compromiso social, servicio político, honradez y no corrupción, migración, cuidado de la casa común, derechos humanos…. Luego invita a los participantes a vivir la dimensión socio-política del carisma salesiano, y para ello comparte unas palabras del Aguinaldo extraída de una charla que dirige Don Bosco en el año 1883:
“La política se define como la ciencia y el arte de gobernar bien el Estado. Ahora bien, la obra del Oratorio en Italia, en Francia, en España, en América, en todos los países en los que se ha establecido, ejercitándose especialmente en ayudar a la juventud necesitada, tiende a disminuir a los díscolos y vagabundos; a acabar con el número de pequeños maleantes y ladronzuelos, tiende a vaciar las cárceles y, en una palabra, tiende a formar honrados ciudadanos que lejos de dar trabajo a las autoridades públicas, les servirán de ayuda para mantener en la sociedad el orden, la tranquilidad y la paz.
Esta es nuestra política; en esta nos hemos ocupado hasta ahora y de esta nos ocuparemos en lo sucesivo”.


·        Se culmina la jornada con oración final del Aguinaldo 2020:
Señor Jesús,
sabes cuánto nos cuesta poner por obra tu Evangelio;
ayúdanos a contemplarte a ti en Don Bosco,
a ver tu amor en sus gestos,
a discernir tu camino en sus acciones,
a aprender tu misericordia en su cariño.
Danos luz para interiorizar el estilo
con el que Don Bosco fue tu discípulo,
modela nuestro corazón como el tuyo de Buen Pastor,
y danos la fuerza para convertir en vida y en obras tus palabras
Amén.


Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate






Gaudete et exsultate (Alegraos y regocijaos) fue firmada el día 19 de marzo de 2018 (fiesta de San José) Lleva por subtítulo "Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual".
Los dos primeros párrafos, a modo de introducción, explican la cita bíblica (Mt 5, 12) que da nombre a la exhortación, y muestran la intención del papa a la hora de redactarla: "Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades".

Se desarrolla en 5 capítulos:
I   El Llamado a la santidad
II  Dos sutiles enemigos de la santidad
III A la luz del maestro
IV  Algunas notas de la santidad en el mundo actual
V   Combate, vigilancia y discernimiento

A lo largo de este documento de 177 párrafos, el papa nos invita a ser santos hoy y para ello nos da los siguientes consejos:

1. Los santos que ya han llegado a la presencia de Dios mantienen con nosotros lazos de amor y comunión; ellos nos alientan y acompañan. Pero no se trata de desalentarse cuando uno contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables. La santidad es para todos. ¿Consagrados y consagradas?:Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado?: Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa… ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales.

2. En la Iglesia, santa y compuesta de pecadores, se encuentra todo lo que necesitamos para crecer hacia la santidad.

3. La Santidad no es pasividad. La actividad también santifica. Tu identificación con Cristo implica el empeño por construir el reino de amor, justicia y paz para todos. No es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio. Todo puede ser integrado.

4. Hay dos enemigos sutiles de la santidad que pueden desviarnos del camino: el gnosticismo y el pelagianismo. Son dos herejías que surgieron en los primeros siglos cristianos, pero que siguen teniendo alarmante actualidad. Aun hoy los corazones de muchos cristianos, quizá sin darse cuenta, se dejan seducir por estas propuestas engañosas. En ellas se expresa un inmanentismo antropocéntrico disfrazado de verdad católica.
El gnosticismo cree que la salvación está reservada a unos pocos iluminados que tienen el conocimiento de los misterios de Dios. Es una ideología elitista, subjetivista, cerrada y clausurada dentro de un esquema que exalta indebidamente el conocimiento; en cambio la doctrina católica nos muestra un Dios que sale al encuentro del hombre para derramar su misericordia sobre todos, sabios e ignorantes, justos y pecadores.
Por su parte, el monje Pelagio, que vivió en el siglo IV, negaba el pecado original y afirmaba que la gracia divina no era necesaria, ni gratuita, sino que el sólo esfuerzo de la voluntad humana nos merecía la salvación.
Cuando se olvida que la Iglesia enseñó siempre que no somos justificados por nuestras obras o esfuerzos sino por la gracia de Dios, revivimos las antiguas herejías gnósticas y pelagianas.

5. Ser un buen cristiano significa seguir las Bienaventuranzas, que son el carnet de identidad del cristiano. Bienaventurado (feliz) pasa a ser sinónimo de santo, porque expresa que la persona que es fiel a Dios y vive su Palabra alcanza, en la entrega de sí, la verdadera dicha.

6. Para ser santo hay que ir contracorriente, apoyándose en el Espíritu Santo para vivir el mensaje de Jesús, porque, aunque Su mensaje es atractivo, en realidad el mundo nos lleva hacia otro estilo de vida.

7. Un santo soporta los defectos de los demás. En el número 72 el Papa Francisco explica que para santa Teresa de Lisieux, la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, sin escandalizarse de sus debilidades.

8. Un santo es humilde y sencillo.

9. Un santo defiende a los indefensos y es misericordioso. Cuando encuentro a una persona durmiendo a la intemperie, en una noche fría, puedo sentir que ese bulto es un imprevisto que me interrumpe, un delincuente ocioso, un estorbo en mi camino, un aguijón molesto para mi conciencia, un problema que deben resolver los políticos, y quizá hasta una basura que ensucia el espacio público. O puedo reaccionar desde la fe y la caridad, y reconocer en él a un ser humano con mi misma dignidad, a una criatura infinitamente amada por el Padre. ¡Eso es ser cristianos! Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia. El consumismo hedonista puede jugarnos una mala pasada. También el consumo de información superficial y las formas de comunicación rápida y virtual pueden ser un factor de atontamiento que se lleva todo nuestro tiempo y nos aleja de la carne sufriente de los hermanos.

10. Podríamos pensar que damos gloria a Dios solo con el culto y la oración, o cumpliendo algunas normas éticas, y olvidamos que el criterio para evaluar nuestra vida es ante todo lo que hicimos con los demás. La oración es preciosa si alimenta una entrega cotidiana de amor.

11. Paciencia y mansedumbre. Desde esa firmeza interior es posible soportar las contrariedades, los vaivenes de la vida, y también las agresiones de los demás, sus infidelidades y defectos: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rm 8,31). Esto es fuente de la paz que se expresa en las actitudes de un santo.

12. El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzado. Hay momentos duros, tiempos de cruz, pero nada puede destruir la alegría sobrenatural.

13. La santidad es audacia, fervor, es empuje evangelizador que deja una marca en este mundo. Para que sea posible, el mismo Jesús viene a nuestro encuentro y nos repite con serenidad y firmeza: “No tengáis miedo” (Mc 6,50). “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20).

14. Es muy difícil luchar contra la propia concupiscencia y contra las asechanzas y tentaciones del demonio y del mundo egoísta si estamos aislados. Es tal el bombardeo que nos seduce que, si estamos demasiado solos, fácilmente perdemos el sentido de la realidad, la claridad interior, y sucumbimos. La santificación es un camino comunitario, de dos en dos.  En contra de la tendencia al individualismo consumista que termina aislándonos en la búsqueda del bienestar al margen de los demás, nuestro camino de santificación no puede dejar de identificarnos con aquel deseo de Jesús: «Que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti» (Jn 17,21).

15. La santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración y en la adoración. El santo es una persona con espíritu orante, que necesita comunicarse con Dios. Es alguien que no soporta asfixiarse en la inmanencia cerrada de este mundo, y en medio de sus esfuerzos y entregas suspira por Dios, sale de sí en la alabanza y amplía sus límites en la contemplación del Señor. No hay santidad sin oración, (aunque no se trate necesariamente de largos momentos orantes).

16. La vida cristiana es un combate permanente. No se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana, que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo. Tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones (cada uno tiene la suya: la pereza, la lujuria, la envidia, los celos, y demás). Es también una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal. No pensemos que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea. Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos. Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades.
Y para el combate tenemos armas poderosas que el Señor nos da: la fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero.

18. El discernimiento. ¿Cómo saber si algo viene del Espíritu o si su origen está en el espíritu del mundo o en el espíritu del diablo? La única forma es el discernimiento, que no supone solamente una buena capacidad de razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir. Si lo pedimos confiadamente al Espíritu Santo, y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo, seguramente podremos crecer en esta capacidad espiritual, que es una necesidad imperiosa. Todos, pero especialmente los jóvenes, sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento. El discernimiento no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos.





Decálogo de comunicación entre padres e hijos....


(...Sin morir en el intento y con ayuda de Dios)



Por Alicia Beatriz Montes Ferrer
(Española, Lic. En CS. Religiosas, Master en Ciencias de la Familia)


La comunicación con un hijo comienza desde el mismo vientre materno. Especialmente serán madre e hijo los que durante el periodo embrionario se relacionen. El hijo percibe que es querido y amado ya incluso sin haber visto aún la luz.

Conforme este hijo va creciendo, esta relación pasa de los llantos y sonrisas para expresar hambre, sueño o alegría, a las primeras palabras que pronto se convertirán en conversaciones acompañadas de multitud de besos y abrazos que fácilmente muestran a los padres.

Ya entrada la edad de la adolescencia es cuando se comienza a visualizar de un modo más concreto si el modo de relacionarse los padres con su hijo ha sido el adecuado, o han ido quedando lagunas que desembocarán en situaciones conflictivas.

Sabemos que la adolescencia es toda una explosión de hormonas y un querer descubrir nuevos horizontes diferentes a los que los padres han ido mostrando al hijo durante sus primeros años. Entre padres e hijo se comienza a abrir una brecha en la relación. Incluso pudiera llegar el punto en que pareciera que cada uno hablara un lenguaje diferente y que no hay manera de entenderse.

La comunicación es uno de los puntos clave que suele fallar en muchos matrimonios y, por tanto, en la familia al completo. Puede ser incluso el germen que provoque la ruptura familiar. Aprender a comunicarse es todo un arte, no todo el mundo lo consigue.
De hecho, nunca llegaremos a lograr una comunicación perfecta ya que intervienen muchos factores que pueden interferir. Hay padres e hijos que tienen más facilidad para el trato, sus modos de relacionarse parecen más complementarios, pero también ocurre que hay caracteres más incompatibles. Esto último suele darse mucho cuando padre o madre e hijo son parecidos, por lo que la confrontación es más común.
Sea como sea, se suman condicionantes exteriores como pudieran ser el cansancio, el estrés laboral o derivado de los estudios, las prisas… que van deteriorando la relación en la familia.

Por ello te entrego este DECÁLOGO con las 10 claves que considero más relevantes a tener en cuenta para lograr una cuasi perfecta comunicación con el hijo y, sobre todo, que sea duradera y gratificante.
Todo ello sin olvidar que la ayuda de Dios es fundamental para lograr con mayor éxito llegar a entenderse con un lenguaje común.


1. Tener como prioridad en tu escala de valores a tu familia

Prioridades de tu vida: tu cónyuge.
Cuando un hijo ve que sus padres se aman el uno al otro y se respetan, la relación con ellos será más cercana, sincera, natural y equilibrada. Si un hijo ve que sus deseos, caprichos e intereses están por encima de la autoridad del padre o de la madre -porque uno de ellos así se lo muestra, aunque muchas veces inconscientemente- empezará a ganar terreno y puede acabar distanciándose mucho de él o ella, queriendo remplazarlo en la escala de autoridad que deben tener los padres.

Prioridades de la familia: responsabilidad de dos y esfuerzo constante
Los esposos deben educar en común a los hijos con amor para que sean adultos libres, maduros, responsables, felices y orientados hacia el futuro.
Es deber y responsabilidad de ambos, aunque cada uno aporte su peculiaridad propia como padre o madre en su estilo educativo. Este punto es de gran importancia pues si no se lleva a cabo una educación “en la misma línea”, pueden ir apareciendo consecuencias por esa deficiente educación.

Educar supone constancia, es una labor diaria, de cada momento. Y en estas situaciones continuamente estamos comunicándonos con el hijo. No sirve dar las cosas por hecho o tirar la toalla por estar cansado de repetirle
siempre lo mismo ante lo que parece que no hace caso.
Hay que ser constante pues los padres son los que llevan el timón de la familia y no deben desfallecer antes de llegar salvos a tierra firme… con paciencia y mucho amor, se llegará.

Tampoco sería coherente para un hijo percibir que uno de los padres se desentiende de la educación y delega prácticamente todo en, generalmente la madre.
La exhortación Amoris Laetitia nos recuerda en el nº 176:” El problema de nuestros días no parece ser ya tanto la presencia entrometida del padre, sino más bien su ausencia, el hecho de no estar presente. El padre está algunas veces tan concentrado en sí mismo y en su trabajo, y a veces en sus propias realizaciones individuales, que olvida incluso a la familia. Y deja solos a los pequeños y a los jóvenes”.


2. El estilo de la comunicación:

Como he comentado más arriba, comunicarse es todo un arte. Por lo tanto, requiere de algunos puntos a tener en cuenta:

·        Piensa antes de hablar. A veces decimos todo aquello que se nos viene a la cabeza sin meditarlo y, sobre todo, cuando se está en plena discusión, suelen salir palabras hirientes, con violencia o subidas de tono.

·        El modo de decirlo: En consonancia con lo anterior, conviene mostrar especial atención a estos aspectos:
El tono de voz.
Las palabras empleadas.
Sé concreto. No aprovechar para sacar la lista negativa de cosas ya pasadas. No soluciona el tema que se quiera tratar y provocará en el hijo rechazo a seguir hablando.

·        El momento de decirlo: En caliente tras una discusión es muy perjudicial tomar decisiones, intentar buscar una solución… más vale esperar unos minutos o incluso horas si hace falta para meditar, tomar aire y relajarse.

·        Cuida el lenguaje no verbal: Gestos, compostura, miradas… también hace mucho daño… hay miradas que matan.

·        Sé sincero y transparente.

·        Tener buen sentido del humor.

(De estos dos últimos aspectos nos detendremos más adelante).

·        Saber escuchar: En este punto más de uno deberíamos de hacer un curso especializado, ¿no crees? Si saber comunicarse no es sencillo, saber escuchar es una asignatura bastante pendiente en la que nos tenemos que esforzar con más énfasis. A veces incluso parece que estamos escuchando, pero en realidad tan sólo oímos lo que nos interesa. ¿No te ha pasado que has hablado con alguien contándole algo y te ha respondido otra cosa totalmente contraria?

·        ¿Cómo debemos de escuchar?
Con el corazón. Desde nuestro interior abrirnos a sus palabras para que nos penetren. No poner una barrera. Descartar críticas negativas, prejuicios, desconfianzas, rencores…

Con aptitud atenta. No podemos estar mirando el móvil, la televisión o leyendo el periódico mientras nuestro hijo nos está hablando. Debemos mostrarle que realmente nos importa lo que nos está contando, aunque sea cosas de la que quizás no tengas mucho interés en conocer, pero a él le apasiona, y es importante para él ver que su padre/madre se detiene unos minutos en escucharle sólo a él; eso le colma de felicidad.

Mirando al interlocutor. Mirar a los ojos directamente al hijo es mucho más importante de lo que podemos pensar. Supone un tú a tú irremplazable. Da seguridad, confianza, muestra sinceridad, respeto por el interlocutor, ayuda a ver si se está entendiendo el mensaje…

Muestra interés. Enlazada con la aptitud atenta, supone no sólo “parecer que se está atento” y mirar a los ojos, si no realmente mostrarle interés preguntándole, asintiendo con la cabeza, sonriendo, con algún gesto cariñoso…

Ponte en el lugar del otro (empatía): Entenderlo. Saber ponernos en su pellejo. No viene mal que nos imaginemos y recordemos lo que a un chico a su edad le pueden afectar ciertas situaciones que a los adultos nos parezcan triviales. Hay que entender su mundo interior para poder ayudarle.

·        Qué comunicar:
Hablar con un hijo debería de ser algo espontáneo y natural en una familia. Pero quizás haya ocasiones en que haya que hacer más hincapié en algunos aspectos más concretos que no solemos atender o forzar una conversación con algún pretexto: deseos, anhelos, sueños, inquietudes, preocupaciones, tristezas, malentendidos, alegrías, trivialidades del día a día, anécdotas…

·        Cuándo:
La comunicación se produce espontáneamente en cualquier momento del día y situaciones diversas como acabo de comentar más arriba.
Sin embargo, también hemos de saber buscar encuentros íntimos con el hijo para dialogar sobre ciertos asuntos de un modo más personal y relajado. El hijo a solas con su padre o madre puede llegar a sentirse más cercano, importante y atendido de un modo más privilegiado, brindándole así la oportunidad de abrir su corazón para expresar sus sentimientos y preocupaciones.

También hay ciertos temas como el despertar de su sexualidad, su relación con los amigos, dificultades en los estudios, entre otros muchos, que se pueden abordar más relajadamente en privado.
Recordemos las palabras del Santo Padre Juan Pablo II: “La educación para el amor como don de sí mismo constituye también la premisa indispensable para los padres, llamados a ofrecer a los hijos una educación sexual clara y delicada. Ante una cultura que «banaliza» en gran parte la sexualidad humana, porque la interpreta y la vive de manera reductiva y empobrecida, relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta, el servicio educativo de los padres debe basarse sobre una cultura sexual que sea verdadera y plenamente personal” (Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 2 de octubre de 1979).

Así mismo, la familia completa ha de procurar tener momentos en unión para que todos tengan la oportunidad de expresarse. Las comidas y cenas facilitan estas conversaciones. Se aprenden muchos valores en esas ocasiones: a esperar el turno para hablar sin interrumpir, a escuchar y comprender al otro, a dar consejos.

No debemos olvidar cómo une y engrandece a una familia la oración conjunta. No sólo ir a misa, sino determinar ocasiones para rezar juntos como pudiera ser la oración de Laudes los Domingos o el rezo antes de acostarse.

También es ocasión de pedirse perdón entre todos los miembros. De conversar sobre experiencias de Dios en la vida…
La familia es la llamada “Iglesia doméstica” que hace presente a Dios en el hogar. Con estas palabras nos lo recordaba el Papa Francisco hace unos años:
“La familia también forma una pequeña Iglesia, la llamamos «Iglesia doméstica» que, junto con la vida, encauza la ternura y la misericordia divina. En la familia la fe se mezcla con la leche materna: experimentando el amor de los padres se siente más cercano el amor de Dios”.

3. Respeto:
Acepta a tu hijo como es, no intentes cambiarlo, sí ayúdale a que mejore.

Trátale con la verdadera dignidad que se merece: la de un Hijo de Dios.

Emplea una comunicación respetuosa. Las etiquetas despectivas al hablar con él hacen mucho daño: “¡Qué desastre eres!, ¿es que eres tonto?... pueden quedar marcadas para siempre.

4. Confianza:
Sinceridad siempre. Nunca le mientas ni que te oiga mentiras. La confianza es algo que une mucho a los hijos con sus padres.

Cumple las promesas y palabras dadas. Al igual que el punto anterior, si se incumple una palabra dada el hijo lo recibe como un gran engaño o traición por parte de sus padres.

Da seguridad. Un hijo adolescente aún no es un adulto.
Necesita sentir la seguridad en lo que hace proveniente de quienes más le aman: sus padres. Así se le ayuda a ir aprendiendo a encaminarse correctamente y a madurar equilibradamente. Aunque se equivoque, sabrá que el amor no disminuye y se le debe animar a rectificar y a intentar de nuevo lo que pretende.

En este sentido se hace imprescindible que el hijo vea en el padre la autoridad que le corresponde y que aprenda a respetarla. Por lo tanto, el padre, así como la madre,
han de saber mantener la autoridad que les es propia por su paternidad. El hijo en ocasiones pretenderá imponer sus ideas y normas por encima de las de sus padres. En esos casos es importante saber establecer los límites y correspondientes consecuencias preavisadas en caso de que se incumplan.

Una cosa es dialogar y llegar a un acuerdo en algunos asuntos, mostrándose flexibles, como pudiera ser salir con los amigos tras haber estudiado, permitir que llegue un poco más tarde por una excepción… y otra bien distinta es que el hijo sea el que diga lo que se debe hacer sin más razonamientos que sus caprichos o deseos.

Destierra los prejuicios. Podemos tener en mente un esquema prefijado sobre ciertas cosas por circunstancias
de nuestro pasado y esto nos impide tener la mente abierta para confiar en lo que hablamos con el hijo.
O también puede ocurrir el mostrarnos inseguros por supuestos peligros ante los que vemos que el hijo puede enfrentarse y queremos evitarle, por lo que nos cerramos y somos rígidos en nuestra relación.


5. Buen humor y positividad:
Hay muchas cosas que, si se dicen riendo o con cierta gracia, provocan un resultado mucho más favorable que si el semblante está serio.
No podrá ser lo mismo decir en voz alta mientras se pasa cerca de donde está el hijo sentado: “Se ve que se ha levantado un huracán en el dormitorio que ha dejado toda la ropa en el suelo y la cama desecha… alguien tendrá que ir a arreglar ese desastre!!” lo cual sin duda el hijo captará perfectamente y aunque sin muchas ganas, sabrá que tiene que ir a ordenar su dormitorio.

Busca lo bueno de tu hijo, de lo que dice y de lo que hace. Y házselo saber. Díselo en voz alta, dale la enhorabuena, prémiale con halagos… A todos nos gustan que de vez en cuando nos valoren las cosas que hacemos bien, pero sobre todo cuando lo hace un padre, no tiene precio.

Valórale las virtudes antes que los defectos. Estar pendiente de lo que hace mal para recriminarlo crea un ambiente tenso, inseguridad, autoestima baja y rebeldía. Seguro que tu hijo tiene muchas virtudes que le puedes valorar con alegría: ¿es sincero? ¿te ayuda y es colaborador? ¿Tiene en cuenta las necesidades de los demás?...

Se flexible. Podemos caer en el error de tener demasiado en cuenta una teoría educativa que nos impide salirnos de ahí. Cada hijo es un mundo, pero, además, cada época y cada situación van forzando cambios a los que debemos de adaptarnos. Sobre todo en la adolescencia, estos cambios son habituales y hemos de saber sobrellevarlos.

Ríete de ti mismo. Si algo te ha salido mal, te has equivocado, has metido la pata… ¡¡¡ríete a carcajadas con tus hijos!!!

Minimiza las preocupaciones y problemas. Nos enfrascamos en nuestros líos y agobios que nos provoca el hijo y, sin embargo, en muchas ocasiones no son tan graves. Debemos aprender a dar el valor justo, ni ser indiferentes ni exagerados. Estar constantemente pendiente de las situaciones conflictivas daña la comunicación sincera y cercana con el hijo. En ocasiones quizás tengamos que hacer como que no hemos visto o escuchado tal cosa, o dejar pasar otras… no podemos estar todo el día con el hacha levantada esperando a ver en qué se ha equivocado para ir corriendo detrás de él a recriminárselo. Eso provoca tensión y rebeldía. Muchas veces conviene dejar pasar algo y mantener el buen humor a, en caso contrario, liar un buen combate familiar sin que realmente el asunto en cuestión fuese tan horrible.


6. Perdonar y pedir perdón:
El perdón es un don de Dios. No es fácil perdonar y menos pedir perdón. Sin embargo, es imprescindible que se dé entre los padres delante del hijo y hacia éste. Da una fuerza y unión únicas en la familia.

Perdona con palabras y gestos. Si tu hijo te ve pedirle perdón por algo, cuando le has faltado al respeto, le has gritado, te has equivocado... eso aprenderá él a hacer contigo y con todos los demás.

Sé humilde. No se puede pedir perdón y perdonar al otro sin la humildad. Una de las virtudes más importantes es ésta.  En ocasiones le pedimos al hijo que pida perdón ante algo, hacia lo que ha de humillarse, pero nosotros no somos capaces de hacerlo.

Reconoce cuando te hayas equivocado. Ser humilde incluye este punto: reconocer que también nosotros nos equivocamos. Los padres somos su modelo por lo que hemos de hacerles saber que nos hemos equivocado.

Todos merecemos más oportunidades para mejorar. Siempre hay un motivo por el que perdonar a un hijo. ¡Siempre!!  sin desfallecer, aunque nos haya provocado mucho daño: nuestro amor incondicional por él nos llevará a ello.


7. Amabilidad, cariño y amor:

Gestos y palabras de ternura. En la comunicación, los gestos son importantísimos tanto o más como las palabras. Decirle al hijo “vete a la cama ya a dormir que es muy tarde” se puede decir apretando los dientes y los puños o haciéndole una caricia sobre su mejilla… ¿lo dices con ternura y cariño o con nerviosismo y cabreo…?

Ten pequeños detalles con tu hijo: Un regalo sorpresa de algo que anhelaba, una escapadita juntos al centro comercial o al cine, una nota de agradecimiento por algo, o un mensaje de ánimo, o su cena favorita...

Cuida los momentos íntimos. Los padres deseamos tener momentos exclusivos para nosotros mismos, sobre todo al terminar la jornada de todo el día, pero el hijo lo que pide y necesita es tener un ratito con su padre/madre a solas.  No descuidemos estas situaciones tan privilegiadas porque pasará el tiempo y se irá despegando, volará del nido y esos momentos no volverán jamás de igual forma.

Sé amable en el trato y las palabras. Aunque estés cansado o enfadado porque se te ha quemado la comida o el coche se ha quedado sin batería y llegas tarde al trabajo… ¡no lo pagues con malas contestaciones o palabras bruscas con tu hijo! Aprenderá eso de ti y hará lo mismo él.

Muestra interés por sus cosas. Pregúntale qué tal le ha ido en clase, por su amigo que había sido operado, por su partido de fútbol o por eso que le preocupa… cualquier motivo es bueno para acercarnos a su interior.

Y por supuesto, todo, todo, hecho con mucho amor. Un amor que es incondicional y que tan sólo Dios puede otorgar regalarlo para que se haga visible en el día a día en la familia.
El amor es el centro y culmen de toda relación. Entre los padres e hijo asume un elemento insustituible.
No podríamos educar a nuestros hijos, ni dar la vida, ni el tiempo por ellos, si no tuviese como fuente el amor que Dios nos tiene a cada uno.
“…no puede olvidarse que el elemento más radical, que determina el deber educativo de los padres, es el amor paterno y materno que encuentra en la acción educativa su realización, al hacer pleno y perfecto el servicio a la vida. El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y, por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más precioso del amor”. (Palabras del Papa San Juan Pablo II en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 2 de octubre de 1979)

8. Paciencia
Esta virtud es fundamental para no morir en el intento de comunicarnos con un hijo adolescente. Paciencia, paciencia y paciencia… que ya madurará y los frutos se verán.

Nos dice el Papa Francisco en Amoris Laetitia N° 92:
“Tener paciencia no es dejar que nos maltraten continuamente, o tolerar agresiones físicas, o permitir que nos traten como objetos. El problema es cuando exigimos que las relaciones sean celestiales o que las personas sean perfectas, o cuando nos colocamos en el centro y esperamos que sólo se cumpla la propia voluntad. Entonces todo nos impacienta, todo nos lleva a reaccionar con agresividad. Si no cultivamos la paciencia, siempre tendremos excusas para responder con ira, y finalmente nos convertiremos en personas que no saben convivir, antisociales, incapaces de postergar los impulsos, y la familia se volverá un campo de batalla. Por eso, la Palabra de Dios nos exhorta: «Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad» (Ef. 4,31). Esta paciencia se afianza cuando reconozco que el otro también tiene derecho a vivir en esta tierra junto a mí, así como es. No importa si es un estorbo para mí, si altera mis planes, si me molesta con su modo de ser o con sus ideas, si no es todo lo que yo esperaba. El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte de este mundo, también cuando actúa de un modo diferente a lo que yo desearía.”.


9. Actividades en común a solas:
Compartir de vez en cuando momentos juntos en familia sin amigos ni otros familiares, es muy enriquecedor. Aporta muchas oportunidades para conocer aspectos de la personalidad del hijo que fuera del contexto del hogar quizás pasen desapercibidos. Relaja a todos los miembros familiares y facilita el diálogo, la apertura hacia el otro, la sinceridad… Así que ir a la playa, a hacer senderismo o a dar un paseo debe estar en nuestra agenda de padres.


10. Tener y vivir la misma fe y creencias.
La oración es la fortaleza de la familia, el arma más poderosa que puede hacer frente a cualquier embestida.
Cuando la comunicación falla, cuando parece que no es posible una conversación que llegue a buen final, sin un enfrentamiento y palabras hirientes.  Cuando ya ni siquiera hay diálogo porque el silencio y la ignorancia es lo que se ha tomado como norma. En esas situaciones hay esperanza. La oración es poderosa, no lo dudes. Puede hacer cambiar nuestros corazones. Puede darnos un discernimiento, sabiduría y paciencia que nos ayuden a acercarnos al hijo con amor y al hijo, que aún le queda camino por recorrer y madurar, Dios también lo irá trabajando con dulzura.

Por esto es importante tener en cuenta estos dos aspectos:
o La vida íntima espiritual compartida fortalece al matrimonio.
o Es muy beneficiosa para educar en la misma línea a los hijos.

Si el matrimonio permanece unido y ambos van a la par en la transmisión de la fe y educación del hijo, el camino para lograr una adecuada comunicación es mucho más sencillo.
Pero si alguno de los dos cónyuges falla en esta misión, también hay esperanza. El Señor se puede valer de uno, como instrumento, para que los demás vean el rostro de Dios.

Para terminar, estas preciosas palabras del Papa Francisco que nos ayudan a comprender la grandeza de la familia y la importancia de tener armonía, y por tanto buena comunicación entre padres e hijos, para vivir realmente felices:
“…La verdadera alegría viene de la armonía profunda entre las personas, que todos experimentan en su corazón y que nos hace sentir la belleza de estar juntos, de sostenerse mutuamente el camino de la vida. A la base de este sentimiento de alegría profunda está la presencia de Dios, la presencia de Dios en la familia, está su amor acogedor, misericordioso, respetuoso hacia todos. Y sobre todo, un amor paciente: la paciencia es una virtud de Dios y nos enseña, en familia, a tener este amor paciente, el uno por el otro. Tener paciencia entre nosotros. Amor paciente. Sólo Dios sabe crear la armonía de las diferencias. Si falta el amor de Dios, también la familia pierde la armonía, prevalecen los individualismos, y se apaga la alegría. Por el contrario, la familia que vive la alegría de la fe la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para toda la sociedad”.




El terrible problema que afecta a los millennials



Por Dolores Massot

Un 22 por ciento de los millennials confiesa no tener ni un solo amigo ¿Qué le ocurre a la generación más preparada de la Historia?

La tecnología los ha conectado, les permite acceder a cantidades ingentes de información desde la habitación de su casa, escogen contenidos, disponen de entretenimiento a través de pantallas, establecen relaciones por vídeo, disponen del anonimato gracias al “nickname”, convocan y son convocados para manifestarse por la red, critican duramente a los políticos, abanderan causas desinteresadamente… Pero no son capaces de llegar a la amistad. Así son los millennials, la generación de jóvenes nacidos entre 1981 y 1999.

Los más pequeños del grupo millennial han superado ya la mayoría de edad y votan en los sistemas democráticos. Los mayores se acercan a los 40 años. Pero de ellos las encuestas ponen de relieve una terrible carencia: un 22% de estos jóvenes no tiene ningún amigo. Es decir, dos de cada diez millennials sufre la soledad en este terreno.

Este fracaso en el terreno personal y social contrasta con la aparente facilidad para el conocimiento de otras personas y el diálogo, pero no es así. Disponen de la herramienta, pero no la emplean con este objetivo.

Este dato preocupante se extrae de la encuesta que realizó la empresa demoscópica You Gov a una muestra representativa de 1.254 jóvenes de Estados Unidos.

La generación millennial arroja estos datos:

* el 22% de las personas de 23 a 38 años no tiene ningún amigo.
*el 33% no tiene un mejor amigo.
*el 25% no tiene con quién hacer planes.

¿No será que, en vez de emplear las redes sociales e Internet para abrirse a otras personas, se convierten en receptores pasivos y no se abren al diálogo interpersonal, al contacto de tú a tú, al “trabajo” que comporta darse a otras personas y hacerse amigo de ellas? ¿No será que ha habido un error en el planteamiento educativo en cuanto a las redes sociales y se ha entendido que ellas lo dan todo hecho?

Los milllennials acusan la soledad de su situación actual -cúmulo de relaciones superficiales e hiper comunicación, pero fracaso en el ámbito del crecimiento personal– y manifiestan, sin embargo, que valoran la amistad. La mayoría explica que esta falta de amigos se debe a la timidez. Pero hay quien cree que “no necesita hacer amigos”: son un 27% de los encuestados. Mientras que un 26% no está interesado en actividades compartidas.

Entre los resultados de la encuesta de You Gov, uno apunta que el 42% de los millennials hizo un amigo en los últimos 6 meses, y lo hizo en el centro de trabajo, no a través de internet ni de las redes sociales. Es decir, el factor que favorece la vinculación con otros es la presencia física y la interrelación real y no virtual.

Los millennials han crecido con Facebook e Instagram, han tenido en su mayoría acceso a la Universidad (más que la generación antecedente) y, según estudios sociológicos, son ciudadanos concienciados. Pero al parecer les resulta más fácil luchar por una causa común a través de plataformas como change.org que estrechar lazos con personas de carne y hueso. A nadie escapa que esa soledad presenta problemas importantes de salud psíquica como la depresión, y que repercute en la formación de una familia.