Elogio a la paternidad imperfecta


Por  Catherine L'Ecuyer

Investigadora y divulgadora de temas educativos. 


Cuando debatimos sobre estilos parentales, tendemos a polarizar el discurso, echando mano de caricaturas como las del cruel padre autoritario, del padre obsesivo, del padre excesivamente permisivo, o del despreocupado, para nombrar algunos clichés. El padre autoritario no duda en despertar a sus vástagos a las 4 de la mañana para hacerles ensayar violín dos horas, antes de lanzarles para una carrera parecida a la de un pequeño ejecutivo estresado. El padre obsesivo no deja que se suban a un árbol o que exploren solos en el bosque, no vaya a ser que se caigan, que se manchen, o que se asusten viendo una ardilla. El padre excesivamente permisivo, se dedica a inculcar a su hijo la idea de que el mundo se ha de comportar como él quiere, en caso contrario la culpa es del mundo cruel e injusto que no entiende y no respeta cómo se siente, y el niño tiene todo el derecho a rebelarse contra la autoridad, que nunca es legítima. El padre despreocupado es aquel que dedica todas sus energías en colocar a sus hijos en manos de terceros el más largo tiempo posible, mientras pase la infancia, esa etapa que él considera de demasiados dolores de cabeza.

 

¿Con qué estilo te identificas? Seguramente con ninguno. Esos estilos de crianza son, en realidad, caricaturas o etiquetas que nos ayudan a entender por qué algunos extremos pueden hacer daño a los niños. El problema empieza cuando, por ignorancia, usamos esas etiquetas para describir estilos de crianza que contribuyen al BUEN desarrollo del niño. Cuando etiquetamos a padres, asociándoles injustamente con unos u otros de esos estilos de crianza, por sacar algunos elementos fuera de contexto, o por no saber matizar por edad lo que es propio de una etapa o de otra, reprochándonos unos a otros de ejercer una paternidad siempre imperfecta. ¿Ejemplos?

 

Acompañar a un niño ayudándole a tomar buenas decisiones no nos convierte necesariamente en padres permisivos. Poner reglas en casa, como por ejemplo que uno ayude a poner la mesa, o que tenga un horario para practicar el piano, tampoco nos convierte en un padre autoritario. Impedir que un hijo temerario se suba a un árbol de 60 metros no nos convierte en padre obsesivo. Dejar que un niño de 7 años juegue libremente y sin supervisión en el jardín de casa mientras hacemos otra cosa, no nos convierte en padres despreocupados. Dar el pecho hasta los 2 años, llevarse al bebé a todas partes y decidir de no escolarizarle hasta los 6 no nos convierte en madre histérica. Exigir que un niño sea honesto, amable y no pegue nunca a sus hermanos no nos convierte en padres crueles y jerárquicos. Y atender a un bebé que llora, o recoger y dar ánimo a un niño que tiene dificultad en el colegio o que es víctima de acoso, no es sobreproteger.

 

Educar no es algo matemático. La vida es más rica que encasillarse en una u otra categoría de estilos de crianza. Lo lógico es que encontremos un poco una mezcla de todo y de más cosas, además de muchas luces y sombras con las que uno mismo intenta luchar y lidiar cada día en el afán de superarse, deseando lo mejor para unos hijos por quienes daríamos la vida.

 

No, nadie nos dijo que la educación de nuestros hijos iba a ser fácil, y que íbamos a sufrir tanto por culparnos de todo lo que no sale como estaba previsto. ¡Ay!, esa culpabilidad… En ella está el secreto del éxito de la “industria del consejo empaquetado”. Sí, sí, gente a la que se les paga por decirnos exactamente lo que hemos de hacer y lo que no, para que nuestros hijos obedezcan, coman, duerman y, sobre todo, que utilicen la tecnología de forma perfectamente responsable. Lo llaman “manual definitivo de la crianza”, como si la crianza fuese un método rígido, algo cerrado a la libertad del educado. Pues no. Mala noticia para los padres autoritarios o “que lo saben todo”: no existen padres perfectos, y si nos dicen que existen, yo sospecharía de ellos, porque si nunca se equivocan, entonces nunca rectifican. Entonces que se preparen para tener niños peligrosamente soberbios, lo que es un signo claro de que sus padres no eran perfectos educadores. El manual perfecto de crianza tampoco existe, y por una razón bien sencilla: las personas que escriben esos libros no conocen a nuestros hijos. ¿De verdad que para educar a alguien hay que conocerle? La pregunta puede parecernos surrealista, pero no lo es tanto, en un modelo educativo cada vez más digital. La educación verdadera empieza, por un lado, con el conocimiento que tiene un padre de su hijo y, por otro lado, por esa sensibilidad parental, que se desarrolla a base de estarse tiempo con él. (Mala noticia para el padre despreocupado).

 

Los consejos genéricos que no toman en consideración la edad y las circunstancias del niño no sirven. Por ejemplo, antes de los dos años, una exigencia mal entendida puede interferir con el vínculo de apego, tan necesario para el buen desarrollo de la persona. Después de los 3 años, los padres deberían empezar a exigir gradualmente, en virtud del vínculo de apego, que es la base para la confianza, y ésta es la base para la autoridad. Cuando pretendemos solucionar los problemas a base de consejos “para todos”, sin entender a los niños en general y en particular, nos perdemos en la mecánica y nos olvidamos del fin de la educación.

 

En definitiva, todo iría bastante mejor si nos olvidáramos del “cómo”, del “qué” o de las etiquetas, y empezáramos a preguntarnos por el “por qué” y el “para qué” de la educación. Educar no es conseguir un niño a la carta o un pequeño Einstein. El niño no es un trofeo deseado y pre-diseñado para cumplir con los dulces sueños imaginados de una paternidad o de una maternidad idílica y utópica. Si fuera así, claro que no tardaríamos en arrepentirnos. Dejémonos de utopías y de dar vueltas como los helicópteros. Educar es ser jardinero. Eso no quiere decir que no haya que podar, quitar algunas malas hierbas de vez en cuando y velar para que no se acerquen demasiado los caracoles a las tiernas hojas… Y no quiere decir que no nos vayamos a equivocar jamás podando demasiado o no suficientemente. Es curioso, porque a pesar de la imperfección del jardinero, las hojas siguen creciendo, como el bosque vuelve a explotar en la primavera después de la helada. Educar es ayudar a otro ser libre de desear lo bello, creciendo todo lo que permite su naturaleza, hacia arriba.

 

Tener un hijo, es una apuesta tan grande como es la libertad del que traemos al mundo. Es dejar entrar en tu corazón otro ser libre, que puede inundar tu vida de sentido, a la vez que te puede dejar el corazón patas arriba, o dejártelo incluso deshecho a pedazos. Y no me refiero a quitarte calidad de vida, que eso, para quien entiende lo que implica la paternidad, francamente es lo de menos. Tener un hijo es uno de los riesgos más maravillosos del mundo. Es la mayor locura que hayamos cometido nunca. Pero nuestra naturaleza está tan curiosamente hecha que volvemos a repetir esa locura, una y otra vez.

Mensaje del Papa para la XXXVI Jornada Mundial de la Juventud



La JMJ tendrá lugar el próximo 21 de noviembre y se va a celebrar simultáneamente en las Iglesias locales de todo el mundo. El texto forma parte de un ciclo de tres mensajes del Papa a los jóvenes centrados en el verbo «levantarse».

El de la 35ª Jornada Mundial de la Juventud 2020 bajo el lema “Joven, a ti te digo, levántate”. (cf. Lc 7:14)

La edición de 2023 se celebrará en Lisboa bajo el lema: “María se levantó y partió sin demora” (Lc 1,39).

El lema de este año es “¡Levántate! Te hago testigo de las cosas que has visto”. (cf. Hch 26,16)

Francisco invita a los jóvenes a meditar sobre la conversión de San Pablo, que pasó de ser un “perseguidor-ejecutor” a un “discípulo-testigo”. Releyendo el episodio de Damasco, punto de inflexión en la historia del Apóstol de las Naciones, el Papa guía a los jóvenes al descubrimiento del amor incondicional de Dios por cada hombre. El Papa Francisco también ofrece algunas indicaciones concretas sobre cómo “levantarse” y “convertirse en testigos” de los muchos compañeros que encuentran en el 'camino de Damasco' de nuestro tiempo.

 

Texto del mensaje

 

         “¡Levántate! Te hago testigo de las cosas que has visto” ( Hch 26,16)

 

Queridos jóvenes:

Una vez más quisiera tomarlos de la mano para continuar juntos la peregrinación espiritual que nos conduce hacia la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa en el 2023.

El año pasado, un poco antes de que se propagara la pandemia, firmé el mensaje con el lema “Joven, a ti te digo, ¡levántate!” (cf. Lc 7,14). En su providencia, el Señor ya nos quería preparar para la durísima prueba que estábamos a punto de vivir.

En el mundo entero se tuvo que afrontar el sufrimiento causado por la pérdida de tantas personas queridas y por el aislamiento social. También a ustedes, jóvenes —que por naturaleza se proyectan hacia el exterior—, la emergencia sanitaria les impidió salir para ir a la escuela, a la universidad, al trabajo, para reunirse. Se encontraron en situaciones difíciles, que no estaban acostumbrados a gestionar. Quienes estaban menos preparados y privados de apoyo se sintieron desorientados. En muchos casos surgieron problemas familiares, así como desocupación, depresión, soledad y dependencias. Sin hablar del estrés acumulado, de las tensiones y explosiones de rabia, y del aumento de la violencia.

Pero gracias a Dios este no es el único lado de la medalla. Si la prueba nos mostró nuestras fragilidades, también hizo que aparecieran nuestras virtudes, como la predisposición a la solidaridad. En cada rincón del mundo vimos muchas personas, entre ellas numerosos jóvenes, luchar por la vida, sembrar esperanza, defender la libertad y la justicia, ser artífices de paz y constructores de puentes.

Cuando un joven cae, en cierto sentido cae la humanidad. Pero también es verdad que cuando un joven se levanta, es como si se levantara el mundo entero. Queridos jóvenes, ¡qué gran potencialidad hay en sus manos! ¡Qué fuerza tienen en sus corazones!

Por eso hoy, una vez más, Dios le dice a cada uno de ustedes: “¡Levántate!”. Espero de todo corazón que este mensaje nos ayude a prepararnos para tiempos nuevos, para una nueva página en la historia de la humanidad. Pero, queridos jóvenes, no es posible recomenzar sin ustedes. Para volver a levantarse, el mundo necesita la fuerza, el entusiasmo y la pasión que tienen ustedes. En este sentido, quisiera que meditemos juntos el pasaje de los Hechos de los Apóstoles en el que Jesús le dice a Pablo: “¡Levántate! Te hago testigo de las cosas que has visto” (cf. Hch 26,16).

 

Pablo testigo ante el rey

El versículo que inspira el lema de la Jornada Mundial de la Juventud 2021 está tomado del testimonio de Pablo ante el rey Agripa, mientras se encontraba detenido en la cárcel. Él, que un tiempo fue enemigo y perseguidor de los cristianos, ahora es juzgado por su fe en Cristo. Habían pasado unos veinticinco años cuando el Apóstol narra su historia y el episodio fundamental de su encuentro con Cristo.

Pablo confiesa que anteriormente había perseguido a los cristianos hasta que un día, cuando iba a Damasco para arrestar a algunos de ellos, una luz “más brillante que el sol” lo envolvió a él y a sus compañeros de viaje (cf. Hch 26,13), pero solamente él oyó “una voz”. Jesús le dirigió la palabra y lo llamó por su nombre.

 

“¡Saulo, Saulo!”

Profundicemos juntos este hecho. Llamando a Saulo por su nombre, el Señor le hizo comprender que lo conocía personalmente. Es como si le dijera: “Sé quién eres, sé lo que estás tramando, pero a pesar de todo me dirijo justo a ti”. Lo llamó dos veces, como signo de una vocación especial y muy importante, como había hecho con Moisés (cf. Ex 3,4) y con Samuel (cf. 1 S 3,10). Cayendo al suelo, Saulo comprendió que era testigo de una manifestación divina, de una revelación poderosa, que lo sacudió, pero no lo aplastó, al contrario, lo interpeló personalmente.

En efecto, sólo un encuentro personal —no anónimo— con Cristo cambia la vida. Jesús muestra que conoce bien a Saulo, que “conoce su interior”. Aun cuando Saulo es un perseguidor, aun cuando en su corazón siente odio hacia los cristianos, Jesús sabe que esto se debe a la ignorancia y quiere demostrar su misericordia en él. Será justamente esta gracia, este amor inmerecido e incondicional, la luz que transformará radicalmente la vida de Saulo.

 

“¿Quién eres, Señor?”

Ante esa presencia misteriosa que lo llama por su nombre, Saulo pregunta: «¿Quién eres, Señor?» (Hch 26,15). Esta pregunta es sumamente importante, y todos en la vida, antes o después, nos la tenemos que hacer. No basta haber escuchado hablar de Cristo a otros, es necesario hablar con Él personalmente. Esto, básicamente, es rezar. Es hablar a Jesús directamente, aunque tengamos el corazón todavía desordenado, la mente llena de dudas o incluso de desprecio hacia Cristo y los cristianos. Me gustaría que cada joven, desde lo profundo de su corazón, llegara a hacerse esta pregunta: “¿Quién eres, Señor?”.

No podemos dar por descontado que todos conocen a Jesús, aun en la era de internet. La pregunta que muchas personas dirigen a Jesús y a la Iglesia es justamente esta: “¿Quién eres?”. En todo el relato de la vocación de san Pablo esta es la única vez en la que él habla. Y a su pregunta, el Señor responde sin demora: «Yo soy Jesús, al que tú persigues» (ibíd.).

 

“Yo soy Jesús, al que tú persigues”

Por medio de esta respuesta, el Señor Jesús revela a Saulo un gran misterio: que Él se identifica con la Iglesia, con los cristianos. Hasta ahora, Saulo no había visto de Cristo más que a los fieles que había encerrado en la cárcel (cf. Hch 26,10), cuya condena a muerte él mismo había aprobado (ibíd.). Y había visto cómo los cristianos respondían al mal con el bien, al odio con el amor, aceptando las injusticias, la violencia, las calumnias y las persecuciones sufridas por el nombre de Cristo. Por eso, si se mira bien, Saulo de algún modo —sin saberlo— había encontrado a Cristo, ¡lo había encontrado en los cristianos!

Cuántas veces hemos oído decir: “Jesús sí, la Iglesia no”, como si uno pudiera ser una alternativa a la otra. No se puede conocer a Jesús si no se conoce a la Iglesia. No se puede conocer a Jesús si no por medio de los hermanos y las hermanas de su comunidad. No nos podemos llamar plenamente cristianos si no vivimos la dimensión eclesial de la fe.

 

“Te lastimas dando golpes contra el aguijón”

Estas son las palabras que el Señor dirigió a Saulo después de que cayera al suelo. Parece como si le estuviese hablando de modo misterioso desde largo tiempo, tratando de atraerlo hacía sí, y Saulo se estuviera resistiendo. Este mismo dulce “reproche”, nuestro Señor lo dirige a cada joven que se aleja: “¿Hasta cuándo huirás de mí? ¿Por qué no escuchas que te estoy llamando? Estoy esperando tu regreso”. Como el profeta Jeremías, nosotros a veces decimos: «No volveré a recordarlo» (Jr 20,9). Pero en el corazón de cada uno hay como un fuego ardiente, aunque nos esforcemos por contenerlo no lo conseguimos, porque es más fuerte que nosotros mismos.

El Señor eligió a alguien que incluso lo había perseguido, que había sido completamente hostil a Él y a los suyos. Pero no existe una persona que para Dios sea irrecuperable. Por medio del encuentro personal con Él siempre es posible volver a empezar. Ningún joven está fuera del alcance de la gracia y de la misericordia de Dios. De ninguno se puede decir: está demasiado lejos, es demasiado tarde. ¡Cuántos jóvenes tienen la pasión de oponerse e ir contracorriente, pero llevan escondida en el corazón la necesidad de comprometerse, de amar con todas sus fuerzas, de identificarse con una misión! Jesús, en el joven Saulo, ve exactamente esto.

 

Reconocer la propia ceguera

Podemos imaginar que, antes del encuentro con Cristo, Saulo estaba en cierto sentido “lleno de sí”, se consideraba “grande” por su integridad moral, por su celo, por sus orígenes y por su cultura. Ciertamente estaba convencido de que hacía lo correcto. Pero, cuando el Señor se le reveló, “aterrizó” y se encontró ciego. De repente descubrió que era incapaz de ver, no sólo físicamente sino también espiritualmente. Sus certezas vacilaron. En su interior advirtió que aquello que lo había animado con tanta pasión —el celo por eliminar a los cristianos— había sido una completa equivocación. Se dio cuenta de que no era el poseedor absoluto de la verdad, más aún, que estaba lejos de serlo. Y, junto a sus certezas, cayó también su “grandeza”. De repente se supo perdido, frágil, “pequeño”.

Esta humildad —conciencia del propio límite— es fundamental. A quien piensa que lo sabe todo de sí, de los otros e incluso de las verdades religiosas, le costará encontrar a Cristo. Saulo, volviéndose ciego, perdió sus puntos de referencia. Al quedarse solo en la oscuridad las únicas cosas claras para él fueron la luz que vio y la voz que sintió. Qué paradoja: justo cuando uno reconoce que está ciego es cuando comienza a ver.

Después de la revelación en el camino de Damasco, Saulo preferirá ser llamado Pablo, que significa “pequeño”. No se trata de un “nombre de usuario” o de un “nombre artístico” —tan en boga hoy incluso entre la gente común—, fue el encuentro con Cristo el que lo hizo sentirse realmente así, derribando el muro que le impedía conocerse de verdad. Él mismo afirmó de sí: «Porque yo soy el más insignificante de los apóstoles, incluso indigno de llamarme apóstol por haber perseguido a la Iglesia de Dios» (1 Co 15,9).

A santa Teresa de Lisieux, como a otros santos, le gustaba repetir que la humildad es la verdad. Hoy en día muchas “historias” sazonan nuestras jornadas, especialmente en las redes sociales, a menudo construidas artísticamente con mucha producción, con videocámaras y escenarios diferentes. Se buscan cada vez más los focos del primer plano, sabiamente orientados, para poder mostrar a los “amigos” y “seguidores” una imagen de sí que a veces no refleja la propia verdad. Cristo, luz meridiana, viene a iluminarnos y a restituirnos nuestra autenticidad, liberándonos de cualquier máscara. Nos muestra con nitidez lo que somos, porque nos ama tal como somos.

 

Cambiar de perspectiva

La conversión de Pablo no fue un volver para atrás, sino abrirse a una perspectiva totalmente nueva. En efecto, él continuó el camino hacia Damasco, pero ya no era el mismo de antes, era una persona distinta (cf. Hch 22,10). En la vida ordinaria es posible convertirse y renovarse haciendo las cosas que solemos hacer, pero con el corazón transformado y con motivaciones diferentes. En este caso, Jesús le pidió a Pablo expresamente que siguiera hasta Damasco, hacia donde se dirigía. Pablo obedeció, pero ahora la finalidad y la perspectiva de su viaje habían cambiado radicalmente. De ahora en adelante verá la realidad con ojos nuevos. Antes eran los ojos del perseguidor justiciero, desde ahora serán los del discípulo testigo. En Damasco, Ananías lo bautizó y lo introdujo en la comunidad cristiana. En el silencio y en la oración, Pablo profundizará la propia experiencia y la nueva identidad que le dio el Señor Jesús. 

No dispersar la fuerza y la pasión de los jóvenes

La actitud de Pablo antes del encuentro con Jesús resucitado no nos resulta extraña. ¡Cuánta fuerza y cuánta pasión habitan también en los corazones de ustedes, queridos jóvenes! Pero si la oscuridad que los rodea y la que está dentro de ustedes les impide ver correctamente, corren el riesgo de perderse en batallas sin sentido, hasta volverse violentos. Y lamentablemente las primeras víctimas serán ustedes mismos y aquellos que están más cerca de ustedes. Existe también el peligro de luchar por causas que en el origen defienden valores justos pero que, llevadas al extremo, se vuelven ideologías destructivas. ¡Cuántos jóvenes hoy, tal vez empujados por las propias convicciones políticas o religiosas, terminan por convertirse en instrumentos de violencia y destrucción en la vida de muchos! Algunos, nativos digitales, encuentran en el ámbito virtual y en las redes sociales el nuevo campo de batalla, utilizando sin escrúpulos el arma de las noticias falsas para esparcir veneno y destruir a sus adversarios.

Cuando el Señor irrumpió en la vida de Pablo, no anuló su personalidad, no borró su celo y su pasión, sino que hizo fructificar sus talentos para hacer de él el gran evangelizador hasta los confines de la tierra.

 

Apóstol de las gentes

Posteriormente, Pablo será conocido como “el apóstol de las gentes”. ¡Él, que había sido un escrupuloso fariseo observante de la Ley! He aquí otra paradoja: el Señor depositó su confianza justamente en aquel que lo perseguía. Como Pablo, cada uno de nosotros puede sentir en lo profundo de su corazón esta voz que le dice: “Me fío de ti. Conozco tu historia y la tomo en mis manos, junto contigo. Aunque a menudo hayas estado en mi contra, te elijo y te hago mi testigo”. La lógica divina puede hacer del peor perseguidor un gran testigo.

El discípulo de Cristo está llamado a ser «luz del mundo» (Mt 5,14). Pablo debe dar testimonio de lo que ha visto, pero ahora está ciego. ¡Estamos de nuevo ante una paradoja! Pero es justamente a través de esta experiencia personal que Pablo podrá identificarse con aquellos a los que el Señor lo envía. En efecto, es constituido testigo «para abrirles los ojos y que se conviertan de las tinieblas a la luz» (Hch 26,18).

 

“¡Levántate y da testimonio!”

Al abrazar la vida nueva que nos fue dada en el bautismo, recibimos también una misión del Señor: “¡Serás mi testigo!”. Es una misión a la que dedicarse, que lleva a cambiar la vida.

Hoy la invitación de Cristo a Pablo se dirige a cada una y cada uno de vosotros, jóvenes: ¡Levántate! No puedes quedarte tirado en el suelo sintiendo pena de ti mismo, ¡hay una misión que te espera! También tú puedes ser testigo de las obras que Jesús ha comenzado a realizar en ti. Por eso, en nombre de Cristo, te digo:

- Levántate y testimonia tu experiencia de ciego que ha encontrado la luz, que ha visto el bien y la belleza de Dios en sí mismo, en los otros y en la comunión de la Iglesia que vence toda soledad.

- Levántate y testimonia el amor y el respeto que es posible instaurar en las relaciones humanas, en la vida familiar, en el diálogo entre padres e hijos, entre jóvenes y ancianos.

- Levántate y defiende la justicia social, la verdad, la honradez y los derechos humanos; a los perseguidos, a los pobres y los vulnerables, a los que no tienen voz en la sociedad y a los inmigrantes.

- Levántate y testimonia la nueva mirada que te hace ver la creación con ojos maravillados, que te hace reconocer la tierra como nuestra casa común y que te da el valor de defender la ecología integral.

- Levántate y testimonia que las existencias fracasadas pueden ser reconstruidas, que las personas que ya han muerto en el espíritu pueden resurgir, que las personas esclavas pueden volverse libres, que los corazones oprimidos por la tristeza pueden volver a encontrar la esperanza.

- ¡Levántate y testimonia con alegría que Cristo vive! Difunde su mensaje de amor y salvación entre tus coetáneos, en la escuela, en la universidad, en el trabajo, en el mundo digital, en todas partes.

El Señor, la Iglesia, el Papa confían en ustedes y los constituyen testigos para tantos otros jóvenes que encuentran en los “caminos de Damasco” de nuestro tiempo. No se olviden: «Si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 120).

 

¡Levántense y celebren la JMJ en las Iglesias particulares!

 

Renuevo a todos ustedes, jóvenes del mundo, la invitación a formar parte de esta peregrinación espiritual que nos llevará a celebrar la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa en 2023. El próximo encuentro, no obstante, será en vuestras Iglesias particulares, en las diversas diócesis y heparquías del mundo donde, en la solemnidad de Cristo Rey, se celebrará la Jornada Mundial de la Juventud 2021 a nivel local.

Espero que todos nosotros podamos vivir estas etapas como verdaderos peregrinos y no como “turistas de la fe”. Abrámonos a las sorpresas de Dios, que quiere hacer resplandecer su luz en nuestro camino. Abrámonos a escuchar su voz, también por medio de nuestros hermanos y hermanas en la fe. De esta manera nos ayudaremos unos a otros a levantarnos juntos, y en este difícil momento histórico seremos profetas de tiempos nuevos, llenos de esperanza. Que la Bienaventurada Virgen María interceda por nosotros.

Roma, San Juan de Letrán, 14 de septiembre de 2021, Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz


                                                           VOLVER A JÓVENES

Mamá Margarita



Margarita Occhiena nació el 1 de abril de 1788 en Capriglio (Asti, norte de Italia), la sexta de los nueve hijos de Melchor Occhiena y Dominga Bossone, en una familia de campesinos muy religiosa, que se ganaba el pan de cada día con esforzado trabajo. Casada con Francisco Bosco, el día 6 de junio de 1812, se trasladó a vivir a I Becchi. Después de la muerte prematura de su marido, en 1817, Margarita, a sus 29 años, tuvo que sacar adelante a su familia, ella sola, en un tiempo de hambruna cruel. Cuidó de su suegra minusválida, Margarita Zucca, y de su hijastro Antonio, a la vez que educaba a sus propios hijos, José y Juan, el futuro santo fundador de la congregación salesiana. 

Mujer fuerte, de ideas claras, de fe recia, decidida en sus opciones, observaba un estilo de vida sencillo y se preocupó de la educación cristiana de sus hijos.

Corría el año 1848 cuando, con un cariño especial, acompañó a su hijo Juan en su camino hacia el sacerdocio y fue entonces, a sus 58 años, cuando abandonó su casita y tranquilidad en su pueblo y le siguió en su misión entre los muchachos pobres y abandonados de Turín. Allí, durante diez años, madre e hijo unieron sus vidas con los inicios de la Congregación salesiana. Ella fue la primera y principal cooperadora de Don Bosco y, con su amabilidad hecha vida, aportó su presencia maternal al Sistema Preventivo. Los salesianos reconocen que la Congregación Salesiana nació en el regazo de Mamá Margarita, como era conocida por todos, y la consideran, con justicia, la «cofundadora» de la Familia Salesiana, capaz de formar a tantos santos, como Domingo Savio y Miguel Rúa.

Era analfabeta, pero estaba llena de aquella sabiduría que viene de lo alto, ayudando, de este modo, a tantos niños de la calle, hijos de nadie. Para ella Dios era lo primero; así consumió su vida en el servicio de Dios, en la pobreza, la oración y el sacrificio.

Murió a los 68 años de edad, en Valdocco un 25 de noviembre de 1856. Una multitud de muchachos que lloraban por ella como por una madre, acompañó sus restos al cementerio.

La Congregación Vaticana para las Causas de los Santos por decreto del 23 de octubre de 2006 declara a Margarita Occhiena como Venerable. El decreto recoge las palabras del papa Benedicto XVI que ha declarado que “consta que la Sierva de Dios Margarita Occhiena viuda de Bosco, madre de familia, ha ejercitado, heroicamente, las virtudes teologales de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad, tanto hacia Dios como hacia el prójimo, así como las virtudes cardinales de la Prudencia, Justicia y Templanza, y otras virtudes anejas a éstas”.

La lectura del decreto la realizó en la Capilla de la Comunidad Salesiana del Vaticano, el Cardenal Prefecto José A. Saraiva Martins.

Al final de la ceremonia Don Pascual Chávez, que era en ese momento el Rector Mayor, dijo: "Es una jornada memorable para la Familia Salesiana que ve cómo Mamá Margarita da un paso más hacia los altares. Un acontecimiento muy esperado desde hace tiempo por todo el mundo salesiano y al que nos hemos preparado con muchas iniciativas en honor de la mamá de Don Bosco”.

El entonces cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone sdb, clausuró la ceremonia entonando el canto salesiano por excelencia, Giù dai colli, y subrayando que en el decreto se escribe que «la gracia de Dios y el ejercicio de las virtudes hicieron de Margherita Occhiena una madre heroica, una educadora sabia y una buena consejera del naciente carisma salesiano». 

"Giù dai colli" ("Desde las colinas") fue el himno compuesto en 1929 por los salesianos Michelle Gregorio (letra) y Secondo Rastello (música) para celebrar la beatificación de Don Bosco, realizada ese año por el Papa Pio XI. El coro comienza con la frase "Don Bosco ritorna" ya que esta pieza debía acompañar el apoteósico retorno de los restos del fundador desde la casa salesiana de Valsálice (donde fue enterrado originalmente) a Valdocco (donde se encuentran hoy en la Basílica de María Auxiliadora de Turín) el mismo año de su beatificación. La versión al español conservó la música, pero cambió la letra, conocida como "Su concierto".

 

La mamá de Don Bosco 

Subrayemos algunos rasgos del perfil espiritual de mamá Margarita que manifiestan la importancia que tuvo no sólo en la vida de su hijo, don Bosco, sino también en la vida del cristiano de hoy:

 

La mirada al cielo

En una noche estrellada, mamá Margarita mostraba el cielo a sus hijos y les decía: «Es Dios el que ha creado el mundo y ha puesto allá arriba tantas estrellas. Si tan bello es el firmamento, ¿qué será el paraíso?».

Al llegar la primavera, ante una extensa campiña o un prado esmaltado de flores, ante un bello amanecer o un inusitado ocaso, exclamaba: «¡Cuántas cosas bellas ha hecho el Señor para nosotros!».

Margarita cultivaba así el corazón de sus hijos, abriendo horizontes inmensos, haciéndoles gustar en la tierra lo que les esperaba en el cielo, mostrándoles a su Dios, el Creador, el Providente, el Redentor y el Padre tierno.

Lo mismo hará don Bosco. Al comienzo de su libro de oraciones, el joven Juan, escribe: «Levantad los ojos, queridos hijos míos, observad todo lo que existe en el cielo y en la tierra. El sol, la luna, las estrellas, el aire, el agua, el fuego, son todas cosas que en otro tiempo no existían... Pero hay un Dios que existe eternamente y que con su omnipotencia las sacó de la nada creándolas».

Educado para saber contemplar a Dios en la naturaleza y en los acontecimientos, don Bosco formaba a sus muchachos para esta “sencilla mirada”, reveladora del amor de Dios.

Como aprendió de su madre, no se preocupaba tanto de comunicarles en qué consiste el cielo sino, más bien, de encaminarlos hacia él, venciendo tentaciones y dificultades.

 

La confianza en Dios

Mamá Margarita, durante el tiempo de la vendimia, cuando se disponía a recoger el fruto de su trabajo, decía a sus hijos: «El Señor es verdaderamente bueno con nosotros, nos ha dado el pan cotidiano». Y cuando durante el frío invierno conversaba con sus hijos en torno al fuego decía: «Tenemos que dar gracias al Señor que nos da todo lo necesario. Sí, Dios es nuestro Padre. Padre nuestro que estás en los cielos…».

La vida es difícil, y mamá Margarita lo sabe por experiencia. Por eso prepara a sus hijos también para afrontar y entender las dificultades, los sufrimientos. Después de una granizada que ha arruinado la cosecha, reflexiona en voz alta: «El Señor nos lo dio, el Señor nos lo quitó. Él sabe por qué».

De la fe de la madre, el niño Juan adquiere la certeza de la existencia de un Dios misericordioso y excelso en el amor. Ve la realidad de una unión indisoluble entre nuestra pobre y frágil humanidad y su tierno Amor. Aprende a confiar más en Dios que en los recursos humanos, incluso en los momentos más desesperados. Aquí radica aquella fe suya inconmovible, capaz de “trasladar montañas” y aquella robusta esperanza que le lleva a mirar más allá de cualquier perspectiva humana; a proyectar y atreverse valientemente con proyectos en los que todos los demás ni siquiera habían soñado.

Durante los paseos otoñales, don Bosco repetía con sus muchachos la experiencia que él mismo había vivido con su madre. La belleza de los campos, la hermosura de la cosecha se convertían en ocasión propicia para hablar de la bondad de Dios, de la providencia hacia sus criaturas. Todo para don Bosco era don de Dios. Cuando rezaba el Padre Nuestro los mismos muchachos se daban cuenta de que su voz asumía un tono especial. Se sentía verdaderamente hijo del Padre que está en los cielos y enseñaba a sentirse hijos a sus muchachos.

 

El mejor vestido del domingo

El domingo, mamá Margarita vestía con más cuidado a sus hijos diciendo: «Es justo que los cristianos manifiesten también en el modo de vestir la alegría que sienten en este día. Pero, ¿para qué sirve vestirse bien si se está en pecado?». Lecciones sencillas de una madre para enseñar a sus hijos a vivir en gracia de Dios. 

La alegría más grande de don Bosco fue precisamente la de ayudar a los muchachos a vivir en gracia de Dios. De aquí la importancia que daba a la confesión frecuente, no impuesta, sino motivada. La pedagogía aprendida de su madre, hizo de Don Bosco el gran educador cristiano siempre interesado en infundir convicciones profundas en sus muchachos.

 

La sabiduría educativa

Quizá encontremos el vértice de la sabiduría educativa de mamá Margarita en aquellas páginas en las que don Bosco relata su primera comunión, a los once años: «Ella misma se las arregló para prepararme como mejor sabía y podía… Querido hijo, -decía-, éste ha sido para ti un gran día. Estoy persuadida de que Dios verdaderamente ha tomado posesión de tu corazón. Prométele que harás cuanto puedas por conservarte bueno hasta el fin de tu vida. Desde aquel día, creo que mi vida ciertamente mejoró».

 El énfasis de don Bosco no es casual. Está convencido de la importancia decisiva, en la vida interior de un joven, de los sacramentos de la confesión y de la comunión. Fundados en esta base religiosa, insustituible para don Bosco, los otros “ingredientes” de la sencilla pedagogía de Margarita, resultan eficaces para la construcción de aquella excepcional personalidad de Juanito: el sentido del trabajo, la vida espartana (sobria, esencial), el sentido del deber, la generosidad con el prójimo y la caridad operativa, la lealtad y la sinceridad, la obediencia, el justo equilibrio entre juego y ocupación. Encontramos el Sistema Preventivo traducido en concreción operativa, en ejemplo vivido: razón, religión y cariño.

 

«Piensa en la salvación de las almas»

En la capilla del Arzobispado, aquel Juanito Bosco se transforma, por la imposición de manos del obispo en el sacerdote “don Bosco”. En la primera misa, en su pueblo, mamá Margarita, a solas con su hijo, le recomienda: “Ya eres sacerdote, estás más cerca de Jesús. Yo no he leído tus libros, pero recuerda que comenzar a decir Misa quiere decir comenzar a sufrir. No te darás cuenta enseguida, pero poco a poco verás que tu madre te ha dicho la verdad. De ahora en adelante piensa solamente en la salvación de las almas y no te preocupes por mí».

Serán consejos que don Bosco tendrá muy presentes en el modo de educar a sus muchachos. «Quisiera –dijo a uno de sus muchachos- que fueras mi amigo, pero ¿sabes lo que significa ser amigo de don Bosco?». La respuesta del muchacho fue: «Que tengo que ser obediente». Pero don Bosco le corrigió: «¡No! Yo quisiera que tú me ayudaras en una cosa muy importante». «¿En qué?», replicó el muchacho. Y don Bosco le aclaró: «Que me ayudes a salvar tu alma». Aquí encontramos el sentido de todo el trabajo apostólico de don Bosco. Había aprendido bien la lección de su madre: el «Da mihi animas» será el lema que guiará toda su vida.

 

Mejor campesino

A los 19 años Juan quería hacerse religioso franciscano. Informado de la decisión, el párroco de Castelnuovo, le advirtió a mamá Margarita: «Trate de que abandone esa idea. Usted no es rica y tiene ya bastantes años. Si su hijo se va al convento, ¿cómo podrá ayudarla en la vejez?».

Mamá Margarita se echó encima su chal, bajó a Chieri y habló con Juan: «El párroco vino a decirme que quieres entrar en un convento. Escúchame bien. Quiero que lo pienses con mucha calma. Cuando hayas decidido, sigue tu camino sin tener en cuenta a nadie. Lo más importante es que hagas la voluntad del Señor. El párroco querría que yo te hiciese cambiar de idea, porque en el futuro podría tener necesidad de ti. Pero yo te digo: En estas cosas tu madre no cuenta nada. Dios está antes de todo. De ti yo no quiero nada, no espero nada. Nací pobre, he vivido pobre y quiero morir pobre. Más aún, te lo quiero decir con claridad: si te hicieras sacerdote y por desgracia llegaras a ser rico, no pondría mis pies en tu casa. Recuérdalo bien».

 Don Bosco no olvidará nunca estas palabras. Él mismo escribió en las Memorias del Oratorio: «Estas palabras suyas no las dijo en vano y las conservaré como un tesoro durante toda mi vida».

 

El “sí” heroico

Otoño de 1846. Mamá Margarita tiene 58 años, don Bosco 31. Acaba de recuperarse en I Becchi del agotamiento que supuso para él el difícil comienzo de Valdocco. Días de intimidad entre la madre y el hijo. Tiene necesidad de una persona de confianza que viva junto a él en Valdocco, que le ayude, que le aconseje. «¡Lleva a tu madre contigo!», le dice el párroco de Castelnuovo. Pero, ¿Cómo pedir a su madre que abandone I Becchi donde estaba muy a gusto, era conocida por todos y vivía tranquila en su tierra con sus nietos? ¿Cambiar, a sus casi sesenta años, una vida campesina tranquila para mudarse a una ciudad ruidosa en medio de jóvenes maleducados?

 La respuesta a la pregunta del hijo no se hace esperar: «Si te parece ser del agrado del Señor, estoy dispuesta a partir inmediatamente».

Tomó su canasta, puso algo de ropa y algunos objetos. Don Bosco tomó su breviario, un misal y otros libros. Y partieron enseguida para Turín. El 3 de noviembre de 1846 llegaron a Valdocco, donde comenzaron su misión entre los jóvenes.

En el Oratorio las ocupaciones de la madre eran el huerto, el ropero y la cocina. Años después un coadjutor salesiano, Pedro Enria, recuerda a don Bosco: «¿Se acuerda cuando por la noche estábamos en la cama? ¡Usted y su madre nos arreglaban los pantalones y la camisa gastados, porque teníamos solo eso!».

Al final de la vida, cuando habló a su hijo, don Bosco se dio cuenta de que su madre conocía el Oratorio mejor que él mismo, e hizo tesoro de sus últimos consejos. En su testamento había escrito: «Adiós, querido Juan, recuerda que en esta vida se tiene que sufrir. El verdadero gozo será en la vida eterna».

 

Treinta años después de la muerte de mamá Margarita, viviendo todavía don Bosco, se publicó la primera biografía de ella por iniciativa del secretario y primer biógrafo de don Bosco, Juan Bautista Lemoyne. Fue el regalo de don Lemoyne a don Bosco en el día de su santo, el 24 de junio. Don Bosco recibió con emoción el regalo más bonito que se le podía ofrecer y lo leyó con atención, aportando tan sólo dos pequeños retoques.

En esta biografía sobresale el carácter providencial del destino de Mamá Margarita.  Esta presencia femenina tan significativa, quizá sea un hecho único en la historia de fundadores de congregaciones educativas. Pertenecer, pues, a la Familia Salesiana supone acoger la luz que emana de la imagen luminosa de la mamá de Don Bosco.


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La miel, símbolo de la abundancia, la sabiduría y la dulzura de Nuestra Señora

Andrea Mantegna (1431-1506): 
Jesús en el huerto de los olivos


El tercer milenio a.C. es la época en la que la miel se “democratizó”, convirtiéndose en un alimento de consumo generalizado tras ser inicialmente un producto de lujo e incluso una prerrogativa real y divina. Esto fue posible gracias al desarrollo de la apicultura a gran escala. De hecho, se han encontrado tarros y panales de miel que datan de esa época en tumbas privadas. Además de utilizarse como alimento, la miel se usaba como ofrenda en el templo y como regalo votivo, y también como “moneda” para pagar tributos. Y las abejas eran emblema de unión, ahorro, limpieza y laboriosidad.

En la época del emperador Augusto, hacia el año 30, la apicultura entró en su época dorada. Los métodos de apicultura estaban entonces bien establecidos, aunque eran bastante primitivos: las abejas se recogían en troncos de árboles huecos y en cajas de madera untadas con arcilla y estiércol de vaca. Pero la apicultura era de gran importancia para los romanos, ya que la miel se utilizaba de muchas maneras: como edulcorante (además de para la alimentación, para endulzar el vino y para la preparación de bebidas como el hidromiel, el melicratum, etc.), como medicina y en algunos ritos religiosos. La cera, en cambio, se utilizaba para hacer tablillas en las que se escribía, en los ritos religiosos, en la medicina y para la iluminación

Según la tradición de esa época, a los recién casados se le daba una bebida a base de miel mezclada con agua o leche en señal de buena suerte: de esta costumbre procede la expresión “luna de miel” que aún hoy se utiliza para indicar el primer periodo del matrimonio.

Son muchos los autores antiguos que escribieron sobre las abejas y la miel, incluso en la Biblia. A diferencia de la abeja (דְבוֹרָה - deborah en hebreo), que sólo se menciona en la Biblia cinco veces, el producto de su trabajo –la miel- se menciona más de sesenta veces: la encontramos en las rocas (Salmos 81,16), en la madera, pero también en los cadáveres de animales muertos (Jueces 14), y siempre simboliza cosas positivas: la abundancia (Éxodo 3,7-8), la sabiduría (Proverbios 24,13-14), e incluso la palabra de Dios (Salmos 19,10-11 y 119,103 y Ezequiel 3,3).

Varios pasajes de la Biblia indican cómo se consumía la miel: pura y simple (Samuel 14,29), con panal (Cantar de los Cantares 5,1), con leche (Cant. 4,11), con mantequilla y cuajada (Isaías 7,15), con langostas (Mateo 3,4), mezclada con harina (Éxodo 16,31).

El pueblo de Israel utilizaba la miel, al igual que los romanos, no sólo como alimento sino como medicina y para los ritos religiosos (aunque la abeja era considerada –en un principio- un insecto impuro). No sabemos qué variedad de abejas había hace veinte o treinta siglos, pero sabemos con seguridad que la apicultura era muy apreciada.

Siglos después, en 1457, el pintor italiano Andrea Mantegna reunió en un cuadro al Salvador y a la miel. El cuadro es Jesús en el Huerto de los Olivos (conservado en el Museo de Bellas Artes de Tours, Francia), donde vemos dos elegantes colmenas a la izquierda. La simbólica inclusión de colmenas en la pintura evoca al Salmo 117,12:

“Me han rodeado como avispas [algunas traducciones de la Biblia utilizan la palabra “abejas”], ardiendo como fuego entre las zarzas, pero en el nombre del Señor los rechacé”.

 

 

La Virgen, Sansón y el panal de miel


Cuando cantamos el Pequeño Oficio de la Inmaculada Concepción, nos encontramos con un bello título de Nuestra Señora: el panal del fuerte Sansón. ¿Qué significa ello? Un episodio ocurrido con Sansón nos da la clave del enigma.

En sus constantes caídas en la idolatría, el pueblo israelí sufría castigos impuestos por Dios, a fin de traerlo de vuelta al buen camino. Entregado a las manos de sus enemigos, el pueblo elegido quedaba reducido a la esclavitud, y recordaba, entonces, clamar al Señor pidiendo misericordia. Como respuesta a esos clamores, Dios suscitaba entre los hebreos héroes extraordinarios, llamados jueces, que los liberaban y guiaban a la conversión, llevándolos a invocar ardientemente a su único y verdadero Señor.

En cierta época, habiéndose alejado los israelíes de Dios, fueron sometidos a los filisteos, por cuarenta años. Para librarlos del cautiverio, Dios suscitó como juez al fuerte Sansón.

Así cuentan las Escrituras: “Sansón descendió con su padre y su madre a la ciudad de Tamna. Cuando llegaron a las viñas de la ciudad, apareció de repente un león rugiendo que arremetió contra él. El espíritu del Señor se apoderó de Sansón, y él despedazó al león como si fuese un cabrito, sin tener nada en la mano” (Jz 14, 5-6).

Algunos días después, retornando a la ciudad, “Sansón se alejó del camino para ver el cadáver del león. Pero he allí en la boca del animal estaba un enjambre de abejas y un panal de miel. (…) Tomó la miel en las manos e iba comiéndola por el camino; y, habiendo alcanzado a sus padres, les dio, también, la miel” (Jz 14, 8-9).

De la pluma de autores católicos nacieron espléndidos comentarios relacionando el panal de miel con la Santísima Virgen. Veamos algunos: “Como el panal trae la miel, María, aunque poseedora de una naturaleza mortal, trajo dentro de sí a Jesús, autor de la vida. No podía, pues, la celestial miel querer otro panal que no fuese el purísimo y blanquísimo ‘panal’ del inmaculado seno de María.”

Además, habiendo el panal de miel sido extraído del cadáver de un león, nos es resaltada la imagen de la vida que se encuentra en el propio seno de la muerte: de María vino el Salvador del mundo, que sacó a toda la humanidad de la muerte producida por el pecado, dándonos la vida y la salvación. 

En el panal de miel recogido por Sansón podemos percibir, también, un símbolo de la extrema e incomparable dulzura de Nuestra Señora.

En efecto, en María jamás hubo dureza, frialdad ni inconstancia de ánimo, sino solamente amenidad, belleza y constante cordialidad perfecta, movidas por la gracia. ¡Cuán dulce y amable era Ella en la casa de San Joaquín y de Santa Ana, en el templo de Jerusalén, en el exilio, en Nazaret, durante la Pasión y durante su permanencia en la tierra después de la Ascensión! ¡Acercarse a Ella, verla, oírla, era indecible felicidad!

 

Ahora, desde lo más alto de los Cielos, continúa emanando de María toda suerte de benevolencia y bondad, atrayendo a todos sus hijos e hijas. Ella es la Virgen meliflua, cuya suavidad atrae toda alma que a Ella se abre: “Si la dulzura está en proporción con la pureza y la caridad, ¿qué auge de perfección no alcanzó la dulzura de María, la más pura, humilde y amable de las criaturas?” 

La Santa Iglesia, en su liturgia, no deja de resaltar esa amabilidad de María, en estos breves, pero expresivos términos: “Vuestros labios son como un panal de miel que destila la suavidad; la leche y la miel están sobre vuestra lengua, tanto vuestras palabras son deliciosas.”

Como verdaderos hijos de María Santísima, dejémonos envolver por tan excelsa e inefable dulzura y pidamos a Ella que despierte nuestra entusiasmada admiración, nuestra confianza sin límites en Ella y, sobre todo, que busquemos imitarla en cada momento de nuestra existencia.


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La Virgen María Auxiliadora, reina patrona de Eslovenia

La basílica santuario nacional esloveno, se encuentra muy cerca del turístico lago Bled, en el pueblito llamado Brezje. 



Brezje aparece en los registros históricos en el siglo 11, dependiendo de la parroquia de Mošnje. Se desconocen datos precisos, pero se cree que alrededor del siglo XV Brezje ya contaba con su propia pequeña iglesia en honor a San Vito, donde se celebraban misas tres veces por año. En el año 1800, por iniciativa del párroco de Mošnje el Dr. Urban Ažbe, a la pequeña iglesia le fue agregada una capilla en honor a María Auxiliadora – que con el tiempo seria el corazón del Santuario - para que los fieles pudieran acudir a Ella en esa época de incertidumbres y crecientes penurias, causadas por las ocupaciones francesas.

Ažbe había estudiado, cuando ya era sacerdote, en Austria y se había inspirado en la imagen de María Auxiliadora de la Iglesia de San Jacobo en Innsbruck, una pintura del conocido artista alemán Luka Cranach. Al regresar a a su tierra, trajo consigo una estampa de la pintura y le encargo al pintor esloveno Leopold Layer (1752 - 1828) que hiciera una copia basándose en ese cuadro, que Layer pintó volcando en él su propia maestría.




El cuadro, un óleo en tela de 1m x 0,80cm. es, por lo tanto, una copia libre del cuadro de Cranach. La imagen fue colocada en la capilla; muy pronto la gente comenzó a visitarla y tuvieron lugar los primeros milagros que la Virgen concedió con tanto cariño a aquellos que se acercaban con fe.

A partir de ese momento la afluencia de peregrinos fue mayor y la capillita no lograba acoger la multitud de peregrinos, por lo tanto, se decide construir un templo más grande.

La iglesia de estilo neo-renacentista, que toma como ejemplo la basílica de Santa María de los Ángeles en Asís, fue consagrada en el 1900.

En 1988 el Papa San Juan Pablo II eleva la iglesia a Basílica Menor y en el 2000 la Conferencia Episcopal de Eslovenia proclama la Basílica de María Auxiliadora como Santuario Mariano Nacional. El Santuario está al cuidado de los religiosos franciscanos que se establecieron allí desde el año 1898.

Todos los años visitan a la Virgen María Auxiliadora en su santuario de Eslovenia alrededor de 400.000 peregrinos, no sólo de Europa, sino del mundo entero, teniendo su mayor afluencia el día de su fiesta el 24 de mayo.

  

Oración del pueblo esloveno a Marija Pomagaj (María Auxiliadora)

María Auxiliadora,

Tú nos enseñas la bondad de Dios,

Tú reflejas la luz del Cristo

Y acoges al Espíritu Santo.

Has elegido vivir

En este pequeño pueblo esloveno,

Para que, a través de ti,

Dios pueda enseñarnos su amor.

Te agradecemos por todas las gracias,

Que intercedes por nosotros, y cantamos:

María Auxiliadora, ¡gracias!


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