María Auxiliadora bendice el Río de la Plata desde una isla


 

La isla uruguaya de Flores, denominada así por Sebastián Gaboto en razón de haberla descubierto el día de Pascua Florida de 1527, funcionó en los siglos XIX y principios del XX como lugar de cuarentena para los pasajeros de los barcos, repletos de inmigrantes, que llegaban a Montevideo y, a veces, para los que iban a Buenos Aires. La viruela, la fiebre amarilla, el cólera y otras epidemias asolaban a las poblaciones antes de la existencia de vacunas y antibióticos, y los barcos debían esperar a ser declarados libre de enfermedades por las autoridades sanitarias de la época.

 San Juan Bosco y Santa María Mazzarello enviaron en misión a seis monjas a América. Corría diciembre de 1877, y sería la primera vez que las salesianas pisarían este continente. Pero antes que el buque atracara en su destino final -Montevideo-, debió hacer la parada sanitaria obligada en la Isla de Flores, donde las monjas permanecieron por cuatro días. Por esto, para las Hijas de María Auxiliadora y para toda la familia salesiana, la isla es especial: simboliza el desembarco de la congregación en tierras americanas, ya que fue desde aquí que se diseminaron por el resto de la región.

 Para recordar este importante acontecimiento,  en 2017 fue erigida entre el puerto y el faro, una imagen de tamaño natural de la Santísima Virgen bajo la advocación de María Auxiliadora, junto con una placa conmemorativa.


De esta manera –a través de la imagen-  María Santísima maternalmente protege y les da la bienvenida a los navegantes que arriban a las aguas del Río de la Plata.

 

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Mensaje del Rector Mayor a los jóvenes en la Fiesta de Don Bosco



Con motivo de la Fiesta de Don Bosco, el 31 de enero de 2021, el Rector Mayor, el padre Ángel Fernández Artime, dirigió su tradicional mensaje a los jóvenes. El tema central de este año, delante a la realidad que vive el mundo, es una mirada de alegría y esperanza en la vida, cristianamente y salesianamente inspirada.

 

La alegría es una realidad central en la vida del cristiano, mis queridos jóvenes. A todos y cada uno de ustedes llegue mi saludo afectuoso en los cinco continentes, a los jóvenes del ‘mundo salesiano’ y a cualquier joven que por medio de ustedes pueda recibir este mensaje.

Un artículo de las Constituciones de los salesianos de Don Bosco que responde al título de ‘Optimismo y alegría’ (C.17) dice que el salesiano está siempre alegre, porque anuncia la Buena Noticia. Difunde esa alegría y sabe educar en el gozo de la vida cristiana y en el sentido de la fiesta. Estoy seguro de que esto es norma de vida para nosotros salesianos y para todos los miembros de nuestra familia salesiana. Es algo hermoso de nuestra identidad carismática, y cuánto deseo que sea así en su vida, amados jóvenes.

De esta alegría profunda que nace de Dios y de estar enraizados en Él es de lo que les quiero hablar, ya que nuestra vocación cristiana tiene también como misión llevar alegría al mundo, esa alegría profunda y auténtica, que dura en el tiempo porque viene de Dios. Estoy convencido de que ustedes y otros muchos jóvenes como ustedes están deseando (y a veces necesitando), sentir que el mensaje cristiano es un mensaje de alegría y esperanza.

 

Mis jóvenes queridos, nuestro corazón está hecho para la alegría y para vivir con esperanza.  Es algo con lo que nacemos, íntimamente grabado en lo profundo del corazón de cada persona; una alegría auténtica, no pasajera, profunda y plena que dé ‘sabor’ a la existencia. Ustedes jóvenes, que “son el ahora de Dios” como les ha dicho el Papa Francisco, están viviendo una etapa en sus vidas que se distingue por el descubrimiento de la vida, de sí mismos y de las relaciones con los demás. Miran al futuro y tienen sueños. Es fuerte el deseo de felicidad, de amistad, de Amor. Les gusta compartir, tener ideales y diseñar proyectos. Todo esto forma parte de la juventud. No estoy diciendo que todos los jóvenes lo estén viviendo de este modo. Existen, tristemente, jóvenes que están muy lejos de soñar una juventud así, pero no deben renunciar a ello. Por otra parte, la vida viene acompañada tantísimas veces por los dones que nuestro Padre Dios nos brinda en ella: la alegría de vivir, de tener salud, de gozar de la belleza de la naturaleza. La alegría de la amistad y del amor auténtico, del trabajo bien hecho que produce cansancio, pero satisfacción. La alegría del clima familiar hermoso (aunque no todos ustedes tengan esta realidad en sus vidas); la alegría del sentirse comprendidos y de servir a otros.

Es bello reconocerse en esto queridos jóvenes, y descubrir esto no es fruto de la casualidad sino algo querido por Dios para cada uno de nosotros, para cada uno de ustedes, ya que Dios es la fuente de la verdadera alegría, y ésta tiene su origen en Él. Es bello descubrir en la vida que somos aceptados, acogidos y amados por Dios. Es hermoso que ustedes puedan sentir en lo más profundo de sus corazones que son amados personalmente por Dios. Es conmovedor para un joven poder decirse a sí mismo esta gran verdad: Dios me Ama, y me ama incondicionalmente, de una manera única y personal. Y la gran prueba de ese Amor es el encuentro con su Hijo Jesucristo. En él se encuentra la alegría que buscamos. El encuentro auténtico y verdadero con Jesús produce siempre en uno mismo una gran alegría interior.

Y cuando escribo esto último pienso en ustedes jóvenes queridos de otras religiones que no pueden percibir en su experiencia personal de qué estoy hablando al referirme a Jesús, aunque entiendan mis palabras, pero que sí pueden hacer experiencia personal e íntima, sea cual sea su religión, de que Dios los ama, y los ama profundamente, porque pertenece a la esencia de Dios Amar inmensamente todo lo que ha creado, y entre todo ello a ti, a mí, a cada uno de nosotros, cada uno de ustedes mis queridos jóvenes.

Jóvenes muy amados de Dios, en cualquier parte del mundo, en la religión en la que ustedes se encuentran con Dios, descubran en sí mismos cómo Dios es presencia en sus vidas, cómo Él es fiel y nunca los abandonará. En su Palabra siempre lo podremos encontrar. “Si encontraba tus palabras, las devoraba: tus palabras me servían de gozo y eran la alegría de mi corazón (Jr 15,16). Escuchen la voz de Dios y su Palabra y tendrán tantas respuestas a lo que llevan en su corazón y en sus pensamientos.

Al igual que haría don Bosco, el Padre y Maestro de la Juventud del mundo, yo quiero invitarles en su nombre a ser valientes en no alejarse nunca de Dios, a optar por Él en cada momento de sus vidas siendo generosos, no conformándose con dar el mínimo sino comprometiéndose a dar lo mejor que cada uno tiene en su corazón. Su vida queridos jóvenes es preciosa, y sea cual sea la vocación a la que Dios les llame, es una vida que merece la pena vivirla en la entrega, en la donación, en el servicio y el amor a los demás. Como les dice el Papa Francisco, “Jóvenes queridos, ustedes ‘¡no tienen precio!¡No son piezas de subasta! Por favor, no se dejen comprar, no se dejen seducir, no se dejen esclavizar por las colonizaciones ideológicas que nos meten ideas en la cabeza y al final nos volvemos esclavos, dependientes, fracasados en la vida. Ustedes no tienen precio (…) Enamórense de esta libertad, que es la que ofrece Jesús”. Me permito incluso de hacerles la invitación de atreverse a vivir las Bienaventuranzas que en el Evangelio nos propone el Señor. Son una preciosa expresión de cómo vivir la alegría del Evangelio con ‘rostros’ y modos diversos que conducen a la felicidad en Cristo.

Imitando a Don Bosco quiero proponerles, como digo en la Strenna (‘aguinaldo’) de este año, que se entusiasmen en vivir la vida como una fiesta y la fe como felicidad. Él se lo proponía y lo hacía realidad con sus muchachos en Valdocco. Hoy ese Valdocco de la fiesta de la alegría puede ser cada uno de los lugares y de las casas salesianas o no salesianas donde ustedes se encuentran. Les pido que sean misioneros de la alegría, puesto que son discípulos-misioneros de Jesús. Cuenten a sus amigos, amigas y a otros jóvenes que han encontrado ese tesoro precioso es que Jesús mismo. Contagien a otros la alegría de la Fe y la esperanza que ésta produce. Sean misioneros de otros jóvenes, como proponía Don Bosco a sus muchachos en Valdocco, haciendo llegara quienes no se sienten bien, a quienes sufren, a los más pobres, a los ‘sin oportunidades’, la alegría que Jesús les quiere ofrecer. Lleven esa misma alegría a sus familias, a sus escuelas o universidades; contágienla en los lugares de trabajo y entre sus amigos. Verán que, si esa alegría que tienen en su corazón viene de Dios, se hará realmente contagiosa, bellamente contagiosa porque genera vida.

¿No creen que después de lo que acabo de decir se entiende fácilmente eso de Domingo Savio en Valdocco: ‘Nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres´?

Que María, Madre Auxiliadora nos acompañe a todos en este camino. Ella acogió al Señor dentro de sí y lo anunció con un canto de alabanza y alegría: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador” (Lc 1, 46-47).

¿Qué alegría es la que hoy resuena en tu corazón, mi querido joven?

Sean felices aquí y en la eternidad, como decía Don Bosco. Les bendigo y saludo con verdadero afecto,   

Ángel Fernández Artime, sdb


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Miguel Rúa, el primer sucesor de Don Bosco

 


Un día, en 1852, don Bosco tuvo un gesto misterioso con un niño. Él estaba en un grupo de varios, a quienes el Santo fundador repartía medallas. Pero a este niño, flacuchento, pálido, de noble semblante, San Juan Bosco le hizo algo extraño: hizo como que partía su brazo izquierdo con la mano de su brazo derecho. 30 años después don Rúa preguntaba el significado de ese gesto: “Te quise decir que los dos obraríamos siempre ayudándonos el uno al otro y que tú serías mi mejor colaborador”. Recordemos que entre muchos dones místicos de Don Bosco estaba el de profecía.

 

Miguel Rúa nace en Turín y se educa con los Hermanos Cristianos, que mucho lo apreciaban. Al Instituto de los Hermanos iba don Bosco a confesar, y fue ahí que don Rúa quedó prendado de la grandeza y santidad de ese hombre.

Comenzó a frecuentar el Oratorio de don Bosco, hasta que un día el Santo le dijo: “Miguelín: ¿nunca has deseado ser sacerdote?”. Al jovencito le brillaron los ojos de emoción y le respondió: “Si, lo he deseado mucho, pero no tengo cómo hacer los estudios”. “Pues te vienes cada día a mi casa y yo te daré clases de latín”, le dijo Don Bosco, y así comenzó su formación secundaria.

Un día don Bosco preguntó a los chicos de su Oratorio dos cosas: La primera: ¿Cuál es el más santo y piadoso de los oratorianos? La segunda: ¿Cuál es el más simpático y buen compañero de todo el Oratorio? La segunda la ganó Santo Domingo Savio. La primera don Miguel Rúa.

 

Un religioso con todas las cualidades

Don Miguel fue el primero de sus alumnos que ordenado sacerdote se quedó a ayudarle en su obra. Acompañó a San Juan Bosco por más de 37 años.

Un día don Bosco hizo de él un elogio que se diría insuperable: “Si Dios me dijera: hágame la lista de las mejores cualidades que desea para sus religiosos, yo no sé qué cualidades me atrevería a decir, que ya no las tenga el Padre Miguel Rúa”.

Al final de su vida don Bosco decía: “Si el Padre Rúa quisiera hacer milagros, los haría, porque tiene la virtud suficiente para conseguirlos”.

Sin embargo, su humildad lo movía a no querer nada de extraordinario. Un día, ya ancianito, le preguntaron los religiosos jóvenes: “Padre, ¿nunca le ha sucedido algún hecho extraordinario?”. Y él les dijo: “Sí, un día me dijeron: ya que está reemplazando a Don Bosco que era tan milagroso, por favor coloque sus manos sobre una enferma que está moribunda. Yo lo hice, y tan pronto como le coloqué las manos sobre la cabeza, en ese mismo instante… ¡la pobre mujer se murió!”. Todos rieron y sobre todo se dieron cuenta de que no le gustaba hablar de sí mismo.

 

León XIII le preguntó directamente a San Juan Bosco a quien quería como su remplazo, y el Santo indicó a Miguel Rúa. Fue superior salesiano por 22 años. Bajo su gobierno la obra se expandió grandemente.

Decían los salesianos: “Si alguna vez se perdiera nuestra Regla o nuestros Reglamentos, bastaría observar cómo se porta el Padre Rúa, para saber ya qué es lo que los demás debemos hacer”. Brillaba la bondad en él, la paciencia, y también el cumplimiento exacto de todos sus deberes.

Un día, cuando don Rúa tenía 25 años enfermó gravemente, don Bosco dijo que no moriría.

“Miguel no se muere ahora, ni aunque lo lances de un quinto piso”. Y después explicó el por qué decía esto. Es que en sueños había visto que todavía en el año 1906 (40 años después) estaría Miguel Rúa extendiendo la comunidad salesiana por muchos países del mundo. Y a él personalmente le dijo después: “Miguel: cuando ya seas muy anciano y al llegar a una casa alguien te diga: ‘Ay padre, ¿por qué se ha envejecido tan exageradamente?’, prepárate, porque ya habrá llegado la hora de partir para la eternidad”.

Así ocurrió en 1910, el 6 de abril.


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La higuera, el árbol presente desde el Génesis hasta el Apocalipsis

 Por Liana Marabini



En las Sagradas Escrituras hay 44 versos que mencionan la higuera. Algunos creen que el Árbol del conocimiento del bien y del mal del que Eva arrancó el fruto prohibido era precisamente una higuera. Ciertamente tiene un gran simbolismo y Jesús se refirió a la higuera varias veces en su vida pública. Incluso hoy en día Israel está lleno de estos árboles y su florecimiento puede ser un signo mesiánico.

 

En las Sagradas Escrituras hay un fruto que está más presente que otros: la higuera. Hay 44 versos que lo mencionan.

En el Jardín del Edén, Dios plantó el Árbol de la Vida y el Árbol del Bien y del Mal. Ordenó a Adán y Eva que no comieran el fruto del árbol prohibido para evitar su muerte y ellos desobedecieron.  El Génesis no menciona de qué fruto se trata, pero algunos historiadores concluyen que podría ser un higo aquello con lo cual la serpiente tentó a nuestros primeros padres. ¿La prueba? Una vez que abrieron los ojos, los progenitores se cubrieron con hojas de higuera (Génesis 3:7): se infiere así que habían utilizado las hojas del árbol del que habían recogido el fruto.,

Por cierto que este pasaje de la Biblia, como tantos otros, es simbólico y de ninguna manera significa que el Pecado Original consistió en la ingesta de una fruta, sea ésta higo, manzana, o cualquier otra….

 

Pero volvamos a la higuera. Era un árbol muy frecuente en la tierra de Israel, y fue valorado desde los primeros tiempos por todos los pueblos antiguos: los egipcios, asirios y griegos lo consideraban una importante fuente de alimento, tanto fresco como seco. Con esta última variante se resolvían los problemas de alimentación de muchos pueblos nómadas o de la gente que viajaba (1Samuel 25:18; 30:12; Judith 10:5). 

En esas tierras áridas, la higuera, además de ofrecer frutos, daba sombra en los oasis y marcaba el cambio de estaciones: “Porque, mira, ha pasado ya el invierno, han cesado las lluvias y se han ido. Aparecen las flores en la tierra, el tiempo de las canciones es llegado, se oye el arrullo de la tórtola en nuestra tierra. Echa la higuera sus yemas, y las viñas en cierne exhalan su fragancia. ¡Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente!” (Cantar de los Cantares 2,11-13).

La higuera era un árbol con un rico simbolismo, y el principal de ellos era la fertilidad y la fecundidad. Pero también era una fuente de medicina (2 Reyes 20,1-7): el rey Ezequías, afligido por las úlceras, fue tratado con “una cataplasma de higos” y se curó. 

También era una planta de la Tierra Prometida: en los libros proféticos la higuera es un símbolo de paz (Miqueas 4,4), prosperidad (Joel 2,22), y de la fidelidad del pueblo a su alianza con Dios (Ageo 2,19; Juan 1,48-49; Zacarías 3,10). El profeta Jeremías también utiliza el simbolismo del fruto de la higuera para mostrar la diferencia entre la liberación y la condenación, entre el bien y el mal: una cesta contiene frutos buenos, que simbolizan al pueblo primero deportado y luego liberado por Dios, mientras que la otra está llena de frutos malos, como la condenación del rey de Judá, Sedecías (Jeremías, 24,1-10; 29,17-18). 

Pero el simbolismo no se detiene ahí: El mismo Jesús usa la higuera como ejemplo para impartir sus enseñanzas sobre la entrega y la relación del hombre con Dios. En Mateo (21,17-22) y Marcos (11,12-24) vemos que Jesús maldice y hace que seque una higuera porque es rica en hojas verdes pero carente de frutos. Es un milagro que tiene un fuerte simbolismo, aunque la maldición de Jesús a la higuera sea una acción que pueda parecer inconsistente con sus acciones (por cierto, ni siquiera fue “culpa” de la higuera porque “no era tiempo de higos”, ver Marcos 11,13). En realidad, es una parábola basada en símbolos: la higuera representa la ciudad de Jerusalén, que no responde a Jesús “en especie”, por lo que sufre un castigo divino. Jesús utiliza el símbolo de la higuera desnuda e infructuosa para llamar al pueblo (que había decepcionado las expectativas de Dios) a la conversión del pecado.

En cambio, en el Evangelio de Lucas, que enfatiza la misericordia de Dios, la falta de higos en el árbol no causa la maldición:

Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?”. Pero él le respondió: “Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas”». (Lucas 13,6-9).

Aquí también, Jesús nos informa que la espiritualidad puede ser cultivada, fertilizada y nutrida.  La infidelidad a la Alianza se indica con la imagen de la higuera desnuda y seca: “Han rechazado la palabra del Señor... no hay racimos en la vid ni higos en la higuera, y están mustias sus hojas” (Jeremías 8,13).

La trascendencia se logra manteniendo viva la relación con Dios: la higuera representa un fruto del espíritu, que da seguridad y prosperidad tanto al alma como al cuerpo. En el Primer Libro de los Reyes, la prosperidad del pueblo de Israel en tiempos del rey Salomón se relata a través del símbolo de la higuera: “Judá e Israel vivieron en seguridad, cada uno bajo su parra y bajo su higuera, desde Dan hasta Berseba, todos los días de Salomón” (1 Reyes 5,5). Frecuentemente se encuentra la expresión “sentado bajo la higuera” en los textos bíblicos.

En la tradición rabínica, la higuera no es sólo un símbolo de bienestar y paz, sino el lugar favorito de los rabinos para estudiar y leer la Torá. La historia de Israel está intrínsecamente ligada al simbolismo de la higuera. En el Nuevo Testamento también podemos ver a Jesús usando la higuera simbólicamente -primero en la llamada a Natanael que estaba “sentado bajo una higuera como un verdadero israelita” (Juan 1,48-50). Más tarde utiliza la higuera como metáfora de cómo debemos reconocer los signos de los tiempos (Mateo 24,32). Este sistema de describir el fin de los tiempos usando la analogía de la higuera se retoma en Apocalipsis 6,13: “Y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera suelta sus higos verdes al ser sacudida por un viento fuerte”.

 

Así que, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, la higuera está fuertemente presente en el simbolismo de las Escrituras. 

Aún hoy Israel está lleno de higueras: enormes, bien desarrolladas y llenas de frutos. Producen dos cosechas de frutos al año, la primera en primavera en torno a la época de la Pascua, incluso antes de que las hojas se hayan desplegado, mientras que los frutos más grandes, mejores y más jugosos llegan por sí solos en septiembre, cerca de las fiestas judías de Rosh HaShaná, Yom Kipur y Sucot (Fiesta de las Trompetas, Día de la Expiación y Fiesta de los Tabernáculos, respectivamente).

Se puede considerar que el florecimiento de los higos hoy en día es en sí mismo un signo mesiánico: los pueblos están esperando el regreso de Jesús. La restauración será un despertar espiritual y todo el pueblo saludará a su Mesías, Jesús, diciendo: “Bendito el que viene en el nombre del Señor”.