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Las llaves del Reino


La política del Padrenuestro


Honrados ciudadanos y buenos cristianos:
Dimensión política de la pedagogía de Don Bosco
La política del Padrenuestro


por P. Luis Ricchiardi, sdb
Congreso Nacional de Pedagogía de Don Bosco
Cuenca, Ecuador, 29 al 31 de mayo de 2013


Iniciando una historia

En otoño de 1841, ordenado sacerdote hacía solamente unos meses, Don Bosco se establece en Turín en la residencia sacerdotal del «Convitto de la Consolata». Andando por la ciudad, se queda desconcertado: los adolescentes vagabundeaban por las calles, desocupados, tristes, dispuestos a lo peor.

Aquellos muchachos eran un «efecto perverso» de la Revolución industrial que estaba trastornando Europa, llegando también a Italia. Esta era un gran salto hacia adelante de la humanidad, pero el precio lo estaban pagando las clases más humildes con un pavoroso costo humano. «Una pequeña minoría de grandes ricos –afirmaba León XIII– impuso una verdadera esclavitud a una multitud infinita de proletarios».

Visitando los muchachos en las cárceles de Turín, Don Bosco queda aún más desconcertado. Escribe: «Ver bandas de jovencitos en edades entre 12 a 18 años; todos sanos, robustos, despiertos, ingeniosos…; verlos ahí inoperantes, picados por los insectos, con necesidad de pan espiritual y temporal, fue algo que me horrorizó».
Don Bosco ve la realidad social, le toma el significado y asume las consecuencias. De esta experiencia nace en él una inmensa compasión por aquellos muchachos necesitados y explotados; en su corazón crece una elección personal de vida: «¡cuidar a los muchachos abandonados, entregar su vida por ellos!».

Inicia buscando buenos puestos de trabajo, los visita, abre escuelas nocturnas y dominicales para ellos, sociedades de socorro mutuo y, primer caso en la historia laboral de Italia, exige a los patronos contratos de aprendizaje por sus muchachos. En estos contratos Don Bosco obliga a los patronos a emplear a los jóvenes aprendices solo en su oficio, y no como servidores y criados; exige que las correcciones se les hagan con palabras y no con golpes. Se preocupa de la salud, del descanso festivo y de las vacaciones anuales. Y exige una paga «progresiva» porque el tercero y último año de aprendizaje era en la práctica un año de verdadero trabajo.

La opción por la educación

Pero todo esto no lograba responder a las necesidades de los chicos. Y Don Bosco hace definitivamente la opción de la educación: un tipo de educación que previene el mal a través de la confianza en el bien que existe en el corazón de cada joven, que desarrolla sus potencialidades con perseverancia y con paciencia, que construye la identidad personal de cada uno. Se trata de una educación que forma personas solidarias, ciudadanos activos y responsables, personas abiertas a los valores de la vida y de la fe, capaces de vivir con sentido, alegría, responsabilidad y competencia.

Con imaginación y generosidad Don Bosco crea un ambiente de acogida, rico de calidad humana y cristiana, en el cual los educadores están presentes entre los jóvenes con una cercanía afectiva y efectiva. El Oratorio de Valdocco se convierte en su realización ideal y en un punto de referencia para el futuro, un auténtico taller/laboratorio pedagógico del Sistema Preventivo. En este ambiente Don Bosco elabora una propuesta educativa con la cual quiere prevenir las experiencias negativas de los muchachos que llegan a Turín en búsqueda de trabajo, de los huérfanos o de aquellos cuyos padres no pueden o no quieren ocuparse de ellos, de los vagabundos que no son todavía malhechores… Esta propuesta ofrece a los jóvenes una educación que desarrolla sus mejores recursos, hace renacer la confianza en sí mismos y el sentido de la propia dignidad, crea un ambiente positivo de alegría y amistad en el cual asumen, casi por contagio, los valores morales y religiosos; incluye una práctica religiosa propuesta y vivida en forma tal que los jóvenes queden espontáneamente involucrados y motivados.

Mirando más allá… hacia el cambio de estructuras

Para Don Bosco es importante cuidar de los jóvenes que vienen al Oratorio, pero es igualmente importante para él la preocupación por buscar a todos aquellos que habían quedado fuera. Se preocupa por el desarrollo de la persona hasta su plena madurez humana y cristiana, pero también se preocupa por la transformación de la sociedad, a través de la educación.
La sociedad que Don Bosco tiene en la mente es una sociedad cristiana, construida sobre los fundamentos de la propuesta evangélica del Reino de Dios. Un Reino que, en la perspectiva de Jesús, lo pueden hacer realidad solo los pequeños, los pobres, los marginados del poder y de la riqueza, en la medida que renuncian a ser ricos: son ellos los que pueden entender esta propuesta de Jesús.

A diferencia de otros fundadores de instituciones educativas, Don Bosco intuye que la esperanza de un mundo nuevo, en un contexto de cambios radicales como el inicio de la era industrial, se podía fincar sobre todo en los chicos pobres y en las clases populares (del basso popolo) y no en los hijos de la clase acomodada.
Consciente así de la importancia de la educación de la juventud pobre y del pueblo, para la transformación de la sociedad, Don Bosco se convierte en promotor de nuevos proyectos sociales de prevención y de asistencia; piensa en la relación con el mundo del trabajo, en los contratos, en el tiempo libre, en la promoción de la instrucción y la cultura popular por medio de la prensa.
Don Bosco sabe que no basta atenuar la situación de malestar y abandono en la cual viven aquellos muchachos (acción paliativa); se siente movido a hacer un cambio cultural (acción transformadora) a través de un ambiente y una propuesta educativa que involucran a muchísimas personas identificadas con él y con su misión y abre perspectivas hacia otro mundo posible.

Don Bosco sabe valorar todo lo positivo que hay en la vida de las personas, en la realidad creada, en los acontecimientos de la historia. Esto lo lleva a descubrir los auténticos valores presentes en el mundo, especialmente si son deseados por los jóvenes y los pobres; a insertarse en el flujo de la cultura y del desarrollo humano de su propio tiempo, estimulando el bien y evitando el quejarse simplemente de los males; a buscar con sabiduría la cooperación de muchos, convencido de que cada uno tiene dones que necesitan ser descubiertos, reconocidos y valorados; a creer en la fuerza de la educación que sostiene el crecimiento del joven y lo anima a ser un honesto ciudadano y un buen cristiano; a confiarse siempre y en cualquier circunstancia a la Providencia de Dios, percibido y amado como Padre.


Honestos ciudadanos, porque buenos cristianos

Formar «buenos cristianos y honestos ciudadanos» es la intención expresada muchas veces por Don Bosco para indicar todo lo que los jóvenes necesitan para vivir en plenitud su existencia humana y cristiana al servicio de un mundo distinto, como lo quiere Dios.
Don Bosco no entiende las dos afirmaciones separadas: para él entre las dos hay una relación de reciprocidad ineludible. Para él no es posible luchar, como cristianos, por una Italia y un mundo más fraterno y justo, sino desde la perspectiva del seguimiento de Jesús.

El ideal que Don Bosco persigue, el de aportar, por medio de la educación de los pobres y de las clases populares, al cambio de este mundo, no es solo un ideal sociológico o político, sino es un auténtico acto de fe. Don Bosco está bien consciente que ser cristiano no es solo cuestión de cumplir prácticas religiosas, sino de un compromiso para seguir a Jesús en la construcción del Reino. No descuida las prácticas religiosas, pero ayuda a vivirlas en una perspectiva de apertura incondicional para buscar y preparar un mundo más fraterno y solidario, partiendo del mismo ambiente de su Oratorio. De los muchachos-modelos, de quienes escribe las biografías (Domingo Savio, Francisco Besucco, Miguel Magone), subraya siempre su compromiso para hacer de la casa del Oratorio un ambiente que, de alguna manera, se acerque al sueño del Reino, compromiso inspirado y animado por la unión con Dios y por la devoción a la Virgen María.

Su «política del padrenuestro» no es una propuesta pietista y desencarnada, sino (en un lenguaje de hoy) un compromiso claro y valiente para apoyar e inventar, si necesario, todo lo que puede ayudar a sus muchachos a empeñarse para que se haga realidad el Reino de Dios: una sociedad donde todos tengan lo necesario para una vida digna, donde se crea concretamente en la posibilidad y la urgencia de cambio, pidiendo perdón y perdonando; donde la lucha contra todo mal es compromiso constante, donde se sepa actuar con auténtica libertad frente a tantas propuestas engañosas que alejan del proyecto de Dios.

La vivencia del sacramento de la Penitencia apuntaba a vivir esta actitud constante de cambios personales y comunitarios, la frecuencia de la Eucaristía hacía experimentar la necesidad de buscar en comunidad la fuerza para no desmayar frente a las dificultades para vivir el proyecto de Dios a nivel personal y comunitario-social.


A la escuela de Don Bosco hoy

El educador, según el corazón de Don Bosco, debe ser consciente de que la educación del Sistema Preventivo se fundamenta sobre una visión cristiana de la persona y de la vida; estar convencido que la riqueza más profunda y significativa de la persona es su apertura a Dios, su buen Papá, y a su sueño de amor para este mundo.

Se trata de despertar o profundizar en los jóvenes la apertura al auténtico sentido religioso de la vida, de desarrollar la capacidad de descubrir en la realidad cotidiana los signos de la presencia y la acción de Dios, de comunicar la convicción de la profunda coherencia entre la fe y los valores humanos de solidaridad, libertad, verdad, justicia, paz.

Es urgente avanzar en la reafirmación actualizada de la «opción sociopolítica-educativa» de Don Bosco. Esto no significa promover un activismo ideológico vinculado a particulares opciones políticas de partido, sino formar en una sensibilidad social y política que lleva en cualquier caso a empeñar la propia vida en el bien de la comunidad social, comprometiendo la existencia como misión, con una referencia constante a los inalienables valores humanos y cristianos, e incentivando experiencias explícitas de compromiso social en el sentido más amplio: Esta cualidad social de la educación salesiana puede hoy encontrar todavía más clara comprensión y realización con el compromiso en la promoción de los derechos humanos, en manera particular, aquellos de los niños, como vía privilegiada para realizar, en los diversos contextos, el compromiso de prevención, de desarrollo humano integral, de construir un mundo con mayor equidad y solidaridad.

El «buen cristiano» hoy

Don Bosco, quemado por el celo por las almas, comprendió la ambigüedad y los peligros de la situación histórica, criticó sus presupuestos liberal-capitalistas, descubrió nuevas formas para oponerse al mal a pesar de los escasos recursos de los que disponía. Su sueño fue formar, en esta situación, jóvenes que fueran «buenos cristianos», capaces de experiencias comunitarias y fieles al Papa.

¿Cómo actualizar el «buen cristiano» de Don Bosco? ¿Cómo salvaguardar hoy la totalidad humano-cristiana del proyecto en iniciativas prevalentemente religiosas y pastorales, ante los peligros de los antiguos y nuevos integrismos y exclusivismos?
¿Cómo transformar la educación tradicional, nacida en un contexto de religiosidad homogénea, en una educación abierta y al mismo tiempo crítica frente al pluralismo contemporáneo? ¿Cómo educar para vivir de forma autónoma y al mismo tiempo para saber participar en los procesos de un mundo multiétnico, multicultural e interreligioso?

Vivimos en una sociedad secular, construida sobre principios de igualdad, de libertad, de participación, en una sociedad «líquida» ... En esta sociedad la propuesta educativa salesiana conserva su capacidad de formar, desde una perspectiva auténticamente cristiana, un ciudadano consciente de sus responsabilidades sociales, profesionales, políticas, capaz de comprometerse por la justicia y por promover el bien común, con una especial sensibilidad y preocupación por los grupos más débiles y marginados.

Para esto cada obra salesiana debe siempre presentarse como un centro de acogida y de convocación del mayor número posible de personas, que se convierta cada vez más en un núcleo animador, capaz de extenderse hacia el exterior, involucrando en forma y modos diversos a todos aquellos que desean comprometerse en la promoción y la salvación de todos con y desde los jóvenes y los pobres.


A la escuela y con el auxilio de María

La presencia de María, en la educación de Don Bosco, tiene una importancia fundamental. A sus muchachos, muchas veces desamparados aun del cariño materno, la presenta de manera que les ayude a crecer como Madre Inmaculada y Auxiliadora.
La presenta como Inmaculada, como la mujer plenamente realizada, que vive con gozo el proyecto que Dios tiene con ella: un proyecto de ser salvada del pecado, para poder con su Hijo salvar al mundo, hacerlo bueno y feliz para todos.
La presenta como Auxiliadora, como madre amorosa, preocupada para que sus hijos logren vivir plenamente el sueño de Dios sobre cada uno.
Pero, consciente de las vicisitudes de la historia de la Iglesia en que había nacido la devoción a María como Auxiliadora de los cristianos, y encarnado en la realidad de su tiempo (un mundo convulsionado a nivel político y económico), la piensa y propone como la madre que quiere caminar con sus hijos, los jóvenes y los pobres, quiere sostenerlos en su lucha valiente para que se haga realidad lo que su Hijo Jesús vino a iniciar, el Reino de Dios.

En la perspectiva de una educación que ayude a los jóvenes y a los pobres a realizarse y a aportar para el cambio del mundo, la presencia de María tiene así una dimensión no solo devocional, sino «política»: es la Madre que auxilia a sus hijos a vivir coherentemente la «política del padrenuestro».


La ambición femenina: Cómo reconciliar trabajo y familia


(Adaptación)
Por  Nuria Chinchilla Albiol  y Consuelo León Llorente
(Escritoras españolas)


¿En qué piensan las mujeres?  La prensa, la opinión pública e incluso determinada literatura nacida de algunos medios de comunicación,  a  veces difunden la idea de que las mujeres nos hemos vuelto locas y que sólo pensamos en reivindicar derechos y banderas.
Vamos al gimnasio, soportamos sobre nuestras espaldas separaciones, divorcios, disputas, romances, dobles jornadas e incluso carreras por el poder, pero nuestra verdadera ambición es tener una vida plena, capaz de ser llamada así.
Lo que de verdad preocupa a las mujeres es sentir que tienen el respaldo para diseñar su vida laboral fuera de las pautas masculinas tradicionales (que ignoran la maternidad), y comprobar que los gobiernos toman medidas al respecto, legislando y dando ayudas directas y eficaces.
En el nuevo contexto de esta revolución de la vida ordinaria, las mujeres quieren que se respete su feminidad y que se les dé la oportunidad de demostrar que su aportación específica puede transformar la empresa y la sociedad, haciéndola más acogedora, más humana, en definitiva. ¿Y qué necesitan para ello? La complicidad, la colaboración del varón. Y confianza, mucha confianza en que las cosas funcionarán a pesar de tener que cambiar… y mucho.

Las mujeres queremos la libertad de poder poner en un currículum “casada y madre de dos hijos”; de quedarnos embarazadas o decir que vamos a estarlo en breve; y ser también reconocidas como algo más que una fuerza de trabajo cualificada, interesante, eficiente y complementaria al varón. En definitiva, aspiramos no sólo a no esconder a nuestra familia, sino a hacerla compatible con nuestro trabajo profesional; a la vez pretendemos que ésto no sea el resultado de una batalla particular, sino el reconocimiento de un derecho social.
Las mujeres pensamos, -mejor dicho, soñamos-, con políticos, empresarios y agentes sociales que apuesten por ese valor de renta fija, pero a largo plazo, que es la maternidad. Que ingenien, -que ingeniemos-, soluciones y modos de reducir el “coste” –es triste decirlo así- de los hijos que una mujer pueda tener a lo largo de su vida laboral.
Pongamos imaginación, huyamos de lo fácil. Apostemos por la verdadera sociedad del bien-estar, basada en el bien-pensar y en el bien-ser de sus componentes.
Hay que tener en cuenta que, en la actualidad, el 60 por ciento de las mujeres ambiciona hacer compatibles las dos cosas: trabajo y familia. Otro 20 por ciento opta en exclusiva por su familia; y el 20 por ciento restante por su trabajo. Los cambios de nuestra sociedad pasarán necesariamente por ahí: por asegurar un contexto de libertad para que cada familia y cada mujer puedan elegir.

La familia es el mayor ámbito de gratuidad que existe. En ella la persona es amada y aceptada por sí misma en todo momento. Las relaciones son esencialmente afectivas y, aunque hay reciprocidad, no las mueve el interés. Aún en los casos en los que la convivencia pueda resultar difícil, la familia tiende a disculpar, proteger y cuidar a sus miembros incluso en circunstancias en las que el entorno –trabajo, amigos, salud- pueden fallar. No puede programarse ninguna organización social semejante. En ella cada individuo es querido y aceptado tan sólo por el hecho de existir. Nuestra sociedad vive de este núcleo básico de garantías cívicas y de germen de valores.
No sólo el miedo a una sociedad sin pensiones o a la inversión de la pirámide de edad de la población puede hacernos mirar con afecto a la familia. También para la empresa es básico el entorno familiar del empleado, ya que gran parte de su equilibrio, de su motivación y del aprendizaje de hábitos necesarios para la vida laboral provienen de esa realidad.
Por otra parte, el trabajo es para todo hombre -varón y mujer- fuente de realización personal y de socialización. Trabajar es servir y equivale a vivir. Sin embargo, nuestra época ha vivido en los últimos treinta años una exaltación del trabajo remunerado como principal indicador de la valía de una persona: no vale lo que has conseguido ser, sino lo que te paga el mercado. Esta visión economicista para lo que sólo vale lo que se puede cuantificar y pagar, ha influido en la progresiva devaluación de los trabajos del hogar. Independientemente de que una mujer pueda dedicarse más o menos a ellos, estas labores merecen un enorme reconocimiento social y personal, ya que el hogar es el servicio público por excelencia, el mejor Ministerio de Bienestar Social y de prevención de la delincuencia.

Empresas: cambio de mentalidad

El principal activo, no sólo de una empresa sino de toda sociedad, son las personas. Hemos oído esta frase hasta la saciedad, pero quizá aún no nos la creemos del todo... Y lo más grave es que estamos poniendo en peligro la “ecología humana”.

Durante muchas décadas las empresas se despreocuparon de su impacto en el medioambiente. Actualmente esto ha cambiado. Existen normas, certificaciones de calidad, legislaciones y sanciones que han sensibilizado a las empresas sobre su responsabilidad social respecto a la contaminación generada en la naturaleza. Sin embargo, lo cierto es que muchas empresas son hoy sistemáticamente contaminantes del entorno humano en el que se encuentran y con el que trabajan sin ser conscientes de ello. Cuando a un trabajador no se le permite ejercer su rol de esposo o esposa, de padre o madre, de hijo o de hija, a causa de horarios rígidos o interminables o de viajes constantes, se le está empobreciendo como persona, además de poner en peligro su relación conyugal o paterno-filial.
Si no hay tiempo para convivir en familia, desciende el número de hijos, y no se construye hogar. El hecho es que por dejación u omisión no se transmiten valores, no se desarrollan buenos hábitos y empobrecemos la sociedad. Familia, empresa y sociedad son realidades vivas que conforman un triángulo en constante evolución y que se enriquece o que se devalúa a través de los aprendizajes positivos de las personas en los distintos ámbitos de su vida. Decía Oscar Wilde que en ocasiones “somos capaces de destruir aquello que más amamos”. Viendo lo que pasa a nuestro alrededor, ¿no estaremos destruyendo ese lugar de convivencia por excelencia que es la familia?
La contaminación de los ríos se subsana en algún caso construyendo piscifactorías, que han salvado más de una especie acuática, pero las personas no se desarrollan tan fácilmente como los animales y si no permitimos que la familia pueda cumplir su función ¿cuál será la nueva “humanofactoría”? Como decía el escrito francés André Frossard, “las antiguas civilizaciones fueron destruidas por la invasión de los bárbaros, la nuestra tiene los bárbaros dentro de sí”.

Deberemos cuidar, pues, la familia si no queremos ir contra nosotros mismos. Si perdemos de vista este hecho; si dejamos de dar importancia a uno de los motivos principales por los que crecen las rupturas matrimoniales y los problemas educativos en el seno familiar y escolar; o si miramos con indiferencia el que muchas mujeres directivas (en ejercicio o en potencia) se autoimpongan un techo de cemento en su trayectoria profesional, a fin de evitar  nuevos conflictos entre su vida profesional y familiar; si consideramos como problemas de segunda categoría el que existan medidas de discriminación en la empresa, no tanto en razón del sexo sino en razón de la maternidad –no olvidemos que una mujer sin obligaciones familiares (hijos, padres o personas dependientes) casi nunca es un “problema”-, estamos alejándonos de la realidad y de sus posibles vías de solución.



Historia de la Devoción a María Auxiliadora





La Virgen María era llamada “Auxiliadora” por los primeros cristianos: en Grecia, Egipto, Antioquía, Éfeso, Alejandría y Atenas acostumbraban llamar a la Santísima Virgen con el nombre de “Auxiliadora”, que en griego es Boetéia y significa “La que trae auxilios venidos del Cielo”.

El primer Padre de la Iglesia que llamó a la Virgen María con el título de "Auxiliadora" fue San Juan Crisóstomo, en Constantinopla, en al año 345. El Santo dijo: " Tú, María, eres auxilio potentísimo de Dios".
 San Sabas de Cesarea en el año 532 narra que en oriente había una imagen de la Virgen que era llamada "Auxiliadora de los enfermos", porque junto a ella se obraban muchas curaciones.

San Juan Damasceno en el año 749 fue el primero en propagar la jaculatoria: "María Auxiliadora, rogad por nosotros". Y repite: la Virgen es "auxiliadora para evitar males y peligros, y auxiliadora para conseguir la salvación".

En Ucrania, Rusia, se celebra la fiesta de María Auxiliadora el 1 de octubre desde el año 1030: en ese año la Virgen libró a la ciudad de la invasión de una terrible tribu de bárbaros paganos.


En el año 1572, el Papa San Pío V, después de la victoria del ejército cristiano sobre los turcos musulmanes en la batalla de Lepanto, ordenó celebrar el 7 de octubre la fiesta del Santo Rosario, y que en las letanías se invocara a “María Auxilio de los cristianos”. Ese año Nuestra Señora libró prodigiosamente a toda la cristiandad de ser destruida por un ejército mahometano de 282 barcos y 88.000 soldados.

En el año 1600 los católicos del sur de Alemania hicieron una promesa a la Virgen de honrarla con el título de auxiliadora si los libraba de la invasión de los protestantes y hacía que se terminara la terrible guerra de los 30 años. La Madre de Dios les concedió ambos favores, y pronto había ya más de 70 capillas con el título de María Auxiliadora de los cristianos.

En 1683 los turcos atacaron Viena durante el Pontificado de Inocencio XI. Bajo el mando del rey de Polonia, Juan Sobieski, venció al ejército turco confiando en la ayuda de María Auxiliadora, inclusive con un ejército inferior en fuerzas.

En 1809 el Papa Pío VII fue apresado en el Palacio de Fontainebleau por el emperador francés Napoleón Bonaparte y dedicó sus oraciones a María Auxiliadora para que protegiera a la Iglesia, prometiendo a la Virgen que el día que llegara a Roma en libertad, lo declararía fiesta de María Auxiliadora. Los ruegos del Papa fueron escuchados. Al abdicar Napoleón, el papa recuperó su libertad el 24 de mayo de 1814, instituyendo entonces la fiesta de María Auxiliadora para perpetuar el recuerdo de su regreso a Roma tras el cautiverio.

Pero sin duda fue San Juan Bosco, el santo de María Auxiliadora, con el que esta advocación mariana encontró el mejor paladín y trampolín para el desarrollo y popularidad de su devoción.
Será exactamente en 1862, en plena madurez de Don Bosco, cuando éste hace la opción mariana definitiva: "La Virgen quiere que la honremos con el título de Auxiliadora: los tiempos que corren son tan aciagos que tenemos necesidad de que la Virgen nos ayude a conservar y a defender la fe cristiana".

Desde esa fecha el título de Auxiliadora aparece en la vida de Don Bosco y en su obra como "central y sintetizador". La Auxiliadora es la visión propia que Don Bosco tiene de María. La lectura evangélica que hace de María, la experiencia de su propia vida y la de sus jóvenes salesianos, y su experiencia eclesial le hacer percibir a María como "Auxiliadora del Pueblo de Dios".

En 1863 Don Bosco comienza la construcción de la iglesia en Turín. Todo su capital era de cuarenta céntimos, y esa fue la primera paga que hizo al constructor. Cinco años más tarde, el 9 de junio de 1868, tuvo lugar la consagración del templo. Lo que sorprendió a Don Bosco primero y luego al mundo entero fue que María Auxiliadora se había construido su propia casa, para irradiar desde allí su patrocinio. Don Bosco llegará a decir: "No existe un ladrillo que no sea señal de alguna gracia".

Hoy, los salesianos-tanto religiosos como laicos-, fieles al espíritu de sus fundadores y a través de las diversas obras que llevan entre manos siguen proponiendo como ejemplo, amparo y estímulo en la evangelización de los pueblos el auxilio que viene de María Auxiliadora.


Tres Papas le tuvieron gran devoción

El Papa San Juan XXIII cultivó una especial devoción a la Auxiliadora, cuya imagen, tomada de un número del Boletín Salesiano, colgaba en la pared cerca de su cama. La proclamó Patrona del Concilio con los títulos de Auxilium Christianorum y Auxilium Episcoporum.
El 28 de mayo de 1963, ya gravemente enfermo, bendijo con profunda emoción las dos coronas destinadas al cuadro de la Virgen en la Basílica del Sagrado Corazón de Roma.

Por su parte, San Juan Pablo II solía acudir y orar en la capilla de María Auxiliadora de la iglesia de San Estanislao de Kostka (Cracovia) entre 1938 y 1944. En esta iglesia, el 3 de noviembre de 1946 celebró una de sus primeras Misas como sacerdote.

El Papa Francisco, durante su visita apostólica a Turín en 2015 por los 200 años del nacimiento San Juan Bosco, contó que durante su infancia fue educado en un colegio salesiano donde aprendió a amar a María Auxiliadora.
Dijo: “Yo allí aprendí a amar a la Virgen, los salesianos me formaron en la belleza, en el trabajo, y esto creo que es un carisma suyo; me formaron en la afectividad y esto era una característica de Don Bosco”.


El Consejo de Tolkien a su hijo en una crisis como la actual


J.R.R. Tolkien (1892 - 1973)




Nota introductoria
Fragmento de una carta del escritor J.R.R. Tolkien (1892 - 1973) dirigida a su hijo Michael a finales de 1963. El Concilio Vaticano II está en marcha. Tolkien tiene 71 años, ha vivido mucho y ya es un escritor admirado en todo el mundo. Sus hijos ya son mayores.
No disponemos de la carta a la que está contestando, pero se deduce por el contexto. Es una respuesta de padre a hijo. Resulta entrañable porque, aunque empieza la carta abordando la situación laboral y académica de su hijo («lamento mucho que te sientas deprimido») enseguida salta a lo importante: «Pero tú hablas de ‘fe debilitada’». Y le dedica al tema casi todo el escrito. Lo que haría cualquier padre: ir a lo trascendental.
Parece que la «crisis» de fe de su hijo tiene sus raíces en el escándalo de varios clérigos, como está ocurriendo estos días. Por un lado, con la experiencia que sólo da la edad, contextualiza y pone el foco donde se debe, en la santidad personal: «pero deberíamos apenarnos por Nuestro Señor, identificándonos con los escandalizadores, no los santos…». Además, advierte que echar la culpa fuera, «encontrar un chivo expiatorio», es síntoma de que ya algo, dentro, estaba mal previamente.
Y, por otro lado, Tolkien padre le propone la solución a su hijo: «la única cura para el debilitamiento de la fe es la Comunión», pero no de modo cualquiera, frecuente: «siete veces a la semana resulta más nutritivo que siete veces con intervalos», y da razón de ello.


A Michael Tolkien
1 de noviembre de 1963
76 Sandfield Road, Headington, Oxford
Mi muy querido M.:

[…]
Pero tú hablas de «fe debilitada». Ésa es enteramente otra cuestión. En última Instancia, la fe es un acto de voluntad, inspirado por el amor. Nuestro amor puede enfriarse y nuestra voluntad deteriorarse por el espectáculo de las deficiencias, la locura, aun los pecados de la Iglesia y sus ministros, pero no creo que alguien que haya tenido fe alguna vez, retroceda más allá de su límite por estos motivos (menos que nadie, quien tenga algún conocimiento histórico). El «escándalo» a lo más es una ocasión de tentación, como la indecencia lo es de la lujuria, a la que no hace, sino que la despierta. Resulta conveniente porque tiende a apartar los ojos de nosotros mismos y de nuestros propios defectos para encontrar un chivo expiatorio. Pero el acto de voluntad de la fe no es un momento único de decisión definitiva: es un acto permanente indefinidamente repetido, es decir, un estado que debe prolongarse, de modo que rezamos por la obtención de una «perseverancia definitiva». La tentación de la «incredulidad» (que significa realmente el rechazo de Nuestro Señor y Sus Demandas) está siempre presente dentro de nosotros. Una parte nuestra anhela contar con una excusa para que salga al exterior. Cuanto más fuerte es la tentación interior, más pronta y gravemente nos «escandalizarán» los demás. Creo que soy tan sensible como tú (o cualquier otro cristiano) a los «escándalos», tanto del clero como de los laicos. He sufrido mucho en mi vida por causa de sacerdotes estúpidos, cansados, obnubilados y aun malvados; pero ahora sé lo bastante de mí como para ser consciente de que no debo abandonar la Iglesia (que para mí significaría abandonar la alianza con Nuestro Señor) por ninguno de esos motivos: debería abandonarla porque no creo o ya no creería aun cuando nunca hubiera conocido a nadie de las órdenes que no fuera sabio y santo a la vez. Negaría el Santísimo Sacramento, es decir: llamaría a Dios un fraude en su propia cara.

Si Él fuera un fraude y los Evangelios, fraudulentos, es decir, episodios seleccionados con mala intención de un loco megalómano (que es la única alternativa), en ese caso, por supuesto, el espectáculo exhibido por la Iglesia (en el sentido del clero) en la historia y en la actualidad sería una simple prueba de un fraude gigantesco. Pero si no, este espectáculo es, ¡ay!, sólo lo que era de esperar: empezó antes de la primera Pascua y no afecta a la fe en absoluto, excepto en cuanto podemos y debemos estar muy apenados. Pero deberíamos apenarnos por Nuestro Señor, identificándonos con los escandalizadores, no los santos, sin clamar que no podemos «tolerar» a Judas Iscariote, o aun al absurdo y cobarde Simón Pedro o a las tontas mujeres como la madre de Santiago, que trató de poner a sus hijos por delante.

Exige una fantástica voluntad de incredulidad suponer que Jesús nunca realmente «tuvo lugar» y más todavía para suponer que nunca dijo las cosas que de Él se han registrado, tan incapaz fue nadie en el mundo de aquella época de «inventarlas»: tales como «ante Abraham vine para ser Yo soy» (Juan, VIII); «El que me ha visto, ha visto al Padre» (Juan, IX), o la promulgación del Santísimo Sacramento en Juan, V: «El que ha comido mi carne y bebido mi sangre tiene vida eterna». Por tanto, o bien debemos creer en El y en lo que dijo y atenernos a las consecuencias, o rechazarlo y atenernos a las consecuencias. Me es difícil creer que nadie que haya tomado la Comunión, aun una vez, cuando menos con la intención correcta, pueda nunca volver a rechazarlo sin grave culpa. (Sin embargo, sólo Él conoce cada una de las almas singulares y sus circunstancias.)

La única cura para el debilitamiento de la fe es la Comunión. Aunque siempre es Él Mismo, perfecto y completo e inviolable, el Santísimo Sacramento no opera del todo y de una vez en ninguno de nosotros. Como el acto de Fe, debe ser continuo y acrecentarse por el ejercicio. La frecuencia tiene los más altos efectos. Siete veces a la semana resulta más nutritivo que siete veces con intervalos. También puedo recomendar esto como ejercicio (demasiado fácil es, ¡ay!, encontrar oportunidad para ello): toma la comunión en circunstancias que resulten adversas a tu gusto. Elige a un sacerdote gangoso o charlatán o a un fraile orgulloso y vulgar; y una iglesia llena de los burgueses habituales, niños de mal comportamiento -de los que claman ser producto de las escuelas católicas, que, en el momento de abrirse el tabernáculo, se sientan y bostezan-, jovencitos sucios y con el cuello de la camisa abierto, mujeres de pantalones con los cabellos a la vez descuidados y descubiertos. Ve a tomar la comunión con ellos (y reza por ellos). Será lo mismo (o aún mejor) que una misa dicha hermosamente por un hombre visiblemente virtuoso, y compartida por unas pocas personas devotas y decorosas. […]