La pobreza de Don Bosco




Don Bosco practicó siempre la más ejemplar pobreza en todas las circunstancias de su vida, y con esta luz evangélica de pobreza y privación se ilumina toda su vida.

Niño aún, yendo a Castelnovo para la escuela, vestía con una chaqueta tan deteriorada y que no se adaptaba a su cuerpo, que suscitaba la risa de sus compañeros. Clérigo, tiene una única sotana que remendaba él mismo. La habitación en la cual trabajó y vivió durante veintiocho años era muy pobre, de gran modestia.

Pero Don Bosco no sólo practicó la pobreza, sino que la amó cordialmente. De hecho decía: “Para practicar la pobreza es menester tenerla en el corazón” y “Mi ideal fue siempre no poseer cosa alguna”. Por eso practicó el desprendimiento afectivo de todo lo que es terrenal, y supo servirse de las cosas materiales sin apegar a ellas el corazón, sino únicamente como medio para su apostolado en bien de los demás.

Contemplémosle en algunas manifestaciones de este heroico desprendimiento:

No pensaba en el alimento, ni se preocupaba por él. Se alimentaba indiferentemente de lo que se le presentaba sin lamentarse jamás ni mostrar preferencias, igualmente contento cuando se sentaba en la pobre mesa del Oratorio, como cuando era invitado a un suntuoso banquete.

En los comienzos de su sacerdocio, al invitársele a cuidar su salud quebrantada y a tomarse un descanso y distracción en algún lugar saludable, rehusó el dinero que se le ofrecía para ese fin diciendo: “No me hice sacerdote para cuidar de mi salud”

En un viaje a Roma, halló en la estación suntuosos coches de bienhechores que se disputaban el honor de servirlo. Pero Don Bosco, aunque cansado del viaje, rehusó aceptarlos: había viajado siempre en tercera clase y a pie, y se encontraba  a disgusto en un coche principesco. Y no se resolvía a ello sólo por espíritu de economía y de ahorro, sino para ejercitarse en el desapego de las cosas materiales, a fin de tener el corazón más libre para amar a  Dios y a las almas.

Pocos días antes de morir ordenó que se  revisara si había dinero en los bolsillos de su ropa, porque quería morir sin un céntimo. Y decía confidencialmente: “Desde el principio de mi carrera hice voto de no llevar dinero. A medida que llega, sé en seguida cómo voy a emplearlo. Estoy siempre cargado de deudas, y no obstante, se va adelante”. Realizó así las palabras divinas: Feliz de aquel que no esperó en el dinero y en los tesoros (…) ha hecho cosas admirables en su vida. (Ec 31,8)