Los tropiezos del amor


Por Norma Mendoza Alexandry
Licenciada en Ciencias Políticas
Master  en Educación Familiar ( U.P. México)
Master en Derecho y Género ( Universidad Autónoma de Barcelona)

           

Felicidad,  ¿es lo que todos buscamos?

La Universidad de Michigan a través de un reciente sondeo dio a conocer que en general, las mujeres hoy son tan felices como los varones. Pero las mujeres más felices son aquellas que perciben tener control sobre sus vidas, principalmente mujeres que trabajan fuera de casa. Esto no es todo lo que el mundo esperaba.

Uno de los dividendos que más aprecian las mujeres de un trabajo, es el sentido de seguridad financiera.  Sin embargo, no es sólo el trabajo lo más importante, también importa el ambiente de trabajo, los intereses mutuos y el respeto, el apoyo emocional en tiempos de crisis.  También, las mujeres tienden a disfrutar de actividades hogareñas: decorar, cocinar, bordar o simplemente ver moda en revistas.  La “multiplicidad” de actividades como la llaman los investigadores, otorga a la mujer un mayor sentido y propósito y por tanto, un sentido positivo de sí misma.

Cuando la mujer es joven se encuentra ante diferentes cuestiones típicas de la identidad personal, como el significado de la libertad personal, independencia, satisfacción y autovaloración y muchas veces se confunde en la búsqueda de respuestas.

Una cantidad de mujeres han encontrado respuestas claras a estas preguntas en la Carta Apostólica “Mulieris Dignitatem”  (La Dignidad de la Mujer) del beato Juan Pablo II. Cuando habla de la autorealización, por ejemplo dice; “Ser persona es esforzarse por la autorealización (o auto-descubrimiento), que sólo puede lograrse a través de una sincera entrega de sí mismo”.

Como las mujeres se encuentran hoy comprometidas con una serie de actividades ya sea por lucro o placer, es fácil pasar por alto la búsqueda que alguna vez representó para la mujer la única fuente de felicidad:  el amor. Un autor francés del siglo XVIII escribió: “El amor es la historia completa de la vida de una mujer, pero sólo un episodio en la del hombre”, nada podía llenar la sensitiva alma o tocar el corazón o satisfacer más la vida de una mujer que el amor.

Hoy es la misma historia, pero no con el mismo alcance.  La biología, la evolución, la historia y la cultura han influido a los humanos con un profundo deseo y capacidad para amar. Todos anhelamos dicho vínculo, los hombres, tanto como las mujeres. Incluso algunos analistas coinciden en decir que “en el amor, los ‘géneros’ son más afines que diferentes”,  esto es, ninguno de los dos sexos ama mejor ni en un tiempo determinado, ni más profundamente.  Lo que difiere quizá es el significado del amor en sus experiencias de vida.

Hoy los propósitos de mujeres y hombres son similares.  Las mujeres son más apasionadas en el logro.  Y algunos hombres se encuentran mirando más allá del status y del éxito hacia una mayor satisfacción emocional.  León Tolstoi decía con claridad: “Uno puede vivir magníficamente en este mundo si uno sabe cómo trabajar y cómo amar, trabajar para la persona que uno ama y amar el trabajo”.  Esto sería sin duda, un buen comienzo.

En primer lugar, el auto-conocimiento como decía el beato Juan Pablo II, es algo difícil de lograr y sin embargo, es un principio de esperanza pues concretiza el deseo de satisfacción personal y conecta los puntos entre éste y el darse a sí mismo.  En segundo lugar, en el contexto de la auto-realización a través de la donación de sí mismo, el entonces Papa confió el género humano a la mujer y por tanto, el valor de la feminidad: “Las mujeres están presentes hoy en cada espacio de la sociedad, de la vida social, de la vida política, de la vida económica y es maravilloso que esto esté sucediendo”.

Pero ¿qué más puede hacer la mujer?  ¿podrá hacer más?

Si la mujer se da cuenta de todo esto y de lo que le es encomendado, debe darse cuenta de este regalo especial y puede estar más presente y ser más incisiva en intervenir en diferentes modos para cambiar y mejorar las cosas hacia el bien.

La respuesta a estas preguntas también puede que tenga que ver, como sugiere el beato Juan Pablo II, no sólo con la especial capacidad de “entonar” con el amor de Dios y recibirlo, sino con la conciencia de poseer esta capacidad.

En las muchas áreas de la vida en donde sirven hoy las mujeres, el “algo más” que pueden hacer es vivir dándose cuenta de su especial responsabilidad de poder dar a otros verdad y amor con la sensibilidad del corazón femenino.



La sinergia del compromiso mutuo

Chesterton decía que el sexo es la puerta de entrada a la familia; sin embargo, existen otras muchas facetas a considerar.  Clive S. Lewis, autor de Los Relatos del Reino de Narnia, consideraba que “la actitud cristiana no significa que haya nada malo en el placer sexual, como tampoco lo hay en el placer de comer. Significa que no debemos aislar el placer e intentar obtenerlo por sí mismo, del mismo modo que no debemos intentar obtener el placer del gusto sin tragar ni digerir…”.

En la Universidad de Arkansas realizaron una investigación en la que se intentó ahondar sobre la vida sexual de hombres y mujeres casados. Se descubrió que el factor principal en las mujeres dentro de su matrimonio, era su satisfacción en aspectos no-sexuales de la relación. Esto es, lo que sucede fuera de la recámara es lo que los terapeutas denominan “la calidad de una relación”.

Lo anterior constituye una gran revelación, ya que muchos jóvenes que “hacen el amor y no la guerra”, redefinieron la sexualidad.  La “revolución sexual”, como uno de los contenidos sociales de la historia, resultó significar más una liberación sexual para las mujeres que para los varones.

A pesar del supuesto éxito de la disponibilidad de la píldora anticonceptiva y de que ésta “liberó” a la mujer para poder tener relaciones sexuales como si fuera varón, (esto es, sin el temor de consecuencias reproductivas), la mayoría de mujeres y hombres prefieren las relaciones sexuales de una manera natural, dentro de un contexto de amor, confianza y compromiso. Las palabras “compromiso” y “contrato” pueden sonar aparatosas, pero lo cierto es que cuando se trata de la entrega de uno mismo, “contrato” y “compromiso” se convierten en sinónimos, y “promesa” y “voto”, también.

El autor Enrique Rojas en su libro “El Amor Inteligente” explica que no se ama con el corazón sino con la cabeza, símbolo material de la libertad humana.  En cambio, un ansia siempre creciente de placer, tenderá a ser decreciente.  El amor, es decir, la donación de sí mismo, es la base del matrimonio y la familia, no el enamoramiento.

Lo positivo

La organización Family Research Council encontró que: “Los devotos católicos  tienen una mejor vida sexual”. El estudio muestra que la sexualidad más placentera y frecuente es la que se da entre los matrimonios católicos que frecuentan la Iglesia al menos una vez a la semana, declaró Patrick Fagan, miembro de esta organización.

El beato Juan Pablo II fue quien desarrolló de manera más sistematizada la enseñanza sobre lo que significa la sexualidad humana en el plan de Dios y en la vida de los matrimonios. Se llamó “Teología del Cuerpo”, así “el cuerpo es la expresión de la persona” afirma en múltiples ocasiones.  El significado del cuerpo lo califica como “esponsalicio”, esto supone que lleva siempre impresas sus características femeninas o masculinas.

Es importante lo que el beato consideraba por “sexo”, en palabras suyas:
“La función del sexo que en cierto sentido es constitutivo de la persona (no sólo atributo de la persona), demuestra lo profundamente que el hombre, con toda su soledad espiritual, con la unidad e irrepetibilidad propia de la persona, está constituido por el cuerpo como ‘el’ o como ‘ella’”.

También afirma claramente cuando habla del específico conocimiento que el varón y la mujer pueden tener al unirse en “una sola carne” que: “Cada uno de ellos, varón y mujer, no es sólo un objeto pasivo definido por el propio cuerpo y sexo y de este modo determinado por la naturaleza. Al contrario, precisamente por el hecho de ser varón y mujer, cada uno de ellos es ‘dado’ al otro como sujeto único e irrepetible, como ‘yo’ como persona.  El sexo decide no sólo la individualidad somática del hombre, sino que define al mismo tiempo su personal identidad y ser concreto. Y precisamente en esta personal identidad y ser concreto, como irrepetible ‘’yo’ femenino-masculino, el hombre es “conocido” cuando se verifican las palabras del Génesis 2, 24 : “El varón se unirá a su mujer y los dos vendrán a ser una sola carne”.

Y en otra parte, el beato afirma: “…El cuerpo, que expresa la feminidad ‘para’ la masculinidad y viceversa, la masculinidad ‘para’ la feminidad, manifiesta la reciprocidad y la comunión de las personas”.  Esto es así porque la dimensión sexual del cuerpo humano no se agota en el plano físico, sino que penetra en las más altas esferas de la persona.

Lo negativo

En la base de la cadena de errores que estamos considerando se encuentran diversas formas de rechazo del realismo. En buena parte al dar por supuesto que el hombre no tiene una naturaleza determinada (objetiva), sino que su modo de ser es mero producto de las circunstancias históricas, de la mentalidad y la cultura y va cambiando con ellas.

La consecuencia de esta visión es que no cabe encontrar criterios de validez permanente para saber qué es bueno  o malo para el hombre, qué es digno o indigno para él, qué lo perfecciona o mejora o qué le desagrada, qué es humano o inhumano. Todo es provisional y mediático: lo que hoy es malo aquí, mañana en otro sitio puede ser bueno.

Juan Pablo II alertó de este peligro, subrayando que cuando se rechaza la verdad objetiva en el ámbito social, se facilita cada vez más la posibilidad del totalitarismo. Por eso señalaba el relativismo como el mayor enemigo de la democracia: sin el timón de la referencia a la verdad, se hace imposible una referencia objetiva al bien, en la conducta individual y social y la nave va a la deriva.

¿Cuántas veces se tiene que repetir la historia antes de que entendamos que los valores importan?  La familia importa. La valentía moral importa.  El honor y la integridad importan.  No sólo para la felicidad individual y la prosperidad, sino para el bien y el fortalecimiento de la sociedad.

¿Qué falla primero, la familia o la sociedad? Muchos padres de familia se distraen con todo lo que la sociedad ofrece y dejan de otorgar tiempo a educar a sus hijos.  Los niños, sin guía por la ausencia de sus padres, se balancean en lo que la sociedad les ofrece, y el ciclo continúa y se recompone en cada nueva generación.

Veamos la descomposición: Para muchas personas, cada vez es menos importante el matrimonio. Estudios norteamericanos muestran que más de la mitad de los nacimientos en mujeres menores de 30 años, ocurren fuera del matrimonio. Entre las parejas que se casan, la mitad acaban divorciándose. Estadísticamente, aquellos que tienen menos educación y por tanto menos ingresos, tienen menos probabilidades de casarse y asistir a la Iglesia y mayores posibilidades de involucrarse en delitos y de tener hijos fuera del matrimonio.

La prosperidad y la educación parecen estar conectados hacia familias tradicionales y valores.  La cuestión es conocer la causa y el efecto. Y las preguntas a contestar serían: ¿Algunos sectores de la población tienen valores y familias más fuertes porque son más educados?  o  ¿son más educados y prósperos porque tienen valores y familias fuertes?

Un investigador y estudioso de la familia, Rusell Ballard contesta que la última pregunta es la certera: “En gran medida, la sociedad es fortalecida cuando el compromiso hacia la familia se fortalece”. Cuando hombre y mujer se casan, aumenta su capacidad de bienestar. Cuando los niños nacen de padres casados y crecen con su madre y padre, sus oportunidades y tendencia al éxito ocupacional se incrementa.  Cuando las familias trabajan y se divierten juntos, los barrios y las comunidades florecen, mejora la economía y son requeridas menos costosas redes gubernamentales de seguridad.  Las inquietudes son resueltas por valores vivientes. La causa más importante en la vida de los ciudadanos es la familia. Si nos abocamos a esta causa, mejoraremos en cada aspecto de nuestras vidas.

La mujer y el hombre (los esposos) son piezas claves  y  significativas en la familia. El intercambio de los votos matrimoniales ha de ser decisivo en la medida en que ambos -esposo y esposa- expresan su voluntad de aceptar el matrimonio “para bien o para mal, en la riqueza o pobreza, en la enfermedad o en la salud”.  La elección de vida también debe ser decisiva en cuanto a que se acepta el cuidado de la prole en forma continua, independientemente de las dificultades que al paso del tiempo se presenten.


Imaginémonos las posibilidades que puede otorgar una buena combinación varón mujer: Fuerza, trabajando a la par con vigor;  el enfoque masculino de rayo láser en expansión para retomar la amplitud del contexto femenino; la búsqueda femenina de conexiones significativas que enriquecen la determinación masculina de hacer que las cosas funcionen. En teología, en negocios, en educación, en comunicaciones, existe un emergente reconocimiento de una visión diferente, una voz que se escucha, un nuevo punto de vista –el femenino. Ni inferior ni superior, ni más correcto ni más incorrecto, sino uno que abre nuevas e inexploradas posibilidades para ambos sexos.