El orden económico (I): Las leyes fundamentales de la Economía


Paulo VI


Juan XXIII advirtió que el bien común abarca a todo el hombre, es decir, tanto a las exigencias del cuerpo como a las del espíritu. Por lo tanto, los gobernantes deben procurar dicho bien, de manera que, sin descuidar los bienes del espíritu, ofrezcan al ciudadano la prosperidad material (Pacem in Terris, 57).

Es importante tener en cuenta dicha advertencia, pues las relaciones económicas no surgen de hechos fortuitos, sino como resultado de la conducta humana. No hay fatalidad en la economía. Si bien la ciencia económica, posee sus propias leyes y métodos, la economía como actividad humana debe estar subordinada a la política y a la moral, para que sea posible un recto Orden Económico. Recordemos que ordenar es disponer las cosas a un fin; es una operación de la inteligencia, no de la voluntad.

Desde una perspectiva doctrinaria, podemos mostrar las alternativas que puede presentar un orden económico, según el enfoque intelectual y político que se elija:

a) Algunos consideran que el Orden Económico surge sólo, por interacción de los factores. Es la hipótesis liberal de la “mano invisible”, que va disponiendo las cosas de tal modo que se produce un equilibrio de intereses en el mercado.
La Iglesia rechaza esta hipótesis, que no se ha verificado nunca en la historia. Por el contrario, considera que:
“No se puede confiar el desarrollo ni al solo proceso casi mecánico de la acción económica de los individuos ni a la sola decisión de la autoridad pública. Por este motivo hay que calificar de falsas tanto las doctrinas que se oponen a las reformas indispensables en nombre de una falsa libertad como las que sacrifican los derechos fundamentales de la persona y de los grupos en aras de la organización colectiva de la producción.” (Gaudium et Spes, 65)

b) Cuando el Orden Económico es diseñado por el Estado y realizado por él mismo, se cae en el estatismo. El párrafo citado anteriormente explica los motivos del rechazo de esta posición, por parte de la Iglesia. La experiencia histórica demuestra que una economía estatizada anula la libertad de los ciudadanos y de los grupos sociales, además de resultar ineficiente en el largo plazo.

c) El Orden Económico diseñado por el Estado, pero realizado por los particulares, con la mayor libertad posible, es el promovido por la Iglesia.
No corresponde al Estado “hacer” en materia económica, sino “ordenar y coordinar”. La justicia impone los límites a la libertad de los particulares en este campo, así como las cargas que puede imponer la autoridad pública. En efecto:
“Toca a los poderes públicos escoger y ver el modo de imponer los objetivos que hay que proponerse, las metas que hay que fijar, los medios para llegar a ellas, estimulando al mismo tiempo todas las fuerzas agrupadas en esta acción común. Pero han de tener cuidado de asociar a esta empresa las iniciativas privadas y los cuerpos intermedios. Evitarán así el riesgo de una colectivización integral o de una planificación arbitraria que, al negar la libertad, excluirá el ejercicio de los derechos fundamentales de la persona humana.” (Populorum Progressio, 33)


Las dos leyes fundamentales de la economía

La economía es principalmente una relación del hombre con las cosas. Pero con un determinado tipo de cosas únicamente, que son las cosas escasas y útiles. Escasez y utilidad, son necesarias para que las cosas tengan valor económico. De esta relación, surge una ley fundamental de la economía que es la:

a) Ley de la oferta y la demanda. Una cosa, en la medida en que es más necesitada o es más escasa tiende a aumentar su valor, y tiende a disminuirlo en la medida en que es más abundante. Esta ley ha sido hecha extensiva, especialmente desde la Revolución Francesa, al precio del trabajo, imponiendo al hombre la misma relación que se tiene con las cosas; el hombre de trabajo pasa a ser una mercancía, sometido a la ley de la oferta y la demanda, llamada a este fin libre concurrencia, de modo que cuando se produce mucha oferta de trabajo, que es cuando la gente está más necesitada, el valor del salario baja.

Estos aspectos sociales, manejados con criterios técnicos, son los que han sumido a los pueblos en la injusticia social que padecemos. Lo aberrante del liberalismo no consiste en defender esta ley natural y espontánea de las relaciones económicas, sino pretender que esa tendencia funcione fuera de todo encuadramiento y subordinación a leyes superiores. Que esta ley sea espontánea en la economía, no quiere decir que no se pueda hacer un ordenamiento inteligente de esa tendencia natural.

Existe una segunda ley fundamental de la economía que es:
b) la Ley de Reciprocidad en los Cambios, que tiene por virtud ordenar las tendencias espontáneas del mercado al Bien Común, siendo por eso, al mismo tiempo, una ley política. La ley de reciprocidad en los cambios, es la condición o supuesto previo para que la ley de la oferta y la demanda funcione regularmente sin deformar y desequilibrar la economía de una sociedad.

Según esta ley, cuando, después de haberse producido una cierta riqueza, se realiza el intercambio, este debe ser de tal forma que no se produzca ni adelantos ni retrasos económicos en los diferentes sectores. Es decir, que ningún sector debe adelantarse ni retrasarse en virtud del intercambio mismo.
Decimos que la ley de reciprocidad en los cambios es política porque es solo a través de su vigencia que se consigue la justicia social, pero decimos también que es una ley económica porque cuando no es respetada se produce la distorsión del aparato económico, y la economía se va frenando hasta desembocar en la crisis del mercado.

La economía es, principalmente, intercambio, y el aparato económico consta de cuatro sectores básicos: un sector PRODUCTOR de materias primas, un sector INDUSTRIALIZADOR, un sector DISTRIBUIDOR, y un sector FINANCIERO. Son cuatro piezas diferentes y complementarias, que conforman una unidad, siendo necesario, para que el aparato económico funcione bien, que las cuatro piezas estén proporcionadas.
Cualquier crecimiento de un sector, que no sea seguido del crecimiento proporcional de los otros, mediante una adecuada redistribución, deforma y frena el aparato económico.

La economía es una sumatoria de actos compradores y vendedores. Siempre el acto vendedor produce un adelantamiento económico, porque representa la oferta, y el acto comprador produce un retraso económico, porque representa la demanda. Siempre el que necesita está en peores condiciones para defender sus intereses que el que no necesita. El que vende aprovecha la necesidad del que compra. Entonces, en la medida en que en un sector predominen los actos compradores sobre los actos vendedores, este sector necesariamente retrocede, y en la medida en que en un sector predominen los actos vendedores sobre los actos compradores, ese sector se adelanta en el intercambio.

Por ejemplo, el sector asalariado es comprador puro. Los trabajadores cobran sus salarios sin poder fijar el precio de su trabajo, y con ese dinero entran en el ciclo económico como compradores puros. Por ese motivo, el sector laboral permanentemente se va retrasando en una economía no regulada por la reciprocidad en los cambios. En el otro extremo, el sector financiero, que vende el servicio de formar y movilizar capitales, funciona como vendedor puro, y gana en todas las operaciones, sin correr prácticamente ningún riesgo. Por ese motivo el sector financiero tiende permanentemente a adelantarse económicamente, respecto a los demás sectores.

La economía liberal produce una alteración del equilibrio, que hace que el sector asalariado se retrase siempre, que el sector productor se retrase respecto del industrializador, éste se retrase respecto del distribuidor y éste respecto del financiero, que siempre se adelanta. En cada ciclo económico (ejercicio anual) el aparato productivo tiende a deformarse, se hipertrofia el sector financiero y se atrofian los sectores básicos de la economía, con retraso permanente del sector asalariado. En el ciclo económico siguiente todo el ahorro (ahorro: ingreso - consumo) destinado a la inversión productiva, no puede reinyectarse en un aparato económico achicado y con un sector consumidor (asalariado) deprimido por el retraso del poder adquisitivo (inflación).

Si se quiere respetar esta espontaneidad del mercado, como pretende el liberalismo, sobreviene la crisis económica, con desocupación y recesión. O se redimensiona el aparato productivo mediante una adecuada redistribución del crecimiento global, en todos los sectores, para que la estructura económica vuelva a su forma original después de cada ciclo, o la fuga de capitales es inevitable y caemos de ese modo en los engranajes del crédito internacional, que en cada ciclo político-económico se apodera de un trozo de nuestro aparato productivo.

Por eso, las dos leyes fundamentales de la economía deben funcionar necesariamente juntas, representando: la ley de la oferta y la demanda, la espontaneidad, la vitalidad y la libertad de los intercambios económicos; y la de reciprocidad en los cambios, la armonía de la estructura económica, la justicia social, y el crecimiento sostenido de la economía, libre de dependencias y condicionamientos exteriores.