Presentación




El hombre, a la vez imperfecto y perfectible, es sujeto de educación y de aprendizaje. La carencia de perfección no es sólo el motivo principal por el cual se debe educar al hombre, sino antes que nada, la posibilidad, la apertura del propio ser a la conquista de las altas cumbres de la santidad, a la unión íntima con Dios.

En cuanto al método preventivo, se trata de aceptar la posibilidad que tiene todo hombre de educarse, preparándolo para que evite el mal y crezca virtuosamente en la verdad, el bien y la belleza. La educación es una necesidad básica, fundamental, como el hecho de alimentar el cuerpo, aunque mucho más importante es alimentar el alma, al hombre integral.

Ahora, ¿qué significa la educación como método preventivo? ¿Qué se encierra en esta expresión? La respuesta la encontramos en la Tradición, en la experiencia acumulada a través de los tiempos, en las fuentes de la Verdadera sabiduría. Intentaremos u retorno a las Fuentes. Retornar a lo esencial y a lo primordial es progresar; o al revés, progresar supone saber retornar a lo permanente. Volver a lo anterior no es por gusto a lo cronológico, o a las  piezas de museos, sino que se trata de recuperar lo valioso, lo estable  través del tiempo. Así también por ejemplo, en el orden gnoseológico, la ciencia avanza cuando regresa sus principios, los explicita y los desarrolla dentro de la verdad, del conocimiento cierto por las causas. Son las raíces que sostienen el árbol, y no el árbol a las raíces.

El método preventivo, aplicado a la educación, es aceptar el antiguo adagio que nos dice: “mejor es prevenir que curar”, que corregir, que castigar. Si curar una enfermedad es valioso, cuánto más prevenirlaLa prevención se deriva del arte de lo prudencial. Prevenir viene de pre antes, venir = lo que está por suceder. El que previene es el que prepara, apareja y dispone con anticipación las cosas necesarias para un fin. L prevención en el orden de la enfermedad es cuidar bien del organismo para generar anticuerpos, una robustez necesaria, un vigor para contrarrestar cualquier enfermedad. No se trata solamente de combatir la enfermedad anticipadamente, sino de proteger el cuerpo con una alimentación buena y adecuada. De manera semejante, la educación no se centra sólo en evitar que caiga el educando en el vicio, sino antes que nada, que crezca en la virtud, en la perfección de sus potencialidades.

Se busca con este método, no dejar al educando en el buen salvaje” o en el robot como máquina de hacer cosas sin alma. El “buen Salvaje”, según Rousseau, es que todo hombre nace bueno y la sociedad lo pervierte.  Esta afirmación trae como consecuencia la negación del pecado original, de la necesidad de la Gracia y de Cristo. Si “nace bueno” no tiene sentido la educación, ni el papel ni la misión de los padres y de los buenos educadores. En esta concepción, el hombre es el que está solo, libre de toda limitación, a expensas de sus caprichos, y que tiene como ley lo que cada cual establece para sí mismo; es el hombre medida de todas las cosas. Es el culto al individualismo en contra del bien  común, y la exaltación del egoísmo sin la Caridad. En este aspecto vale la distinción entre barbarie y salvajismo.

“A primera vista parecerían términos sinónimos, peo no es así. Bárbaro es quien está abierto a la cultura, en potencia obediencial respecto de ella; salvaje, en cambio, quien se resiste a sumirla, establecido como está en su degradación. Por eso, en aquellos a quienes lo griegos primero y los romanos después llamaron “bárbaros”, la cultura se encendió cual gloriosa llamarada, porque estaban predispuestos para ella.
A su juicio, el hombre moderno es un hombre salvaje. Es claro que ahora se trata de un “salvajismo civilizado”, es decir, que posee todos los medios que le ofrece la civilización y los emplea para consolidar su cosmovisión. Quizás sea éste el primer caso en la historia de una sociedad de medios y no de fines, o mejor, que hace fines de los medios. El hombre que la integra es un hombre depravado, degenerado, que ha marginado a Dios y vive ajeno a las leyes naturales” (P. Alfredo Sáenz, S.J.: Prólogo al libro Una sabiduría de los tiempos, de Fr. Mario Petit de Murat, O.P.)

Y si el hombre es la medida de todo, y no Dios, se cae en horizontalismo, el inmanentismo y en la homolatría. Al rechazar la realidad objetiva, el orden jerárquico de las cosas, se cae en la ideología, y por tanto contraria al orden natural y divino. No va a existir en esta mentalidad la verdadera libertad, sino que se somete todo al  hombre (y lógicamente a aquel hombre que tenga “la sartén por el mango”). Con estas posiciones reina en el ambiente la mediocridad, la tibieza, el error. De ahí -observaba el Card. Ratzinger- que todo lo que es “grande y noble despierte a priori sospechas…La moral es tomada por hipocresía; la felicidad por autoengaño….Se considera la sospecha como la verdadera actitud moral, el desenmascaramiento su mayor resultado. Delante de esta situación, la crítica es un deber, la cual debe combatir la complacencia por lo negativo(Card. J. Ratzinger: La Iglesia y la Modernidad)


Cuando no se corrigen estos desvíos se cae en un optimismo obligatorio del que es imposible sustraerse impunemente. “Si alguien por ejemplo se atreve a opinar que en el desarrollo de la cultura moderna no todo marchó en la justa dirección, y que en algunos ámbitos esenciales de nuevo sería necesario meditar sobre la sabiduría común a las grandes civilizaciones pasadas,  a escogido claramente la “forma equivocada” de la crítica. De inmediato tendrá que enfrentarse a una resuelta defensa de las opciones fundamentales de la modernidad. Efectivamente, a pesar de toda la complacencia por lo negativo, no se considera lícito discutir en serio la convicción de que el progreso es la directriz de fondo del desarrollo histórico y que, por lo tanto, el bien debe hallarse en el futuro y no en otra parte”. (Card. J. Ratzinger: La Iglesia y la Modernidad)


Pasemos ahora a desarrollar el tema propuesto. Recurrimos a San Juan Bosco, modelo de educador, que supo explicitar con profundidad y sabiduría el método preventivo. Las partes del trabajo son:

I.       Importancia de Don Bosco
II.    El método
III. El arte de mandar, vigilar y corregir
IV. El arte de estimular y premiar