La castidad de Don Bosco




Cuantos han tratado a Don Bosco coinciden en afirmar que la virtud de la pureza se traslucía en cada uno de sus gestos, de sus palabras. Dios lo colmó de dones extraordinarios porque se mantuvo siempre puro. Cada uno de sus actos exhalaban un candor virginal que embelesaba y edificaba a todo el que se le acercara, aunque fuera un extraviado. Practicaba la virtud de la modestia -en las miradas, en las palabras, en el trato-, en el más sublime grado de perfección.

La castidad es virtud de los fuertes, no de los curiosos e imprudentes. Por ello Don Bosco exige reserva, delicadeza, mortificación enérgica y fuga de las ocasiones, brindando preciosas sugerencias y medios especiales de indiscutida eficacia en la práctica de la castidad: 
  • caridad y buenas maneras con todos pero evitar la familiaridad excesiva con personas de otro sexo.
  • templanza en el comer y en el beber
  • desapego de las cosas mundanas
  • máxima diligencia en no descuidar la meditación, la lectura espiritual, las visitas al Santísimo Sacramento,
  • la Confesión periódica y la Eucaristía diaria
  • El Santo Rosario, el Ejercicio de la Buena Muerte.


Todos alimentos indispensables de la pureza. “Sin mí nada podéis hacer”, advierte Jesús. Por eso quiere Don Bosco que se acuda a Jesús, que se viva de Jesús por medio de las prácticas de piedad, para vivir en la pureza victoriosa y radiante.