El buen guía ejerce un liderazgo compartido

por D. Alfonso López Quintás


Todo guía auténtico no reserva para sí el bien que posee; ansía comunicarlo y compartirlo con los demás para fundar una vida de comunidad en torno a ese bien, visto como ideal de la vida. No se propone encandilar a las gentes con sus dotes carismáticas para polarizarlas en torno a su persona y rodearse de un nimbo de grandeza. Su meta es revelar a cuantos le sigan la riqueza inagotable del ideal de la unidad. Por eso se cuida de no manipularlos y reducir, así, su capacidad de vibrar con los grandes valores y realizarlos en su vida. Pone todo su empeño en estimular su inteligencia, avivar su sensibilidad para lo valioso y fortalecer su voluntad, con el fin de promover al máximo el desarrollo de su personalidad de modo que se conviertan, a su vez, en difusores del ideal.

Se trata de un liderazgo compartido, que se basa en la participación en un ideal común y en el logro consiguiente de una forma auténtica de vida comunitaria. Adviértase que la meta de esta forma de liderazgo no se halla fuera de las personas que lo comparten, como sucede con ciertos liderazgos políticos o económicos. Consiste en lograr el máximo desarrollo de cuantos son convocados a una acción común. De ahí su interés en ilusionarlos con el verdadero ideal, no en tornarlos ilusos proponiéndoles metas inasequibles.

De aquí se desprende que el verdadero líder no crea climas sociales de coacción sino de libertad y espontaneidad, pues el impulso para pensar, sentir y actuar le surge a cada ciudadano de su interior, inspirado en el ideal. Cada uno tiene poder de discernimiento suficiente para orientar sus pasos, con sana autonomía y poder de iniciativa, hacia el ideal que debe animar a todos y conjuntarlos en una perfecta vida comunitaria.

Para asumir esta forma de liderazgo compartido, se necesita estimar a los demás, apreciar sus buenas cualidades, las posibilidades de crecimiento personal que albergan. El que estima de veras a otro sabe escucharle, pues acepta que puede ser enriquecido por él, y está dispuesto a comunicarle sus propias riquezas para compartirlas en común. Este trato generoso sólo es posible cuando adoptamos una actitud de sencillez, renunciamos a la vanidad de destacar entre mediocridades y aceptamos gozosamente el riesgo de que algún subordinado llegue a superarnos.

Comunicarse trasmitiendo un tipo u otro de conocimientos -más o menos fácilmente asequibles a toda persona- constituye un acto de servicio loable. Comunicarse ofreciendo claves de interpretación de la vida implica dar lo mejor de sí mismo. El líder auténtico realiza experiencias profundas, cultiva el pensamiento, el lenguaje y el silencio, recoge aquí y allá ideas fecundas, las medita, selecciona y ensambla, y llega a condensar su conocimiento de la vida humana en un puñado de lúcidas claves de orientación, que nos permiten orientarnos certeramente por los caminos de la existencia, incluso en los momentos más sombríos.

Esta comunicación sincera, afectuosa y desinteresada, funda un clima de amor. Comunicar el fruto del ascenso esforzado a lo mejor de uno mismo es un acto de amor que engendra amor y funda vida de comunidad, que se define por la libre y espontánea comunicación de bienes. El bien se difunde, como la luz. Y, como ella, ilumina y calienta cuando se irradia a los demás. Toda vida de comunidad auténtica es un campo transido de parte a parte por torrentes de luz y de bondad.

En este ámbito de comunicación de los bienes espirituales se capacitan los liderados para ejercer una fecunda función de líderes. El contacto con el líder les permite adquirir sabiduría -además de diversos conocimientos-, alumbrar claves de orientación de la vida, ganar autoestima y arder en deseos de comunicar ese tesoro a los demás.

De modo especial, ha de prestar atención el líder a los mejor dotados. Con frecuencia, se pone el listón de las exigencias relativamente bajo para que los menos dotados no sientan desazón al quedarse bajo el nivel mínimo exigido. Es loable esta actitud, pero debe procurarse con el mismo empeño que quienes superan fácilmente ese nivel no se desmotiven y dejen de alcanzar el alto grado de preparación a que están llamados. Sólo de esta forma podrán ayudar eficazmente a la comunidad y, en ella, a los más necesitados.