El método de Don Bosco




El método (meta= más allá; odo= camino), es un camino a través del cual se llega: el método tiene razón de medio, de instrumento al servicio del contenido y del fin. El método en la educación debe subordinarse a los fines de la educación. Por ello no vale cualquier método, sino que debe estar adecuado y proporcionado al fin legítimo educativo, que es que el hombre crezca como hombre en la plenitud, en el estado de perfección.

Por ello es fundamental, antes de ver qué es el método preventivo, analizar qué es la educación.

La educación es un fenómeno típicamente humano, ya que el hombre puede y debe educarse” (Juan Pablo II, 19-9-1982). Los seres inferiores al hombre, al estar determinados por el instinto no son sujeto de educación; los ángeles no la necesitan; Dios, ser perfectísimo, tampoco. En cambio el hombre sí, pues es imperfecto en vía de perfección. A la perfección del hombre no se llega de cualquier manera, sino sujetándose a un orden, a una norma, que conduce a fines rectos. La buena educación, instrumento y medio eficaz, ayuda y colabora para que el hombre alcance su perfección.

La palabra educación implica hacer salir, elevar, conducir al fin exigido por la naturaleza; es un salto cualitativo. No hay educación sin educción de todas las potencialidades del educando, sin atención a sus diversas religaciones, sin armonía en el orden natural y sobrenatural…… En la educación no se educa para educar; educar por educar no tiene sentido. El fin de la educación es perfeccionar al hombre y este fin se debe subordinar al último y absoluto que es Dios. La meta de la educación es Dios. Por eso será un error pensar los medios, los métodos educativos sin conexión con el fin. Cuando se privilegia el método por encima del contenido se cae en la metodolatría, un culto al método.

Ahora bien, educar es “causar la ciencia en el otro”, por lo cual el discípulo (educando) está “como en potencia para la adquisición de aquella ciencia” (Santo Tomás). Enseñar es religar la inteligencia del que aprehende con  la Verdad. Educar es conducirlo por el camino de la virtud, a los hábitos buenos. Es la definición de Santo Tomás sobre la educación: “conducción y promoción de la prole al estado perfecto de hombre en tanto que hombre, que es el estado de virtud”.

Para Don Bosco, la educación implica todos estos elementos. Educar es  para él salvar almas salvando la propia. Nos dice: “Ningún sacrificio es tan grato a Dios como el celo por la salvación de las almas… De las cosas más divinas es cooperar con dios en la salvación de las almas”.
La educación, según Don Bosco, es algo más que la formación: es conducir al cielo. Aunque la buena formación ayuda para tal cometido. “Buscad almas, no dinero, ni honor, ni dignidades”. El gran lema o ideal de Don Bosco es “dadme almas, lo demás quedaos vosotros”. Le aconseja a sus hijos espirituales: “Salve, salvando, sálvate”.

San Juan Bosco, en este contexto ubica la definición del método preventivo: “El sistema preventivo consiste en dar las prescripciones y el Reglamento, y vigilar después de manera que los alumnos tengan siempre sobre sí el ojo vigilante del director y los asistentes, los cuales, como padres amorosos, hablen, sirvan de guía en toda circunstancia, den consejo, y corrijan con amabilidad, que es como decir que consiste en poner a los niños en la imposibilidad de fallar”.

El educador, en el método preventivo, no es un animador, un mero observador como pretende el constructivismo, sino un guía autorizado, un genitor de la verdadera sabiduría, un instrumento privilegiado que ayuda al niño y lo dispone para alejarlo del mal, y a la vez lo favorece, lo encauza para que crezca en el bien, en la virtud.

El sistema preventivo se encuentra en la línea de la Providencia de Dios, Quien no sólo crea a las criaturas sino que las ayuda y auxilia en el camino de la perfección. Dios Creador, Providente y Redentor nos da su Hijo para salvar a todos los hombres. Lo preventivo-como método educativo- es la aplicación de la Providencia de Dios, que es su prolongación, su extensión, es entrar también en el corazón de la Redención de Cristo para el bien y la salvación de todas las almas.

Lo preventivo, observa  el papa Juan Pablo II respecto de Don Bosco:

“representa, en cierto modo, la síntesis de la sabiduría pedagógica y constituye el mensaje profético que legó a los suyos y a toda la Iglesia, y que ha merecido la atención y el reconocimiento de numerosos educadores y estudiosos de pedagogía. La palabra "preventivo" que emplea, hay que tomarla, más que en su acepción lingüística estricta, en la riqueza de las características peculiares del arte de educar del Santo. Ante todo, es preciso recordar la voluntad de prevenir la aparición de experiencias negativas, que podrían comprometer las energías del joven u obligarle a largos y penosos esfuerzos de recuperación. No obstante, en dicha palabra se significan también, -vividas con intensidad peculiar-, intuiciones profundas, opciones precisas y criterios metodológicos concretos; por ejemplo: el arte de educar en positivo, proponiendo el bien en vivencias adecuadas y envolventes, capaces de atraer por su nobleza y hermosura; el arte de hacer que los jóvenes crezcan desde dentro, apoyándose en su libertad interior, venciendo condicionamientos y formalismos exteriores; el arte de ganar el corazón de los jóvenes, de modo que caminen con alegría y satisfacción hacia el bien, corrigiendo desviaciones y preparándose para el mañana por medio de una sólida formación de su carácterComo es obvio, tal mensaje pedagógico supone que el educador esté convencido de que en todo joven, por marginado o perdido que se encuentre, hay energías de bien que si se cultivan de modo pertinente, pueden llevarle a optar por la fe y la honradez. (Juventum Patris Nº 8)

El esfuerzo pedagógico, lo “preventivo”, consiste en ganar el corazón del educando: si no se gana el corazón de aquel a quien se educa, no hay, por tanto colaboración y cooperación en el arte difícil de educar.

Se vale el santo educador de imágenes, ejemplos para educar a los jóvenes en este camino heroico, noble y elevado. El santo les dice:

“Yo quisiera que nosotros fuéramos negociantes, pero negociantes de almas. No de esos comerciantes que van de un lado a otro para vender sus mercaderías, sino que tratemos de comprar la salvación de nuestra alma a cualquier precio.
Quisiera que fuerais sencillos como las palomas y prudentes como las serpientes. ¿Sabéis como hace la serpiente cuando es perseguida y no se puede escapar? Se enrosca, mete la cabeza en medio de su espiral como diciendo: Hagan lo que quiera, siempre que salve la cabeza.
Así nosotros debemos huir de las ocasiones y cuando no podemos huir, poner también nosotros en el centro de todo pensamiento y obra la salvación de nuestra alma, prontos a sacrificar el honor, y todo cuanto tenemos con tal de salvar el alma. Si se pierde el alma, todo está perdido; al contrario, si se salva el alma, todo está salvado.
Oh, si estuviéramos resueltos a no querer otra cosa más que la salvación del alma, el demonio se vería obligado a estar lejos de nosotros”.

Así como una casa tiene sus cimientos y columnas, el sistema preventivo también los posee. Según Don Bosco, son tres: la razón, la religión y el amor.




a)     La Razón

Enseñar es causar la ciencia en el discípulo. El buen maestro, al poseer la ciencia en grado eminente, conduce al educando al conocimiento profundo de la verdad, no a la opinión, ni a la conjetura o el relativismo. Esto se encuentra en la misma línea de la naturaleza del hombre, en lo que le es propio y específico: el hombre es un animal racional, un ser creado para conocer y reflexionar la Verdad y meditar el misterio del ser. Si la animalidad es algo común a todos los seres vivientes sensitivos, la racionalidad es lo determinante o especificante de la animalidad del hombre. Todo ser se define y especifica por lo más perfecto que hay en él; en el caso del hombre, es la racionalidad. Es propio del hombre ser animal racional.

La razón que propone don Bosco es la del realista, no la del racionalista, el cual está en ruptura con el ser de las cosas, en oposición con lo extramental, con la verdad objetiva. Es la razón abierta a la realidad,  al ser de las cosas: el ente. En cambio y por el contrario, un racionalista no educa, ya que está separado de lo real y ha caído en esquemas caprichosos y subjetivos de las cosas. Observa el papa Juan Pablo II acerca de Don Bosco:

 “El término "razón" destaca, según !a visión auténtica del humanismo cristiano, el valor de la persona, de la conciencia, de la naturaleza humana, de la cultura, del mundo del trabajo y del vivir social, o sea, el amplio cuadro de valores que es como el equipo que necesita el hombre en su vida familiar, civil y política. En la Encíclica Redemptor hominis recordé que "Jesucristo es el camino principal de la Iglesia; dicho camino lleva de Cristo al hombre" .

Es significativo señalar que ya hace más de un siglo Don Bosco daba mucha importancia a los aspectos humanos y a la condición histórica del individuo: a su libertad, a su preparación para la vida y para una profesión, a la asunción de las responsabilidades civiles en clima de alegría y de generoso servicio al prójimo. Formulaba tales objetivos con palabras incisivas y sencillas, tales como "alegría", "estudio", "piedad", "'cordura", "trabajo", "humanidad". Su ideal de educación se caracteriza por la moderación y el realismo. En su propuesta pedagógica hay una unión bien lograda entre permanencia de lo esencial y contingencia de lo histórico, entre lo tradicional y lo nuevo. El Santo ofrece a los jóvenes un programa sencillo y contemporáneamente serio, sintetizado en fórmula acertada y sugerente: ser ciudadano ejemplar, porque se es buen cristiano.

Resumiendo, la "razón", en la que Don Bosco cree como don de Dios y quehacer indeclinable del educador, señala los valores del bien, los objetivos que hay que alcanzar y los medios y modos que hay que emplear. La "razón" invita a los jóvenes a una relación de participación en los valores captados y compartidos. La define también como "racionalidad", por la cabida que debe tener la comprensión, el diálogo y la paciencia indispensable en que se realiza el nada fácil ejercicio de la racionalidad.”(Carta Apostólica Iuvenum Patris).


Don Bosco propone la primacía de la contemplación sobre la acción, del vaso que se llena para desbordarse a los demás, del recipiente que se nutre de la sabiduría para difundirla en las almas.

Contemplar y dar lo contemplado es la tarea del buen educador. Ahora bien, querer educar sin contemplar es necedad, es irracionalidad. Sólo se da, en la medida en que se posee. El educador contemplativo hace de sus educandos verdaderos contemplativos. Es por tanto la misión sagrada del buen maestro ayudar a la plenitud del discípulo en el conocimiento de la verdad. Todos los hombres desean saber la verdad, de ahí que “la verdad es el objeto propio de este deseo. Incluso la vida diaria muestra cuán interesado está cada uno en descubrir, más allá de lo conocido de oídas, cómo son verdaderamente las cosas. El hombre es el único ser, en toda la creación visible que no sólo es capaz de saber, sino que también sabe que sabe, y por eso, se interesa por la verdad real de lo que se le presenta. Nadie puede parecer sinceramente indiferente a la verdad de su saber. (Juan Pablo II: Enc. Fides et Ratio)

El buen educador es un espejo que refleja, un alma arquitectónica; es aquel en quien reina el orden de los principios que fluyen del descubrimiento de la verdad, y porque esta verdad poseída es común, el maestro puede comunicar con los otros, entrar en comunión con los estudiantes. De ahí la necesidad de la propia formación. Nadie da lo que no tiene. No basta con conocer más o menos la materia que se dicta. La tarea de educar exige en el docente, verdadero ministro del Verbo, una penetración y profundización constante en la Verdad, así como un perfeccionamiento progresivo de su vida espiritual, es decir, de su total humanidad concreta, pues solamente tiene posibilidad de enseñar aquel que está identificado con la verdad que enseña.

San Juan Bautista de Lasalle, modelo también de educador, hablando de las virtudes que deben adornar al maestro, enumera: gravedad, silencio, humildad, prudencia, sabiduría, paciencia, mesura, mansedumbre, celo, vigilancia, piedad y generosidad. El buen educador es espejo de virtudes. El educador, pastor de almas, es y debe ser armonioso en su pensar, decir y obrar, al igual que el discípulo. La verdad, reflejo de la armonía interior, es la base de la enseñanza y del aprendizaje.




b) La Religión

Para Don Bosco la tarea educativa se relaciona y orienta hacia la Religión, es decir, en orden a la trascendencia, la gloria de Dios, la salvación de las almas. La religión es el fundamento y la coronación de una educación completa e integral. El fin de la educación es Dios, lo único necesario.

La religión, como su etimología lo indica, no es sólo relegere (volver a leer) o reeligere (volver a elegir a Dios), sino, antes que nada, religare (unir, religar), en cuanto que nos ata a Dios, nos vincula con El. El hombre está sujeto a Dios, sometido a El en el ser, pensar, hablar y actuar. En este sentido Don Bosco estaba convencido de que la religión por sí sola es capaz de comenzar y realizar la gran obra de una auténtica educación; por ello coloca la educación en relación con la religión, haciendo de ella una actividad trascendente. En este aspecto observa Juan Pablo II de Don Bosco:

“El segundo término —religión— indica que la pedagogía de Don Bosco es, por naturaleza, trascendente, en cuanto que el objetivo último de su educación es formar al creyente. Para él, el hombre formado y maduro es el ciudadano que tiene fe, pone en el centro de su vida el ideal del hombre nuevo proclamado por Jesucristo y testimonia sin respeto humano sus convicciones religiosas.

Así, pues, no se trata de una religión especulativa y abstracta, sino de una fe viva, insertada en la realidad, forjada de presencia y comunión, de escucha y docilidad a la gracia. Como solía decir, los "pilares del edificio de la educación" son la Eucaristía y la Penitencia, la devoción a la Santísima Virgen, el amor a la Iglesia y a sus Pastores. Su educación es un itinerario de oración, de liturgia, de vida sacramental, de dirección espiritual: para algunos, respuesta a la vocación de consagración especial —¡cuántos sacerdotes y religiosos se formaron en las casas del Santo!—, y para todos, la perspectiva y el logro de la santidad.” (Juvenum Patris)

La educación, como itinerario del alma a Dios, a través de la religión católica, se realiza con diversos elementos:

b.1) Temor de Dios
b.2) La muerte
b.3) Salvación del alma. Santidad
b.4) Sentido del pecado. Confesión
b.5) Eucaristía
b.6) Oración y prácticas de piedad


b.1) Temor de Dios

Un primer paso en lo religioso es el temor de Dios. Dios, al ser lo Santo, lo Puro y lo Sacro, genera en el alma religiosa un estremecimiento sagrado, un santo temor y temblor. Don Bosco, nutrido de lo religioso, quiere para sí y para sus educandos el santo temor; pero no el temor servil, ni mercenario, sino filial:

“El sistema Preventivo: ¡la caridad!.... y para triunfar en esta caridad, el santo temor de Dios infundido en los corazones”. “Este temor de Dios, que es el primero de los dones del Espíritu Santo, es el que inspira una reverencia filial hacia la majestad de Dios, de modo que nos abstenemos del pecado por temor de ofenderlo”.


b.2) La muerte

La muerte, paso a la otra vida, es un despertar para encontrarse con el juicio de Dios. La situación del alma después de la muerte va a depender de su estado espiritual, sea para ir al purgatorio, al infierno o al cielo. La pedagogía de Don Bosco es una preparación para el cielo mediante una santa muerte. El atribuía al Ejercicio de la buena muerte una gran importancia:

“No dejes el ejercicio de la buena muerte una vez al mes, examinando qué debes acrecentar, qué debes corregir, qué debes quitar para ser buen soldado de Cristo”

¡Qué importancia posee en nuestras pedagogías hablar de las postrimerías! Hoy no se habla ni del cielo, ni del purgatorio, ni del infierno. El hombre, de mentalidad horizontalista y secularizante, huye de Dios, es un desertor de lo eterno. La renuncia explícita o implícita a la otra vida es una ataque a la trascendencia, al Juicio divino, a la obra de la Redención de Cristo, que se encarna, muere y resucita para que el hombre se salve de la condenación eterna y alcance el cielo. El inmanentismo de los paraísos artificiales, de las falsas filosofías y teologías conduce a un callejón sin salida, llevan al hombre a vivir sin Dios, sin trascendencia.


b.3) Salvación del alma. Santidad

Para saber morir  hay que saber vivir. Y el vivir bien es vivir virtuosamente, santamente. La pedagogía de Don Bosco tiene en cuenta el no perder el tiempo, no dejar para mañana ni después las cosas, no desaprovechar las etapas de la vida. La educación comienza en el nacimiento y dura hasta la muerte:

“He aquí, mis queridos niños, cómo el quiere ser grande debe comenzar desde pequeño a caminar con valor por el sendero de la virtud. Quien comienza bien desde pequeño, puede esperar que Dios lo ayude en todas las circunstancias de su vida; pero si durante su juventud se cuida poco o nada de la religión, y mas bien trata todavía de burlarse de los que la practican, que tema que la ira de Dios caerá sobre él más tarde o mas temprano”.

Salvar el alma, hacerse santos….eran palabras habituales en Don Bosco, y casi una expresión abreviada de su programa religioso y moral:

“Estamos en esta vida para conocer, amar y servir al Señor; si trabajaran sólo para salvar su alma, no habría entonces necesidad de reglamentos, ni de reprimenda, ni de ejercicio de la buena muerte”.


b.4) Sentido del pecado. Confesión

El pecado, transgresión voluntaria contra la ley de Dios, es una aversión a Dios y un volcarse desordenadamente a las criaturas; un rechazo de Dios y un encaminarse a la nada, a la nada de muerte y condenación. Y uno de los problemas más graves de la sociedad actual es haber perdido el sentido del pecado, y por lo tanto, la necesidad de Dios que salva. Carecer del sentido del pecado es no aceptar estar enfermo, estándolo. El drama actual se da por la pérdida de la visión trascendente de los propios actos, sean buenos o malos. El pecado, ofensa voluntaria contra Dios, hace referencia del desorden producido contra Dios, y al no haber conciencia del pecado, no hay conciencia de esta ofensa hecha a Dios, que implica ruptura de la relación vivificante y real con El.

San Juan Bosco, con su pedagogía teocéntrica que se orienta a la salvación de las almas, tiende a formar la conciencia no en los escrúpulos, ni en la laxitud, sino en una conciencia recta: verdadera, delicada y santa.

Don Bosco está lejos de los pedagogos de la escuela sin Dios, de los pedagogos optimistas de la escuela de Rousseau, que caen en la justificación, excusan de la inmoralidad, no establecen límites a los educandos. Don Bosco trabaja en el sano realismo, que acepta los límites del hombre que nace pecador y que necesita de la gracia de la redención traída por Cristo para restaurar las almas. Los límites existen, están dados por nuestra naturaleza que es creada, finita, y por la ley de Dios inscripta en lo más íntimo de cada criatura racional.

Tampoco es Don Bosco un luterano pesimista que ve al hombre corrupto en todos los órdenes, sino es un católico realista, que ve al hombre integralmente y  descubre, desde el ámbito de la fe, que las consecuencias del pecado son heridas. Por ello, ve en la Confesión un gran remedio, y recomienda  a sus religiosos:

“Primero, inculquen con fervor la confesión frecuente como sostén de la inestable edad juvenil, procurando todos los medios que pueden facilitar la frecuencia de este sacramento. En segundo lugar, insistan sobre la gran utilidad de elegir un confesor estable que no se cambie sin necesidad, pero que haya abundancia de confesores, para que cada uno pueda elegir al que le parezca más a propósito para su alma”.


b.5) La Eucaristía

En todo sistema educativo hay cosas que son fundamentales y otras no. La educación falla cuando se hace depender lo más importante de lo que es menos importante. Es como si, en otro orden, hiciéramos depender el ser del tener, lo cualitativo de lo cuantitativo, lo sustancial de lo accidental.

Para Don Bosco la educación tiene un valor arquitectónico, cuya cúpula, de todo el edificio, es Dios. Va a considerar los sacramentos de la Confesión y la Comunión como columnas que deben sostener el edificio educativo:


“La confesión y comunión frecuentes y la misa diaria son las columnas que deben sostener el  edificio educativo del cual se quiera tener alejadas la amenaza y el palo. No se ha de obligar jamás a los alumnos a frecuentar los santos sacramentos; pero sí se les debe animar y darles oportunidad y comodidad para aprovecharse de ellos. Así quedarán los niños  prendados de esas prácticas de piedad y las frecuentarán de buena gana,  y con placer y fruto.”

Como buen instrumento del Señor, Don Bosco conducía hacia el Salvador. Para él, el fin no justifica los medios, sino que buscaba los mejores  medios, los más adecuados, los más proporcionados para dicho fin: en la educación, el fin último es dar gloria a Dios y el fin secundario es salvar almas uniéndolas  Dios. Por ello hacía confluir todo hacia la confesión y comunión. Si educar es plenificar, alcanzar la perfección, en la Eucaristía se da la unión íntima con Aquel que es la Perfección, el Camino, la Verdad, la Vida.

En la educación, según vamos viendo, hay dos opciones: o que el hombre se autotrascienda a sí mismo, por la gracia, divinizándose; o se degrade animalizándose. La santidad no mata lo humano sino que lo eleva. Por eso, y como decía Mons.Victorio Bonamin, “educar es eucaristizar; la imponderable e insustituible fuerza educativa emerge del sacramento de la eucaristía”


b.6)  Oración y prácticas de piedad

Quien educa debe ser como Moisés en el monte y como Josué en el campo de batalla. Como  Moisés con los brazos en alto rezando y adorando a Dios, clamando por el bien de las almas y de la propia; y como Josué peleando por el honor del Señor contra los enemigos de la fe. 

Un educador que no ora no educa. ¡Cómo llevar las almas a Dios si él no está con Dios! Decía Don Bosco:

“La educación es cosa del corazón y sólo Dios es dueño de los corazones; nosotros no podremos tener éxito en nada si Dios no nos enseña el arte y no pone las llaves en nuestras manos”.

Para poder hablar de Dios (educar) hay que hablar antes con Dios (oración). La educación es fruto de la contemplación. El buen educador debe llenarse de todo lo Bueno –de Dios-, para luego desbordar y dar a los demás lo contemplado.

Pero también hay que pelear en el campo de batalla: en el aula, en la propia alma. Educar es enfrentar cada alma consigo misma, es darle armas para que luche contra sus enemigos: el demonio, el mundo, la carne. La oración, arma espiritual, escudo del alma, refrigerio del espíritu, es el que ayuda a mantener al educador y al educando en el camino hacia Dios. Y así como un cuerpo que no respira se muere, así el alma que no ora se muere.

El ideal educativo que propone Don Bosco no es nada fácil: es, en definitiva, el camino de la cruz, camino estrecho, exigencia, sacrificio, esfuerzo y seguimiento de la Voluntad de Dios. La oración bien hecha implica la Cruz, por eso nos dice el Santo:

“Es difícil tomar gusto por la oración en los jovencitos. Su voluble edad les hace tener náuseas por cualquier cosa que requiera una seria atención de la mente. Y es una gran fortuna para quien desde jovencito es adiestrado en la oración y le toma gusto. Para él está siempre abierta la fuente de las divinas bendiciones”.

La oración y las prácticas de piedad conducen a crecer en la unión con la Trinidad y con la Madre Dios, la Virgen María, quien estuvo presente de un modo muy particular en la obra evangelizadora de Don Bosco.



c) El Amor

Esta palabra tan importante, el Amor, tan bastardeada, es necesario recuperarla de su belleza original.

Aristóteles definía el amor con estas palabras: amar es querer para alguien las cosas que uno estima buenas por el bien de él, no por provecho propio.
Sí, amar es querer el bien del otro. Ésta es la flor de la pedagogía donbosquiana, el tercer pilar de su método. No se trata del amor sensiblero, de sentimentalismo barato, sino el amor-caridad que lleva a amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismo por amor a Dios.

El amor en Don Bosco –observa el Papa Juan Pablo II- se trata de una actitud cotidiana que no es simple amor humano sino caridad sobrenatural. Se traduce en dedicación del educador como persona totalmente entregada al bien de los educandos, estando con ellos dispuesto a afrontar sacrificios y fatigas por cumplir su misión. Lo importante no es sólo querer a los jóvenes sino que se den cuenta que son amados.

La base de la educación es el amor. Sin amor no se educa, ya que educar conlleva dar un bien, y sólo el que ama quiere ayudar comunicando bienes. La educación es una obra de amor y misericordia.

Pero el amor auténtico es exigente, es serio. Quien ama busca el bien del otro, no sus caprichos (que es amor enfermizo), ni justificarlo en sus vicios (que es complicidad), ni callar sus defectos (que es silencio culposo), ni desligarse de responsabilidades (que es indiferencia), ni manipularlo (que es amor carnal). El amor auténtico participa de la vida de los jóvenes, se interesa por sus problemas, procura entender cómo ven ellos las cosas; ofrece caminos y metas; indica criterios; corrige con prudencia y amable firmeza los comportamientos censurables.

En tal clima, el educador no es visto como superior, sino como padre, hermano, amigo:
“Tened mucha confianza, que es lo que deseo, lo que os pido, lo que espero de verdaderos amigos”.

El amor implica amar tanto afectivamente como efectivamente:
“No esperen que los jóvenes se acerquen, vayan ustedes a ellos, den el primer paso”.



 Un amor que crece haciendo el bien:
“Hagan de cuenta de que cuanto soy, lo soy todo para vosotros, día y noche, mañana y tarde, en cualquier momento”.

Un amor que trabaja en la paciencia:
“¿Impacientarse? No logra que la cosa se haga  y tampoco corrige. Puede atajar tal vez algún desorden, pero nunca hace el bien y jamás sirve para hacer amar la virtud”.

Un amor que se humilla:
“La falta de humildad en algún educador es siempre dañosa a la unidad, y un colegio puede arruinarse por el amor propio de un superior. Los jóvenes son finos observadores y si se dan cuenta que en un educador hay celos, envidia, soberbia, manía de aparecer y primar él sólo, tal educador perdió toda influencia sobre el ánimo de los muchachos”.


La educación sostenida por el amor apunta a lo personal. La mala educación masifica, hace números, cae en el plebeyísimo. La buena educación debe formar personalidades, sacar a los jóvenes de la masa para que crezcan como algo único irrepetible, en la línea de la propia identidad y conforme al plan de Dios.

Educar amando exige mucho desprendimiento del que educa y mucho amor a quien se educa. Educar significa, en este sentido, servir desinteresadamente a la originalidad de cada alma, y con ello, servir desinteresadamente  a Dios.

Pero no se educa sin ciertas exigencias, que se expresan en las leyes del amor, cuyo símbolo es la cruz que une los dos travesaños, el vertical que eleva a Dios y el horizontal que se extiende a todos en Dios. Son leyes que tanto valen para el amor esponsal como para el amor de los educadores:

Ley de la lucha: el amor es una conquista; es necesario luchar por él contra las tentaciones, el desaliento, la monotonía.

Ley de la conquista cotidiana: el amor exige superarse a sí mismo, no ceder a la tentación de la mediocridad.

Ley de la apertura: es necesario vivir en estado de inclinación hacia el otro, pensar más en el otro que en uno mismo; el enemigo de la apertura es el egoísmo.

Ley de la vigilancia: esforzarse en apartarse de los vicios, del pecado, de los defectos.

Ley de la esperanza: Esperanza de que toda tormenta pasa, que todo problema se puede superar, que todo amor bien vivido tiene como resultado la felicidad.

Ley del sacrificio: la educación comporta la oblación de sí mismo.

Ley de la alegría: para que haya amor verdadero hay que poner en común las alegrías.

Ley de la paz: estar dispuestos a renunciar a los egoísmos propios y nunca esperar que el primero en renunciar sea el otro

Ley del progreso: el amor progresa cuando se apunta hacia Dios, porque entonces se hace infinito.


Volver a: La Educación: Método preventivo