La devoción mariana de Don Bosco




El amor extraordinario de Don Bosco por la Virgen se revela:
o   en sus sermones, conferencias y pláticas que despertaban indescriptible entusiasmo en los jóvenes.
o   en sus escritos marianos
o   en el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora
o   en la Obra de María Auxiliadora para las vocaciones Tardías
o   en la creación de ADMA (Asociación de Devotos de María Auxiliadora)
o   en las frecuentes apariciones de la Virgen al Santo….

Pero el más elocuente índice revelador del amor que Don Bosco tenía a Nuestra Señora, es el ambiente de fervor mariano que él supo crear en el Oratorio de Valdocco, donde se hallaban niños que tenían sueños proféticos como Don Bosco; niños que morían viendo a la Virgen venir a su encuentro; niños arrebatados en éxtasis rezando delante de una imagen de la Virgen; niños como Domingo Savio, en los cuales el amor a María rayaba en lo sublime.

Se explica, por tanto, cómo Don Bosco, hablando de nuestra Señora, mostrase un rostro luminoso.
Se explica que de sus opositores dijeran: “No lo lograrán; tienen que vérselas con Nuestra Señora”.
Se explica que la Virgen dijera, apareciéndosele a un joven del Oratorio: “Vine porque quiero mucho a esta casa.”
Se explica que los fieles hayan llegado a llamar a María Auxiliadora “la Virgen de Don Bosco”.

La fe viva que Don Bosco tenía en el poder de María Auxiliadora y el amor a ella que ardía en su corazón, lo constituyeron en uno en uno de los más grandes apóstoles de la devoción a Nuestra Señora, e hicieron de él el hombre predestinado para la difusión del culto de María Auxiliadora en el mundo.

En la víspera de la entrada al Seminario, le decía Mamá Margarita: “Te recomiendo que seas todo de la Virgen; si llegas a ser sacerdote, recomienda y propaga siempre la devoción a María”.

Y él fue fiel a su promesa, haciendo de su vida un apostolado ininterrumpido de la devoción a María Auxiliadora, principalmente con:

La novena a María Auxiliadora, que produjo siempre maravillosos efectos.

La medalla de María Auxiliadora. ¡Cuántas distribuyó Don Bosco! En casos de peligro y epidemias aseguraban que la medalla y la fe en María Auxiliadora preservaba de ellos, y los hechos que lo demuestran son innumerables. La Virgen premió su fe hasta con el milagro de la multiplicación de las medallas en Génova.

La jaculatoria “María Auxilio de los Cristianos, ruega por nosotros”. Es impresionante la fe que Don Bosco tenía en la eficacia de esta jaculatoria. Llegó a afirmar que cuando se trataba de una gracia espiritual, el efecto era infalible.

La bendición de María Auxiliadora. Con esta bendición obtuvo toda suerte de gracias, y sembró de prodigios su camino. Llegó hasta resucitar al hijo de la marquesa Uguccioni, en Florencia en 1866.


En el lecho de muerte, Don Bosco dejó a todos sus hijos una sagrada consigna: “Recomiendo la devoción a María Auxiliadora”. Y habiendo observado Don Rua que esto podía servir de aguinaldo para el nuevo año, el Santo corrigió: “Sea ésto para toda la vida”

Para imitar y continuar el apostolado  mariano de Don Bosco, debemos considerar  los caracteres de la devoción que el propagó con tanto fruto. La devoción de Don Bosco a la Auxiliadora:
Es iluminada, es decir, instruida con doctrina sólida, para precaverse de los errores y las herejías.
Es Cristocéntrica, pues está esencialmente ligada a la devoción a Jesús Eucarístico. La Madre no puede separarse del Hijo: el mejor modo de honrar a la Virgen es frecuentar los sacramentos.
Es tradicional, pues se limita a proponer y a aprovechar todas aquellas prácticas de las cuales se sirvió la Iglesia en el decurso de los siglos: el rosario, las jaculatorias, las letanías, la novena….
Es integral, pues no se limita a algunos ejercicios piadosos y oraciones, sino que exige la práctica integral de la vida cristiana.

Con razón, pues, se coloca a Don Bosco entre los más grandes  devotos y apóstoles de María