WhatsApp: ¿hacia la extinción de la reflexión?


Fuente: Jorge Enrique Mújica, L.C.

No es la primera vez que WhatsApp se convierte en noticia: a finales de febrero de 2014, tres días después de que el famoso servicio de mensajería fuese comprado por Facebook, dejó de funcionar por algunas horas. Las masivas reacciones reflejadas en las redes sociales en torno al hecho supusieron una reflexión en torno a la capacidad de WhatsApp de generar una adicción masivamente manifiesta.

WhatsApp volvió al centro de la atención mundial cuando a mediados de noviembre de 2014 habilitó un sistema que posibilita conocer si el destinatario de los mensajes enviados por ese sistema los ha leído o no: si el emisor del mensaje ve en su teléfono dos «palomitas azules» significa que el receptor ha leído el mensaje.

Ya en 2013 un estudio de la «Cyberpsychology: Journal of Psychosocial Research on Cyberspace» mostraba que WhatSApp había supuesto una razón en la ruptura de unas 28 millones de parejas. Las personas mandaban mensajes pero también esperaban una respuesta inmediata. Con la nueva modalidad de comprobación de lectura de mensajes esa «expectativa de la respuesta» queda aún más marcada y, comprensiblemente, con consecuencias no sólo en las relaciones de los enamorados.

Era sabido que, como sugieren algunos psicólogos (por ejemplo Enrique Echeburúa, de la Universidad del País Vasco) WhatsApp puede generar la misma adicción que una droga. Una droga que muestra síntomas exteriores como la incapacidad de no ver el teléfono de modo permanente ya no sólo durante el día sino también durante la noche; droga que incapacita para relacionarse y mirar a los ojos al otro; droga que hace experimentar sensaciones como la impresión de que el teléfono vibra siempre o que crea la necesidad de estar permanentemente conectado, disponible y reaccionando inmediatamente a los estímulos que vienen «del otro lado del teléfono». Según el estudio «La Comunicación del Alumnado a través del WhatsApp» uno de cada tres estudiantes de entre 15 y 19 años usa WhatsApp un promedio de seis horas al día.

En general, las redes sociales y servicios de mensajería instantánea como WhatsApp han creado una «forma mentis» nueva en los modos y tiempos de interrelación humana. Siendo estos estímulos sincrónicos e intempestivos exigen, para muchos, una forma de respuesta en las mismas categorías.

Que esto pase después al ámbito de los sentimientos no es sino el reflejo de que, en realidad, las experiencias digitales suponen también reacciones afectivas que suscitan rechazo o refuerzan lazos humanos porque, en definitiva, las tecnologías son lo que son los humanos que las usan.

Según datos de WhatsApp, hasta agosto de 2014 ese servicio contaba con 600 millones de usuarios. Apenas en abril del mismo año habían superado los 500 millones. Cifras como estas ponen de manifiesto no sólo la penetración que esos servicios tienen en los seres humanos sino también que las relaciones humanas cambian en sus modos. Siendo las relaciones humanas el punto de partida (en cuanto son nuestra primera experiencia de alteridad, es decir, de trato con otros) es comprensible que, en consecuencia, condicionen para bien o para mal nuestra capacidad de relacionarnos con Dios.

Piénsese en un ejemplo sencillo pero profundo: la oración. En términos llanos supone el diálogo entre dos personas: uno mismo y Dios. En ese diálogo la mayoría de las veces somos nosotros quienes formulamos una petición y esperamos la respuesta. La era de las tecnologías es también la era de la impaciencia: se esperan respuestas y soluciones inmediatas pero en la vida de fe ese no es normalmente el camino pedagógico que Dios usa para ayudarnos en profundidad. ¿No es verdad que existe el riesgo de no saber esperar también en la vida de unión con Dios, agotarnos e ir nutriendo una especie de apatía religiosa ante la falta de respuestas inmediatas?

«Si no te contesto es porque me estoy tomando un respiro», fue unos de los carteles de la marca KitKat a raíz de la implementación del sistema de WhatsApp en noviembre de 2014. En el fondo mostraba algo bastante real: el hombre no está hecho sólo para contestaciones inmediatas a estímulos inesperados sino también para reflexionar sus respuestas. Y esto da pie a pensar cómo las respuestas que no cuentan con el respaldo de la reflexión, que tantas veces va ligada a la pausa y al silencio, escasamente dan los mejores resultados.



En 2012 Benedicto XVI escribió un texto para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que parecía adelantarse proféticamente a la doble palomita de WhatsApp y que pone al centro esa virtud también olvidada en la comunicación hodierna como lo es el silencio:
«El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos. Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena. En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos más auténticos de la comunicación entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo, como signos que manifiestan la persona. En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones, el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de expresión particularmente intensa. Del silencio, por tanto, brota una comunicación más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones. Allí donde los mensajes y la información son abundantes, el silencio se hace esencial para discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial. Una profunda reflexión nos ayuda a descubrir la relación existente entre situaciones que a primera vista parecen desconectadas entre sí, a valorar y analizar los mensajes; esto hace que se puedan compartir opiniones sopesadas y pertinentes, originando un auténtico conocimiento compartido. Por esto, es necesario crear un ambiente propicio, casi una especie de “ecosistema” que sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos».




La falsa compasión


por Alfonso Aguiló Pastrana
Miembro del Instituto Europeo de Estudios de la Educación

«La piedad peligrosa» es una interesante novela de Stefan Zweig. Un joven teniente austríaco es invitado a una fiesta. Durante la celebración invita a bailar a la hija del dueño de la mansión, sin saber que la joven está impedida. Al día siguiente le envía unas flores para pedir disculpas por el incidente y, a raíz de ese detalle, la chica piensa que el teniente se ha enamorado de ella.

El protagonista parte de una noble y buena sensibilidad ante el dolor ajeno. Es un hombre que se propone ayudar hasta donde puede a todos. Cualquier indefensión reclama su interés. Sin embargo, esa buena disposición se encuentra de pronto con un difícil escollo. Su deseo de no hacer sufrir, de no incomodar, de evitar el dolor ajeno, le lleva a un prolongar el pequeño malentendido que se ha producido en la fiesta. Por no entristecer a aquella ilusionada y caprichosa chica inválida, retrasa una y otra vez la necesaria aclaración sobre su supuesto amor por ella, y se ve envuelto poco a poco en un inmenso absurdo que tiene consecuencias cada vez más trágicas para él y para aquellos a quienes quería evitar cualquier daño.

Todo empezó por un mero y piadoso no decir la verdad, sin voluntad o incluso contra su voluntad. Al principio no fue un engaño consciente, pero enseguida se vio enredado, y por empezar con una primera mentira por compasión, vio que ahora tenía que mentir con gesto impenetrable, con voz convencida, como un consumado delincuente que planea cada detalle de su acción y su defensa. Por primera vez empezaba a entender que lo peor de este mundo no viene provocado por la maldad, sino casi siempre por la debilidad.

Hay dos clases de compasión. Una, la débil, la sentimental, que no es más que la impaciencia del corazón por librarse lo antes posible de la embarazosa conmoción que se padece ante la desgracia ajena; esa “compasión” no es propiamente compasión, es tan solo un apartar instintivamente el dolor ajeno, que es causa de nuestra propia ansiedad. La otra, la verdadera compasión, está decidida a resistir, a ser paciente, a sufrir y a hacer sufrir si es necesario para ayudar de verdad a las personas.

Aquel hombre tenía que decir y hacer algo que le resultaba difícil, y lo retrasó una y otra vez. Prolongó aquella situación absurda, entre otras cosas porque estaba halagado por la vanidad, y la vanidad es uno de los impulsos más fuertes en las naturalezas débiles, que sucumben fácilmente a la tentación de lo que visto desde fuera parece admirable o valeroso.

Por falsa compasión muchas veces se miente, se engaña, se elude la verdad costosa, las realidades incómodas, las responsabilidades molestas. Se miente para no contrariar, para evitar un daño que luego vuelve multiplicado; se elude la verdad difícil de decir pero apremiante, aunque sabemos que no desaparecerá por ignorarla; por falsa compasión se consienten prácticas o situaciones reprobables en la empresa o la familia, que no se afrontan por no perjudicar a algunos, aun sabiendo que tolerarlo es un daño mucho mayor.

La falsa compasión hizo de aquel joven teniente un hombre mísero que dañaba infame con su debilidad, que perturbaba y destruía con su compasión. Como él, todos deberíamos esforzarnos en distinguir si la compasión que en determinado momento sentimos no encubre egoísmo o debilidad. Debemos reconocer sinceramente que consentir y mimar a los hijos, malacostumbrar a los que están bajo nuestra responsabilidad, no exigir el respeto que merecen los derechos de los ausentes (la falsa compasión suele inclinarse contra los que no nos ven), son ocasiones en que nos compadecemos equivocadamente y cerramos los ojos a la realidad.

Vivir responsablemente exige a veces incomodar a otros. Por ejemplo, educar, formar, supone siempre una cierta constricción, contrariar, negar consuelos que podríamos dar pero que no debemos dar. Es cierto que debemos ser flexibles, pero ceder a la falsa compasión es hacer daño. Un daño que quizá a primera vista no parece tal, pero que tarde o temprano vuelve, con terquedad, y más crecido, más real, menos evitable.




San Pablo, un pionero del feminismo

por  Remedios Falaguera
Licenciada en Periodismo

San Pablo en camino hacia la Iglesia del Cordero
Mosaico de Marko Rupnik,s.j.
Sala de encuentros del centro de espiritualidad de la Comunidad Emmanuel en Lecce, Italia


San Pablo supo valorar el esfuerzo y la responsabilidad de muchas mujeres necesarias para una efectiva evangelización a favor de la comunidad cristiana.

"Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, que está al servicio de la iglesia de Céncreas, para que la recibáis en el Señor de manera digna de los santos, y la ayudéis en lo que pueda necesitar de vosotros: porque también ella asistió a muchos y, en particular a mí”.

“Saludad a Prisca y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús, que expusieron sus cabezas para salvar mi vida, a quienes damos gracias no solo yo sino también todas las iglesias de los gentiles, y saludad a la Iglesia que se reúne en su casa”.

“Saludad a María, que se ha esforzado mucho por vosotros […] Saludad a Trifena y a Trifosa, que trabajan en el Señor. Saludad a la amadísima Preside, que trabajó mucho en el Señor. Saludad a Rufo, escogido en el Señor, y a su madre, que es también mía […] Saludad a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, y a los Olimpas y a todos los santos que están con ellos. Saludaos unos a otros con un beso santo. Os saludan todas las Iglesias de Cristo" (Rom 16, 1-16).

A pesar de que la situación de la mujer en la Iglesia ha mejorado en los últimos tiempos, todavía se oyen voces que opinan que quedan pequeñas diferencias para alcanzar la plena igualdad de papeles entre varones y mujeres.



Tachado de machista

Tal vez influidos por tendencias de pensamiento que provocan no solo la rivalidad de sexos, sino que no reconocen las diferencias entre el hombre y la mujer como elemento imprescindible para su complementariedad, argumentan que la Iglesia necesita buscar una solución rápida y acorde a los tiempos modernos. Esto no es nada nuevo.

San Pablo ya nos advierte de esto en las consideraciones finales de este texto: "Os ruego, hermanos, que os cuidéis de los que provocan disensiones y escándalos, contrariamente a la enseñanza que habéis recibido.

Evitad su trato, porque ellos no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a su propio interés, seduciendo a los simples con palabras suaves y aduladoras.

En todas partes se conoce vuestra obediencia, y esto me alegra; pero quiero que seáis sabios para el bien y sencillos para el mal. El Dios de la paz aplastará muy pronto a Satanás, dándoos la victoria sobre él. La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté vosotros". (Rom 16, 17-20).

De hecho, para muchos es la base de acusaciones machistas sobre la Iglesia, igual que le ocurrió a San Pablo, considerado para muchos un retrogrado en el reconocimiento de la dignidad de la mujer y su participación en la Iglesia.

Sin embargo, esta mala fama no tiene respaldo. Al contrario. El apóstol, fiel seguidor de la novedad revolucionaria de Cristo, rompe todos los moldes de la época impulsando la reivindicación femenina en la Iglesia.



San Pablo contaba con las mujeres

San Pablo, quien tuvo para con la mujer una particular consideración y confianza, no dudó en demostrar a lo largo de su vida con palabras y gestos llenos de amor y aceptación, no solo que la mujer es la compañera que Dios quiso para el hombre (Gen.2, 18), sino que es portadora de unas cualidades específicamente femeninas, consideradas como autentico patrimonio para la humanidad y para la Iglesia, e imprescindibles para sembrar el Reino de Dios por todos los confines de la tierra.

Para ser justos, habrá que reflexionar sobre el cariño y la predilección que San Pablo siente por las mujeres que se cruzaron por el camino a lo largo de su misión, ayudándole y colaborando como miembros activos en la formación y en la edificación de las primeras comunidades paulinas.

De hecho, a ellas las recuerda y las saluda en sus cartas por sus nombres, resaltando su protagonismo en la misión y reconociendo su inestimable ayuda, lo cual indica que, con la misma dignidad que aporta reconocer que hombres y mujeres son hijos de Dios, a pesar de que tienen características diferentes, San Pablo supo valorar el esfuerzo y la responsabilidad de muchas mujeres necesarias para una efectiva evangelización a favor de la comunidad cristina.



Un papel específico e insustituible

Es precisamente la "capacidad de acogida del otro" la cualidad más concreta e insustituible de la mujer. Por ello no es de extrañar el papel fundamental que jugaron las mujeres, y juegan, hoy mas que nunca, en las comunidades cristianas.

Leer los textos de San Pablo con ojos de mujer, de una mujer del siglo XXI, que pretende gastarse diariamente para que "Cristo reine en la tierra", supone descubrir la grandeza y la sencillez de muchas de las mujeres que acompañaron y colaboraron con San Pablo a lo largo de su misión.

Algunas de ellas de forma silenciosa "gastándose" por cumplir la voluntad del Señor, desempeñando un efectivo y precioso papel en la difusión del Evangelio, y que el apóstol menciona en sus textos.



Algunas mujeres a las que San Pablo cita en sus cartas

Por ello, no quisiera finalizar –me parece que es un deber de justicia para con ellas–, sin recordarlas, aunque sea brevemente, ya que ellas son un ejemplo para hacer del Evangelio la regla fundamental de la vida familiar.

Claudia: "Te saludan Eubulo, Pudente, Lino, Claudia y todos los hermanos" (2 Tm 4, 21). Pablo, a lo largo de esta carta a Timoteo, destaca la importancia de las mujeres. Un ejemplo concreto es Claudia, de la que manda saludos a Timoteo. Parece ser que Claudia fue una de las mujeres valientes que ayudaron al apóstol durante su dura encarcelación y soledad poco antes del martirio en Roma.

Cloe: "Os conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengáis todos un mismo hablar, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio. Porque hermanos míos estoy informado de vosotros, por los de Cloe, que existen discordias entre vosotros. Me refiero a que cada uno de vosotros dice: "Yo soy de Pablo", "Yo de Apolo", "Yo de Cefas", "Yo de Cristo"" (Cor 1, 10-12).

No sabemos si "Los de Cloe" son familiares, amigos o siervos de esta respetable mujer. Pero como señala san Pablo parece que el juicio y las palabras de ésta tenían no solo fundamento sino autoridad moral para el apóstol. Ya que, tras ellas no dudó en "dar un toque" a la unidad de la comunidad de Corintio.

Mujer anciana: "Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina. Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor, en la paciencia. Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada". (Tito 2, 1-5).

Apfia: Una mujer que debía ocupar un papel de importancia en la Comunidad ya que es a la única que nombra en esta carta: "Pablo, prisionero por Cristo Jesús, y Timoteo, [nuestro] hermano, a Filemón, amado nuestro y colaborador, y a Apfia, nuestra hermana, y a Arquipo, nuestro compañero de armas, y a la congregación que está en tu casa: Que tengáis bondad inmerecida y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo". (Filemón 1, 1-3).

Evodia y Síntique: "Por eso, hermanos míos muy queridos, a quienes tanto deseo ver, vosotros que sois mi alegría y mi corona, amados míos, perseverad firmemente en el Señor.

Exhorto a Evodia y a Síntique a que se pongan de acuerdo en el Señor. Y a ti, mi fiel compañero, te pido que las ayudes, porque ellas lucharon conmigo en la predicación del Evangelio, junto con Clemente y mis demás colaboradores, cuyos nombres están escritos en el Libro de la Vida. (Filipenses 4, 1-3).

El llamamiento que Pablo a la concordia mutua da a entender que las dos mujeres desempeñaban una función importante dentro de esa comunidad. Como señala Benedicto XVI, hace suponer que la gran influencia de ambas en la Iglesia de Filipos tenia efectos de distanciamientos entre los miembros de la comunidad.

Por tanto, no es de extrañar que San Pablo les corrija en la misma carta diciendo: "Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, os ruego que hagáis perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tened un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagáis nada por rivalidad o vanagloria, y que la humildad os lleve a estimar a los otros como superiores a vosotros mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás".

Ninfas: "Saludad a los hermanos de Laodicea, especialmente a Ninfas y a la Iglesia que se reúne en su casa". (Colosenses 4, 15). Ninfas fue una de las mujeres que prestó su casa como lugar de oración para los cristianos de Laodicea. Una pequeña Iglesia que se convirtió en la familia de Dios, donde todos somos hijos de un mismo Padre y en donde recibimos la gracia de Dios para convertir nuestra vida en mensajeros de paz y de alegría. La alegría de ser hijos de Dios.


San Pablo rompe todos los moldes de la época impulsando la reivindicación femenina en la Iglesia. 


Don Bosco y la Patagonia Argentina

por Mario Meneghini

Capilla original de la Misión Salesiana de Río Grande-Restauración actual

En 1875 parecía cumplida la vasta acción de Don Bosco; las obras salesianas se extendían incluso fuera de Italia. Pero el corazón del santo permanecía inquieto. Su sueño más deseado no se ha realizado; más allá de los mares, hay inmensas multitudes esperando el anuncio del Evangelio. Hay que acudir a esos pueblos y conducirlos a la fe; recién entonces su misión habrá alcanzado su plenitud.

En la evangelización de la Patagonia argentina tuvo destacada participación la congregación fundada por san Juan Bosco. En 1883 la conquista militar del desierto aseguró para la civilización y para la República Argentina la posesión y la paz de las tierras australes. Los misioneros salesianos intervinieron activamente en esa encrucijada histórica, difundiendo el Evangelio y la cultura.

Afirma el P. Paesa: “Uno de los más preclaros varones sureños, que habría merecido el título de visionario en calidad de insigne, por su incurable megalomanía patagónica, sería san Juan Bosco. La crítica moderna queda perpleja, al examinar la autenticidad de sus previsiones. Fue precisamente un sueñola causa de la venida de los Salesianos a las tierras del sur”[1].
En 1854, don Bosco fijó el destino del futuro vicario de la Patagonia, el niño Juan Cagliero, afectado de fiebres malignas; los médicos confesaron que su tarea había terminado. Pero el santo le dijo al enfermo, que había expresado que quería ir al Paraíso, no es tiempo todavía Juan, la Virgenquiere concederte la salud; curarás, serás sacerdote, y un día, con el breviario bajo el brazo, caminarás…Es que don Bosco, velando su lecho de muerte, contempló un grupo de onas, tehuelches y mapuches, que dirigían hacia él sus brazos y le pedían ayuda. En 1872, tuvo una nueva visión que le anticipaba en dos momentos la gesta de la conquista espiritual: la de los mártires jesuitas que fijaron las primeras semillas del Evangelio, y la de los salesianos, que la perfeccionaron.

Durante varios años el santo se preguntaba: ¿a qué pueblos llevarían la luz de la fe? Finalmente, la visita del cónsul argentino en Saboya, Juan Bautista Gazzolo, lo orientó. En diciembre de 1874, Gazzolo, en nombre del Arzobispo de Buenos Aires, le propuso la dirección de la iglesia llamada de los Italianos en Buenos Aires, y un colegio en la ciudad de San Nicolás de los Arroyos. Esta invitación lo llevó a buscar publicaciones en las que vio perfectamente representados a los indígenas de sus sueños.Consigue el permiso del papa Pío IX, a quien había relatado su sueño. Claro que ir a Buenos Aires no era ir a la Patagonia, pero sería un punto de apoyo para luego iniciar la conquista espiritual de las inmensas regiones semidesérticas del sur del continente americano.

Aceptó el ofrecimiento recibido, y se dedicó a seleccionar, instruir y equipar un pequeño grupo de misioneros. Fueron diez los elegidos: cuatro sacerdotes y seis laicos. El jefe era Cagliero, el joven de la visión, que moriría recién a los ochenta y ocho años.
Antes de la partida, don Bosco habló así sus misioneros:
“¡Qué campo inmenso el de la Patagonia! Una extensión varias veces superior a Italia. ¡Y qué espléndida mies para un ejército apostólico! Y sois apenas diez…No importa. Ocupaos de las almas. Rechazad honores, dignidades, riquezas. ¿Queréis merecer la bendición de Dios y la benevolencia de los hombres? Cuidad de los enfermos, los niños, los ancianos, los dolientes. ¡Propagad la devoción a la Eucaristía y a María Auxiliadora!”

En 1875, viajó por mar la primera tanda de misioneros de su orden, arribando al Plata diez de ellos, de los cuales sólo tres llegaron al sur. La consigna de don Bosco fue: ¡Id a la Patagonia!, pero la prudencia exigió una preparación previa.

Dos meses después del arribo de los misioneros, fue nombrado el Capitán Antonio Oneto, presidente de una comisión encargada de la distribución y venta de lotes de tierra a los colonos del Chubut. Este funcionario buscó la colaboración de los salesianos, y el padre Cagliero respondió positivamente a esta convocatoria. Este sacerdote escribió a don Bosco, el 5 de mayo de 1877: “Usted verá si soy yo u otro el destinado a entrar por primero en la Patagonia; aquel de quien pueda decirse: pertenece a aquella legión de varones que llevaron la salvación a la Patagonia”. Las necesidades de organización de la congregación en Europa impidieron que fuese él, tocándole ese papel al padre José Fagnano.

Sólo un santo impulsado por sus visiones, pudo atreverse a afrontar una empresa como la conquista espiritual patagónica. Su congregación estaba recién aprobada por la Santa Sede, y contaba con 171 socios, entre ellos cincuenta sacerdotes sin experiencia. Las misiones que procuraba se extendían desde Bahía Blanca hasta Tierra del Fuego. Además la situación del país no era propicia; el gobierno, influido por las logias masónicas, mantenía una actitud de enfrentamiento con la Iglesia Católica como nunca hubo en la historia argentina. El padre Cagliero le advertía a don Bosco: “Los que deben venir por aquí, si no son hijos de Hércules, es mejor que se queden en Europa”.

El mayor milagro del santo fue, sin duda, el prodigioso desarrollo de las Misiones Salesianas. En breve tiempo, la Congregación estaba colocada entre las grandes agrupaciones de la Iglesia. A los veinte años de su llegada a territorio argentino, el desierto había florecido. La inmensa Patagonia y la pampa habían sido recorridas en toda su extensión, y, en parte, conquistadas al Evangelio. Desde 1877, las Hijas de María Auxiliadora se unieron a los Salesianos en la Patagonia. Desde entonces, su trabajo no dejó de secundar la acción de sus hermanos, para crear, a través de la conversión del indígena, la familia cristiana, y bajo el influjo de la caridad, abrir el camino al bautismo.

La congregación, ya establecida en Carmen de Patagones desde 1878, realizó en un primer momento el reconocimiento de la región y de su población autóctona, para detectar focos propicios para el establecimiento de residencias, que fueron fundadas en una segunda etapa: escuelas de artes y oficios, de agricultura, de primeras letras, hospitales, imprentas, plantaciones. La obra salesiana tuvo su núcleo central en la educación de niños y jóvenes, impartiendo amplios conocimientos que incluyeron enseñanza religiosa, alfabetización y de oficios. De esta forma se fue dando un paulatino proceso de civilización de la región, permitiendo así la integración de sus pobladores.

Al ser nombrado Monseñor Juan Carlos Cagliero como vicario apostólico de la Patagonia, planificó establecer misiones volantes con estaciones misioneras. Para ello se realizaban permanentes recorridas a los largo de los ríos Colorado, Negro y Chubut, en busca de lugares aptos para la construcción de escuelas, capillas y hospitales. Los misioneros fueron un verdadero nexo entre los pobladores blancos e indígenas, ayudando a reorganizar la vida después de la campaña del desierto.

La labor de los misioneros salesianos fue fundamental en el proceso de colonización regional. La conquista militar del desierto, no hubiera bastado, por sí sola para lograr la total integración de la Patagonia. Para ello fue necesario el arduo trabajo realizado por estos pioneros, quienes con gran sacrificio y empeño llevaron el Evangelio y la cultura a todos los rincones de la región.
No todos comparten, lamentablemente, una visión positiva de la actividad salesiana; desde una óptica indigenista, se sostiene que el proyecto de evangelización de los indios fue “una forma de homogeneización cultural”[2]. Felizmente, el Estado argentino, a través de la Ley 24.841, estableció el día 16 de noviembre, como Día de la Evangelización Salesiana de la Patagonia; la ley ha venido a confirmar el reconocimiento generalizado en la sociedad argentina.

Don Bosco no alcanzó a ver el resultado de su gigantesco trabajo misional, pues falleció a los cuatro años de erigido el primer vicariato patagónico. Pero, sin embargo, Dios le había mostrado lo que iba a suceder. En la noche del 30 de agosto de 1883, un sueño le hizo recorrer la América del Sur en todo sentido. En este misterioso viaje tuvo por guía al joven Luis Colle –hijo del Conde Colle, de Tolón, bienhechor del Oratorio- muerto en santidad a los diecisiete años. Aquí ves, le dijo el joven, millares de hombres que aguardan la palabra de Cristo; tus hijos evangelizarán estos pueblos.

La clara intuición de la magnitud de la actividad misionera de sus hijos, no fue la única recompensa divina al santo anciano. En efecto, casi al final de sus días, Dios le proporcionó una gran alegría. Habiendo estado inmovilizado más de quince días, por la enfermedad que poco después le provocaría la muerte, en diciembre de 1887, lo visitó Cagliero, ausente cuatro años de Valdocco, y no llegaba solo. Don Bosco no había podido ir a la Patagonia, pero esa región llegaba a él en la persona de una niña india huérfana asistida en la primera expedición a la Tierra del Fuego.
Querido don Bosco –dijo Cagliero- estas son las primicias que le presentan sus hijos del extremo confín de la tierra.
El santo murmuró en italiano: Padre, le agradezco haber mandado sus misioneros para la salvación mía y de mis hermanos.



Para tener una visión global de la acción salesiana

En 1934, las misiones de la Patagonia tenían una organización religiosa, y una red de centros y comunidades de fieles, con vida y recursos propios. Esta entidad, fruto de medio siglo de trabajo apostólico, fue reconocida jurídicamente con la erección de la Diócesis de la Patagonia.
Esta enorme provincia eclesiástica se extendía desde el río Negro hasta las islas australes. En 1957 se desagregaron de tan vastos límites las nuevas provincias patagónicas: Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.

Veinticuatro iglesias y capillas transmitían la luz de la fe. En la ciudad de Comodoro Rivadavia congregaba a los fieles la capilla de María Auxiliadora; en la zona de las explotaciones petrolíferas se alternaban las iglesias de: Kilómetro 27, Astra, Kilómetro 8, Kilómetro 5, General Mosconi, Kilómetro 3.

En Chubut, aportaban a la cultura 8 colegios e institutos, 5 salesianos y 3 de las Hermanas de María Auxiliadora, así como una universidad. Por decreto 1.074 del Comisionado Federal de Chubut, se declaraba:
“Gracias a la obra apostólica realizada por la Congregación Salesiana, el  Chubut ha podido conformar su integración espiritual, sobre la base de los principios de la civilización occidental cristiana. Y, además, mediante el sacrificio y el espíritu de lucha de sus hijos, ha contribuido en gran parte en la heroica tarea que significó en sus orígenes la colonización de esta Provincia”.

La obra titánica de los salesianos, no puede separarse de la personalidad de su fundador, que explicó de qué manera perseveraba en la acción:
“Cuando tropiezo con una dificultad, me conduzco como quien en la marcha encuentra el plazo obstruido por una peña. Primero, trato de apartarla. Si no lo consigo, la salto o la rodeo. Así, iniciado un asunto, si surgen inconvenientes, lo suspendo para comenzar otro, sin perder de vista el anterior. Y entre tanto, las brevas maduran, los hombres cambian, y las dificultades se allanan”.

Es claro que toda su vida estuvo fundada en el lema Da mihi animas, caetere tolle: Señor, dadme almas y llevaos todo lo demás.






[1] Paesa, Pascual. “El amanecer del Chubut”; Buenos Aires, 1967, p. 115.
[2]Nicoletti, María. “La Congregación Salesiana en la Patagonia”;  Universidad Nacional del Comahue, publicado en Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, 2015.

Mitos en torno a las Cruzadas




 Con frecuencia las cruzadas son mostradas como un episodio deplorablemente violento en el que libertinos occidentales, que no habían sido provocados, asesinaban y robaban a musulmanes sofisticados y amantes de la paz, dejando patrones de opresión escandalosa que se repetirían en la historia subsecuente.
En muchos lugares de occidente, esta perspectiva es actualmente demasiado común, unánime  y  obvia como para ser rebatida. Pero la unanimidad no es garantía de precisión. Lo que todo el mundo “sabe”  sobre las cruzadas podría, de hecho, no ser cierto.

A este propósito, el historiador doctor Paul F. Crawford del Departamento de Historia y Ciencias Políticas de la Universidad de Pennsylvania (Estados Unidos), derriba cuatro mitos anticatólicos sobre Las Cruzadas.


Primer mito: "Las cruzadas representaron un ataque no provocado de cristianos occidentales contra el mundo musulmán"
Nada podría estar más lejos de la verdad, e incluso una revisión cronológica aclararía eso. En el año 632, Egipto, Palestina, Siria, Asia Menor, el norte de África, España, Francia, Italia y las islas de Sicilia, Cerdeña y Córcega eran todos territorios cristianos. Dentro de los límites del Imperio Romano, que todavía era completamente funcional en el Mediterráneo oriental, el cristianismo ortodoxo era la religión oficial y claramente mayoritaria.

Hacia el año 732, un siglo después, los cristianos habían perdido la mayoría de esos territorios y las comunidades cristianas de Arabia fueron destruidas completamente  poco después del 633, cuando los judíos y los cristianos por igual fueron expulsados de la península. Aquellos en Persia estuvieron bajo severa presión. Dos tercios del territorio que había sido del mundo cristiano eran ahora regidos por musulmanes. ¿Qué sucedió? La respuesta es: el avance del Islam. Cada una de las regiones mencionadas fue sacada, en el transcurso de cien años, del control cristiano por medio de la violencia, a través de campañas militares deliberadamente diseñadas para expandir el territorio musulmán a expensas de sus vecinos.

Pero esto no dio por concluido el programa de conquistas del Islam. Los ataques musulmanes contra los cristianos siguieron, ya no solo en esa región sino contra Europa, especialmente Italia y Francia, durante los siglos IX, X y XI, lo que hizo que los bizantinos,- los cristianos del Imperio Romano de Oriente-, solicitaran ayuda a los Papas. Fue Urbano II quien envió las primeras cruzadas en el siglo XI, después de muchos años de recibir el primer pedido.

Lejos de no haber sido provocadas, las cruzadas representan el primer gran contraataque del Occidente cristiano contra los ataques musulmanes que se habían dado continuamente desde el inicio del Islam hasta el siglo XI, y que siguieron luego casi sin cesar.
Para entender un poco mejor el asunto basta con preguntarse cuántas veces fuerzas cristianas han atacado La Meca. La respuesta, por supuesto, es: nunca.

Segundo mito: "Los cristianos occidentales fueron a las cruzadas porque su avaricia los motivó a saquear a los musulmanes para hacerse ricos"
Por el contrario,  muchos cruzados terminaron en bancarrota.
Algunos historiadores  explican que pocos cruzados tenían suficiente dinero para pagar sus obligaciones en casa y mantenerse al mismo tiempo decentemente en las cruzadas.  Desde el principio mismo,  las consideraciones financieras fueron importantes en la planeación de la cruzada. Los primeros cruzados vendieron tantas de sus posesiones para financiar sus expediciones que generaron una extendida inflación.
Aunque los siguientes cruzados tomaron esta consideración en cuenta y comenzaron a ahorrar mucho antes de embarcarse en esta empresa, el gasto seguía estando muy cerca de lo prohibitivo.

Lo que algunos estimaban iban a costar Las Cruzadas era una meta imposible de lograr; muy pocos se hicieron ricos con las cruzadas, y sus números fueron empequeñecidos sobremanera por quienes quebraron. Muchos en el medioevo eran muy conscientes de eso y no consideraron a las cruzadas como una manera de mejorar su situación financiera.

Tercer mito: "Los cruzados fueron un bloque cínico que en realidad no creía ni en su propia propaganda religiosa; en vez de eso, tenían otros motivos más materiales".
Éste ha sido un argumento muy popular, al menos desde Voltaire. Parece creíble e incluso obligatorio para la gente moderna, dominada por la perspectiva del mundo materialista.
Con una tasa de bajas que bordeaba el 75%, con una expectativa de volver quebrado y no poder sobrevivir, ¿cómo tenía resultado la prédica para que más personas se enrolaran?  Las cruzadas eran apelantes precisamente porque era una tarea dura y conocida, y porque emprender una cruzada por los motivos correctos era entendida como una penitencia aceptable del pecado. Lejos de ser una empresa materialista, la cruzada era impráctica en términos mundanos, pero valiosa para el alma. Era el ejemplo casi supremo de ese sufrimiento complicado, y por eso era una penitencia ideal y muy completa. Con lo complicado que puede ser para la gente actual creer, la evidencia sugiere fuertemente que la mayoría de los cruzados estaban motivados por el deseo de agradar a Dios, expiar sus pecados y poner sus vidas al servicio del prójimo.

Cuarto mito: "Los cruzados le enseñaron a los musulmanes a odiar y atacar a cristianos"

Nada más alejado de la verdad. Hasta hace muy poco, los musulmanes recordaban las cruzadas como una instancia en la que habían derrotado un insignificante ataque occidental cristiano. La primera historia musulmana sobre las cruzadas no apareció sino hasta 1899. Por ese entonces, el mundo musulmán estaba redescubriendo las cruzadas, pero lo hacía con un giro aprendido de los occidentales. Al mismo tiempo, el nacionalismo comenzó a enraizarse en el mundo musulmán. Los nacionalistas árabes tomaron prestada la idea de una larga campaña europea contra ellos de la escuela europea antigua de pensamiento, sin considerar el hecho de que constituía realmente una mala representación de las cruzadas, y usando este entendimiento distorsionado como una forma para generar apoyo para sus propias agendas. No fueron las cruzadas las que le enseñaron al Islam a atacar y odiar a los cristianos. Muy lejos de eso están los hechos. Esas actividades de odio y persecusión habían precedido a las cruzadas por largo tiempo, y nos llevan hasta el origen del Islam.