La calma de Don Bosco




Uno de los frutos más hermosos de la vida interior de Don Bosco es su imperturbable calma y paciencia, que lo hacían dueño de sí, de los hombres y de los acontecimientos, habilitándolo asombrosamente para la sublime misión de educador.

Quienes lo conocieron afirmaron de él que aquel “nada te turbe” de Santa Teresa parecía que constituía su segunda naturaleza de tan habitual que le era; y hasta el papa Pío XI recordaba que la calma de Don Bosco era una de sus características más impresionantes. Aunque razones  para perderla no le faltaban, su calma era soberana y constante, tanto en las grandes dificultades como en los pequeños contratiempos.

En la vida de Don Bosco son tantos los asombrosos ejemplos de calma y paciencia, que surge la pregunta: Esta imperturbabilidad de Don Bosco, ¿era sólo cuestión de carácter? ¿Era espontánea y natural? Ciertamente no. Don Bosco sabía conservarse tranquilo porque abrevaba abundantemente en dos fuentes de calma: una natural, y la otra sobrenatural.

La fuente natural era el dominio de sí mismo, llevado en grado excelso mediante el continuo ejercicio, para contener,-tal como lo confiesa en sus memorias biográficas repetidamente-,su inclinación a la cólera. La fuente sobrenatural era su fe viva, alimentada de continuo con la oración.

Tenía la calma del cielo en el alma y no la perdía nunca, pues llevaba a Dios en el corazón y vivía continuamente unido a Dios. Por eso en él se cumplía la palabra de los libros santos: Non in commotione Dominus: donde está el Señor no hay agitación ( 1R, 19,11). El Card. Alimonda en el discurso fúnebre del santo dijo: “Era imperturbable, porque se había arrojado enteramente en los brazos de Dios”.