¿Es lícita la castración en caso de violación?


P. Miguel A. Fuentes, IVE



El debate se ha abierto en la actualidad a raíz de un estudio realizado en Francia por un grupo de expertos. Según ‘La Nación’[1], un grupo de 16 expertos conducidos por el psiquiatra Claude Balier, ha examinado el problema de los agresores sexuales recidivos. En sus condiciones ordinarias, la calle es para ellos una fuente de tentaciones. ¿Qué se debe hacer con ellos? ¿Mantenerlos en prisión indefinidamente, o someterlos a tratamiento de modo tal que puedan ser puestos en libertad sin que constituyan un peligro para la sociedad? No son los únicos casos que exigen una respuesta ética[2]

El problema urge en muchos países, pues se habla en los últimos años de un ‘dispararse’ de la agresión sexual, especialmente infantil. Según el mismo artículo de la Nación los agresores sexuales pasaron de representar en 1973 sólo el 5% de la población carcelaria, al 12,5% en 1994.

El informe elaborado por el grupo no está de acuerdo con la creación de institutos especializados donde puedan recluirse este tipo de personajes, como existe, por ejemplo el Instituto Pinel, de Montreal. Propone, en cambio, instaurar la obligación, una vez terminado de expiar la pena, para estas personas de presentarse periódicamente ante determinadas autoridades, incluso si no vuelve a reincidir en su delito. El motivo es continuar indefinidamente el tratamiento, es decir, de someterlos a un tratamiento de antiandrógenos, lo que es llamado ‘castración química’. Esto bloquea la libido aunque no de modo irreversible.

Francia ya ha dado, si no de derecho al menos en los hechos, autoridad a sus tribunales para ejercer este tipo de imposición. De hecho, en junio de 1996 el tribunal correccional de Toulouse condenó a un culpable de pedofilia a 4 años de prisión, y una vez puesto en libertad, a la obligación de ‘asistencia’, lo cual, sin otra precisión, equivale al tratamiento médico mencionado.



¿Qué criterios morales hay para el caso?

Entre los moralistas y teólogos el tema ha sido discutido desde hace siglos. Hay que distinguir dos planos: el de summo iure (o sea, el derecho absoluto) y el plano prudencial de la conveniencia de recurrir o prescindir de algunos derechos. A su vez yo distinguiría también tres posibles finalidades en la castración: punitiva, preventiva y terapéutica.


1. Castración estrictamente punitiva.

a) Aspecto teórico

La mayoría de los teólogos y moralistas de casi todos los tiempos han reconocido la legitimidad teórica de usar la castración (así como otro tipo de mutilación) como castigo de determinados delitos. Establecían para legitimarla una analogía con el derecho a imponer la pena de muerte al culpable. Entre otros, por ejemplo, Santo Tomás[3]; también el Magisterio la reconoce como recurso lícito para el culpable[4].
La condición es que se trate de un sujeto ciertamente culpable y que la pena determinada cumpla las condiciones para ser justa, es decir, que además de no haber otra pena más adecuada, reúna las condiciones de ser vindicativa (que tienda a la compensación), medicinal (que sirva de correctivo para el mismo criminal) y ejemplar(que sirva para que los demás se aparten de tales crímenes).
No veo, en cambio, mucho sentido en encuadrar la mutilación ‘química’ como algo punitivo, pero si se encontrara alguna razón, podría entrar en los mismos argumentos.


b) Razones de conveniencia prudencial

Hoy en día, entre los moralistas, aún aceptando la legitimidad de summo iure, casi ninguno justifica su aplicación. En general, repugna al sentido humanitario, como afirma, por ejemplo Peinador[5]. Estos autores sostienen que en cuanto vindicativa hay otras penas más adecuadas (como la cárcel, multas económicas, etc.); como medicinal o terapéutica en los casos de los delincuentes patológicos (maníacos sexuales) la pone en duda H. Bless, teniendo en cuenta muchos casos en los que ha sido ocasión para mayores desenfrenos. Lo mismo se diga respecto de su ejemplaridad. Habría que agregar el agravante de nuestra sociedad puramente utilitarista que, sin dudas, recurriría a esto como menos ‘costoso’ que otro tipo de castigo (como la prisión).
Tal vez menos dificultoso sería admitir la práctica punitiva de la ‘castración química’. Pero, ¿tiene sentido punitivo? El disminuir el incentivo de la libido ¿es un castigo? Sólo en el caso del agresor sexual que no sea un psicópata sino una persona normal, como ocurre, por ejemplo en las violaciones realizadas en tiempo de guerra y otros casos más. Pero, en tales casos (de delincuentes normales) ¿no hay otros castigos más adecuados?


2. Como preventivo social

La sociedad no tiene sólo el derecho de castigar al culpable sino -con más razón- de defenderse legítimamente. Es evidente que la ‘prevención’ sólo podrá realizarla respecto de quien puede temerse razonablemente un potencial ataque -en este caso sexual- es decir, del psicópata sexual agresivo. Con aquellos que no pueden controlar sus instintos sexuales y agresivos, y en quienes esto ha sido constatado, ¿puede emplear (es decir, imponer) algún medio de defensa preventiva? Evidentemente que sí, pero ¿cuál?

La mutilación orgánica no creo que pueda considerarse ni siquiera como último remedio extremo, porque tales personas son enfermos; no se trata aquí de punición; y si hay responsabilidad, como ocurre en muchos casos, ésta tiene sus atenuantes en los disturbios psíquicos. Entonces, ¿puede seguirse hablando de castigo proporcionado a la culpabilidad? Además, la mutilación orgánica normalmente sólo quita al sujeto la capacidad de procrear, pero no la de agredir ni realizar sus actos sexuales. Muchas veces esto sólo se presta a ulteriores y mayores desenfrenos. Por eso Bless se muestra contrario a admitir el derecho del Estado en esta materia, aún conociendo la opinión favorables de muchos otros autores[6].

En cambio, parece más fácilmente justificable -al menos en algunas circunstancias- el uso de psicofármacos; aunque con sus condiciones. Escribe, por ejemplo Sgreccia: ‘El enfermo agresivo, que puede ocasionar molestias a los familiares y vecinos puede ser tratado con psicofármacos, en nombre del principio de legítima defensa, pero habrá que considerar: 1. los riesgos para su propia vida; 2. la existencia de otros remedios eventuales más inocuos; 3. la temporalidad limitada, es decir, que tenga el carácter de ‘farmaco-tapón’. En esta categoría entran también los sujetos sexualmente agresivos hasta el límite de lo patológico. No es mi tarea precisar cuales sean los efectos colaterales a breve o larga distancia y sobre el hecho que de muchos piscofármacos tal vez no se conocen bien sus efectos, por lo cual el uso debe ser regulado con más rigor y con el criterio de lo estrictamente necesario’[7].


3. Como terapia personal

Finalmente puede considerarse la castración como medio de terapia para ciertos enfermos mentales, es decir, no sólo como defensa de terceros inocentes (que pueden ser potencialmente agredidos) sino como terapia para el mismo enfermo. La psiquiatría reconoce el problema de ciertas enfermedades mentales que presentan como síntomas la perversión de los instintos sexuales, la imposibilidad de dominio racional sobre los mismos; normalmente es causado por disfunsiones hormonales. En algunos de estos casos la castración orgánica era justificada apelando al principio de doble efecto. Bless nos ofrece los criterios principales en su ‘Pastoral psiquiatrica’:

-Es lícita como ‘ultimum refugium’

-Se encuadraría en el principio de doble efecto (porque se estaría actuando sobre algo enfermo cual es la libido exacerbada por problemas hormonales; hay proporción entre los beneficios para el paciente y los daños que sufre, etc.).

-No debe aplicarse más que a los psicópatas sexuales que sufren seriamente con su necesidad morbosa y no pueden resistir con su sola voluntad.

-Debe obrarse con consentimiento del enfermo (porque aquí no estamos ante algo punitivo ni para defensa de terceros).

Lo dicho vale con mayor razón para el recurso a medios químicos, SIEMPRE Y CUANDO se conozcan sus posibles efectos colaterales y éstos -en caso de darse- no desequilibren los efectos buenos que se buscan con el tratamiento.



Notas
[1] LA NACIÓN, 9 de agosto de 1996, p. 7.
[2] En DIARIO UNO (8 de abril de 1996) apareció la noticia de un Pederasta (Larry Don McQuay) quien a punto de salir de la prisión en Texas pedía ser ‘castrado’. Había confesado haber abusado de niños en más de 240 oportunidades. Si bien salía por buena conducta, no quería se libre ‘tal como es’, ‘para no volver a sentir la necesidad de perseguir niños’. El debate ético en los EEUU giraba en torno a si las autoridades públicas pueden o no acceder a sus deseos.
[3] ‘… Como todo hombre se ordena, como a su fin, a la sociedad entera, de la que es parte, … puede suceder que la mutilación de un miembro, aunque redunde en detrimento de todo el cuerpo, sirva, sin embargo, al bien de la sociedad, en cuanto se impone a alguno como castigo para escarmiento de los pecadores. Por consiguiente, así como el poder público puede lícitamente privar a uno totalmente de la vida por ciertas culpas mayores, así también puede privarle de un miembro por algunas culpas menores’ (Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, 65, 1).
[4] Por ejemplo, Pío XI en la Casti Connubii la declara ilícita ‘cuando no existe culpa ni causa alguna de pena cruenta’.
[5] Peinador, Moral Profesional, BAC, Madrid 1962, nº 636.
[6] Cf. H. Bless, Pastoral Psiquiatrica, Ed. Razón y Fe, Madrid 1966, p. 282.
[7] E. Sgreccia, Manuale di Bioetica, Ed. Vita e Pensiero, Milano 1991, T. II, p. 73.

El varón desde una perspectiva femenina


por Ana Teresa López de Llergo


Al tratar del tema del hombre y la mujer en el mundo, es difícil ser totalmente imparcial, porque si es una mujer quien habla del asunto, generalmente aparece el afán de ser mejor tratada y de ser tenida más en cuenta. Lo mismo sucede desde la perspectiva masculina. Además, si a esto se añaden experiencias negativas en la propia vida, aumenta la falta de objetividad.

La tendencia contemporánea es desconocer la realidad e imponer una libertad por encima de cualquier norma, de cualquier aspecto que suene a imposición, incluso a costa de toda evidencia. Esto, por supuesto afecta a las relaciones entre hombre y mujer, en concreto a la masculinidad y la feminidad.

El enfoque es totalmente subvertido porque es la subjetividad predominante. Y cuando la subversión consiste en una negación de la complementariedad de los sujetos de la relación; cuando se acusa a la relación de reflejar sólo el predominio del uno y la sumisión de la otra, reforzada por prejuicios y estereotipos, podemos asegurar que esa relación se interpreta en clave de poder, de dominio y de sometimiento.

El discurso habla de nuevas libertades y oportunidades, pero la verdadera intención es implantar un nuevo orden totalitario, político y antropológico.

Esta dirección se ha complicado con variadas circunstancias, como la de la experiencia de siglos que delimitaba el hogar a la mujer y el mundo al varón; ello cae definitivamente el siglo pasado con la irrupción femenina en los trabajos extra domésticos. Entonces el hombre asume más responsabilidades dentro de la casa y se rompen paradigmas de rigidez en la asignación de actividades, no sin bastante perplejidad por parte de ambos: mujer y varón.

La lucha de la mujer para ser tomada en cuenta con los mismos derechos del hombre provocó diversos feminismos.

Uno, que causa muchos estragos, defiende una identidad total, pretende borrar las diferencias sexuales, la igualación de derechos y libertades, proclama el discurso del género con la autodeterminación del sexo.

Otro feminismo, el de Edith Stein. Consiste en un feminismo de la diferencia, y ve la especificad femenina como modo correcto de interpretar la evidente y necesaria complementariedad varón-mujer, para llevar a cabo el destino de la humanidad.



La familia, el lugar donde es clara la diferencia y la complementariedad

Blanca Castilla observa que la diferencia entre el padre y la madre es la que existe entre las preposiciones en y desde. La madre es madre “en”, el padre es padre “desde”.

Físicamente la madre vive “en” su cuerpo la concepción, la gestación y el alumbramiento del hijo. Tras el alumbramiento, vive psicológicamente toda su maternidad de igual manera: “en” sí misma.

Puede decirse que la maternidad no concede distancias entre madre e hijo. Madre e hijo son dos personas distintas, obviamente; esto la madre lo sabe, pero no lo vive. El binomio madre-hijo es vivido por la madre como un continuo psicofísico en el cual la madre no llega a definir los límites entre ella y el hijo, hasta el punto que vivirá todo lo que le acontezca al bebé en primera persona, como si le estuviera ocurriendo a ella.

Desde aquí se explica el amor de la madre, un amor de la mejor calidad, con una entrega total y permanente, previsora, tenaz, sacrificada, cálida, protectora. Un amor que asume y hace propio todo lo del hijo y que procura para él todo aquello que entiende como bueno, al tiempo que trata de evitarle todo dolor y todo sufrimiento.

De toda esta experiencia se tiende a despojar a la mujer.

El padre, por el contrario, por más cercano que quiera estar con el hijo, y conviene que lo sea tanto como pueda, siempre será padre “desde” cierta distancia. No se ha de entender este continuo psicofísico materno y esta distancia paterna en términos de ganancia o pérdida para el hijo, como si para el niño fuera bueno o menos bueno lo uno o lo otro. Padre y madre son complementarios y el hijo necesita de ambos por igual, si bien de manera diferenciada, ya que cada uno tiene sus momentos de prevalencia según la edad del vástago.

La ventaja para el hijo de esta distancia paterna consiste en que, gracias a esta distancia, el padre le puede hacer ver al hijo y a la madre, a ambos, que uno no son el otro. En este binomio madre-hijo el padre tiene el papel de entrar “desde” fuera y aclararlo, no romperlo, pero sí desenmarañarlo, ya que, al actuar “desde” la distancia, pone de manifiesto, por medio de la relación, que no es ni uno ni el otro. Al padre le corresponde establecer la diferenciación entre madre e hijo que ella, la madre, no puede hacer por sí sola. Dicho de otra manera, es “poner las cosas en su sitio” entre madre e hijo.

Gracias al padre se establecen dos ámbitos de relación perfectamente diferenciados que el hijo experimenta de manera cotidiana: papá-mamá y papá-niño. Así, por propia experiencia, el hijo irá entendiendo que papá, mamá y niño son tres personas perfectamente diferenciables y diferentes; esto facilita experimentar la propia identidad.

Es necesario subrayar que la identidad no consiste sólo en saber quién es cada cual, sino también qué es. La adquisición de identidad es un proceso largo y complejo, porque la identidad no es la respuesta a una pregunta simple. La identidad no es sólo la respuesta a la pregunta “¿quién?”. Eso lo podría hacer la madre sola, porque para responder a la pregunta “¿quién?” bastaría con que el preguntado sepa su nombre. “¿Quién eres tú?” “Juan”, “Lorenzo”, “Mónica”, etc. Pero la identidad no se acaba con esa respuesta: la identidad incluye, además, la respuesta a la pregunta “¿qué?”.

La respuesta a la pregunta “¿qué?” es múltiple, porque en ella entran varias dimensiones de la persona. Además de ser “Lorenzo”, por ejemplo, lleva en su identidad su sexo: ser varón; su nacionalidad, su profesión, y más detalles decisivos, pues todos responden a la pregunta “¿qué?”.

De estos datos, el del sexo tiene especial protagonismo, porque el sexo determina a la persona con mucha mayor intensidad que cualquiera de las demás dimensiones. Conviene saber que la identidad sexual la pueden afirmar los dos, padre y madre, pero la confirma el padre, no la madre. La figura del padre y una relación paterno-filial normal hace que los hijos se sientan a gusto en su papel de hombres por imitación, y confirma a las hijas en su papel de mujer por contraste. En la infancia el mensaje es bien simple: “Tú eres un hombre como papá”, “tú eres una mujer como mamá”.

Al llegar la adolescencia con su turbulencia, el ejercicio de la paternidad es absolutamente imprescindible, porque la inestabilidad emocional del hijo necesita más apoyo, consejo, autoridad y la cercanía de la figura viril. Para entonces, ese mensaje de la infancia habrá de transformarse en un diálogo “de hombre a hombre” con los varones y de padre a hija con las mujeres.

Cuando falta el padre, porque no está o porque no ejerce, la función de dar identidad sexual es deficiente y puede influir en la opción por la homosexualidad en el hijo. Variados estudios serios llevados a cabo con personas de tendencias homosexuales señalan como una de las causas de ésta, la ausencia o las graves carencias de la figura paterna. De allí la importancia de las funciones propias de la figura paterna.


Fincar la identidad y la seguridad de la prole

Todos nos movemos en dos ámbitos: el subjetivo y el objetivo. El primero es propio del sujeto que cada quién es, con su mundo interior, en donde damos peso y medida al propio yo, a lo que nos rodea y a los acontecimientos. El objetivo está conformado por personas y cosas tal cual son. Lo deseable es alcanzar la madurez en el equilibrio de los dos ámbitos, es estar bien situado: conociéndose y conociendo, decidiendo y actuando.

En la relación objetivo-subjetivo, la madre atiende a lo subjetivo, el padre a lo objetivo. A la madre le es más fácil ver cómo se encuentra el hijo por dentro, al padre cómo afronta al mundo. La madre va a lo subjetivo y el padre a lo objetivo preferentemente, aunque no exclusivamente, pero la madre tiende a situarse instintivamente en el mundo interior mientras que el padre lo hace en el entorno. La madre se ocupa del ser del hijo, mientras que el padre tiende a fijarse en el papel que el hijo desempeña.

En la infancia puede parecer que al niño le basta el mundo protector de la madre; en la adolescencia ya no, pues empieza el ensayo a vivir sin depender. Cuando el padre está y actúa como debe, su función será permitir, facilitar, regular, sancionar adecuadamente. Así, los adolescentes amplían el mundo de la madre y entran al mundo contando con un buen consejo. Si el padre no está, o no actúa como debe, puede surgir o el infantilismo de quien no sabe cómo crecer, o el vandalismo de quien crece sin respetar.

Por supuesto que cuando falta alguno de los padres el camino a la madurez se logra, pero no cabe duda que es más fácil cuando están padre y madre y cada uno cumple con su responsabilidad.


Una legítima solicitud a vivir responsablemente la paternidad

Para vivir sin sobresaltos la maternidad, no está mal visto que la mujer pida al padre que aporte lo que le caracteriza; entonces ella protegerá desde dentro, porque de la madre esperan los hijos atenciones y cuidados; del padre, seguridad. En brazos de la madre, el niño se abandona, duerme y descansa; en brazos del padre, el niño despierto observa el mundo.

Pedir al padre su presencia para cimentar la identidad, ahora tan confusa, y el acompañamiento a los jóvenes en los primeros pasos que dan en el campo extra familiar.
Pedir al padre su compañía cuando haya que dialogar sobre las actitudes de los hijos.
Pedir al padre su fortaleza para contar con su apoyo en los momentos de dificultades reiterativas, para no perder la esperanza.
Pedir al padre su incondicional ayuda para buscar los recursos ordinarios o extraordinarios que el paso de los años demanda.
Ofrecer al padre la comprensión y apoyo cuando los resultados esperados tardan en llegar.


Fuentes:
Castilla y Cortázar, Blanca. “Persona y género: Ser varón y ser mujer”, Ediciones Internacionales Universitarias, Barcelona, 1997.
Martín Rincón, Estanislao. “Ser hombre: varón y padre”, Forum libertas, marzo

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Por qué es pecado la drogadicción


por P. Miguel A. Fuentes, IVE


Es verdad que el término “droga” se aplica tanto a los narcóticos o estupefacientes (sustancias que producen en el hombre un estado físico o psíquico que subjetivamente resulta placentero y que lleva progresivamente a la habituación y a la subsiguiente necesidad de suministración en dosis cada vez más altas) cuanto a todos los medicamentos que ejercitan unos efectos sobre las facultades sensitivas e intelectuales del hombre. Por tanto puede hablarse de distintos “usos” de las drogas, unos lícitos y otros gravemente ilícitos.


1- El empleo terapéutico de algunas drogas

Algunas drogas pueden tener un efecto mitigador del dolor; de ahí que sea lícito el emplearlas cuando tienden a aliviar sufrimientos que hacen muy difícil, y a veces insoportable, el sobrellevar algunas enfermedades. Tal es el caso de los medicamentos analgésicos, los anestésicos, los usados para la cura del sueño, las drogas psicótropas, etc.. De todos modos conviene distinguir los problemas morales según las diversas clases de drogas:

Hay drogas que son meramente analgésicas (aquellas que no tienen más efecto que la supresión del dolor, sin interferir con el uso de la conciencia psicológica y sin producir efectos psíquicos concomitantes). Estas no suelen presentar dificultades morales, porque sus características farmacológicas no las hacen susceptibles de abusos, y únicamente cabría plantear la cuestión de la dosis que, si es excesiva, puede buscarse con fines suicidas.

Hay drogas que, teniendo o no un efecto analgésico, poseen al mismo tiempo efectos euforizantes: el opio y sus derivados naturales y sintéticos, la coca y la cocaína, etc.; alucinatorios (mescalina, LSD, marijuana y derivados de la Cannabis Indica, etc.); embriagantes (alcohol, éter, cloroformo, protóxido de nitrógeno, etc.); hipnóticos (barbitúricos). Todas estas son drogas que pueden presentar serias implicaciones morales, porque es fácil que del uso terapéutico se pase al abuso, sobre todo por lo que se refiere a los llamados de un modo más concreto estupefacientes, como ocurre con la mayoría de las drogas euforizantes y alucinatorias. De aquí la responsabilidad del médico, que debe recurrir a estas drogas (especialmente en lo que respecta a la morfina, que es la dotada de mayor poder analgésico) solamente en casos de urgencia (cólicos agudos, por ejemplo), y sólo si ya han fallado los demás analgésicos. Es prudente incluso que sea administrada sin que el enfermo sepa de qué medicamento se trata, y únicamente en enfermedades incurables y muy dolorosas se podrá suministrar con más amplitud. Siempre se ha de llevar un control estricto de las recetas, para cortar de raíz cualquier intento de tráfico ilícito con fines no terapéuticos[1].


2- El uso de drogas con fines no terapéuticos

Las drogas pueden tener también otros usos: forenses, estimulantes, placenteros, etc.; en estos casos debemos distinguir.

El posible uso forense
Algunas drogas (principalmente los barbitúricos) son capaces de producir un estado “crepuscular”, llevan a la desinhibición del yo y a la abolición de la censura moral. Por este motivo se las denomina vulgarmente como “suero de la verdad” (nombre, en realidad, impreciso). ¿Qué decir de esto? ¿Pueden usarse estas drogas para obtener información de parte de presuntos delincuentes? Estos procedimientos son inmorales y deben rechazarse en la seria práctica forense; de suyo violan los derechos naturales y adquiridos del reo (derecho a la libertad de la confesión, derecho a no autoacusarse, derecho a la reputación, aunque fuera sólo aparente o falsa, etc.); además llevan fácilmente a una dejación de deberes por parte de los peritos y de los magistrados, son un medio inadecuado para obtener una confesión objetiva y que responda a la verdad (porque algunas personas pueden disimular la realidad aun bajo los efectos de esas drogas), y otras veces se puede llegar a manifestar como hechos consumados cosas que en realidad son deseos reprimidos o sueños fantásticos. Aclaro que algunos moralistas admiten ese uso forense de la droga si se cuenta con el consentimiento del sujeto; para otros no sería lícito ni siquiera en esas condiciones.


El uso estimulante
A veces pueden usarse con fines estimulantes (para aumentar la capacidad de trabajo, el rendimiento físico, etc.). El problema en este caso es delicado, por las diversas circunstancias que pueden influir en la moralidad. Así, por ejemplo, ordinariamente se admite por todos el uso de drogas ligeras, que no ofrecen peligro de instaurar una verdadera toxicomanía, y que han entrado en las costumbres de casi todos los pueblos: tal es el caso del café, el té, el tabaco, el alcohol en moderada cantidad, etc. Únicamente el abuso de estos productos presenta inconvenientes morales. El uso estimulante de drogas más activas ofrece, sin embargo, serias reservas, porque supone o puede suponer pecados graves de templanza, prudencia y justicia. En algunos casos, como sucede con el uso de drogas en actividades deportivas, entra también en juego la lealtad, no solamente con relación a los competidores, de que deben abstenerse de drogas, sino porque contraviene a los reglamentos deportivos que actualmente incluyen de ordinario una prohibición expresa de usar drogas.

El uso experimental o por curiosidad
Por lo que se refiere al uso de drogas por curiosidad, espíritu de aventura, afán de originalidad, etc., aunque sea de modo completamente esporádico, ha de tenerse en cuenta la posibilidad de contraer una toxicomanía, y por consiguiente el grave y no proporcionado peligro al que se expone quien hiciera uso de drogas con esos fines superficiales, o para salir de una depresión, brillar en sociedad, etc. Ordinariamente hay también riesgo de incurrir en pecados de lujuria, no sólo por el efecto afrodisíaco de algunas drogas, sino por la obnubilación de conciencia que producen.


3- El abuso y las toxicomanías

Generalmente se da el nombre de toxicomanía al estado de intoxicación periódica o crónica, nociva al individuo y a la sociedad, que ha sido engendrado por el consumo repetido de una droga natural o sintética. Si se tiene presente que sus características son un deseo invencible de continuar el consumo de la droga y de procurársela con cualquier medio, una tendencia a aumentar la dosis, y una esclavitud de orden psicológico y a veces físico con relación a los efectos de la droga, se comprenderán las gravísimas repercusiones morales de estas situaciones: aparte del serio daño que suponen para la salud física, puede achacarse a la toxicomanía cualquier tipo de pecado, pues el toxicómano no duda en cometerlo si le puede facilitar la obtención de la droga. A esto hay que añadir los perjuicios morales que causa a la familia y a la sociedad.

Por otra parte sus características hacen muy difícil la ayuda espiritual, si no se instaura paralela y fielmente una cura médica y psicológica de desintoxicación.

Por estas razones, en este campo, como dice el dicho popular: es más fácil prevenir que curar. Prevenir ya sea mediante el consejo espiritual que recuerde a médicos, farmacéuticos, etc., sus deberes respecto a la administración, control y venta de estupefacientes, ya sea en general a los posibles candidatos a la toxicomanía: por lo común hombres y mujeres descentrados, de vida irregular y superficial, o de enfermos que han sido sometidos a un tratamiento continuado con drogas estupefacientes, o de jóvenes que frecuentan malos ambientes y malas amistades.

La drogadicción suele ser un terrible callejón sin salida.

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La Disciplina Formativa: un medio para lograr la Formación Integral



Un aspecto fundamental en la formación integral de la persona, y por lo tanto, en la educación en las virtudes es la disciplina formativa.

Se ha dicho que educar es ayudar al niño a lograr cumplir la misión para la cual ha sido colocado por Dios en la existencia. Al cumplir esta misión logrará la felicidad y realización plenas a las que todo hombre aspira.

La disciplina es un medio para ayudar al niño a ser capaz de dirigir su vida y poder cumplir con esta misión, alcanzando la felicidad. La disciplina nunca debe verse como un fin en sí, sino que debe darse como un medio en función de la formación integral y la educación en las virtudes de la persona y debe ser vista y manejada desde un contexto trascendente de la educación.

No es una restricción arbitraria de la libertad y de la responsabilidad por parte de una autoridad, es un camino para saber hacer buen uso de la libertad.

El hombre necesita conquistar su comportamiento. Necesita reconquistar su orden interior. Necesita apoyos externos para lograrlo. La disciplina es simplemente un medio para lograr ese fin. Más adelante se analizará cómo la disciplina así entendida es un apoyo sólido en la educación en las virtudes, siendo las normas y reglamentos un medio para formarlas.

Mucho se discute sobre la necesidad o no de la disciplina, e incluso muchos padres de familia no han entendido este concepto, dejándose envolver por las teorías de la familia democrática y la libertad de los hijos.


Los niños pequeños necesitan de disciplina porque:

a)        Necesitan que los adultos les marquen los límites de su conducta, ya que ellos no son capaces de manejar su libertad adecuadamente.

b)        Les brinda un sentimiento de seguridad, ya que saben con certeza lo que pueden y no pueden hacer.

c)        Les permite vivir según las normas aprobadas por el grupo social, y de esta manera se sienten aceptados y seguros.

d)        Les sirve como motivación en sí, ya que el comportamiento esperado anima a los niños a cumplir lo que se les exige.


A medida que van creciendo, aprenden y hacen propias las normas porque saben que son para su bien. Aún así, siguen necesitando de una mano que les guíe y les ayude a formar su conciencia y a manejar su libertad.

En la etapa de la adolescencia, los jóvenes chocan con todo aquello que signifique autoridad y disciplina, pero es en este momento en donde debe intensificarse la labor de la disciplina formativa

El trabajo disciplinar no siempre es fácil. Puede hacerse tedioso, rutinario o pesado, pero debe tenerse claro que al disciplinar a los niños y jóvenes:


·           Se les está dando un arma muy poderosa para poder tomar la vida en sus manos.

·           Se les ayuda a tener dominio de sí mismos, formando el carácter y la voluntad, fomentando la madurez de la propia persona.

·           Se logran en ellos las disposiciones de ánimo necesarias para poder cumplir con su misión.

·           Se les ayuda a desarrollar la conciencia, la voz interior que es la guía para tomar sus propias decisiones y controlar su conducta, eligiendo hacer el bien y evitar el mal, de una manera habitual y firme.


Principio de autoconvicción.

No basta que el ambiente, los profesores, los recursos se encuentren en óptimas condiciones. Si el alumno no desea formarse, no pone lo mejor de su parte, sencillamente no se formará. Podrá tener una formación endeble, de barniz, que no llegará a calar hasta el interior.

El hombre libre actúa y rige su vida por principios interiorizados. Es cada alumno quien libremente y por amor debe buscar adquirir la propia formación. Los formadores podrán ayudar al alumno motivando, impulsando, exigiendo, apoyando pero, en definitiva, será el alumno mismo quien habiendo interiorizado los principios en el uso correcto de su libertad y movido por el amor, deberá realizar el trabajo principal en el logro de la propia formación y crecimiento en la virtud.

Esto lo puede lograr con la motivación necesaria y adaptándose a las características de la edad, desde los niños más pequeños.


Niveles de disciplina

a)        Disciplina exterior.

La disciplina exterior resulta de la observación de una serie de normas de comportamiento presentes en casi toda institución pedagógica. Podría ser simplemente un medio práctico para lograr una convivencia ordenada (por ejemplo: los horarios de actividades comunes, el modo de usar las instalaciones, etcétera).

Es un primer paso para lograr la disciplina, sobre todo en los más pequeños, pero esta práctica disciplinar no debe quedarse ahí en la mera observancia de normas externas, sino que debe buscar la maduración del niño.

Es un medio para lograr la interiorización de la disciplina ya que, para poder lograrla, se necesita del apoyo operativo de la disciplina exterior. Los papeles del formador y de la disciplina externa tienen gran importancia ya que se está trabajando con niños y jóvenes en proceso de formación.


b)        Disciplina interior.

La disciplina interior tiene, a su vez, dos matices.

·           El primero se refiere a la apropiación convencida de la disciplina externa. Es decir, el conocimiento, valoración y vivencia libre del estilo de comportamiento que propone la disciplina exterior. Por ejemplo: el seguir un horario determinado, la puntualidad a las actividades comunes, la seriedad académica, etcétera.

·           El segundo significado o nivel de la disciplina interior se podría identificar con el señorío de sí mismo (orden y control del mundo interior de la persona, pensamientos, deseos, pasiones, sentimientos). Este señorío no es sólo puramente interno, sino que influye profundamente en el comportamiento: es parte integrante de la madurez de la persona. El paso de la disciplina exterior a la interior se da cuando se hacen propios los valores que motivan las normas disciplinares.

·           La interiorización de la disciplina lleva a la responsabilidad personal, y ésta, a su vez, conduce al camino hacia la madurez personal que consiste en la coherencia de vida entre lo que se quiere ser, lo que se es, lo que se piensa, y lo que se hace. Ahora bien, de la coherencia se sigue la armonía interior. La persona que ha tomado las riendas de su propia vida, responde íntima y libremente de lo que hace ante sí mismo y ante Dios.

·           Cabe recordar que la interiorización de la disciplina está también relacionada con la autoridad que la propone y la avala, y que debe sustentarse en el testimonio y coherencia de vida.


c)        La disciplina del amor.

La caridad, sin suplir u ocultar los demás motivos o valores que van moldeando un modo de ser, sí puede proporcionar una motivación más grande, más unitaria, más eficaz. Se dice que el amor es razón de sí mismo y, por tanto, una vez que existe no necesita de motivaciones externas que lo sostengan. Tiene un dinamismo propio: la tendencia al amado. Hacer lo que place al amado es razón suficiente y superior a todas las demás.

Resulta pues motivo fortísimo de interiorización hacer lo que Dios quiere por encima de gustos, caprichos, preferencias personales.


Esta interiorización se puede ir fomentando desde los más pequeños al darles este sentido a sus acciones concretas de cada día, y mediante el apoyo y la guía del formador que sabrá prevenir, motivar y responsabilizar.


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El mal genio


por Alfonso Aguiló Pastrana



Puede ser sólo en momentos      

Algunas personas parece como si se rodearan de alambre de espino, como si se convirtieran en un cactus, que se encierra en sí mismo y pincha.
Y luego, sorprendentemente, se lamentan de no tener compañía, o de que les falta el afecto de sus hijos, o de sus padres, o de sus conocidos.

La verdad es que todos, cuando pasa el tiempo, casi siempre acabamos por lamentar no haber tratado mejor a las personas con las que hemos convivido: Dickens decía que en cuanto se deja atrás un lugar, empieza uno a perdonarlo.

Cuando nos enfadamos se nos ocurren muchos argumentos, pero muchos de ellos nos parecerían ridículos si los pudiéramos contemplar unos días o unas horas más tarde, grabados en una cinta de vídeo.


Pero no vale la pena
           
Algunos piensan que más vale dar unas voces y desahogarse de vez en cuando, que ir cargándose de resentimiento reprimido. Quizá no se dan cuenta de que la cólera es muy peligrosa, porque en un momento de enfado podemos producir heridas que tardan luego mucho en cicatrizar.

Hay personas que viven heridas por un comentario sarcástico o burlón, o por una simpleza estúpida que a uno se le escapó en un momento de enfado, casi sin darse cuenta de lo que hacía, y que quizá mil veces se ha lamentado de haber dicho.

Los enfados suelen ser contraproducentes y pueden acabar en espectáculos lamentables, porque cuando un hombre está irritado casi siempre sus razones le abandonan. Y de cómo sus efectos suelen ser más graves que sus causas nos da la historia un claro testimonio.


Pero con prudencia
           
¿Entonces, no hay que enfadarse nunca? Fuller decía que hay dos tipos de cosas por las que un hombre nunca se debe enfadar: por las que tienen remedio y por las que no lo tienen. Con las que se pueden remediar, es mejor dedicarse a buscar ese remedio sin enfadarse; y con las que no, más vale no discutir si son inevitables.

A veces, enfadarse puede ser incluso formativo, por ejemplo para remarcar a los hijos que algo que han hecho está mal, pero serán muy poco frecuentes. Hace falta un gran dominio propio para hacerlo bien.

El mal genio deteriora la unidad de la familia. Y cuando uno se inhibe o se desentiende hace daño, pero cuando desune hace quizá más.


Señores del carácter        

Muchas veces, además, carga con el mal genio el menos culpable, el que más cerca está, incluso el propio mensajero de la mala noticia. Y es terriblemente injusto. "Voy a decirle cuatro verdades...", ¿y por qué han de ser cuatro? Sólo con eso ya veo que estás enojado.

Es verdad que el ánimo tiene sus tiempos atmosféricos. Que un día te inunda el buen humor como la luz del sol, y otro, sin saber tú mismo bien por qué, te agobia una niebla pesada y basta un chubasco, el más leve contratiempo, un malestar pasajero, para ponerte de mal humor. Pero debemos hacer todo lo posible para adueñarnos de nuestro humor y no dejarnos llevar a su merced.


Carta Iuvenum Patris

del Sumo Pontífice Juan Pablo II
en el Centenario de la muerte de San Juan Bosco





A don Egidio Viganò,
rector mayor de la Sociedad de san Francisco de Sales,
en el centenario de la muerte de san Juan Bosco.


Al dilecto hijo Egidio Viganò, rector mayor de la Sociedad Salesiana.
Muy querido hijo, salud y bendición apostólica:

1. La querida Sociedad Salesiana se dispone a recordar con oportunas iniciativas el primer centenario de la muerte de San Juan Bosco, padre y maestro de los jóvenes. Quiero aprovechar tal ocasión para reflexionar una vez más sobre el problema de los jóvenes, considerando las responsabilidades que tiene la Iglesia en su preparación de cara al mañana.

Pues la Iglesia ama incesantemente a los jóvenes: siempre, y sobre todo en este período cercano al año dos mil, se siente interpelada por su Señor a mirarlos con especial amor y esperanza, viendo su educación como una de sus primeras responsabilidades pastorales.

El Concilio Vaticano II afirmó con clara visión que "el género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia" [1], y reconoció que han surgido iniciativas "para promover más y más la obra de la educación" [2]. En una época de transición cultural, la Iglesia advierte preocupada, en el sector de la educación, la necesidad urgente de superar el drama de la profunda ruptura entre el Evangelio y una cultura [3] que subestima y margina el mensaje salvífico de Cristo.

En la alocución pronunciada ante los miembros de la UNESCO tuve la oportunidad de afirmar: "No hay duda de que el hecho cultural primero y fundamental es el hombre espiritualmente maduro, es decir, el hombre plenamente educado, el hombre capaz de educarse a sí mismo y de educar a los otros" [4]; y subrayé cierta tendencia a "un desplazamiento unilateral hacia la instrucción", con las consiguientes manipulaciones que pueden llevar a "una verdadera alienación de la educación" [5]. Recordé, pues, que "la tarea primaria y esencial de la cultura en general, e incluso de cada cultura en particular, es la educación. Ésta consiste en lograr que el hombre sea cada vez más hombre, que pueda 'ser' más, y no sólo que pueda 'tener' más; que, consiguientemente, por medio de cuanto 'tiene' y 'posee', sepa 'ser' cada vez más hombre" [6].

En mis numerosas citas con los jóvenes de los diversos continentes, en los mensajes que les he dirigido y particularmente en la Carta que en 1985 escribí "a los jóvenes y a las jóvenes del mundo", he manifestado mi profunda convicción de que la Iglesia camina y debe caminar con ellos [7].

Deseo aquí insistir en las mismas ideas, con motivo de las celebraciones centenarias del nacimiento para el cielo de un gran hijo de la Iglesia: el Santo educador Juan Bosco, al que mi predecesor Pío XI no vaciló en definir "educator princeps" [8].

Tan fausto aniversario me da la oportunidad de un grato coloquio no sólo con usted, con sus hermanos en religión y con todos los miembros de la familia salesiana, sino también con los jóvenes —destinatarios de la educación—, con los educadores cristianos y con los padres de familia, llamados a ejercer tan noble ministerio humano y eclesial.

Me es igualmente grato destacar que esta "memoria" del Santo tiene lugar en el "Año Mariano" que orienta nuestra reflexión hacia "la que creyó": en el sí generoso de su fe descubrimos el manantial fecundo de su labor educadora [9], primeramente como Madre de Jesús, y después como Madre de la Iglesia y Auxiliadora de todos los cristianos.

I. San Juan Bosco, amigo de los jóvenes

2. Juan Bosco murió en Turín, el 31 de enero de 1888. Durante sus casi 73 años de vida fue testigo de profundos y complejos cambios políticos, sociales y culturales: movimientos revolucionarios, guerras y éxodo de la población rural hacia la ciudad; son factores que influyeron en las condiciones de vida de la gente, sobre todo de los ámbitos más pobres. Hacinados en los alrededores urbanos, los pobres en general, y los jóvenes en particular, son objeto de explotación o víctimas del desempleo: durante su desarrollo humano, moral, religioso y profesional, se los sigue de manera insuficiente y muchas veces ni se les presta ningún género de atención. Sensibles a toda clase de cambios, los jóvenes viven con frecuencia inseguros y desorientados. Ante esta masa desarraigada, la educación tradicional no sabe qué hacer: por diversas razones, filántropos, educadores y eclesiásticos tratan de remediar las nuevas necesidades. Entre ellos sobresale, en Turín, Don Bosco por su clara inspiración cristiana, por su resuelta iniciativa y por la difusión rápida y amplia de su obra.

3. Juan Bosco se daba cuenta de que habla recibido una vocación especial y de que estaba asistido y como guiado directamente, en el cumplimiento de su misión, por el Señor y por la intervención materna de la Virgen María. Su respuesta fue tal, que la Iglesia lo ha propuesto oficialmente a los fieles como modelo de santidad. Cuando en la Pascua de 1934, al clausurar el Jubileo de la Redención, mi predecesor de inmortal memoria, Pío XI, lo incluía en el catálogo de los Santos, le tejió un elogio inolvidable.

Juanito, huérfano de padre en tierna edad, educado con profunda intuición humana y cristiana por su madre, recibe de la Providencia dones que lo hacen, desde sus primeros años, el amigo generoso y emprendedor de sus coetáneos. Su juventud presagia una misión educadora extraordinaria. De sacerdote, en un Turín que crece con fuerza, se pone en contacto directo con los jóvenes de las cárceles y con otras situaciones humanas dramáticas.

Dotado de una feliz intuición de la realidad y atento conocedor de la historia de la Iglesia, descubre en la enseñanza de tales situaciones y en la experiencia de otros apóstoles, —sobre todo San Felipe Neri y San Carlos Borromeo— la fórmula del "oratorio". Tal nombre le es singularmente querido: el oratorio va a caracterizar toda su obra; pero lo modela según una original perspectiva personal, adecuada al ambiente, a sus jóvenes y a cuanto necesitan. Como principal protector y modelo de sus colaboradores elige a San Francisco de Sales, el Santo del celo multiforme y de la bondad afable, demostrada sobre todo en la dulzura de trato.

4. La "obra de los oratorios" comienza en 1841 con una "sencilla catequesis" y se extiende progresivamente, para responder a situaciones y necesidades urgentes: residencia para alojar a quien no tiene casa, taller y escuela de artes y oficios para enseñar una profesión y capacitar para ganarse honradamente la vida, escuela humanística abierta al ideal vocacional, buena prensa, iniciativas y métodos recreativos propios de la época: teatro, banda de música, canto, excursiones...

La expresión: "me basta que seáis jóvenes para que os quiera con toda mi alma" [10] resume el sentir, y, más aún, la opción educadora fundamental del Santo: "Tengo prometido a Dios que incluso mi último aliento será para mis pobres jóvenes" [11]. Y, en verdad, por ellos desarrolla una actividad impresionante con la palabra, los escritos, las instituciones, los viajes y los contactos con personalidades civiles y religiosas; por ellos, sobre todo, demuestra una atención solícita a sus personas, para que en su amor de padre los jóvenes puedan ver el signo de otro amor más excelso.

El dinamismo de su amor se hace universal, y lo impulsa a escuchar la voz de naciones lejanas —hasta las misiones de allende el océano—, y realizar una evangelización que nunca está separada de una auténtica labor de promoción humana.

Según los mismos criterios y con idéntico espíritu, procura hallar también solución para los problemas de la juventud femenina. El Señor suscita a su lado una cofundadora: Santa María Dominica Mazzarello con un grupo de jóvenes compañeras ya dedicadas, en el ámbito de su parroquia, a la formación cristiana de las muchachas. Su actitud pedagógica arrastra a otros colaboradores: hombres y mujeres "consagrados" con votos estables, "cooperadores", que tienen los mismos ideales pedagógicos y apostólicos, e implica a sus "antiguos alumnos", a quienes insta a testimoniar y promover la educación que han recibido.

5. Tal espíritu de iniciativa es fruto de una interioridad profunda. Su talla de santo lo pone, con originalidad, entre los grandes fundadores de institutos religiosos en la Iglesia. Brilla por muchos aspectos: inicia una verdadera escuela de nueva y atrayente espiritualidad apostólica; promueve una devoción especial a María, Auxiliadora de los cristianos y Madre de la Iglesia: da testimonio de un leal y valiente sentido eclesial, demostrado en delicadas mediaciones en las entonces difíciles relaciones entre la Iglesia y el Estado; es apóstol realista y práctico, abierto a las aportaciones de los nuevos descubrimientos; es organizador celoso de misiones, con sensibilidad verdaderamente católica; es, de modo conspicuo, ejemplo de un amor de predilección a los jóvenes, en particular a los más necesitados, para bien de la Iglesia y de la sociedad; es maestro de una eficaz y genial praxis pedagógica, legada cual don preciado que hay que custodiar y desarrollar.

En esta Carta quiero considerar, sobre todo, que Don Bosco realiza su santidad personal en la educación, vivida con celo y corazón apostólico, y que simultáneamente sabe proponerla como meta concreta de su pedagogía. Precisamente tal intercambio entre educación y santidad es un aspecto característico de su figura: es educador santo, se inspira en un modelo santo —Francisco de Sales— es discípulo de un maestro espiritual santo —José Cafasso— y entre sus jóvenes sabe formar un alumno santo: Domingo Savio.

II. Mensaje profético de San Juan Bosco educador

6. La situación juvenil del mundo actual —al siglo de la muerte del Santo— es muy distinta y, como saben educadores y Pastores, presenta condiciones y aspectos multiformes. Sin embargo, también hoy perduran los mismos interrogantes que el sacerdote Juan Bosco meditaba desde el principio de su ministerio, deseoso de entender y decidido a actuar: ¿Quiénes son los jóvenes, qué desean, hacia dónde van, qué es lo que necesitan? Entonces como hoy son preguntas difíciles, pero ineludibles, que todo educador debe afrontar.

No faltan hoy día, entre los jóvenes de todo el mundo, grupos auténticamente sensibles a los valores del espíritu, deseosos de ayuda y apoyo en !a maduración de su personalidad. Por otro lado, es evidente que la juventud está sometida a impulsos y condicionamientos negativos, fruto de visiones ideológicas diversas. El educador atento debe saber captar la condición juvenil concreta e intervenir con competencia segura y sabiduría clarividente.

7. En ello debe sentirse apremiado, iluminado y sostenido por la incomparable tradición educadora de la Iglesia.

La Iglesia, "experta en humanidad", consciente de que es el pueblo cuyo padre y educador es Dios, según explícita enseñanza de la Sagrada Escritura (cf. Dt 1, 31; 8, 5; 32, 10-12; Os 11, 1-4; ls 1, 3; Jer 3, 14-15; Prov 3, 11-12; Heb 12, 5-11; Ap 3, 19),la Iglesia —repito— "experta en humanidad" puede afirmar con todo derecho que es también "experta en educación". Lo atestigua la larga y gloriosa historia bimilenaria escrita por padres y familias, sacerdotes y seglares, hombres y mujeres, instituciones religiosas y movimientos eclesiales, que en el servicio de la educación han vivido su carisma de prolongar la educación divina, cuya cumbre es Cristo. Gracias a la labor de tantos educadores y Pastores, y de numerosas órdenes e institutos religiosos promotores de instituciones de inestimable valor humano y cultural, la historia de la Iglesia se identifica, en parte no pequeña, con la historia de la educación de los pueblos. Verdaderamente, para la Iglesia —como dijo el Concilio Vaticano II— interesarse por la educación es cumplir el "mandato recibido de su divino Fundador, a saber, anunciar a todos los hombres el misterio de la salvación e instaurar todas las cosas en Cristo" [12].

8. Hablando de la labor de los religiosos y haciendo ver su espíritu emprendedor, el Papa Pablo VI, de venerable memoria, afirmaba que su apostolado "está frecuentemente marcado por una originalidad y una imaginación que suscitan admiración" [13]. En cuanto a San Juan Bosco, fundador de una gran familia espiritual, puede decirse que el rasgo peculiar de su creatividad se vincula a la praxis educadora que llamó "sistema preventivo". Este representa, en cierto modo, la síntesis de la sabiduría pedagógica y constituye el mensaje profético que legó a los suyos y a toda la Iglesia, y que ha merecido la atención y el reconocimiento de numerosos educadores y estudiosos de pedagogía.

La palabra "preventivo" que emplea, hay que tomarla, más que en su acepción lingüística estricta, en la riqueza de las características peculiares del arte de educar del Santo. Ante todo, es preciso recordar la voluntad de prevenir la aparición de experiencias negativas, que podrían comprometer las energías del joven u obligarle a largos y penosos esfuerzos de recuperación. No obstante, en dicha palabra se significan también, vividas con intensidad peculiar, intuiciones profundas, opciones precisas y criterios metodológicos concretos; por ejemplo: el arte de educar en positivo, proponiendo el bien en vivencias adecuadas y envolventes, capaces de atraer por su nobleza y hermosura, el arte de hacer que los jóvenes crezcan desde dentro, apoyándose en su libertad interior, venciendo condicionamientos y formalismos exteriores; el arte de ganar el corazón de los jóvenes, de modo que caminen con alegría y satisfacción hacia el bien, corrigiendo desviaciones y preparándose para el mañana por medio de una sólida formación de su carácter.

Como es obvio, tal mensaje pedagógico supone que el educador esté convencido de que en todo joven, por marginado o perdido que se encuentre, hay energías de bien que si se cultivan de modo pertinente, pueden llevarle a optar por la fe y la honradez.

Conviene, por tanto, detenerse a reflexionar brevemente en lo que, por resonancia providencial de la Palabra de Dios, constituye uno de los aspectos más característicos de la pedagogía del Santo.

9. Hombre de actividad multiforme e incansable, Don Bosco ofrece, con su vida, la enseñanza más eficaz, tanto que ya sus contemporáneos lo vieron como educador eminente. Las pocas páginas que dedicó a presentar su experiencia pedagógica [14], cobran pleno significado únicamente si se leen dentro de la larga y rica experiencia que adquirió viviendo en medio de los jóvenes.

Para él, educar lleva consigo una actitud especial del educador y un conjunto de procedimientos, basados en convicciones de razón y de fe que guían la labor pedagógica. En el centro de su visión está la "caridad pastoral", que describe así: "La práctica de este sistema se basa totalmente en la idea de San Pablo: 'la caridad es benigna y paciente, todo lo sufre, todo lo espera y lo soporta todo'" [15]. Tal caridad pastoral inclina a amar al joven, sea cual fuere la situación en que se halla, con objeto de llevarlo a la plenitud de humanidad revelada en Cristo y darle la conciencia y posibilidad de vivir como ciudadano ejemplar en cuanto hijo de Dios. Tal caridad hace intuir y alimenta las energías que el Santo sintetiza en el ya célebre trinomio de la fórmula: "razón, religión y amor" [16].

10. El término "razón" destaca, según !a visión auténtica del humanismo cristiano, el valor de la persona, de la conciencia, de la naturaleza humana, de la cultura, del mundo del trabajo y del vivir social, o sea, el amplio cuadro de valores que es como el equipo que necesita el hombre en su vida familiar, civil y política. En la Encíclica Redemptor hominis recordé que "Jesucristo es el camino principal de la Iglesia; dicho camino lleva de Cristo al hombre" [17].

Es significativo señalar que ya hace más de un siglo Don Bosco daba mucha importancia a los aspectos humanos y a la condición histórica del individuo: a su libertad, a su preparación para la vida y para una profesión, a la asunción de las responsabilidades civiles en clima de alegría y de generoso servicio al prójimo. Formulaba tales objetivos con palabras incisivas y sencillas, tales como "alegría", "estudio", "piedad", "'cordura", "trabajo", "humanidad". Su ideal de educación se caracteriza por la moderación y el realismo. En su propuesta pedagógica hay una unión bien lograda entre permanencia de lo esencial y contingencia de lo histórico, entre lo tradicional y lo nuevo. El Santo ofrece a los jóvenes un programa sencillo y contemporáneamente serio, sintetizado en fórmula acertada y sugerente: ser ciudadano ejemplar, porque se es buen cristiano.

Resumiendo, la "razón", en la que Don Bosco cree como don de Dios y quehacer indeclinable del educador, señala los valores del bien, los objetivos que hay que alcanzar y los medios y modos que hay que emplear. La "razón" invita a los jóvenes a una relación de participación en los valores captados y compartidos. La define también como "racionalidad", por la cabida que debe tener la comprensión, el diálogo y la paciencia inalterable en que se realiza el nada fácil ejercicio de la racionalidad.

Por esto, evidentemente, supone hay la visión de una antropología actualizada y completa, libre de reducciones ideológicas. El educador moderno debe saber leer con atención los signos de los tiempos, a fin de individuar los valores emergentes que atraen a los jóvenes: la paz, la libertad, la justicia, la comunión y participación, la promoción de la mujer, la solidaridad, el desarrollo, las necesidades ecológicas.

11. El segundo término —"religión"— indica que la pedagogía de Don Bosco es, por naturaleza, trascendente, en cuanto que el objetivo último de su educación es formar al creyente. Para él, el hombre formado y maduro es el ciudadano que tiene fe, pone en el centro de su vida el ideal del hombre nuevo proclamado por Jesucristo y testimonia sin respeto humano sus convicciones religiosas.

Así, pues, no se trata de una religión especulativa y abstracta, sino de una fe viva, insertada en la realidad, forjada de presencia y comunión, de escucha y docilidad a la gracia. Como solía decir, los "pilares del edificio de la educación" [18] son la Eucaristía y la Penitencia, la devoción a la Santísima Virgen, el amor a la Iglesia y a sus Pastores. Su educación es un itinerario de oración, de liturgia, de vida sacramental, de dirección espiritual: para algunos, respuesta a la vocación de consagración especial —¡cuántos sacerdotes y religiosos se formaron en las casas del Santo!—, y para todos, la perspectiva y el logro de la santidad.

Don Bosco es el sacerdote celoso que refiere siempre al fundamento revelado cuanto recibe, vive y da.

Este aspecto de trascendencia religiosa, base del método pedagógico de Don Bosco, no sólo puede aplicarse a todas las culturas; puede también adaptarse provechosamente a las religiones no cristianas.

12. En fin, desde el punto de vista metodológico, el "amor". Se trata de una actitud cotidiana, que no es simple amor humano ni sólo caridad sobrenatural. Denota una realidad compleja e implica disponibilidad, criterios sanos y comportamientos adecuados.

El amor se traduce a dedicación del educador como persona totalmente entregada al bien de los educandos, estando con ellos, dispuesta a afrontar sacrificios y fatigas por cumplir su misión. Ello requiere estar verdaderamente a disposición de los jóvenes, profunda concordancia de sentimientos y capacidad de diálogo. Es típica y sumamente iluminadora su expresión: "Aquí, con vosotros, me encuentro a gusto; mi vida es precisamente estar con vosotros" [19]. Con acertada intuición dice de modo explícito: Lo importante es "no sólo querer a los jóvenes, sino que se den cuenta de que son amados" [20].

El educador auténtico, pues, participa en la vida de los jóvenes, se interesa por sus problemas, procura entender cómo ven ellos las cosas, toma parte en sus actividades deportivas y culturales, en sus conversaciones; como amigo maduro y responsable, ofrece caminos y metas de bien, está pronto a intervenir para esclarecer problemas, indicar criterios y corregir con prudencia y amable firmeza valoraciones y comportamientos censurables. En tal clima de "presencia pedagógica" el educador no es visto como "superior", sino como "padre, hermano y amigo" [21].

En esta perspectiva, son muy importantes las relaciones personales. Don Bosco se complacía en utilizar el término "familiaridad" para definir cómo tenía que ser el trato entre educadores y jóvenes. Su larga experiencia le había llevado a la convicción de que sin familiaridad es imposible demostrar el amor, y que sin tal demostración no puede surgir la confianza, condición imprescindible para el buen resultado de la educación. El cuadro de objetivos, el programa y la orientación metodológicas sólo adquieren concreción y eficacia, si llevan el sello de un "espíritu de familia" transparente, o sea, si se viven en ambientes serenos, llenos de alegría y estimulantes.

A propósito de esto conviene recordar, por lo menos, el amplio espacio y dignidad que daba el Santo al aspecto recreativo, al deporte, a la música y al teatro o —como solía decir— al patio. Aquí, en la "espontaneidad y alegría de las relaciones, es donde el educador perspicaz encuentra modos concretos de intervención, tan rápidos en la expresión como eficaces por la continuidad y el clima de amistad en que se realizan [22]. El trato, para ser educativo, requiere interés continuo y profundo, que lleve a conocer personalmente a cada uno y, simultáneamente, los elementos de la condición cultural que es común a todos. Se trata de una inteligente y afectuosa atención a las aspiraciones, a los juicios de valor, a los condicionamientos, a las situaciones de vida, a los modelos ambientales, y a las tensiones, reivindicaciones y propuestas colectivas. Se trata de comprender la necesidad urgente de formar la conciencia y el sentido familiar, social y político, de madurar en el amor y en la visión cristiana de la sexualidad, de la capacidad crítica y de la conveniente ductilidad en el desarrollo de la edad y de la mentalidad, teniendo siempre muy claro que la juventud no es sólo momento de paso, sino tiempo real de gracia en que construir la personalidad.

También hoy, aunque el contexto cultural diverso y hasta con jóvenes de religión no cristiana, tal característica constituye uno de los muchos aspectos válidos y originales de la pedagogía de Don Bosco.

13. Quiero, pues, hacer ver que tales criterios pedagógicos no se refieren sólo al pasado: la figura de este Santo, amigo de los jóvenes, sigue atrayendo con su hechizo a la juventud de las culturas más diferentes en todas las partes de la tierra. Es cierto que su mensaje requiere aún ser profundizado, adaptado, renovado con inteligencia y valentía, precisamente porque han cambiado los contextos socio-culturales, eclesiales y pastorales; convendrá tener en cuenta las aperturas y los logros obtenidos en muchos campos, los signos de los tiempos y las indicaciones del Concilio Vaticano II. No obstante, la sustancia de su enseñanza permanece, y la peculiaridad de su espíritu, sus intuiciones, su estilo y su carisma no pierden valor, pues se inspiran en la pedagogía transcendente de Dios.

San Juan Bosco es también actual por otro motivo: enseña a integrar los valores permanentes de la tradición con las soluciones nuevas, para afrontar con creatividad las demandas y los problemas emergentes: en estos nuestros difíciles tiempos continúa siendo maestro, poniendo una educación nueva, contemporáneamente creativa y fiel.

"Don Bosco retorna", dice un canto tradicional de la familia salesiana. Manifiesta el deseo y la esperanza de "una vuelta de Don Bosco" y de "una vuelta a Don Bosco", para ser educadores capaces de una fidelidad antigua, pero atentos, como él, a las mil necesidades de los jóvenes de hoy, a fin de hallar en su herencia las premisas para responder también a sus dificultades y a sus expectativas.

III. Necesidad urgente de la educación cristiana hoy

14. La Iglesia se reconoce directamente interpelada por la demanda de la educación, porque es ahí donde se trata del hombre y "el hombre (es) el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión" [23]. Lo cual supone, evidentemente, verdadero amor de predilección a la juventud.

Ir a los jóvenes: tal es la primera y fundamental urgencia de la educación. "El Señor me ha enviado para los jóvenes". En esta aserción de San Juan Bosco descubrimos su opción apostólica de fondo, cuyo término son los jóvenes pobres, los de extracción popular, los más expuestos al peligro.

Es útil recordar las palabras admirables que Don Bosco decía a sus jóvenes y que constituyen la síntesis genuina de su opción de fondo: "Comprended que cuanto soy, lo soy totalmente para vosotros, día y noche, mañana y tarde, en cualquier momento. No tengo más preocupación que vuestro aprovechamiento moral, intelectual y físico" [24]. "Por vosotros estudio, por vosotros trabajo, para vosotros vivo y por vosotros estoy dispuesto incluso a dar mi vida" [25].

15. Juan Bosco llega a tan plena donación de sí mismo a los jóvenes, en medio de dificultades a veces extremas, gracias a una caridad singular e intensa, es decir, en virtud de una energía interior que une, de forma inseparable en él, amor a Dios y amor al prójimo. De esa manera logra una síntesis entre actividad evangelizadora y quehacer educador.

Su labor de evangelizar a los jóvenes no se limita a la catequesis, o a la liturgia, o a los actos religiosos que requieren ejercicio explícito de la fe y a ella conducen, sino que abarca todo el dilatado sector de la condición juvenil. Se coloca, pues, en el proceso de formación humana, consciente de las deficiencias, pero optimista en cuanto a la maduración progresiva y convencido de que la palabra del Evangelio debe sembrarse en la realidad del vivir cotidiano, a fin de lograr que los jóvenes se comprometan con generosidad en la vida. Dado que viven una edad peculiar para su educación, el mensaje salvífico del Evangelio los deberá sostener a lo largo del proceso de su educación, y la fe habrá de convertirse en elemento unificador e iluminante de su personalidad.

De ahí se siguen algunas orientaciones. El educador debe poseer una sensibilidad especial por los valores y las instituciones culturales, adquiriendo un conocimiento profundo de las ciencias humanas. De ese modo la competencia lograda será instrumento útil para llevar adelante un programa de evangelización eficaz. En segundo lugar, el educador tiene que seguir un itinerario pedagógico específico, que simultáneamente considera la dinámica evolutiva de las facultades humanas y suscita en los jóvenes las condiciones para una respuesta libre y gradual.

Procurará también ordenar todo el proceso de la educación a la finalidad religiosa de la salvación. Todo ello supone bastante más que insertar, en el camino de la educación, algunos momentos reservados a la instrucción religiosa y a la expresión cultural: lleva consigo la labor mucho más profunda de ayudar a que los educandos se abran a los valores absolutos e interpreten la vida y la historia desde la profundidad y las riquezas del misterio.

16. Así, pues, el educador debe tener percepción clara del fin último, ya que en el arte de la educación los objetivos desempeñan un papel determinante. Su visión incompleta o errónea, o bien su olvido, es causa de unilateralidad o desvío, además de ser signo de incompetencia.

"La civilización contemporánea intenta imponer al hombre —dije en la UNESCO— una serie de imperativos aparentes, que sus portavoces justifican recurriendo al principio del desarrollo y del progreso. Así, por ejemplo, en lugar del respeto a la vida, el 'imperativo' de desembarazarse de ella y destruirla; en lugar del amor, que es comunión responsable de personas, el 'imperativo' del máximo de placer sexual, al margen de todo sentido de responsabilidad; en lugar de la primacía de la verdad en las acciones, la 'primacía' del comportamiento de moda, de lo subjetivo y del éxito inmediato" [26].

En la Iglesia y en el mundo la visión de una educación completa, según aparece encarnada en Juan Bosco, es una pedagogía realista de la santidad. Hay que recuperar el verdadero concepto de "santidad", en cuanto elemento de la vida de todo creyente. La originalidad y audacia de la propuesta de una "santidad juvenil" es intrínseca al arte educador de este gran Santo que con razón puede definirse como "maestro de espiritualidad juvenil". Su secreto personal estuvo en no decepcionar las aspiraciones profundas de los jóvenes —necesidad de vida, de amor, de expansión, de alegría, de libertad, de futuro— y simultáneamente en llevarlos gradual y realísticamente a comprobar que sólo en la "vida de gracia", es decir, en la amistad con Cristo, se alcanzan en plenitud los ideales más auténticos.

Tal educación exige hoy dotar a los jóvenes de una conciencia crítica, que sepa percibir los valores auténticos y desenmascarar las hegemonías ideológicas que, sirviéndose de los medios de comunicación social, subyugan la opinión pública y esclavizan las mentes.

17. La educación, que según el método de San Juan Bosco favorece una original interacción entre evangelización y promoción humana, exige al corazón y a la mente del educador atenciones precisas: adquirir sensibilidad pedagógica, adoptar una actitud simultáneamente paterna y materna, esforzarse por evaluar cuanto acaece en el crecimiento del individuo y del grupo, según un proyecto de formación que una, con inteligencia y vigor, finalidad de la educación y voluntad de buscar los medios más idóneos para ella.

En la sociedad moderna los educadores deben prestar atención particular a los contenidos educativos históricamente más señalados, de carácter humano y social, que mejor enlazan con la gracia y las exigencias del Evangelio.

Quizá nunca como hoy, educar ha sido un imperativo simultáneamente vital y social, que lleva consigo toma de posición y voluntad decidida de formar personalidades maduras. Quizá nunca como hoy, el mundo ha necesitado individuos, familias y comunidades que hagan de la educación su razón de ser y se entreguen a ella como a finalidad primera, dedicándole todas sus energías y buscando colaboración y ayuda, a fin de experimentar y renovar con creatividad y sentido de responsabilidad nuevos procesos de educación. Ser educador hoy comporta una auténtica opción de vida, que debe reconocer y ayudar a cuantos tienen autoridad en las comunidades eclesiales y civiles.

18. La experiencia y la sabiduría pedagógica de la Iglesia reconoce un extraordinario significado educador a la familia, a la escuela, al trabajo y a las diversas formas de asociación y grupo. Es éste un tiempo en el que hay que relanzar las instituciones educativas y apelar al insustituible papel educador de la familia, que tuve ocasión de delinear en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio, pues continúa siendo determinante para el bien y, por desgracia, a veces también para el mal, la educación —o la falta de educación— familiar y, por otro lado, continúa siendo imprescindible formar a las nuevas generaciones para que asuman desde el ambiente familiar la responsabilidad de interpretar lo cotidiano según la enseñanza perenne del Evangelio, sin descuidar las exigencias de la renovación necesaria.

El puesto central de la familia en la educación es actualmente uno de los problemas sociales y morales más graves. "¿Qué hacer —recordé en la UNESCO— para que la educación del hombre se realice sobre todo en la familia...? Las causas del éxito o fracaso en la formación del hombre por su familia se sitúan siempre a la vez en el interior mismo, del núcleo fundamentalmente creativo de la cultura, que es la familia, y también a un nivel superior, el de la competencia del Estado y de los órganos" [27].

Al lado del papel educador de la familia hay que subrayar el de la escuela, capaz de abrir horizontes más dilatados y universales. Según la visión de Juan Bosco, la escuela, además de fomentar el desarrollo de la dimensión cultural, social y profesional de los jóvenes, debe proporcionarles una eficaz estructura de valores y principios morales. De no ser así, resultaría imposible vivir y actuar de modo coherente, positivo y honrado en una sociedad que se caracteriza por la tensión y las situaciones conflictivas.

Forma igualmente parte de la gran herencia educativa del Santo piamontés, su atención preferente al mundo del trabajo, para el que hay que preparar solícitamente a los jóvenes. Es algo de que hoy se siente gran necesidad, a pesar de las profundas transformaciones de la sociedad. Compartimos con Don Bosco su preocupación de dar a las nuevas generaciones adecuada competencia profesional y técnica, tal como han testimoniado meritoriamente, a lo largo de más de cien años, las escuelas de artes y oficios y los talleres dirigidos, con pericia digna de encomio, por los salesianos coadjutores. Compartimos su interés en favorecer una educación cada vez más incisiva en la responsabilidad social, basada en una mayor dignidad personal [28], a la que la fe cristiana no sólo da legitimidad, sino que además proporciona energías de potencia incalculable.

Por último, hay que señalar la importancia dada por el Santo a las formas de asociación y grupo, donde crecen y se desarrollan el dinamismo y la iniciativa juvenil. Animando múltiples actividades, creaba ambientes de vida, de buen empleo del tiempo libre, de apostolado, de estudio, de oración, de alegría, de juego y de cultura, en los que los jóvenes podían estar juntos y crecer. Los grandes cambios de nuestro tiempo respecto al siglo XIX no eximen al educador de revisar situaciones y condiciones de vida, y dar el espacio necesario al espíritu de creatividad típico de los jóvenes.

19. Si, por otra parte, consideramos las necesidades de la juventud actual y recordamos el mensaje profético de San Juan Bosco, amigo de los jóvenes, es imposible olvidar que por encima — mejor, dentro— de cualquier estructura de educación, son imprescindibles los típicos momentos educativos del coloquio y del trato personal: si se utilizan correctamente, son ocasiones de verdadera dirección espiritual. Es lo que hacía el Santo ejerciendo con eficacia particular el ministerio del sacramento de la reconciliación. En un mundo tan fragmentado y lleno de mensajes opuestos, es verdadero regalo pedagógico dar al joven la posibilidad de conocer y elaborar su proyecto de vida, en busca del tesoro de su vocación personal, del que depende todo el planteamiento de su vida. Sería incompleta la labor educadora de quien opinara que basta satisfacer las necesidades —obviamente legítimas— de la profesión, de la cultura y del honesto esparcimiento, y no propusiera dentro de ellos, como levadura, las metas que Cristo brindó al joven del Evangelio y por las que incluso midió el gozo de la vida eterna o el amargor de la posesión egoísta (cf. Mt 19, 21 s.).

El educador quiere y forma de verdad a los jóvenes, cuando les propone ideales de vida que los trasciende y acepta caminar con ellos en la fatigosa maduración cotidiana de su opción.

Conclusión

20. En esta memoria centenaria de San Juan Bosco, "padre y maestro de la juventud", es posible afirmar con convicción y seguridad que la divina Providencia os invita a todos, miembros de la gran familia salesiana, así como también a los padres de familia y educadores, a reconocer más y más la ineludible necesidad de formar a los jóvenes a asumir con nuevo entusiasmo sus obligaciones y a cumplirlas con la entrega iluminada y generosa del Santo. Con esta intensa preocupación que nace de la gravedad del problema, me dirijo especialmente, entre los educadores, a los presbíteros dedicados al ministerio pastoral: para ellos principalmente resulta un desafío la formación de los jóvenes. Estoy persuadido —y de ello son testimonio las reuniones que constantemente tengo con jóvenes durante mis viajes pastorales— de que se registran muchos afanes e iniciativas para dar a los jóvenes una educación cristiana integral; sin embargo, no hay que olvidar que sobre todo en nuestros días los jóvenes están expuestos a provocaciones y peligros que no se daban en otros tiempos: la droga, la violencia, el terrorismo, la degradación de muchos espectáculos televisivos y cinematográficos, la pornografía en los escritos y en las imágenes. Todo lo cual exige que, en la acción pastoral, tenga prioridad la atención a los jóvenes mediante métodos apropiados y con oportunas iniciativas. Las ideas e intuiciones de San Juan Bosco pueden sugerir a los sacerdotes adecuadas formas de actuación. La importancia de la cuestión exige que, tras maduro examen, se tome conciencia de ello, ya que sobre esto seremos juzgados por el Señor. Los jóvenes han de constituir la principal solicitud de los sacerdotes. De los jóvenes depende el futuro de la Iglesia y de la sociedad.

Conozco muy bien, beneméritos educadores, las dificultades que encontráis y los desengaños que a veces sufrís. No os desaniméis en el extraordinario camino de amor que es la educación. Que os conforte ver la inagotable paciencia de Dios en su pedagogía con la humanidad, ejercicio incesante de paternidad que se reveló en la misión de Cristo —Maestro y Pastor— y en la presencia del Espíritu Santo, enviado a transformar el mundo.

La oculta y poderosa eficacia del Espíritu se dirige a hacer que la humanidad madure según el modelo de Cristo. Es el animador del nacimiento del hombre nuevo y del mundo nuevo (cf. Rom 8, 4-5). Así vuestra labor de educar se presenta como ministerio de colaboración con Dios, que ciertamente será fecunda.

Vuestro y nuestro Santo solía decir que "la educación es cosa de corazón" [29] y que debemos "lograr que Dios entre en el corazón de los jóvenes, no sólo por la puerta de la Iglesia, sino también por la de la clase y el taller" [30]. Precisamente en el corazón del hombre es donde se hace presente el Espíritu de verdad, como consolador y transformador: penetra incesantemente en la historia del mundo por el corazón del hombre. Como escribí en la Encíclica Dominum et Vivificantem, también "el camino de la Iglesia pasa a través del corazón del hombre"; más aún, ella "es el corazón de la humanidad": "con su corazón, que abarca todos los corazones humanos, pide 'justicia, paz y gozo en el Espíritu', en el que, según San Pablo, consiste el reino de Dios"[31]. Con vuestro trabajo, queridísimos educadores, estáis realizando un exquisito ejercicio de maternidad eclesial [32].

Tened siempre ante vuestros ojos a María Santísima, la más excelsa colaboradora del Espíritu Santo, dócil a sus inspiraciones y, por ello, hecha Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. María continúa siendo, por los siglos, "una presencia materna, como indican las palabras de Cristo pronunciadas en la cruz: 'Mujer, ahí tienes a tu hijo; ahí tienes a tu madre" [33].

Que vuestros ojos miren siempre a la Santísima Virgen; escuchadla cuando dice: "Haced lo que os diga Jesús" (Jn 2, 5). Rezadle también, instándola a diario para que el Señor suscite constantemente almas generosas, que sepan decir que sí a la llamada vocacional.

A Ella os encomiendo y, con vosotros, encomiendo también a todo el mundo de los jóvenes, para que atraídos, animados y dirigidos por Ella, puedan conseguir, gracias a la mediación de vuestra labor educadora, la talla de hombres nuevos para un mundo nuevo: el mundo de Cristo, Maestro y Señor.

Nuestra bendición apostólica, prenda y anuncio de los bienes celestiales, así como testimonio de nuestra caridad, te conforte a ti y ayude y proteja a todos los miembros de la gran familia salesiana.

Roma, junto a San Pedro, 31 de enero, memoria de San Juan Bosco de 1988, año X de nuestro pontificado.

IOANNES PAULUS PP. II


Notas

[1] Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, 4.
[2] Declaración sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, proemio.
[3] Cf. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 8 de diciembre de 1975, 20: AAS 68, 1976, pág. 19.
[4] Alocución a la UNESCO, 2 de junio de 1980, 12: AAS 72, 1980, pág. 743.
[5] Alocución a la UNESCO, 2 de junio de 1980, 13; l. c., pág 743.
[6] Alocución a la UNESCO, 2 de junio de 1980, 11; l. c., pág. 742.
[7] Carta a los jóvenes y a las jóvenes del mundo Parati semper, 31 de marzo de 1985: AAS 77, 1985, págs. 579-628.
[8] Pío XI, cartas Decretales Geminata laetitia, 1 de abril de 1934: AAS 27, 1935, pág. 285.
[9] Cf. Carta Encíclica Redemptoris Mater 25 de marzo de 1987, 12-19: AAS 79, 1987, págs. 374-384.
[10] Il Giovane provveduto, Turín 1847, pág. 7.
[11] Memorias Biográficas de San Juan Bosco, vol. XVIII. Turín 1937, pág. 258.
[12] Declaración sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, proemio.
[13] Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 8 de diciembre de 1975, 69: AAS 68. 1976, pág. 59.
[14] Cf. Il Sistema Preventivo, en “Regolamento per le case della Società di San Francesco di Sales”, Turín 1877, en Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.), LAS, Roma 1987, págs. 192 ss.
[15] Cf. Il Sistema Preventivo, en “Regolamento per le case della Società di San Francesco di Sales”, Turín 1877, en Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.), LAS, Roma 1987, págs. 194-195.
[16] Cf. Il Sistema Preventivo, en “Regolamento per le case della Società di S. Francesco di Sales”, Turín 1877, in Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.), LAS, Roma 1987, pág. 166.
[17] Carta Encíclica Redemptor hominis, 4 de marzo de 1979, 13. 14: AAS 71, 1979, págs. 282. 284-285.
[18] Cf. Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.), LAS, Roma 1987, pág. 168.
[19] Memorias biográficas de San Juan Bosco, vol. IV, S. Benigno Canavese 1904, pág. 654.
[20] Carta de Roma, 1884, en Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.), LAS, Roma 1987, pág. 294.
[21] Carta de Roma, 1884, en Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.), LAS, Roma 1987, pág. 296.
[22] Acerca de la relación entre esparcimiento y educación según el pensamiento y la praxis de Juan Bosco, todos saben que los oratorios salesianos se distinguen por el gran espacio de tiempo reservado al deporte, teatro, música y a todo género de iniciativas de recreo sano y formativo.
[23] Cf. Carta Encíclica Redemptor hominis, 4 de marzo de 1979, 14: AAS 71, 1979, págs. 284-285.
[24] Memorias biográficas de San Juan Bosco, vol. VII, Turín 1909, pág. 503.
[25] Ruffino Domenico, Cronache dell' Oratorio di S. Francesco di Sales, Roma, Archivo salesiano central, cuad. 5, pág. 10.
[26] Alocución a la UNESCO, 2 de junio de 1980, 13: AAS 72, 1980, pág. 744.
[27] Alocución a la UNESCO, 2 de junio de 1980, 13: AAS 72, 1980, págs. 742-743.
[28] Cf. Carta encíclica Laborem excersens, 14 de setiembre de 1981, 6: AAS 73, 1981, págs 589-592.
[29] Memorias biográficas de San Juan Bosco, vol XVI, Turín 1935, pág 447.
[30] Memorias biográficas de San Juan Bosco, vol. VI, S. Benigno Canavese 1907, págs, 815-816.
[31] Carta Encíclica Dominum et Vivificantem, 18 de mayo de 1986, 67: AAS 78, 1986 págs. 898. 900.
[32] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, 3.
[33] Carta Encíclica Redemptoris Mater 25 de mayo de 1987, 24: AAS 79, 1987, pág. 393.