El líder verdadero es un portador de valores

por D. Alfonso López Quintás


Desde antiguo se afirma que el bien se difunde por sí mismo. El que se ve enriquecido con un bien, desea comunicarlo por la tendencia de tal bien a expandirse, como sucede con la luz. Esta es la tarea del líder: ser instructor, transmitir a otros generosamente el resultado del propio esfuerzo.

Esta voluntad de compartir con otros el bien que uno alberga, funda auténtica vida comunitaria. Ésta se crea cuando se ponen en común los bienes materiales y, sobre todo, los espirituales.

Es impresionante observar la vinculación que se establece entre las personas que cantan a coro. Cada una se siente autónoma, sigue una línea melódica independiente, pero, al hacerlo, crea un conjunto armónico en el que todas se sostienen mutuamente y tejen una red de formas sonoras de una riqueza que supera con mucho la de cada voz por separado.

Desde su posición de independencia, cada cantor se apoya en los demás y los apoya, se deja enriquecer y los enriquece, contribuye a crear un ámbito de sonoridad y, a la vez, se siente nutrido por él.

Trabajar en grupo con este espíritu de independencia y solidaridad es la vía regia para configurar el nuevo Humanismo de la unidad, la creatividad y el servicio que eminentes pensadores han venido promoviendo desde la década de 1920 a 1930, con vistas a crear una figura de hombre nuevo y perfilar una nueva época, un modo nuevo y más perfecto de pensar, sentir y querer.

La tarea específica del auténtico líder es ser como una "abeja de lo invisible" -en expresión de Rainer Mª Rilke-, un ser capaz de captar lo esencial de cada movimiento cultural, de cada manifestación noble del espíritu humano, y transmitirlo a las gentes de forma sugestiva y persuasiva, de modo que se comunique lo mejor al mayor número.


El  líder auténtico
Al hablar aquí de líderes no me refiero sólo a personas capaces de realizar una actividad directiva en una u otra asociación. Mi intención es de más largo alcance: aludo a personas que orientan su existencia hacia el ideal auténtico de la vida humana, que es el ideal de la unidad y el servicio, no el del dominio y la posesión. Según la investigación actual más cualificada, el ideal de la unidad viene exigido por nuestra misma condición de personas. Por eso, la primera medida del verdadero líder es ajustar sus actitudes a las exigencias de la realidad.

Esto implica la superación del relativismo subjetivista -según el cual "el hombre es la medida de todas las cosas", según la expresión sofista- y un amor incondicional y desinteresado a la verdad, al modo de ser de las realidades tal como se manifiestan a una mirada libre de prejuicios. El buen líder busca la verdad hasta el fin, pues no se contenta con medias verdades.

Ese amor a la verdad -vista como la patentización de la realidad que nos permite realizarnos- nos lleva a sentir una profunda insatisfacción ante cuanto signifique deterioro de la vida humana y, consiguientemente, de la propia realidad personal. Pensemos en la decadencia cultural, el declive de la sabiduría, la insensibilidad ante los grandes valores, la inautenticidad en todos los órdenes... Al confrontar la diferencia abismal que media entre una persona cabalmente desarrollada y otra envilecida, sentimos la urgencia de formarnos como líderes para elevar a las gentes a un estado de excelencia.

De ahí que mi propósito primario no sea explicar técnicas de liderazgo, sino destacar las actitudes espirituales que debe adoptar quien aspire a ejercer la función de guía hacia el Humanismo de la unidad. El ejercicio de tal función exige una serie de cualidades y actitudes que debemos conocer en pormenor para distinguir netamente la actividad del líder verdadero de la del falso. Este procura adquirir una figura atractiva con objeto de seducir a las gentes y lograr su adhesión. El que saca partido a esa imagen seductora para vencer al pueblo sin molestarse en convencerlo con razones sólidas se mueve en el plano de la mera apariencia, de la manipulación efectista, y opera en atención a su bien particular, no al bien de los demás. No merece el nombre de líder o guía.