El orden económico (III) -Desarrollo humano


Juan Pablo II


No debe confundirse el crecimiento económico de un país con el concepto de desarrollo, que, para ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre. En palabras de Pablo VI, el desarrollo “es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas.” (PP, 20) El Papa detalla el significado de su definición de desarrollo, indicando lo que hay que evitar y lo que hay que procurar (PP, 21):

a) Condiciones de vida menos humanas:
*     las carencias materiales de los que están privados de lo mínimo necesario;
*     las carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo;
*     las estructuras opresoras, que provienen del abuso del tener o del abuso del poder, de la explotación de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones;
    
b) Condiciones de vida más humanas:
*     el pasar de la miseria a la posesión de lo necesario;
*     la ampliación de los conocimientos;
*     la orientación hacia el espíritu de pobreza;
*     la cooperación en el bien común y la voluntad de paz;
*     el reconocimiento de los valores supremos, y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin.

Debe comprenderse que el desarrollo no es un proceso rectilíneo, casi automático y por sí ilimitado, como algunos han sostenido, llegando a afirmarse que el género humano marcha siempre hacia una especie de perfección indefinida. Lo sucedido en los dos últimos siglos, no admite un ingenuo optimismo mecanicista. Por el contrario, los múltiples beneficios aportados por la ciencia y la técnica, si no son regidos por un objetivo moral y por una orientación que vaya dirigida al verdadero bien de los hombres, se vuelve fácilmente contra ellos para oprimirlos.

El magisterio pontificio dedicó la Encíclica “Populorum Progressio” a este tema. Comienza con la advertencia de que, en los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso; desde su nacimiento, la ha sido dado a todos, como en germen, un conjunto de aptitudes y cualidades para hacerlas fructificar. Al margen de las ayudas y obstáculos que encuentre en su entorno, el hombre es responsable de su crecimiento, lo mismo que de su salvación: “por sólo el esfuerzo de su inteligencia y de su voluntad, cada hombre puede crecer en humanidad, valer más, ser más.” (PP, 15)
Pero cada uno de los hombres es miembro de una sociedad y pertenece a la humanidad entera. Somos herederos de las generaciones pasadas, y nos beneficiamos con el trabajo de nuestros contemporáneos, por eso estamos obligados para con el prójimo, y tampoco podemos desinteresarnos de los que vendrán a aumentar en el futuro la familia humana. La solidaridad universal, que es un hecho y un beneficio para todos, es también un deber.
El crecimiento personal y comunitario puede ser negativo si se altera la verdadera escala de valores. Es legítimo el deseo de obtener lo necesario, y por eso mismo es un deber trabajar para conseguirlo: “el que no quiera trabajar, que no coma”. Sin embargo, la adquisición de los bienes temporales puede conducir a la codicia, al deseo de tener cada vez más. La avaricia de las personas, de las familias y de las naciones, puede apoderarse tanto de los más desprovistos como de los más ricos, y suscitar en ambos casos un materialismo sofocante. “...para las naciones como para las personas, la avaricia es la forma más evidente de un subdesarrollo moral.” (PP, 19)

1. Consumismo
Una forma de avaricia, en lo personal, es el fenómeno, muy extendido en el mundo contemporáneo, del consumismo, en el cual las dimensiones materiales e instintivas del hombre no se subordinan a las espirituales. Por el contrario, se crean hábitos de consumo y estilos de vida objetivamente ilícitos y a menudo perjudiciales para la salud física y moral.
Un ejemplo de consumismo es el de la droga. Su difusión revela una grave falla de la sociedad, imbuida de una visión materialista, y supone un vacío espiritual que se pretende cubrir por una vía artificial. Al respecto, debe señalarse que el consumo de drogas, según el Catecismo, constituye una falta grave (Nº 2291).
Advierte Juan Pablo II que:
“No es malo el deseo de vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida que se presume como mejor, cuando está orientado a tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para consumir la existencia en un goce que se propone como fin en sí mismo.” (CA, 37)

2. Dictadura económica
Otra forma de avaricia, es la acumulación de riquezas en pocas manos, que llegan a constituir  una verdadera dictadura económica. Pues aquellos que tienen en sus manos el dinero, se apoderan también de las finanzas y el crédito, y llegan a administrar “la sangre de que vive toda la economía y tienen en sus manos así como el alma de la misma, de tal modo que nadie puede ni aún respirar contra su voluntad.” (QA, 105)
Esta acumulación de poder y de recursos, es el fruto natural de permitir y hasta promover la libertad ilimitada del mercado. La acumulación de riquezas conduce a luchar por la hegemonía económica y luego para lograr el poder público. Lejos de haberse logrado un mercado libre, la libre concurrencia se ha destruido a sí misma, y se ha obtenido una dictadura económica.
En el plano internacional, y sin perjuicio de la pugna entre los diferentes Estados, Pío XI denunció el “imperialismo internacional del dinero, para el cual, donde el bien, allí la patria.” (QA, 109)

3. Deuda externa
Una de las consecuencias del imperialismo internacional del dinero, es la deuda externa que agobia a los países en desarrollo. Es, por cierto, justo que las deudas contraídas se paguen, pero no es lícito exigir su pago en condiciones que llevan a poblaciones enteras al hambre y a la desesperación. Es preciso, encontrar modalidades de reducción, dilación o extinción de las deudas, que garanticen el derecho de los pueblos a su subsistencia.
Entre las causas del endeudamiento de un país no pueden desconocerse aquellas que son imputables a mecanismos globales que parecen escapar a todo control, como las fluctuaciones de la moneda en la que se concluyen los contratos internacionales, y las variaciones de los precios de las materias primas, sujetas, como lo hemos visto, a maniobras perjudiciales para los países más débiles.


Abreviaturas:
PP    Populorum Progressio
QA   Quadragesimo Anno
CA   Centesimus Annus