La piedad eucarística de Don Bosco



Alimento principal de la vida de Don Bosco era la Santa Eucaristía, a la cual-según afirmaba Mons. Cagliero-, “tenía un amor de serafín”.

El Santo aprendió de su madre el amor a Jesús Eucaristía y lo practicó durante toda su vida.
Peoncito en la alquería de los Moglia, no dejaba, hasta con gran sacrificio, de ir los domingos a la primera Misa para poder comulgar.
Clérigo, en los días hábiles omitía el desayuno para ir a la Iglesia de S. Felipe y recibir todos los días la santa Comunión.
Sacerdote, la Eucaristía fue el centro de su vida. Si se lo observaba en oración ante el sagrario, se lo hallaba postrado en oración con tanto recogimiento que impresionaba a todo el que lo mirara: era evidente en él el pensamiento de la presencia de Dios.

Aún en su última enfermedad se le veía volverse de cuando en cuando a la Basílica, santiguarse y adorar.

Solía repetir que la Santa Misa es la llave de oro que nos abre los tesoros de todas las celestiales bendiciones.

Antes de celebrar, no solía hablar con nadie, para estar más recogido.

Durante la Celebración,-confesó confidencialmente a sus íntimos-solía tener visiones o apariciones extraordinarias. Eran cosa de un instante: “Si hubieran durado más –decía- no habría podido resistir”. Alguna vez se lo vio elevarse sobre la tierra y quedar un tiempo estático, como si viera a Jesús cara a cara.

 Y después de la Misa, hacía una prolongada acción de gracias que no interrumpía sino por razones verdaderamente urgentes.

Jesús Eucarístico era el centro de su vida espiritual, de su sistema pedagógico y de todas sus empresas e iniciativas. Este ejemplo nos invita a examinar nuestra propia devoción eucarística.