El valor de la puntualidad


La falta de puntualidad denota desorden, mal manejo del tiempo, falta de planeación en nuestras actividades, y por supuesto carencia de una agenda, pero, ¿qué hay detrás de todo esto?


Factores que influyen en la puntualidad

El interés, el deseo y los gustos están muy asociados con la impuntualidad. Es decir, cuando tenemos un total interés en algo, como por ejemplo una cita para solicitar un empleo, seguramente estaremos antes de la hora acordada y tomaremos todas las medidas para cumplir con este compromiso. Al contrario de la cita con el odontólogo, la cual nos causa molestia y buscamos aplazarla hasta el último minuto.

Obviamente hay actividades que nos generan un mayor interés y atracción, por eso para algunas personas, el valor del tiempo varía dependiendo de la situación. El resultado de vivir de acuerdo a nuestros gustos, es la pérdida de formalidad en nuestro actuar y poco a poco se reafirma el vicio de llegar tarde.

Hay otro factor que también influye en el valor de la puntualidad y es el orden. Cuando no tenemos claridad de ideas, ni prioridades, tampoco una lista de pendientes, y menos un mapa de actividades que nos guía, lo más coherente es que el tiempo se pierda fácilmente. La pereza, el olvido, la falta de concentración, también son motivos que afectan este valor.

Además de lo anterior, la falta de puntualidad tiene un cierto grado de egocentrismo. Es decir, partir de la base de que el tiempo de los otros es menos valioso que el propio, así que no importa llegar tarde porque la otra persona no es tan “importante” como lo soy yo. Además de ser una actitud egoísta es totalmente irrespetuosa.


¿Cómo corregir la falta de puntualidad?

No nos volvemos puntuales de la noche a la mañana. Para querer corregir este error se necesita voluntad, disciplina, determinación, compromiso y responsabilidad, como en todos los propósitos.

Antes de empezar a poner alarmas, llenar agendas, programar recordatorios, etc., se tendrá que hacer un cambio de mentalidad. Debemos ser conscientes de que toda persona, evento, reunión, actividad o cita tiene un grado particular de importancia. Nuestra palabra deberá ser el sinónimo de garantía para contar con nuestra presencia en el momento preciso y necesario.

Seguido de esto, se tendrá que encontrar la causa que provoca nuestra impuntualidad (mencionadas anteriormente: interés, importancia, orden, egocentrismo, pereza, olvido, falta de concentración…). Allí encontrará muchas respuestas y también las soluciones para desterrar este mal hábito.

Establecer un orden y delimitar prioridades es básico. Asimismo, concentrarse en la actividad que estamos realizando, procurando mantener nuestra atención para no divagar y aprovechar mejor el tiempo. Para corregir esto, se tendrá que echar mano de algunas ayudas, como son las alarmas del computador, agenda electrónica, celular, pedirle a un familiar o compañero que nos recuerde la hora (sólo algunas veces para no ser molesto y dependiente).

Por último, habrá que hacer algunos ajustes en nuestro nuevo estilo de vida enmarcado en la puntualidad. Quizá levantarse un poco más temprano, adelantar el reloj unos minutos, establecer un horario, entre otros.

Vivir el valor de la puntualidad es una forma de hacerle a los demás la vida más agradable, mejora nuestro orden y nos convierte en personas dignas de confianza.








El mito de las Riquezas de la Iglesia


Por el  P. Eduardo M. Volpacchio, sacerdote argentino

Con monótona repetición se oye hablar de las riquezas del Vaticano, como si esos supuestos tesoros -de los que nadie dice en qué consisten- le quitaran confiabilidad a la Iglesia. Los tesoros vaticanos… ¿Por qué la Iglesia tiene tantos tesoros en el Vaticano mientras hay tantos pobres en el mundo?

Esta sencilla frase hace sufrir a muchos católicos. Se sienten mal al escucharla y no saben qué pensar, contestar, explicar… ellos mismos se quedan un poco confundidos. Analicemos un poco el asunto. Lo primero es acotar el problema, cosa no fácil. ¿Qué es lo que se quiere decir con esa frase?

El cuestionamiento

Con el asunto de las riquezas de la Iglesia, no es claro qué es lo que se cuestiona o critica. Lo primero que se observa al analizar la cuestión es la falta de datos y acusaciones concretas. Estamos frente a un cuestionamiento difuso, nada claro, sin datos. Porque nunca es claro a qué riquezas se refiere, qué es lo malo de esas riquezas hipotéticas, quiénes son los culpables (porque los pobres también son parte de la Iglesia), y exactamente cuál es la culpa, qué es lo que se espera que la Iglesia debería hacer, etc.

A simple vista lo primero que se intuye es que se trataría de una acusación a la Iglesia de insensibilidad ante el problema de la pobreza: ¿cómo es posible que la Iglesia viva con tantas riquezas cuando hay tantos pobres en el mundo? Esta acusación se presentaría como hecho que desacreditaría a la Iglesia en cuanto tal: es decir, una institución que vive semejante hipocresía (decir que ama a los pobres, mientras está llena de riquezas que no pone al servicio de los mismo) no sería digna de ser tomada, en cuenta ni creída, ni aceptada. Esta sería una de las mayores vergüenzas de la Iglesia, ante la cual no habría defensa ni explicación posible.


¿De qué riquezas estamos hablando?

Si se da por supuesto que en el Vaticano hay grandes tesoros que se diga ¿qué tipo de tesoros? ¿Joyas, cuentas bancarias…? ¿Dónde están? ¿Cuánto es su valor? Pero uno comienza a preguntarse, ¿acaso alguien considera a la Iglesia como una institución millonaria?¿Tiene la Iglesia fines de lucro? ¿Da dividendos…? ¿Cotiza en bolsa?

La acusación, de entrada, sugiere cosas falsas: la vida lujosa del Papa, obispos, curas, monjas, etc., que serían quienes usufructuarían de esos tesoros. Afán de lucro escondido bajo la excusa de la religión… Además estimula imaginaciones frondosas: al hablar de "tesoros" uno imagina cuartos llenos de lingotes de oro, cofres llenos de joyas, películas de piratas…

Pero en la realidad, ¿a qué "riquezas" se refieren? Basta que mires las pertenencias de la Iglesia que están a tu alcance -tu parroquia, tu catedral…- para no encontrar cosas lujosas por ningún lado.


Los "tesoros" -como los llaman- son un tesoro cultural, espiritual, histórico, pues se trata de iglesias, imágenes, cuadros, frescos, cálices, ornamentos. Esos "tesoros" no tiene ningún valor comercial, ni financiero. Están dedicados al culto divino en iglesias o expuestos en Museos que conservan el patrimonio cultural de dos mil años de cristianismo.



¿Y si rematamos todo? ¿Una solución al problema de la pobreza?

Antes de entrar en el problema de fondo y demostrar que estamos frente a un debate artificial y sin sentido… detengámonos a considerar el tema desde el mero punto de vista utilitario: lo inútil de una supuesta venta del Vaticano.

Porque el anónimo acusador insinúa que la Iglesia debería deshacerse de todo para el bien de los pobres… y de los millonarios que participarían del remate… Bueno, hagamos números. ¿Cuánto representa en plata todo lo contenido en el Vaticano?¿cien millones de dólares? ¿Mil? ¿Diez mil?… ¿Qué es eso para el problema del hambre o del subdesarrollo? ¿Alguien de buena fe puede pensar que sería una solución real para los problemas de los pobres? Si se vendiera todo… ¿a cuántos ayudaría durante un día? ¿Serviría para algo? ¿No sería más bien un empobrecimiento inútil de la Iglesia… (lo que en realidad estarían deseando los acusadores… aunque se contentan con sembrar desprestigio con argumentos sentimentales y vacíos de valor racional)?

En realidad, desde el punto de vista económico, el sólo hecho de plantear el problema de las riquezas del Vaticano es algo prehistórico, ya que hoy en día la riqueza no está dada por la propiedad de algunos terrenos o piezas de museo sino por marcas (¿cuánto valen los logos de Mc Donald, Shell, Coca o Telefonica?), acciones en Bolsa, etc. Y de este género de riqueza -la que es real riqueza hoy- la Iglesia no tiene nada (ni siquiera tiene la Biblia patentada…).

Cualquier Estado del mundo con un pequeño porcentaje de su presupuesto anual podría posiblemente aportar mucho más que la venta total de todo el Vaticano, territorio incluido.

Además, el problema de la pobreza no se arregla con una donación: es un problema de desarrollo y requiere un flujo permanente de recursos. Por ejemplo, ¿de qué serviría la donación de un hospital a un país que no contara con recursos para mantenerlo, pagar sueldos, comprar medicinas…? Hacer funcionar un hospital es más caro que el hospital mismo… La deuda externa argentina ha llegado a los 250 mil millones… Si se tratara de vender todo lo que existe en Argentina para pagarla… no alcanzaría… Esto muestra que nadie puede seriamente proponer que vendiendo cuatro imágenes, tres iglesias y unos cuadros… se podría arreglar algún problema de pobreza.

Es como proponer que le vendamos a los ingleses las Malvinas a cambio de una disminución de la deuda externa… No creo que los mexicanos sientan mucha felicidad cuando piensan que vendieron Texas a los Estado Unidos… Desprenderse de la tierra que contiene la propia historia y valores artísticos y culturales… no es un gran negocio para nadie. La pérdida del patrimonio cultural conduce a la pérdida de la propia identidad.



El patrimonio de los pobres …

Además, contrariamente a lo que la acusación sugiere, las supuestas riquezas de la Iglesia son patrimonio de los pobres, que lo sienten como suyo, porque realmente lo son.

Un botón de muestra. Cuando Juan Pablo II hizo su primer viaje a Brasil, después de una ceremonia salió del protocolo, se metió en medio de una favela y visitó una familia. Conmovido, les dejó de regalo su anillo de Papa.  ¿Pensás que fueron tan tontos como para venderlo por su peso en oro? Es su tesoro, lo conservan en la capillita de la favela. Los pobres son pobres, pero no tontos…

¿Y qué pobre argentino no se siente orgulloso de la basílica de Luján? ¿Acaso preferiría vendérsela a los musulmanes para que la transformen en una mezquita y que el fruto de la venta se reparta entre los pobres argentinos a los que tocaría quizá menos de un peso a cada uno…? ¿Pensás que sería un buen negocio para los pobres?

Nunca he escuchado a un pobre quejarse de supuesta riqueza de su parroquia o capilla… en cambio los he visto trabajar y sacrificarse duramente para mejorarla. Son los que con más orgullo muestran sus "tesoros".

Además, la experiencia también enseña… En los ´60 y ´70 hubo algunos sacerdotes que, quizá víctimas de esta acusación, vendieron imágenes, cálices, custodias… ¿Qué pasó con el fruto de su venta? Lo único claro es que no existe más… ¿Alguien puede pensar que esos cálices están mejor en vitrinas de las casas de los ricos que en un altar de cualquier iglesia?



 ¿Por qué la Iglesia tiene bienes?

Yendo al fondo de la cuestión. ¿Cuál es el problema de los supuestos tesoros vaticanos? ¿Es malo que la Iglesia tenga bienes? ¿Qué conserve obras de arte? ¿De dónde los saca? ¿A quién perjudica el tenerlos? ¿Es acaso contrario a la enseñanza de Cristo?

En realidad no existe ningún problema. Basta recordar el elogio de Jesús a María por haber derramado un perfume carísimo sobre sus pies y a la viuda que puso todo lo que tenía como limosna al templo. Es más, es lógico que necesite bienes materiales. Como no está compuesta sólo por ángeles, para enseñar a la gente el camino al cielo necesita edificios, bibliotecas, computadoras, autos… Para dar culto a Dios necesita templos, altares… Para ayudar a la piedad necesita imágenes, libros… Para enseñar a la gente necesita escuelas, universidades… No parece que en estos dos mil años la Iglesia se haya dedicado a acumular dinero: esos "tesoros" acumulados en dos mil años de donaciones… son objetos de culto, etc. Normalmente quienes han cuidado de esos bienes han sido personas que vivieron voluntariamente la pobreza, que dejaron todo por seguir a Cristo, que no han tenido nada de patrimonio personal.

¿Qué bienes tiene la Iglesia? Los que juzga necesarios para el cumplimiento de su misión, que es de orden exclusivamente espiritual.

Si lees la Sagrada Escritura descubrirás que la magnificencia del culto divino es un mandato que la Iglesia ha recibido de Dios. Tratando de dar a Dios cosas buenas… está siendo fiel a lo que su Señor le ha pedido. La tan vapuleada riqueza está compuesta por cosas que no se guardan con avaricia, sino que se usan en el ejercicio de la misión de la Iglesia. Por ejemplo, anualmente por la basílica de San Pedro pasan cuatro millones de peregrinos…, se celebran veinte mil misas, hay ochenta ceremonias solemnes… de las que unas treinta son presididas por el Santo Padre… O sea que tiene un uso bastante más intenso que la cancha de River… ¿Te parecería razonable vender la Piedad de Miguel Angel y poner en su reemplazo una copia de plástico inflable para que la gente le rece?

La Basílica de San Pedro tiene 500 años… lo que mostraría que está bastante amortizada… que fue una idea genial hacerla con buenos materiales que la hacen tan barata a largo plazo…

Por otro lado, la acusación parece sugerir una conexión entre las "riquezas" y la pobreza de los pobres. Pero, no hay relación alguna entre la belleza de la Basílica de San Pedro y la pobreza de una villa de Buenos Aires… Creo que es suficientemente claro que la primera no es la causa de la segunda. Por tanto no veo porqué conectar ambas cosas. Carece de sentido hacerlo. El problema es inventado, no es real.

Si se fuera coherente con el planteo, ¿porqué no poner también en tela de juicio al Islam y las mezquitas; el judaísmo y las sinagogas… y hasta el edificio del congreso, la casa rosada, todos los museos, los Mc Donalds, shopping centers, el parque de la costa, los boliches… en fin, con todo lo que no sea un rancho miserable?… Y comenzando por tu propia casa: ¿cómo podés vivir ahí mientras haya gente que se muere de hambre? Este cuestionamiento carece de sentido. ¿Porqué podría estar mal que la Iglesia tenga templos lindos? ¿Qué aportaría a la bondad de la Iglesia la fealdad?



 ¿Es necesaria la belleza?

Como los "tesoros" de los que se habla son básicamente artísticos y forman parte del patrimonio histórico de la Iglesia, parece necesario plantearse si la belleza es buena o mala, si tiene alguna función en la vida humana.

Definitivamente, la belleza mueve al espíritu. Eleva del materialismo… Hace un gran bien al alma. Rezar frente a una imagen linda inspira, eleva el alma. Como criaturas espirituales, el arte es una de las manifestaciones más altas del espíritu humano. Nos eleva y dignifica.

La historia es parte de nuestro ser: a través de la obra de quienes no precedieron -su arte, trabajo, etc.- entramos de alguna manera en comunión con ellos. Necesitamos permanecer unidos a nuestras raíces, a nuestros antepasados en la fe… y el cuidado de lo que nos legaron cumple una misión muy importante al respecto.

Los museos vaticanos muestran que la Iglesia siempre ha fomentado la cultura y todas las manifestaciones del espíritu humano, llegando a ser en ciertos casos la mejor protectora del arte, la ciencia y la cultura. La historia humana le debe mucho al respecto, ya que ha protegido el patrimonio cultural de las ochenta generaciones que nos separan de la época de Cristo.

 ¿Y en cuanto a la legitimidad de esas propiedades?

Parece al menos curiosa la pretensión de disponer de bienes ajenos. Es decir, ¿quién es el que critica y ataca para decidir qué debería hacer la Iglesia con sus bienes (bienes que evidentemente no pertenecen al acusador)? Porque en el fondo, los bienes que causan tanto escándalo son una propiedad legítima de una institución con dos mil años de historia. No han sido robados ni saqueados, como por otro lado sí lo han sido muchos de los tesoros históricos, artísticos y culturales de los más grandes museos del Mundo como el Louvre, el Británico… (por cualquier duda preguntemos a los franceses por los "regalitos" que Napoleón les llevó de Egipto o los "recuerdos" que los ingleses se llevaron del Partenón…). En este caso, han sido fruto de donaciones explícitamente hecha para ese fin: gente que ha donado sus propios bienes para que fueran usados para el culto divino, la educación, la formación del pueblo fiel, el Santo Padre, etc. Es decir, su legitimidad está fuera de toda duda.



Pero, al final, la Iglesia, ¿hace algo por los pobres?

Lo más curioso e insostenible de la acusación, es la insinuación de inacción frente al problema de la pobreza.

Te desafío a buscar una institución que haya aportado tanto bien al mundo y a los pobres como la Iglesia Católica. Si bien su fin es espiritual -la salvación de las almas-, ninguna institución con fines temporales podría haber representado tanto bien desde el mero punto de vista humano.

No te olvides de quién "inventó" los hospitales y universidades. Quién promovió la educación a través de los siglos. Quién luchó contra la esclavitud. Quién se ha dedicado a atender a los minusválidos, a los huérfanos, inmigrantes, moribundos, leprosos, chicos de la calle… Quién atiende la mitad de los enfermos de SIDA que hay en el mundo… Una visita al Pequeño Cotolengo Don Orione no te vendría mal. O a algún comedor infantil de alguna villa, o a algún hogar de la Madre Teresa, o cualquier local de Caritas parroquial, o … En nuestro país, a la hora de catástrofe naturales, la única institución fiable para repartir ayudas es Caritas… la gente no confía en nadie más.

Algunos datos. Veamos la contabilidad del objeto del ataque de las riquezas del Vaticano. El presupuesto anual de la Santa Sede es de 145 millones de dólares. A esto se debe añadir el Óbolo de San Pedro: 60 millones que se destina enteramente a obras de caridad y ayuda a necesitados. Es decir, estamos hablando de una institución que destina el 29,26% de sus ingresos brutos sólo a obras de caridad… No contemos los millones de dólares que instituciones católicas (muchas pertenecientes a Conferencias Episcopales) dan de ayuda al los países pobres: Adveniat, Ayuda a la Iglesia Necesitada, Manos Unidas, y un largo etc.

Busca una institución que hoy haga más por los pobres que la Iglesia Católica. ¿No parece una burla esta crítica a la institución que -por lejos- hace más por los pobres? La lista de las labores asistenciales de la Iglesia Católica es realmente impresionante: tiene 5.900 hospitales, 16.700 dispensarios, 700 leprosarios, 12.600 hogares de ancianos, 19.500 orfanatos y guarderías, 11.500 centros de orientación familiar, 11.600 centros de educación especial y 44.500 centros asistenciales. Un total de 123.000 instituciones de asistencia en todo el mundo.
En resumen y como conclusión, el cuestionamiento es ridículo:

ü  ¿Hay alguna relación entre las obras de arte del Vaticano y la pobreza? La respuesta no admite ninguna duda: ¡NO!  No existe una relación causal: los primeros no son la causa de la segunda.

ü  Si el Vaticano no existiese, la situación de los pobres sería peor, porque desaparecería el mayor benefactor de los necesitados.

ü  La existencia de bienes artísticos y religiosos, ¿afecta de alguna manera la pobreza? No, en absoluto.

ü  ¿Es ofensivo? En el sentido que sería una cachetada a la pobreza… No, a los pobres también les gusta las cosas lindas y gozan con ellas.

ü  ¿Es verdad que la Iglesia tenga grandes tesoros económicos en la actualidad? No.

ü  Si se vendiese todo lo que tenga algún valor, ¿mejoraría la situación de los pobres del mundo? No afectaría en lo más mínimo la situación económica de los pobres.

ü  ¿Es quizá una muestra de indiferencia ante el problema de la pobreza? En absoluto, ya que el trabajo de la Iglesia en favor de los pobres está absolutamente fuera de duda.

ü  ¿El mantenimiento de esos bienes no supondrá gastos extraordinarios que podrían destinarse a la lucha contra el hambre? No, porque se auto-mantiene con el valor de la entrada a museos. Y contratos como los que facilitaron la restauración de la Capilla Sixtina sin poner un peso.

ü  ¿Se invierten actualmente grandes sumas de dinero en incrementar esos bienes? No, es el fruto de dos mil años de cristianismo… Esperemos que nosotros sepamos dejarle a nuestros descendientes algo de valor y buen gusto.

Me parece que en estas páginas queda suficientemente demostrado que las supuestas riquezas del Vaticano no representan ningún problema real ni amenaza para los pobres. Es más, que la tan mentada crítica no resiste el más elemental análisis racional. Usar a los pobres para atacar a la Iglesia es, al menos, una broma de mal gusto… hecho por quienes nunca hicieron nada por los pobres.




La casa y el universo


por Francesco Alberoni
(sociólogo)

Para una mujer enamorada construir y decorar la casa es un acto de amor.
Muy a menudo es ella la que elige los distintos muebles y todos los innumerables objetos que necesitarán en su vida futura. Los elige de modo que la casa le guste a su marido, para que él se encuentre a gusto en ella, para que se sienta bien en todo momento de su vida.

En su mente ya ve dónde estarán sentados para ver juntos la televisión. Imagina la habitación con el mantel bordado donde recibirán a los amigos, cuál será el sitio del marido, cuál el suyo.

Y luego el dormitorio, con las sábanas floreadas como los campos de primavera, las preciosas colchas, las cálidas mantas y los edredones para el gran frío. Y el cuarto para los niños que vendrán, del que ya imagina los empapelados de colores, la suave moqueta para que no se hagan daño.

Luego el baño en el que se recorta un poco de espacio para sí, para maquillarse, para estar hermosa. Y el espacio para él, para la navaja de afeitar y su loción para después del afeitado.

Luego hay ambientes, como la cocina, en los que deberá trabajar sobre todo ella, cómoda, espaciosa con todo lo que piensa que le podrá prestar servicio. Y pensará en las comidas que podrá cocinar.

Si luego el marido tiene una actividad intelectual, hará de modo que tenga su estudio, mientras que, si es un deportista, encontrará espacios en el guardarropa o en armarios especiales para sus objetos.


Al decorar la casa la mujer expresa su visión del mundo, su ideal de vida privada y el tipo de relaciones sociales que quiere instaurar. Pero sobre todo despliega su cuerpo. Cada objeto es una parte de sí misma. Su piel termina con el empapelado de las paredes, con las cortinas. Por esto es ella la que, normalmente, se cuida de la casa, de su mantenimiento. Lo hace como si fuera su cuerpo. Por esto no quiere que entren extraños si no está en orden, presentable. Como no se mostraría ante extraños en chancletas, despeinada.

Y como perfuma su cuerpo para sí, para el marido, así tiene horror de los malos olores que puedan impregnar las cortinas, los divanes o la cocina. Y vigila que no los haya. Vigila sobre la suciedad. Teme a los malos olores y a la suciedad como si fueran enfermedades infecciosas. Por eso se pone de mal humor si la limpieza hecha por la asistenta es superficial, si le cambia los objetos de lugar, si estropea un tapiz o rompe algo a lo que ella atribuye un significado simbólico particular.

Siente el gesto indiferente, despreciativo de la otra mujer como una ofensa personal que le cuesta olvidar. Como no olvida a un huésped torpe que le ensucia la alfombra. Cada acto que afea su casa lo vive como una violencia personal. Si en la casa entran ladrones lo vive como una violación, una profanación. Muchas mujeres, después de un robo, ya no quieren vivir en aquellos ambientes, los desinfectan, cambian la decoración.

Para la mujer la construcción y la gestión de la casa es también una forma de erotismo. Porque comunica su amor no solo cambiando de peinado, el maquillaje de los ojos o poniéndose una blusa recién planchada, sino también haciendo la cama con sábanas nuevas, poniendo flores frescas o esparciendo esencias perfumadas por la casa. O bien preparando un plato que agrada a su marido.

A menudo el hombre no comprende el refinado trabajo que la mujer lleva a cabo para hacer la casa armoniosa y acogedora. No comprende que esa es una obra de arte continuamente renovada, y que compromete su mente y su corazón. Y si entra en la casa distraído, si tira su ropa sucia por ahí, ella lo percibe como desinterés hacia su persona, como desprecio de su trabajo creativo, y se queda amargada y ofendida.


Eres lo que vistes

por Thelma Ocampo Fuentes



El titulo tan sugestivo y a la vez tan controversial nos lleva a profundizar en un tema que está de moda y es justamente el de «la moda». Porque vestir,  y vestir bien,  es un elemento que se torna relevante en la vida de todos los individuos, no solo en las personas del siglo XXI donde la imagen ha tomado una gran importancia tanto en el ámbito laboral como el social e incluso el familiar, sino en todos los seres humanos que han pasado a lo largo de la historia. Porque desde que el hombre es hombre, éste siempre se ha vestido. Y podemos observar claramente cómo ha evolucionado y cambiado no solo los propios diseños sino el concepto mismo del vestir.

Podrían preguntarme ¿por qué controversial?
Bien, me explico: Porque afirmar que soy lo que visto, es darle toda la fuerza al vestido y corremos el riesgo de permitir que el ropaje que utilizo defina lo que soy, dejando mi personalidad, mi estilo, mi vida y mi propio ser al vaivén de la moda, adaptándome yo a las circunstancias del momento y al capricho de los diseñadores generando inseguridad, superficialidad y una preocupación exagerada mas en el «parecer» que en el «ser», anclando la autoestima a la mera estética corporal dando así paso a la mercantilización de las apariencias, es decir, «la estetización del propio cuerpo mediante fármacos, intervenciones quirúrgicas, trasplantes…», o la búsqueda de ser un icono social, o refugiarse en el «marquismo» como solución a la búsqueda de la identidad, o convertirse en «shopaholic» para satisfacer el vacío existencial del solo «parecer».

Si además consideramos la gran influencia de la industria de la pornografía en el tema de la imagen, vemos como se ha instrumentalizado a la mujer convirtiéndola en un «objeto de placer», vendiéndole la idea de que para ser bonita debe cubrir ciertos cánones de belleza y medidas que a alguien se le ocurrió establecer y que la han orillado al uso de la cirugía estética para lograrlos, trastocando el respeto a su dignidad. Y no podemos permitir que esto se introduzca en nuestra manera de pensar y  que en aras de la moda demos con nuestra imagen un mensaje equivocado.
Estoy segura que queremos ser mujeres de bien, que nos respeten por lo que somos, pero también queremos que vernos bonitas.  Entonces retomando nuestro tema, podemos preguntarnos ¿qué actitud debo tomar frente a la moda? ¿La total indiferencia o la preocupación por vivir la moda?

Los slogans que se mueven en la cultura mediática nos dicen, que si son bonitas y arregladas son generalmente «estúpidas». Es por ello que en muchas ocasiones en el ámbito intelectual o profesional se olvidan totalmente del cuidado de la imagen personal mostrando una apariencia descuidada como sinónimo de competencia profesional o masculinizando su imagen perdiendo su feminidad. Al mismo tiempo se puede correr el riesgo de centrarse exclusivamente en la imagen olvidándose del desarrollo personal, de la educación y la cultura y entonces sucede que se tiene muy buena presencia pero en cuanto hablan manifiestan la falta de contenido en su propia vida, deformando la verdadera belleza y elegancia. No podemos olvidar que esto sucede no solo a las mujeres, pues también los hombres son parte del juego de la imagen y la moda.
Pensar que la moda solo es un asunto de superficialidad nos lleva a tomar una actitud de desconfianza, como si fuera un enemigo manipulador que se opone a la identidad personal. Debemos tener la claridad de que la moda es parte de nuestra vida y que es una manifestación personal y tiene que ver mucho con el conocimiento de sí mismo y con los valores, hasta lograr desarrollar el propio estilo y vestir solo lo que conviene de acuerdo a la propia personalidad respetando la dignidad humana y sin caer en ninguno de los dos extremos. Ya decía Coco Chanel «La moda se pasa de moda… el estilo jamás»

Ser es más importante que parecer, pero cuando el «parecer» va en concordancia con el ser, la persona se potencializa en su seguridad, en su prestigio, en su presencia y en última instancia en ese señorío total que nos hace voltear a ver a la persona por su personalidad y estilo que lo dicen todo, porque lo es todo.

Tenemos que reconocer que la industria del vestido se rige por un ritmo comercial donde cada tres meses la moda cambia y solo cuando logra sobrevivir más de seis meses se convierte en un clásico y superando los seis meses es ya un estilo, como lo logró hacer Coco Chanel. Es por ello que no se puede ni se debe cambiar el guardarropa al ritmo de la moda, ni tampoco permitir engancharnos en el juego del consumismo, porque «si tenemos  más de lo que necesitamos, con el tiempo necesitaremos más de lo que tenemos».
No olvidemos que la elegancia es la manifestación de la riqueza interior en coherencia con una agradable imagen exterior que respeta el estilo, la personalidad y la dignidad, por eso la moda también se educa, para saber vestir lo que eres y ser lo que vistes.



Da mihi animas


por Sor Piera Ruffinatto
Pedagoga del Auxilium

La espiritualidad de don Bosco es una operación de todo menos simple. Él puede ser comparado con un mar profundo, fácil de navegar en superficie, pero cuyas profundidades permanecen ocultas a quien se aproxima externamente, dejándose deslumbrar por lo imponente de sus obras y no esforzándose por penetrar en la sólida y profunda espiritualidad que justifica su origen y estilo.
En efecto, es sólo partiendo de la relación de don Bosco con Dios como se le puede comprender, porque pertenece a aquella rara categoría de hombres y mujeres cuyo modo de actuar en la Iglesia y en el mundo depende totalmente de sus raíces en lo eterno, de la comunión con Dios que da estabilidad y consistencia a su vida.
Dios, afirma Pietro Stella, es el Sol meridiano que ilumina la vida de don Bosco, domina su mente, justifica su acción, Cualquiera que sea su estado de ánimo, él siente y contempla a Dios Creador y Señor, principio y razón de todo.

El Dios de don Bosco es antes de nada y sobre todo Padre, rico en misericordia y providente que nunca abandona a sus hijos. Don Bosco está como dominado por la certeza de ser amado y guiado por la acción divina, por esto se siente instrumento del Señor para una misión que no es suya, sino que viene de lo alto.

Es aquí donde se encuentra la unión entre espiritualidad y misión, casi una fusión en cuanto la misión – ser instrumento de Dios para la salvación de la juventud – es para él fuente de gozo y azoramiento, como lo fue para los profetas bíblicos los cuales no podían sustraerse a la voluntad divina, no sólo por temor reverencial, sino también porque estaban persuadidos de la bondad de Dios para todos sus hijos.

La misión, es tan intensa, que se convierte en el principio de unificación de la vida porque recoge las energías afectivas, intelectuales y volitivas, y junto a las fuerzas físicas las orienta al ideal, es decir al cumplimiento del proyecto revelado. Es esto el significado estratégico del sueño vocacional de los nueve años, repetido por don Bosco en los principales puntos de inflexión de su vida y que sella su final cuando, en la Basílica del Sagrado Corazón en Roma, el “comprende” el sentido profundo de todos los hecho ocurridos en su vida de pastor educador de los jóvenes.

Don Miguel Rua, que conocía los movimientos más profundos del corazón de don Bosco y contempló de forma transparente su belleza, sintetiza tal experiencia con estas palabras: «Don Bosco no dio un paso, no pronunció una palabra, no se puso manos a la obra con una empresa que no tuviese en el punto de mira la salvación de los jóvenes. Dejó que otros acumulasen tesoros, que otros buscasen placeres y corriesen detrás de los honores. Don Bosco realmente no tenía en el corazón nada más que las almas, dicho con hechos, y no sólo con las palabras: da mihi animas».

El da mihi animas es por tanto el aliento en la vida de don Bosco, el canto firme de su oración continua. Eso revela su estilo de relación con Dios, relación filial y familiar y por la que es posible y un deber no sólo hablar de Dios, sino con Dios de aquello que está en lo más profundo de su corazón y a lo que Él está íntimamente ligado siendo el Creador: la humanidad. Y de la humanidad, en particular, de la porción especial que es la juventud.

Dentro de la religiosidad donbosquiana, impregnada de fe y confianza en el Dios rico de misericordia, la búsqueda de las almas expresa el deseo de tener a los jóvenes no tanto por darlas a Dios, porque Él en realidad ya los posee, sino sobre todo para hacerles conscientes de su identidad profunda de hijos de Dios, desvelando a cada uno el inmenso amor de la predilección con que Dios les ama. Más que entregarlos a Dios, hacer que estos se entreguen a Él en la reciprocidad del amor.

Se explica así el hecho que, como lo ha afirmado don Bosco, sin religión la misión salesiana no se puede realizar según el querer de Dios. Antes de ser una iniciativa humana, de hecho, la educación es una obra de la gracia de Dios que, a través de los sacramentos, regenera al joven, conforme a su entera verdad, como persona llamada a vivir en este mundo, pero a la espera de la vida futura. La expresión “salvar almas” se comprende sólo con este horizonte espiritual, donde la acción salvífica es siempre y sólo de Dios y cada acción humana está al servicio de tal proyecto.
La elección de “no tener otra cosa en el corazón que las almas” lleva a don Bosco a “decir con los hechos” y no sólo de palabra, da mihi animas, esto es encarnar su fe en la vida, la espiritualidad en la misión. Pensamientos, palabras, gestos, obras, todo está orientado a la salvación de los jóvenes realizando una acción unificadora y armonizadora entre las dimensiones de su ser y expresando así el aspecto místico de la misión de la cual deriva, sin solución de continuidad, también el aspecto ascético: dejar a los otros que acumulen tesoros, la búsqueda de los placeres, la carrera de los honores.

Enraizado en la plenitud de ser de Dios, don Bosco sobrepasa las apariencias del tener, del poder, del saber y del aparentar que tanto han fascinado a aquellos que se dejan dominar por el hombre “viejo”, para poner luz en su ser profundo habitado por Dios. Él ha aprendido de Cafasso, su guía y maestro, que un hombre apostólico, antes de hablar de Dios o hacer cosas por Dios, vive por Dios. El suyo, es un ser por Él, una entrega total de sí en las manos de Aquel del cual se fía sin condiciones.

La confianza en Dios y su confianza en Él es la lógica espiritual que permea en las Memorias del Oratorio, uno de los documentos autobiográficos más preciosos de don Bosco, a través del cual él quiere instruir a sus hijos sobre el modo de relacionarse con Dios de aquellos que se consagran al bien de los jóvenes en una misión que es un auténtico ministerio espiritual.
Para don Bosco, el verdadero salesiano cultiva este profundo ligamen con Dios en la oración y lo expresa externamente con la bondad, cubriendo todas sus acciones con el único grande objetivo: la gloria de Dios y la salvación de las almas. Es en virtud de esta tarea que todo el resto se redimensiona, y se convierte como en “basura” con el fin de ganar a los jóvenes para Cristo.

Aquellos que mejor han comprendido a don Bosco son aquellos que han sabido penetrar el misterio de esta unidad vocacional fundamento de la espiritualidad salesiana. Don Felipe Rinaldi, por ejemplo, siente como don Bosco ha «identificado a la perfección su actividad externa, incansable, absorbente, vastísima, llena responsabilidad, con una vida interior que tenía origen en el principio del sentido de la presencia de Dios que, un poco cada vez, se actualiza, se hace presente y vivo mostrando una perfecta unión con Dios. Realizado de tal manera en sí a la mayor perfección posible que es la contemplación operativo, éxtasis de la acción, en la cual se ha extenuado hasta el fin último, con serenidad estática, en la salvación de las almas».

El éxtasis en la acción – feliz expresión retomada por Egidio Viganò – expresa esta unidad alcanzada entre vida espiritual y apostólica que es la santidad y que se convierte en el fin, el contenido y el método del Sistema Preventivo. Don Bosco desvelaba Dios a los jóvenes porque Él estaba en Dios y aquellos que se le acercaban sentían los beneficios causados por su persona toda recogida en Dios y al mismo tiempo a su realidad con una atención rica en bondad y amor.

El “estar con Dios” de aquellos que viven el éxtasis de la acción, de hecho, no es una fuga de la realidad y de sus problemas. Al contrario, es vivir habitualmente en Dios y rencontrarse en El la misma realidad a un nivel más alto y más profundo para abarcarla y transformarla.

Es esto, desde mi punto de vista, uno de los significados de la expresión con el que la liturgia celebra la santidad de don Bosco, pastor del corazón “grande como las arenas del mar”. Su corazón, habitualmente fijo en Dios, era continuamente lanzado hacia los jóvenes como una casa acogedora en la que encontraban el abrazo de un padre, la mirada de un amigo, la palabra de un hermano.

Este corazón, podemos decir, era el verdadero taller del Sistema Preventivo, el secreto del ’e-ducere salesiano, en el sentido que el contacto con su bondad y santidad encendía en el corazón de los jóvenes el anhelo de ser mejores, mientras con su amor pedagógico los despertaba a la conciencia de su dignidad de hijos de Dios creados para la comunión y el amor, y ponía las premisas para madurar la personalidad capaz de comprometerse en el mundo con responsabilidad y solidaridad.

Se podría continuar largamente esta reflexión porque el corazón de don Bosco es verdaderamente un océano insondable de riqueza inagotable. Nos acompaña la certeza que, él, Padre y Fundador de nuestra Familia continúa viviendo por nosotros y con nosotros el da mihi animas porque en esta oración hecha vida está la garantía de la autenticidad evangélica del carisma salesiano en la Iglesia, fuente inagotable de identidad y fecundidad para el salesiano y la salesiana de hoy.
El da mihi animas es una llamada a vivir auténticamente nuestra vida unificándola en torno al ideal de la salvación de los jóvenes. No es simplemente dar cualquier cosa de nosotros, una parte de nuestro tiempo, nuestros saberes y talentos empleándolos en una profesión educativa. No es tanto “dar nuestras cosas”, si no ofrecernos a Dios para que Él nos use como quiere y, que por medio de María, nos conduzca en el campo de su misión.

El da mihi animas vivido en hechos, encarnado en la vida, nos pone al abrigo del riesgo de convertirnos en burócratas de la educación, dominadores del funcionalismo y de la eficiencia, y conferir a la misión salesiana la eficacia transformadora de las relaciones auténticas porque, hoy como ayer, ilumina aquel que arde.

El da mihi animas es también un principio de conversión continua, el resorte secreto que nos empuja a dejar a otros la acumulación de tesoros, la búsqueda de los placeres, la carrera de los honores, a abandonar el compromiso y la mediocridad, para ser cada día más libres de vivir la misión salesiana con sobriedad y templanza.

El da mihi animas, convirtiéndose en principio unificador de vida, nos preserva de la dispersión y confiere solidez y profundidad a nuestra espiritualidad ayudándonos a canalizar nuestras fuerzas hacia el ideal. La salvación de los jóvenes se convierte en el objetivo de nuestra vida, la fuente de la cual fluye un actuar tranquilo, impregnado de paz serena, como aquella resplandecía gozosa sobre el rostro de don Bosco.

El da mihi animas mientras nos ayuda a rencontrar el sentido de nuestra acción, nos muestra también el cómo. Es un actuar que sobrepasa al ser. Estar presentes para sí mismos, para que concentrados en un Dios que nos habita; presente en los otros – en especial en los jóvenes – con atención de respeto y amor, de escucha profunda y de sincera benevolencia; presentes en la historia porque en ella se contempla el cumplimiento del actual providente de Dios.

En un mundo dominado por comunicaciones tan veloces como superficiales, expropiado de la capacidad de atención al momento presente, siempre atentos como estamos al futuro próximo o remoto marcado por la agenda, el da mihi animas nos ayuda a habitar el momento que huye dando prioridad a aquello que lo merece.

Si los jóvenes encuentran en nosotros personas así, buscarán menos refugiarse en mundos virtuales para experimentar el calor que les falta en sus casas vacía, porque habrán rencontrado finalmente una casa, un nuevo Valdoco habitado por padres y madres, amigos, hermanos y hermanas que moran donde están, les buscan en sus “periferias existenciales”, viven sus cruces, llevan el Evangelio de la salvación, de la bondad y de la alegría.


Es esto, lo que la Iglesia, en la persona del Santo Padre Francisco, nos pide a todos los cristianos a los consagrados. Es esto lo que anhela don Bosco, nuestro Padre y Fundador, en el bicentenario de su nacimiento: que él, pueda renacer en el corazón de sus hijos e hijas, y en su vida dada a Dios por la salvación de los jóvenes, alumbre para incendiar el mundo.

Tipos de personas en una reunión


Fuente: Catholic.net


Muchas veces como lideres de nuestro grupos, movimientos, asociaciones, etc. nos vamos a tomar con todo tipo de personas. El siguiente es un listado de personas que posiblemente nos encontremos:

1 -EL ETERNO PREGUNTÓN:
Quiere hacerse notar, hacer prevalecer su opinión, busca el apoyo en el grupo. Hace algunas preguntas muy prudentes, otras se salen de tema o son superficiales.

2 -EL CABEZA DURA:
Es la persona que no entiende razones. No quiere aprender nada de los otros. Para él es difícil ser tolerante; está como a la defensiva en todos los temas.

3 -EL MUDO VOLUNTARIO:
No participa porque se siente muy sobre el tema. Entonces toma una actitud aburrida, se dedica a oír. También puede suceder que se sienta muy bajo el tema. Entonces no se atreve a participar. Está ahí por estar, porque le mandan o le toca.

4 -EL TÍMIDO:
Es un hombre que tiene ideas pero le cuesta expresarlas, o no se atreve a formularlas. Puede tener muchos talentos, pero escondidos. Siente por dentro el deseos de hacerlo y no se atreve, le preocupa el que dirán y esto le inmoviliza.

5 -EL CHARLATÁN:
Es el que habla todo el tiempo, saliéndose del tema de un modo que molesta. Su tema más interesante es él mismo. Todo lo toma a broma, hasta los temas más serios. Tiene buen humor, pero a veces se vuelve insoportable para el grupo.

6 -EL DISTRAÍDO:
Salta de un tema a otro. Desvía a los demás de sus objetivos hablando de cualquier cosa en cualquier momento. Le cuesta mucho concentrarse en el tema. Si en algún momento le preguntan de qué se está hablando, no sabe qué contestar.

7 .EL DETALLISTA:
Es la persona que se enreda en pequeños detalles. No deja avanzar al grupo. No es tolerante. Quiere resolver hasta la mínima cosa que se está hablando, discutiendo o preparando.

8 -EL GRAN TIPO:
Es el "siempre listo" del grupo: siempre quiere ayudar. Está seguro de sí y de su posición en el grupo. Está dispuesto a oír a los demás y dejarse convencer. Puede ser que acapare todas las cosas y no deja crecer a otros. Le cuesta colaborar con otros en las tareas que se hacen.

9 -EL TIPO PROFUNDO:
Habla poco, pero cuando lo hace, es sólido, profundo, va directamente al grano. Lo que le interesa es lo central del problema y ahí ataca. No pierde el tiempo en banalidades. A veces es impaciente con los compañeros o se siente inquieto.

10-EL DE BUEN HUMOR:
Posee la cualidad de hacer reír con la palabra oportuna, el comentario cómico y contagia con su optimismo. Da alegría al grupo.

11-EL TIPO CONCRETO:
Es el de los hechos de la vida, recurre a las experiencias vividas, a lo real. A veces sus ejemplos son tipo casero, muy simples. Ayuda al grupo a poner los pies en la tierra en todas las actividades.

12-EL HOMBRE POSITIVO:
Es el que encuentra siempre el lado bueno de las cosas y de las personas. Participa con alegría, lo hace de forma oportuna. A menudo defiende a los más débiles. Busca que todos participen en los temas. Usa mucho el reconocimiento positivo (haciendo ver las virtudes y cualidades de los demás). Es realista e integra al grupo, busca lo mejor para él, para que todos crezcan.



Habilidades del líder


por D. Alfonso López Quintás


Si queremos ejercer un liderazgo de modo eficaz debemos crear equipos de trabajo y preparar debidamente a sus miembros para desempeñar el papel de mediadores o transmisores.

La realización de esta decisiva tarea exige dos habilidades básicas:

·        1ª) Formar escuela, es decir: saber elegir las personas idóneas y formarlas adecuadamente para que constituyan un equipo de colaboradores.
El líder no puede desempeñar cabalmente su función si no cuenta con personas capacitadas para comunicar con fuerza persuasiva la quintaesencia de su pensamiento y su método. La tarea investigadora que ha de realizar exige mucho tiempo y concentración. Por eso necesita delegar en colaboradores eficaces las tareas de organización y difusión.

El buen líder no se siente obligado a realizar todas las tareas que implica su función de guía. Ésta comienza por descubrir claves de orientación de la vida y sigue por la selección de colaboradores y la promoción de los mismos a puestos de responsabilidad. El líder orienta y anima, procura descubrir nuevos talentos y los insta a prepararse para realizar una fecunda labor de liderazgo. Esta labor promotora de nuevos líderes es característica del llamado “líder transformacional”, que no intenta atraer hacia sí a una multitud de seguidores, sino orientarlos hacia el verdadero ideal. Se trata, por tanto, de un liderazgo compartido, impulsado por la participación generosa de todos en valores elevados, no por el afán de satisfacer algún interés propio, como sucede con el “liderazgo transaccional”. Un dirigente que se atiene a la situación en que se halla y no siente preocupación por mejorarla puede ser un buen administrador o gestor, pero no será un líder, función que debe ir adherida a todo cargo de responsabilidad.

 La dificultad que entrañan tales cargos es hoy mayor que nunca, debido a la complejidad de la vida actual y a la multitud de posibilidades nuevas que alberga y de riesgos que implica. Tanto más necesario es para todo responsable disponer de líderes de mediación que trasmitan y potencien su capacidad orientadora.

·         2ª) Practicar el arte de expresarse de modo persuasivo, es decir: poseer destreza en el arte de comunicar ideas, suscitar sentimientos y movilizar voluntades.
Cada una de las actividades propias del líder tiene sus reglas propias, que conviene no desatender. Por lo que toca a las reglas de la comunicación, disponemos actualmente de diversos libros de estilo que las exponen certeramente y ofrecen claves para aplicarlas en la práctica. Me limitaré, por ello, a hacer algunas precisiones -a mi entender, muy eficaces- sobre la didáctica de la comunicación.


ü  Para expresar el pensamiento de forma clara y persuasiva, es necesario redactar con precisión. Si a ello se une cierta elegancia de estilo, los conceptos expresados ganan un peculiar atractivo. El líder no debe ahorrarse esfuerzos en perfeccionar su capacidad expresiva a través de la lectura penetrante de grandes autores, el estudio de buenos libros de estilo, la tenacidad en la corrección y mejora de los propios escritos y alocuciones.



ü  Prestar atención a la articulación interna de una conferencia o de un artículo. Una conferencia debe seguir un ritmo distinto al de un artículo periodístico o una crónica. En éstos suele indicarse al principio lo más llamativo, a fin de que el apresurado lector prenda la atención y prosiga la lectura. Los conferenciantes, por su parte, comienzan a hablar con la seguridad de que los oyentes seguirán el hilo del discurso hasta el final. Esto les permite plantear el tema serenamente y desarrollarlo de tal modo que vaya adquiriendo una creciente complejidad e interés, al modo como sucede en las composiciones musicales barrocas, que en los últimos compases intensifican su expresividad de forma emotiva. Cuanto más se domine la técnica propia de estas formas de comunicación, mejor se trasmite el propio pensamiento y más se facilita al destinatario la labor de asumirlo activamente. Por eso conviene sobremanera "tener oficio", como suele decirse.



ü  Es decisivo ir a lo esencial desde el principio y articular bien el discurso. Antes de empezar a comunicar algo, el líder debe analizar el tema punto por punto, sobrevolarlo para descubrir su articulación interna, determinar cuáles son sus aspectos más importantes y esbozar un modo de exponerlos adecuado a los destinatarios y al tiempo disponible. Si el oyente no capta desde el primer momento qué sentido tiene cuanto empieza a oír, se ve desconectado y necesita realizar un esfuerzo especial para seguir la marcha de la alocución. Cuando, desde el comienzo, es introducido en una cuestión importante, que se va desgranando ante sus ojos de forma coherente, bien articulada, de modo que una idea se conecta con otra en una sucesión bien trabada, se adentra en el asunto, lo piensa creativamente y no siente el peso del tiempo. Con ello supera de raíz el aburrimiento.


ü  En cambio, una exposición que se limita a yuxtaponer ideas, sin dejar al descubierto su mutua vinculación, resulta tediosa al oyente, porque éste no puede sobrevolar el conjunto, verlo de un golpe de vista, al ser instado a prestar una atención independiente a multitud de ideas. Por haber tenido que realizar muchos actos de atención, desconectados entre sí, va viviendo múltiples instantes temporales. Al cabo de un rato, tiene la impresión de que la actividad realizada ha durado mucho tiempo. De ahí la importancia de ordenar bien los pensamientos, de modo que cada uno lleve al siguiente, y éste pida al que le sigue, y todos se complementen y clarifiquen entre sí. Merced a esta coherencia interna, el oyente puede captar en cada momento el sentido de lo que se está diciendo y la función que ejerce en la marcha del conjunto.


ü  Cuando hayamos de preparar algún tipo de alocución -clase, conferencia, homilía, presentación de un libro...-, hemos de pensar que no basta rellenar el tiempo con palabras, por significativas que sean y por bien que las declamemos. Necesitamos un hilo conductor, una idea-madre que dé sentido, orden y ritmo interno al conjunto. Si, además, procuramos abordar el tema desde el principio, tal vez relatando una anécdota pertinente o citando una frase certera de algún personaje célebre, suscitamos el interés del oyente y prendemos su atención.


ü  La exposición de los temas ha de hacerse con vigor interno, como si uno los estuviera descubriendo por primera vez. Es indispensable evitar que lo dicho suene a consabido, pues ello induce a los oyentes a distraerse. Resulta desaconsejable repetir rutinariamente frases hechas, por muy ricas de contenido y de alto abolengo que sean. Si queremos que el oyente se vea movido a convertirlas en vida interior, introduciéndose personalmente en el mundo espiritual que sugieren, debemos pronunciarlas "en estado naciente", como si estuvieran brotando para expresar el aspecto de la vida que deseamos promover. Por mucho que debamos repetir una idea -en las clases, en la catequesis, en las homilías, en los escritos...-, hemos de darles un sabor de pan recién hecho, al modo como los buenos actores jamás repiten su papel; lo crean siempre de nuevo. Ese carácter originario de cuanto se dice apela al oyente, que lo siente como nacido para nutrir su capacidad creadora. Esta vivacidad creativa se consigue cuando uno procura ahondar un día y otro en los temas que debe luego transmitir.
Si tienen en cuenta estas recomendaciones, los líderes verán multiplicada su eficacia, aunque no sean especialmente brillantes. En definitiva, lo verdaderamente persuasivo no es tanto la elocuencia del comunicador, sino la fuerza de convicción que encierran las claves de orientación que ofrece, la riqueza de las realidades que pone al descubierto, la excelencia de los acontecimientos que describe. Es la fuerza persuasiva de la verdad.