Habilidades del líder


por D. Alfonso López Quintás


Si queremos ejercer un liderazgo de modo eficaz debemos crear equipos de trabajo y preparar debidamente a sus miembros para desempeñar el papel de mediadores o transmisores.

La realización de esta decisiva tarea exige dos habilidades básicas:

·        1ª) Formar escuela, es decir: saber elegir las personas idóneas y formarlas adecuadamente para que constituyan un equipo de colaboradores.
El líder no puede desempeñar cabalmente su función si no cuenta con personas capacitadas para comunicar con fuerza persuasiva la quintaesencia de su pensamiento y su método. La tarea investigadora que ha de realizar exige mucho tiempo y concentración. Por eso necesita delegar en colaboradores eficaces las tareas de organización y difusión.

El buen líder no se siente obligado a realizar todas las tareas que implica su función de guía. Ésta comienza por descubrir claves de orientación de la vida y sigue por la selección de colaboradores y la promoción de los mismos a puestos de responsabilidad. El líder orienta y anima, procura descubrir nuevos talentos y los insta a prepararse para realizar una fecunda labor de liderazgo. Esta labor promotora de nuevos líderes es característica del llamado “líder transformacional”, que no intenta atraer hacia sí a una multitud de seguidores, sino orientarlos hacia el verdadero ideal. Se trata, por tanto, de un liderazgo compartido, impulsado por la participación generosa de todos en valores elevados, no por el afán de satisfacer algún interés propio, como sucede con el “liderazgo transaccional”. Un dirigente que se atiene a la situación en que se halla y no siente preocupación por mejorarla puede ser un buen administrador o gestor, pero no será un líder, función que debe ir adherida a todo cargo de responsabilidad.

 La dificultad que entrañan tales cargos es hoy mayor que nunca, debido a la complejidad de la vida actual y a la multitud de posibilidades nuevas que alberga y de riesgos que implica. Tanto más necesario es para todo responsable disponer de líderes de mediación que trasmitan y potencien su capacidad orientadora.

·         2ª) Practicar el arte de expresarse de modo persuasivo, es decir: poseer destreza en el arte de comunicar ideas, suscitar sentimientos y movilizar voluntades.
Cada una de las actividades propias del líder tiene sus reglas propias, que conviene no desatender. Por lo que toca a las reglas de la comunicación, disponemos actualmente de diversos libros de estilo que las exponen certeramente y ofrecen claves para aplicarlas en la práctica. Me limitaré, por ello, a hacer algunas precisiones -a mi entender, muy eficaces- sobre la didáctica de la comunicación.


ü  Para expresar el pensamiento de forma clara y persuasiva, es necesario redactar con precisión. Si a ello se une cierta elegancia de estilo, los conceptos expresados ganan un peculiar atractivo. El líder no debe ahorrarse esfuerzos en perfeccionar su capacidad expresiva a través de la lectura penetrante de grandes autores, el estudio de buenos libros de estilo, la tenacidad en la corrección y mejora de los propios escritos y alocuciones.



ü  Prestar atención a la articulación interna de una conferencia o de un artículo. Una conferencia debe seguir un ritmo distinto al de un artículo periodístico o una crónica. En éstos suele indicarse al principio lo más llamativo, a fin de que el apresurado lector prenda la atención y prosiga la lectura. Los conferenciantes, por su parte, comienzan a hablar con la seguridad de que los oyentes seguirán el hilo del discurso hasta el final. Esto les permite plantear el tema serenamente y desarrollarlo de tal modo que vaya adquiriendo una creciente complejidad e interés, al modo como sucede en las composiciones musicales barrocas, que en los últimos compases intensifican su expresividad de forma emotiva. Cuanto más se domine la técnica propia de estas formas de comunicación, mejor se trasmite el propio pensamiento y más se facilita al destinatario la labor de asumirlo activamente. Por eso conviene sobremanera "tener oficio", como suele decirse.



ü  Es decisivo ir a lo esencial desde el principio y articular bien el discurso. Antes de empezar a comunicar algo, el líder debe analizar el tema punto por punto, sobrevolarlo para descubrir su articulación interna, determinar cuáles son sus aspectos más importantes y esbozar un modo de exponerlos adecuado a los destinatarios y al tiempo disponible. Si el oyente no capta desde el primer momento qué sentido tiene cuanto empieza a oír, se ve desconectado y necesita realizar un esfuerzo especial para seguir la marcha de la alocución. Cuando, desde el comienzo, es introducido en una cuestión importante, que se va desgranando ante sus ojos de forma coherente, bien articulada, de modo que una idea se conecta con otra en una sucesión bien trabada, se adentra en el asunto, lo piensa creativamente y no siente el peso del tiempo. Con ello supera de raíz el aburrimiento.


ü  En cambio, una exposición que se limita a yuxtaponer ideas, sin dejar al descubierto su mutua vinculación, resulta tediosa al oyente, porque éste no puede sobrevolar el conjunto, verlo de un golpe de vista, al ser instado a prestar una atención independiente a multitud de ideas. Por haber tenido que realizar muchos actos de atención, desconectados entre sí, va viviendo múltiples instantes temporales. Al cabo de un rato, tiene la impresión de que la actividad realizada ha durado mucho tiempo. De ahí la importancia de ordenar bien los pensamientos, de modo que cada uno lleve al siguiente, y éste pida al que le sigue, y todos se complementen y clarifiquen entre sí. Merced a esta coherencia interna, el oyente puede captar en cada momento el sentido de lo que se está diciendo y la función que ejerce en la marcha del conjunto.


ü  Cuando hayamos de preparar algún tipo de alocución -clase, conferencia, homilía, presentación de un libro...-, hemos de pensar que no basta rellenar el tiempo con palabras, por significativas que sean y por bien que las declamemos. Necesitamos un hilo conductor, una idea-madre que dé sentido, orden y ritmo interno al conjunto. Si, además, procuramos abordar el tema desde el principio, tal vez relatando una anécdota pertinente o citando una frase certera de algún personaje célebre, suscitamos el interés del oyente y prendemos su atención.


ü  La exposición de los temas ha de hacerse con vigor interno, como si uno los estuviera descubriendo por primera vez. Es indispensable evitar que lo dicho suene a consabido, pues ello induce a los oyentes a distraerse. Resulta desaconsejable repetir rutinariamente frases hechas, por muy ricas de contenido y de alto abolengo que sean. Si queremos que el oyente se vea movido a convertirlas en vida interior, introduciéndose personalmente en el mundo espiritual que sugieren, debemos pronunciarlas "en estado naciente", como si estuvieran brotando para expresar el aspecto de la vida que deseamos promover. Por mucho que debamos repetir una idea -en las clases, en la catequesis, en las homilías, en los escritos...-, hemos de darles un sabor de pan recién hecho, al modo como los buenos actores jamás repiten su papel; lo crean siempre de nuevo. Ese carácter originario de cuanto se dice apela al oyente, que lo siente como nacido para nutrir su capacidad creadora. Esta vivacidad creativa se consigue cuando uno procura ahondar un día y otro en los temas que debe luego transmitir.
Si tienen en cuenta estas recomendaciones, los líderes verán multiplicada su eficacia, aunque no sean especialmente brillantes. En definitiva, lo verdaderamente persuasivo no es tanto la elocuencia del comunicador, sino la fuerza de convicción que encierran las claves de orientación que ofrece, la riqueza de las realidades que pone al descubierto, la excelencia de los acontecimientos que describe. Es la fuerza persuasiva de la verdad.