Presentación: Líderes y Liderazgo



Texto de la Conferencia pronunciada por el Cardenal Chileno Jorge Medina
en el Seminario sobre el liderazgo,
realizado en la Escuela Militar del Libertador Bernardo 0'Higgins
31 de agosto de 2006.

Publicado en:
Humanitas, Revista de Antropología y Cultura Cistiana de la Universidad Católica de Chile


La palabra "liderazgo" proviene de la expresión inglesa "leader", derivada del verbo "to lead". Estas palabras se relacionan con "primacía", "delantera" y con las acciones de "conducir", "llevar de la mano" y "dirigir a otro". Supongo que la palabra inglesa tiene alguna relación con el verbo alemán "leiten" cuyo significado es precisamente "conducir".

Si bien la palabra "liderazgo" es vecina a "autoridad" y "jefatura" no creo que se la pueda calificar de sinónimo de ellas porque el "liderazgo" implica características que no siempre se realizan en lo que constituye la autoridad. Tampoco el liderazgo es sinónimo de "influencia", porque si bien el líder es sin duda alguien que tiene influencia, y ciertamente no pequeña, no toda persona influyente merece el calificativo de líder.

Aunque no se puede prescindir de las connotaciones etimológicas de la expresión "liderazgo", pienso que se obtiene una mejor aproximación a su contenido por la vía inductiva, es decir a través de ejemplos concretos de personas que tuvieron indiscutible liderazgo, lo ejercitaron y la historia se lo ha reconocido.

Como soy un servidor de la Iglesia, a nadie extrañará que tome varios ejemplos de liderazgo precisamente de la historia de la Iglesia, sin dejar de señalar algunos de otros campos. Y como no soy historiador de profesión, es posible que no todas las personas que me escuchan coincidan exactamente con la calificación que doy a mis ejemplos.

El primer ejemplo de liderazgo que les propongo es el de Jesús de Nazareth, para nosotros, cristianos, el Hijo eterno de Dios que asumió una naturaleza humana en el seno de su madre, la Virgen María. Aún quien no participe de la fe cristiana y católica, no tendrá dificultad en reconocer a Jesús como uno de los líderes más vigoroso e influyentes de la historia. Jesús tuvo un extraordinario poder de convocatoria, una capacidad de formar un grupo de discípulos cuya adhesión llegaría incluso a que dieran sus vidas por la persona y los ideales del Maestro. Es cierto que, a la luz de la fe, el liderazgo de Jesús no se puede explicar sino teniendo en cuenta factores sobrenaturales que muestran el ejercicio del poder de Dios, pero es posible, sin embargo, anotar características de la personalidad histórica de Jesús que explican su liderazgo. Y anotaría. como primera característica suya su intransable amor a la verdad. Nada más ajeno a Jesús que la falsedad, la mentira, la ambigüedad o la posposición de la verdad a la consecución de ventajas personales. La verdad se proyecta en coherencia, en linealidad y en valentía: Jesús sabe a qué se expone afirmando los valores evangélicos, pero no transige ni busca escapatorias cómodas. Su muerte, fruto de odios y cobardías, no destruye su proyecto, al contra­rio, lo rubrica en forma tal que la fe en su resurrección alentará a sus discípulos a lo largo de milenios para seguir poniendo por obra la doctrina y los encargos de Jesús. El liderazgo de Jesús se expresa como un servicio. El se autodefine como un servidor, como quien está al servicio de los otros y nunca como quien quiere aprovecharse de los demás en beneficio propio. Y señalaría aún como elemento de relieve en el liderazgo de Jesús su altura moral. Nada hubo en Él que no pudiera presentarse como ejemplo acabado de la más auténtica humanidad. Fue laborioso, modesto, leal, misericordioso, comprensivo, paciente, claro, sufrido, exigente, pacífico y capaz de contradecir cualquier postura que fuera inconciliable con la verdad. Para nosotros, cristianos, Jesús es mucho más que un líder: es nuestro Salvador, con todo lo que implica este denso concepto religioso.

Pondría como un segundo ejemplo de liderazgo religioso a San Francisco de Asís. En medio de las turbulencias y violencias de su época, renuncia a todo empleo de la fuerza y se reviste de las armas de la pobreza, de la mansedumbre para lanzar un poderoso movimiento de revitalización del cristianismo, caracterizado por una profunda espiritualidad cuya fuerza estribaría precisamente en lo que los poderosos de este mundo consideraban ineficaz o irrelevante. La figura de Francisco sigue conservando, después de ocho siglos, un potente magnetismo y un innegable liderazgo. Su perfil es todo de mansedumbre, de coherencia y de una inquebrantable fe en el poder de la bondad y de la verdad.

En el campo político y femenino, me parece destacable el liderazgo de la reina Isabel la Católica. Episodios como su protección a Colón, su entereza para exigir la sumisión de las Órdenes Militares, su coraje en el asalto final a Granada, la muestran como un ejemplo de liderazgo que la hizo acreedora a ser reconocida como "la más reina de las mujeres y la más mujer de las reinas".

Siempre en el campo político y militar creo que es justo reconocer como un líder a Napoleón Bonaparte, genio no solo en la conducción de batallas y guerras, sino en el campo de la organización política y jurídica de Francia. No cabe duda de que Napoleón tuvo el carisma de entusiasmar en favor de su causa y se podría decir, de "electrizar" al pueblo francés. No todo en él es límpido ni todas sus actuaciones merecen aprobación y aplauso: cometió grandes errores y se dejó arrastrar a situa­ciones reprobables e innobles, pero es un hecho de que tuvo capacidad para conducir y para hacerse seguir. Junto a él hubo, entre otros, dos personajes de muchísima influencia: Talleyrand-Périgord y Fouché, pero de ninguno de los dos podría decirse que tuvieran liderazgo.


Sería de provecho recorrer figuras líderes en la antigüedad, pero ello debería ser hecho por historiadores competentes. ¿Qué tipo de liderazgo tuvieron, por ejemplo, Julio César, Constantino, Carlomagno, Gengis Khan o Tamerlán?

En tiempos recientes se podrían evocar las figuras de Lenin y de Hitler. No creo que pueda dudarse que tuvieron un cierto liderazgo, si bien apoyado por un feroz mecanismo represivo. Estos dos ejemplos, sobre los que tanto se ha escrito, muestran un aspecto que se comprueba en ciertos liderazgos, y es que la capacidad de conducción puede ser ejercitada en forma negativa, a través de medios y estrategias reprobables y en abierta contradicción con lo que postula el respeto a los derechos inalienables de la persona humana. Así pues, no todo liderazgo conduce a resultados moralmente aceptables ni desemboca en el auténtico bien común de la sociedad.

En este momento puede hacerse una consideración acerca de los conceptos de liderazgo - autoridad e - influencia. Parece claro que no todo titular de una autoridad legítima tiene, por ese mismo hecho, calidad de líder. Por otra parte, quien tiene capacidad, de liderazgo, no tiene por ese mismo hecho una autoridad jurídica. Pero también pueden coincidir en una persona autoridad y liderazgo, y en tal caso la capacidad de conducción resulta reforzada. Quien posee liderazgo tiene, por lo mismo, un grado de influencia que deriva de su calidad de líder y no de la posesión de una autoridad jurídica. Pero puede poseerse influencia sin tener las características de un líder. Algunos ejemplos podrían ayudar a percibir mejor lo que queda dicho. Creo que los Cardenales Richelieu y Mazarino tuvieron autoridad e influencia, pero no liderazgo. Pienso que el rey Luis XVI tuvo, en su momento, autoridad, pero ciertamente ningún liderazgo y poquísima influencia. Estimo que Jerónimo Savonarola tuvo muchísima influencia y liderazgo, pero no autoridad.

Como se ve, he evitado poner ejemplos de personas que aún viven, sea porque el juicio de la historia requiere tiempo para decantarse y disipar la deformación de la inmediatez, de la publicidad - positiva o negativa - y para soslayar juicios que pueden herir a quienes estén aun en esta tierra.

¿Cuáles son las características de una persona que posee liderazgo?

Debo decir, ante todo, que estoy pensando en quien puede ostentar un liderazgo auténtico, es decir conducente al bien común, y no a quien posee una capacidad de dirección que desemboca en decisiones u opciones que están reñidas con los intere­ses y valores genuinos de las personas, con el derecho natural y con el respeto debido a la dignidad de todo ser humano. Así es que dejo a un lado modelos de liderazgo que han conducido a opciones aberrantes y que han cristalizado en tiranías. Omito también la consideración y juicio de ciertos liderazgos que tienen perfiles de desequilibrios psicológicos rayanos en patologías. No me siento en condiciones de analizar el tipo de relación que engendra un Gurú con sus discípulos, y que toma a veces forma concreta de una absorción de la personalidad del seguidor, que termina por ser un eco o una sombra del maestro.

Con temor y procurando ser modesto, voy a tratar de hacer un elenco tentativo de las calidades que caracterizan a quien posee un auténtico liderazgo, advirtiendo desde luego que dichas características pueden encontrarse en diversa medida y que alguna puede presentarse con cierta debilidad o falencia, sin que por ello sea legítimo descalificar totalmente al líder.

Un auténtico líder:

Es una persona de convicciones firmes, basadas en un equipaje conceptual correcto.

Ama la verdad, la busca, y no teme reconocer sus propios errores.

Jamás tiene un doble discurso: uno delante del interlocutor y otro detrás de él.

Es leal con sus seguidores y es capaz de decirles la verdad cuando les resulta grata y también cuando les puede desagradar.

Es coherente, o al menos trata de serlo, entre lo que dice y lo que hace.

Es respetuoso de sus seguidores, de modo que cuando alguno se aleja de él no por ello lo descalifica o borra del horizonte.

No busca sus propios intereses, sino el bien común, y nunca se deja llevar por el falso criterio de que una finalidad justa puede obtenerse por cualquier medio. Demuestra disposición para acoger críticas u observaciones, sin dar la impresión de que es poseedor absoluto de la verdad.

Procura tener informaciones amplias y no dejarse llevar por primeras impresiones o por influencias interesadas.

Se cuida de los aduladores y halagadores.

Ejercita la autocrítica, y pide ayuda para hacerla objetivamente.

Pide consejo a personas de criterio bueno y desinteresado.

Si es irascible, evita tomar decisiones en momentos de irritación u ofuscación,

Si es cristiano, tiene siempre presente el ejemplo, de Jesús, lee sus palabras en los Santos Evangelios, y siempre recuerda que Él es el Gran Conductor.

No toma decisiones por simpatías o antipatías, sino por razones fundadas y obje­tivas y atendiendo a los méritos de las personas.

Ciertamente en el liderazgo hay un factor muy difícil de describir que es el "magnetismo" de la personalidad, una corriente de simpatía y de sintonía que nace muchas veces de la similitud de concepciones, de cultura, de valores y de intereses. Pero ese "magnetismo" puede derivar en peligrosas distorsiones, como son el egocentrismo, la autosuficiencia, la aceptación de las adulaciones, la falta de autocrítica, la exigencia de adhesiones absolutas, el error de pensar que nunca cambiarán las circunstancias o la engañosa seguridad de que los adherentes de hoy lo serán igualmente mañana. El liderazgo es riesgoso y frágil y el único modo de que perdure es un autocontrol que permita anticiparse al desgaste que sufren todas las cosas humanas, y especialmente el poder.


Si ha habido en la historia ejemplos reconfortantes de liderazgos ejercitados para el bien y con rectitud, no faltan aquellos en que los líderes, sintiéndose equivocadamente, árbitros supremos del bien y del mal han acarreado a la sociedad ingentes males y trágicas consecuencias. La estructura psicológica y emocional del liderazgo no lo pone automáticamente a salvo de cometer errores ni de tomar opciones equivocadas. Por eso es imprescindible que la persona que tiene condi­ciones de liderazgo sepa admitir que hay instancias superiores a él y principios de los cuales no puede dispensarse, so pena de caer en actitudes aberrantes que redundan en grave perjuicio de quienes lo siguen e incluso en desmedro propio.

Séame permitido terminar estas reflexiones con una afirmación que estimo fundada e imprescindible: todo liderazgo, para ser constructivo y fecundo necesita una base espiritual, una mirada hacia Dios y una convicción profunda de que los dones que Él nos otorga son para servir y no para ser servidos ni para servirnos de los demás. Quien conduce o aspira a conducir debe ser consciente de que hay principios de los que no puede disponer a su amaño, y de cuyo respeto habrá de rendir cuentas a filien le confió la posibilidad y la noble tarea de conducir. Esto vale de toda autoridad, de quien dispone de cualquier tipo de influencia y, en especial, de quien está dota­do de capacidades de liderazgo.