Consideraciones en torno a la sensibilidad espiritual de don Bosco




por P. Aldo Giraudo sdb

Don Bosco es un escritor muy prolífico. Aunque no es considerado un "autor espiritual", en el sentido específico del término. Entre la gran cantidad y variedad de sus obras y de sus escritos no encontramos textos análogos a los testimonios autobiográficos de Santa Teresa de Ávila, de San Juan de la Cruz o de Teresa de Lisieux. Tampoco él ha compuesto tratados o manuales de vida espiritual similares a los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, al “Combate Espiritual” de Lorenzo Scupoli, o la Introducción a la vida devota de San Francisco de Sales o al Ejercicio de perfección y virtud cristianas de Alonso Rodríguez o las obritas ascéticas de San Alfonso María de Ligorio.

Pero también de muy cierto que don Bosco, educador cristiano de la juventud, fundador de familias de consagrados y consagradas, fue un hombre de una profunda vida interior y una verdadera guía espiritual. Lo reconocen aquellos por él formados. Lo demuestra el vasto vivaz florecimiento de santidad salesiana en el tiempo.

En verdad él nos ha dejado un testimonio abundante de sus enseñanzas espirituales esparcidas en numerosos escritos y documentada en las memorias recogidas por sus discípulos. Por este motivo puede ser considerado un "maestro de vida espiritual" en el sentido específico de la palabra: por la fecundísima acción de formador de santos, como director espiritual de comunidades e individuos, como fundador de congregaciones,  como iniciador de un movimiento histórico que tiene rasgos inconfundibles, que se configuran como una fecunda escuela e santidad cristiana.

Por tanto, me parece oportuno ofrece algunas consideraciones que puedan ayudar a comprender la espiritualidad de don Bosco en este tiempo de preparación al Bicentenario del nacimiento de nuestro Padre.


1. En el ámbito de la historia de la espiritualidad, si comparamos los rasgos que definen su magisterio y su praxis con aquellos de otras escuelas espirituales, descubrimos indudables sintonías con las enseñanzas de San Francisco de Sales, encontramos también sustanciales elementos asimilados a través de la escuela de San José Cafasso, de la moral y ascética de San Alfonso María Ligorio, de la espiritualidad clásica, de la literatura jesuítica. En su apostolado, y especialmente en la luminosa y familiar caridad hacia los jóvenes, se entrevén muchos puntos del contacto con San Felipe Neri y otros santos educadores de la Reforma Católica.

Aún así don Bosco permanece inconfundible. Es verdad que, a través de la introducción a la vida devota y a los Tratados Espirituales, Francisco de Sales le transmite, reelaborada, la sustancia de la espiritualidad italiana del Humanismo devoto, que enfatiza la belleza de la piedad, que surge del gozo espiritual; mantiene el equilibrio entre voluntad humana y gracia; ama simplificar las prácticas para ponerlas al alcance de las personas más comunes. La escuela espiritual italiana entre 1500 y 1600 tiene también un planteamiento combativo, que deriva de la conciencia de la presencia en el corazón del hombre de una "doble ley", por lo que anima a la "lucha espiritual", al ejercicio de la mortificación de los sentidos, de la oración y de la práctica sacramental, pero con una perspectiva de crecimiento virtuoso y gozoso (no en el sentido medieval del desprecio del mundo). Como Francisco de Sales, don Bosco mira con optimismo esta lucha con la certeza de la victoria, por su fe en el poder de la gracia santificadora, por la eficacia de la sangre de Cristo que fecunda el esfuerzo humano y hace posibles caminos de santidad a todos, también a los pequeños, a los jóvenes, a los últimos.

Es este uno de sus rasgos espirituales característicos: a la vida virtuosa y a la santidad son llamados también los jóvenes, los adolescentes. En consideración a la estructura psicológica de estos, él tiene en cuenta las pequeñas cosas, confiere mayor importancia a la mortificación interior que a aquellas corporal; insiste en la alegría del corazón y en la afectividad en la piedad; insiste en la unificación de una vida de oración y de acción; educa en el espíritu de adaptación y conciliación, sin renunciar nunca a la totalidad de su don a Dios. Sobretodo abre horizontes de sentido, terrenos y metafísicos, fascinantes y estimulantes.


2. En don Bosco el "darse a Dios", sugerido con insistencia a los jóvenes, no coincide simplemente con la tradicional llamada a la conversión de los predicadores de su tiempo ("Aquel que retrasa su conversión corre el gran peligro que le falte el tiempo, la gracia o la voluntad" y se arriesga a la condenación eterna: lo había escuchado de joven en Buttigliera). A pesar de las preferencias de su tiempo, en él la exhortación adquiere un tono luminoso: es invitación a abrirse con generosidad a la primacía del amor divino, a ofrecer la propia vida a Dios sin condiciones y con un arrebato amoroso, superando cualquier apego y repliegue, cruzando el umbral de los pequeños horizontes e intereses. Se trata sustancialmente de ayudar a cada a uno a apropiarse, de manera plena y definitiva, de los promesas bautismales, de actualizarlas, es decir, a realizar el bautismo en la propia condición del joven o del adolescente como estilo de vida, en una secuela enamorada, incondicional y entusiasta de Cristo; a poner alegre y operativamente a Dios en el centro de lo vivido, de los pensamientos, de los afectos y de los intereses; y dejarse transfigurar por su Espíritu.

Nuestro santo Fundador Bosco está convencido que de este paso fundamental promueve un potente dinamismo interior: el único capaz de despertar las energías más profundas de cada uno, de madurar personas plenas y serenas, de producir en lo cotidiano frutos espirituales fecundos, de poner en marcha caminos de purificación y de construcción virtuosa, de abrir a la santidad operativa; es decir a una vivencia cristiana integral y alegre que se expresa en el ejercicio práctico habitual de la fe y la caridad, en la Unión con Dios, en la fidelidad indiscutible de los compromisos adquiridos y a los deberes del propio estado, en unas vivencias ferviente, gozosos en relaciones humanas fecundas y en una tensión ardiente al cumplimiento perfecto en Dios de la "bendita esperanza".


3. Como podemos constatar en la vida de don Bosco, en su humanidad y en la experiencia de aquellos que a él fueron confinados, la consecuencia de esta elección es la progresiva maduración de la personalidad simpática y robusta, con connotaciones de libertad de espíritu, de fidelidad, de la observancia obediente y alegre, de la fortaleza de ánimo en los momentos de adversidad, de la acción operativa proactiva, de la capacidad de ver a lo lejos, de mirar más allá; permeados de bondad y amabilidad afectuosa; propensa al servicio oblativo al prójimo.

Todo esto es también fruto de un acompañamiento, de una educación en la conciencia y la acogida de uno mismo (sin escrúpulos ni congojas), de la formación a la superación e di mismo a través de un compromiso constante - combativo y dulce a la vez-, de oblatividad  y servicio al prójimo, de equilibrada mortificación de los sentidos, de purificación del corazón y de ejercicio de la virtud. Es el resultado de una mistagogía (1) espiritual capaz de introducir a la oración, de cuidar la interioridad afectuosa con Dios, de formar un planteamiento progresivo de gozosa obediencia a la voluntad divina que se traduzca también en un humilde testimonio evangélico, en intensidad apostólica, en compromiso vocacional al servicio de la Iglesia y de la sociedad.

Por tanto, desde este punto de vista, en don Bosco tenemos más una ascética que una mística, a pesar de que el dinamismo central viene dado por el amor de Dios puesta en práctica; aún si el tipo de piedad, de devoción, que él promueve está caracterizado por una perfecta unificación de la acción y la contemplación. Y no podía ser de otra manera dado su carácter contemplativo en la acción y de apóstol de la contemporaneidad, dado su propósito de querer ser sal y luz, levadura evangélica en la ciudad terrena con la perspectiva puesta en la ciudad celeste.


4. Son rasgos inconfundibles de don Bosco,  el "servite Domino in laetitia” (servir con alegría); la insistencia sobre la centralidad de la obediencia como vía de perfecta conformación a Cristo en la donación de uno mismo; el acento puesto en la "bella virtud", la virtud de la castidad, pivote de la maduración humana y cristiana, vía para alcanzar un equilibrio general de los afectos y una intimidad amorosa y veraz con Dios, amado sobre todas las cosas; la valorización pedagógica de los sacramentos;  la promoción de una forma de devoción mariana inseparable de la orientación interior decidida hacia la perfección virtuosa en la correspondencia activa en el trabajo de la gracia, en el celo por la gloria de Dios, en el espíritu de la oración, en el ejercicio de la virtud cotidiana, en el fervor eucarístico y apostólico: una devoción mariana capaz de encender en el corazón de los jóvenes el anhelo de la más alta perfección, como escribía don Caviglia.
Aquí se coloca también la insistencia sobre la frecuencia sacramental y sobre la tarea del confesor-educador, del amigo del alma que - ganada la confianza y la confidencia del joven - enseña el arte del examen de conciencia, forma en la contrición perfecta, estimula el propósito eficaz, guía sobre los senderos de la purificación y de los ejercicios virtuosos, introduce en el gusto por la oración y en la práctica de la presencia de Dios, enseña las vías para una comunión fecunda con el Cristo eucarístico. Confesión y comunión frecuente están íntimamente ligadas a la pedagogía espiritual de don Bosco. Con la confesión asidua y guiar se promueve la vida "en gracia de Dios" y se alimenta la tensión virtuosa que permite acercarse en un modo siempre más "digno" a la comunión frecuente; al mismo tiempo se crean las condiciones para que a través de la comunión eucarística Dios pueda tomar "posesión" del corazón de manera definitiva, para que la gracia encuentre las condiciones interiores ideales que permitan de obrar eficazmente, transformar y santificar.

Estos rasgos impregnan todo el magisterio espiritual de don Bosco. También la espiritualidad del religioso y de la religiosa salesiana está embebida de ella: la decidida entrega de uno mismo a Dios propuesta a los jóvenes asume, en la consagración religiosa, un movimiento más radical, total, que acentúa el primado absoluto de Dios y las exigencias operativas de una secuela incondicional expresada con la profesión de los votos, de una voluntad de conformarse al Cristo ofrecido e inmolado.



(1)      MISTAGOGÍA: Del gr. myst: misterio, oculto: y agein: guiar, conducir. Se refiere a todo lo ayuda a conducir al misterio. Los Padres de la Iglesia en sus explicaciones al pueblo cristiano hablaban de mistagogía. Esta palabra griega significa literalmente: conducción de los iniciados hacia el misterio. La Iglesia reconoce que lo realizado en Jesús es un misterio, es decir, una realidad divina, concreta, con una fuerza permanente que se expande hasta hoy, una realidad de la que nosotros podemos participar hoy, ahora, aquí. Por eso se nos anuncia en la liturgia. Debemos entrar en ella. La Sagrada Escritura, proclamada en la asamblea del pueblo de Dios, nos lleva hacia esas realidades. Los pastores de la Iglesia se han preocupado de explicar la Sagrada Escritura de forma que toda la asamblea santa pudiera entrar en el interior de esas realidades salvadoras y presentes. Todo esto se llama mistagogía.