Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate






Gaudete et exsultate (Alegraos y regocijaos) fue firmada el día 19 de marzo de 2018 (fiesta de San José) Lleva por subtítulo "Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual".
Los dos primeros párrafos, a modo de introducción, explican la cita bíblica (Mt 5, 12) que da nombre a la exhortación, y muestran la intención del papa a la hora de redactarla: "Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades".

Se desarrolla en 5 capítulos:
I   El Llamado a la santidad
II  Dos sutiles enemigos de la santidad
III A la luz del maestro
IV  Algunas notas de la santidad en el mundo actual
V   Combate, vigilancia y discernimiento

A lo largo de este documento de 177 párrafos, el papa nos invita a ser santos hoy y para ello nos da los siguientes consejos:

1. Los santos que ya han llegado a la presencia de Dios mantienen con nosotros lazos de amor y comunión; ellos nos alientan y acompañan. Pero no se trata de desalentarse cuando uno contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables. La santidad es para todos. ¿Consagrados y consagradas?:Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado?: Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa… ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales.

2. En la Iglesia, santa y compuesta de pecadores, se encuentra todo lo que necesitamos para crecer hacia la santidad.

3. La Santidad no es pasividad. La actividad también santifica. Tu identificación con Cristo implica el empeño por construir el reino de amor, justicia y paz para todos. No es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio. Todo puede ser integrado.

4. Hay dos enemigos sutiles de la santidad que pueden desviarnos del camino: el gnosticismo y el pelagianismo. Son dos herejías que surgieron en los primeros siglos cristianos, pero que siguen teniendo alarmante actualidad. Aun hoy los corazones de muchos cristianos, quizá sin darse cuenta, se dejan seducir por estas propuestas engañosas. En ellas se expresa un inmanentismo antropocéntrico disfrazado de verdad católica.
El gnosticismo cree que la salvación está reservada a unos pocos iluminados que tienen el conocimiento de los misterios de Dios. Es una ideología elitista, subjetivista, cerrada y clausurada dentro de un esquema que exalta indebidamente el conocimiento; en cambio la doctrina católica nos muestra un Dios que sale al encuentro del hombre para derramar su misericordia sobre todos, sabios e ignorantes, justos y pecadores.
Por su parte, el monje Pelagio, que vivió en el siglo IV, negaba el pecado original y afirmaba que la gracia divina no era necesaria, ni gratuita, sino que el sólo esfuerzo de la voluntad humana nos merecía la salvación.
Cuando se olvida que la Iglesia enseñó siempre que no somos justificados por nuestras obras o esfuerzos sino por la gracia de Dios, revivimos las antiguas herejías gnósticas y pelagianas.

5. Ser un buen cristiano significa seguir las Bienaventuranzas, que son el carnet de identidad del cristiano. Bienaventurado (feliz) pasa a ser sinónimo de santo, porque expresa que la persona que es fiel a Dios y vive su Palabra alcanza, en la entrega de sí, la verdadera dicha.

6. Para ser santo hay que ir contracorriente, apoyándose en el Espíritu Santo para vivir el mensaje de Jesús, porque, aunque Su mensaje es atractivo, en realidad el mundo nos lleva hacia otro estilo de vida.

7. Un santo soporta los defectos de los demás. En el número 72 el Papa Francisco explica que para santa Teresa de Lisieux, la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, sin escandalizarse de sus debilidades.

8. Un santo es humilde y sencillo.

9. Un santo defiende a los indefensos y es misericordioso. Cuando encuentro a una persona durmiendo a la intemperie, en una noche fría, puedo sentir que ese bulto es un imprevisto que me interrumpe, un delincuente ocioso, un estorbo en mi camino, un aguijón molesto para mi conciencia, un problema que deben resolver los políticos, y quizá hasta una basura que ensucia el espacio público. O puedo reaccionar desde la fe y la caridad, y reconocer en él a un ser humano con mi misma dignidad, a una criatura infinitamente amada por el Padre. ¡Eso es ser cristianos! Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia. El consumismo hedonista puede jugarnos una mala pasada. También el consumo de información superficial y las formas de comunicación rápida y virtual pueden ser un factor de atontamiento que se lleva todo nuestro tiempo y nos aleja de la carne sufriente de los hermanos.

10. Podríamos pensar que damos gloria a Dios solo con el culto y la oración, o cumpliendo algunas normas éticas, y olvidamos que el criterio para evaluar nuestra vida es ante todo lo que hicimos con los demás. La oración es preciosa si alimenta una entrega cotidiana de amor.

11. Paciencia y mansedumbre. Desde esa firmeza interior es posible soportar las contrariedades, los vaivenes de la vida, y también las agresiones de los demás, sus infidelidades y defectos: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rm 8,31). Esto es fuente de la paz que se expresa en las actitudes de un santo.

12. El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzado. Hay momentos duros, tiempos de cruz, pero nada puede destruir la alegría sobrenatural.

13. La santidad es audacia, fervor, es empuje evangelizador que deja una marca en este mundo. Para que sea posible, el mismo Jesús viene a nuestro encuentro y nos repite con serenidad y firmeza: “No tengáis miedo” (Mc 6,50). “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20).

14. Es muy difícil luchar contra la propia concupiscencia y contra las asechanzas y tentaciones del demonio y del mundo egoísta si estamos aislados. Es tal el bombardeo que nos seduce que, si estamos demasiado solos, fácilmente perdemos el sentido de la realidad, la claridad interior, y sucumbimos. La santificación es un camino comunitario, de dos en dos.  En contra de la tendencia al individualismo consumista que termina aislándonos en la búsqueda del bienestar al margen de los demás, nuestro camino de santificación no puede dejar de identificarnos con aquel deseo de Jesús: «Que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti» (Jn 17,21).

15. La santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración y en la adoración. El santo es una persona con espíritu orante, que necesita comunicarse con Dios. Es alguien que no soporta asfixiarse en la inmanencia cerrada de este mundo, y en medio de sus esfuerzos y entregas suspira por Dios, sale de sí en la alabanza y amplía sus límites en la contemplación del Señor. No hay santidad sin oración, (aunque no se trate necesariamente de largos momentos orantes).

16. La vida cristiana es un combate permanente. No se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana, que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo. Tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones (cada uno tiene la suya: la pereza, la lujuria, la envidia, los celos, y demás). Es también una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal. No pensemos que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea. Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos. Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades.
Y para el combate tenemos armas poderosas que el Señor nos da: la fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero.

18. El discernimiento. ¿Cómo saber si algo viene del Espíritu o si su origen está en el espíritu del mundo o en el espíritu del diablo? La única forma es el discernimiento, que no supone solamente una buena capacidad de razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir. Si lo pedimos confiadamente al Espíritu Santo, y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo, seguramente podremos crecer en esta capacidad espiritual, que es una necesidad imperiosa. Todos, pero especialmente los jóvenes, sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento. El discernimiento no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos.