María y nuestra vocación ADS




Ideario N° 38: "María es nuestro modelo ideal y la educadora por excelencia. En Ella encontramos la realización suprema de nuestra vocación apostólica, laical y femenina. Estamos seguras de que nos seguirá protegiendo y manteniéndonos con el don de la vocación y perseverancia que imploramos todos los días, pues la vocación es regalo divino y mariano: todo lo hace  Ella".


La vocación personal de María
por Mons. Adolfo Tortolo

                                                                              Más allá de María, sólo Dios

Dios la precisa. Ella es el centro de la actividad divina ad extra, porque de ella vendrá Cristo, por quien fue creado todo el universo. María se convierte en la criatura más necesaria para el plan de Dios. El plan de Dios cuenta con ella y se apoya en Ella. María será la ejecutora de sus planes.

¡Qué bella expresión la del Magisterio de la Iglesia sobre la Inmaculada Concepción de María y la iniciación en Ella de la Gracia que redime!: sublimiore modo redempta (“redimida de un modo más sublime”)

En este instante comienza a cumplir su inefable misión. ¿De qué manera, bajo qué signo? Las obras de Dios son perfectas. Mejor aún, perfectísimas. Su modo de obrar es el más excelente. La nueva etapa estará ceñida a esta realidad: el signo, la vocación personal, la misión que ha de cumplir, se realizará mediante un sublime misterio con doble faceta: Ella, la Madre de Cristo, salvará a los hombres por obra y gracia de su Maternidad: Madre del Hijo de Dios, Madre de los hijos de Dios.

Su razón de ser, su constitutivo esencial dentro del plan de Dios es su doble maternidad.
Todo lo que implica la gracia y la naturaleza en el hecho y en el misterio de la Maternidad se da en María en grado sumo, sobreeminente. Ninguna Madre tan madre como ella.
El misterio maternal de María tiene como contexto y como fuerza motriz el infinito amor de Dios en su máxima comunicabilidad ad extra: el don de su Hijo, mediante la Maternidad de María –Don y Maternidad conjuntos- no sólo por la relación Madre-Hijo, sino por la elección personal que Dios hace del modo de introducir a su Hijo en el mundo, y por el vínculo vital que ligará para siempre a los dos: al Hijo de Dios con la Madre de Dios.

Esta presencia de María en la obra suprema de Dios, no es simplemente pasiva, sino también activa, porque consiente, acepta, se da. Y Dios la hará intervenir, bajo el signo más grande que le es propio: El es y seguirá siendo el Autor de la Vida. Y he aquí que esta Mujer, como misterio propio, como vocación y destino personal al que es llamada ab æterno, debe dar vida al mismo Autor de la Vida, a Cristo Jesús, enviado por el Padre para vivificar al mundo.
La coherencia más absoluta rige el actuar de Dios. Es un hecho definitivo dentro del marco de los absolutos de Dios: ni Cristo solo, ni María sola. Las dos vidas compenetradas por el mismo plan, que hace de ambas una sola.

Si ahora volviéramos los ojos a Dios, y viésemos el maravilloso itinerario de su amor condescendiente, no podríamos no llorar de gozo, confesándole al Señor: “María es tu obra, la más grande de tus obras”.