Ideario N° 60: María, al dar a Dios Padre su Sí, aceptó a plenitud su
misión. Nuestro Sí como Dama Salesiana nos compromete a seguir su ejemplo
entregándonos fielmente al cumplimiento de nuestra misión. Al igual que el de
María, nuestro Sí a Dios debe ser generoso, valiente, disponible, fiel, alegre,
y debe motivarnos a cumplir nuestra misión sin importar las dificultades que
tengamos que afrontar: “Hágase en mí según Tu Palabra”. Como Don Bosco, creemos
firmemente en la presencia educativa de María, quien nos acompaña en todas
nuestras obras, y así como ella con su Sí permitió la Encarnación de Jesús,
nosotros con nuestro Sí debemos encarnar a Jesús en nuestros destinatarios y en
nosotras mismas.
Ideario N° 105: La Virgen María es una presencia maternal en el camino de santidad.
Ella, junto con José y Jesús, supo transformar el hogar de Nazaret en una
verdadera comunidad que educa, casa que acoge, y escuela de vida, donde se aprende
a dialogar, trabajar, comprender y amar. A su lado y con su ayuda Jesús creció
en esa disponibilidad al Padre y a los hermanos que llegará a su máxima
expresión en el Calvario. A imitación suya, las Damas Salesianas nos
esforzaremos para que nuestras estructuras sean siempre ambientes de
convivencia, de crecimiento y de irradiación amorosa.
La Virgen María y las 10 virtudes
que debemos imitar
Nos dice San Ireneo de la Virgen María que el nudo de la desobediencia de
Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató Eva por la
incredulidad, la virgen María lo desató por la fe. La obediencia de María
desató el nudo del pecado, porque ella fue la escogida por Dios para que el
Mesías viniera y habitara entre nosotros. María con su obediencia, su humildad,
su amor a Dios, cautivó al Espíritu Santo y nosotros, si queremos cautivar a este
mismo Santo Espíritu debemos procurar imitar las virtudes de María. El Espíritu
Santo engendró en María al verbo encarnado, y el Espíritu Santo, engendrará de
una forma mística al Verbo, al amor, en nosotros si reconoce en nuestra alma,
las virtudes de nuestra Madre, la Virgen María.
La primera de las virtudes que debemos imitar de María es su humildad.
Dice San Alfonso María de Ligorio: María, siendo la primera y más perfecta
discípula de Jesucristo en todas las virtudes, también lo fue en esta virtud de
la humildad, gracias a la cual mereció ser exaltada sobre las criaturas. Dice
San Bernardino que no hubo criatura en mundo más exaltada que María porque no
hubo criatura que más se humillase que María.
Dijo María a santa Brígida: ¿Por qué me humillé tanto y merecía tan gracia
sino porque supe que no era nada y nada tenía como propio?
Es propio de los humildes el servicio. María se fue a servir a Isabel
durante tres meses; a lo que comenta san Bernardo: Se admiró Isabel de que
llegara María a visitarla, pero mucho más se admiraría al ver que no llegó para
ser servida, sino para servirla.
La segunda de las virtudes que debemos imitar de María es el amor a Dios.
Dice San Bernardo: donde hay mayor pureza, allí hay más amor. Cuanto más
puro es un corazón y más vacío de sí mismo, tanto más estará lleno de amor a
Dios. María Santísima, porque fue humilde y vacía de sí misma, por lo mismo
estuvo llena del divino amor, de modo que progresó en ese amor a Dios más que
todos los hombres y todos los ángeles juntos. Como escribe San Bernardino,
supera a todas las criaturas en el amor hacia su Hijo. Por eso San Francisco de
Sales la llamó con razón la reina del amor.
La tercera de las virtudes que debemos imitar de María es su amor al prójimo.
El amor a Dios y al prójimo se contienen en el mismo precepto. «Este
mandato hemos recibido del Señor: que quien ame a Dios ame también a su
hermano» (1Jn 4,21). La razón es, como dice santo Tomás, porque quien ama a
Dios ama todas las cosas que son amadas por Dios. Santa Catalina de Siena le
decía un día a Dios: Señor, tú quieres que yo ame al prójimo, y yo no sé amarte
más que a ti. Y Dios al punto le respondió: El que me ama, ama todas las cosas
amadas por mí. Mas como no hubo ni habrá quien haya amado a Dios como María,
así no ha existido ni existirá quien ame al prójimo más que la Virgen María.
La Virgen María, viviendo en la tierra, estuvo tan llena de caridad que
socorría las necesidades sin que se lo pidiesen, como hizo precisamente en las
bodas de Caná cuando pidió al Hijo el milagro del vino exponiéndole la
aflicción de aquella familia. «No tienen vino» (Jn 2,3). ¡Qué prisa se daba
cuando se trataba de socorrer al prójimo! Cuando fue para cumplir oficios de
caridad a casa de Isabel, «se dirigió a la montaña rápidamente» (Lc 1,39). No
pudo demostrar de forma más grandiosa su caridad que ofreciendo a su Hijo por
nuestra salvación.
La cuarta de las virtudes que debemos imitar de la Virgen María es su fe.
Así como la santísima Virgen María es madre del amor y de la esperanza, así
también es madre de la fe. «Yo soy la madre del amor hermoso y del temor, del
conocimiento y de la santa esperanza» (Ecclo 24,17). Y con razón, dice san
Ireneo, porque el daño que hizo Eva con su incredulidad, María lo reparó con su
fe. Eva, afirma Tertuliano, por creer a la serpiente contra lo que Dios le
había dicho, trajo la muerte; pero nuestra reina, creyendo a la palabra del
ángel al anunciarle que ella, permaneciendo virgen, se convertiría en madre del
Señor, trajo al mundo la salvación. Mientras que María, dice san Agustín, dando
su consentimiento a la encarnación del Verbo, por medio de su fe abrió a los
hombres el paraíso. Por esta fe, dijo Isabel a la Virgen: «Bienaventurada tú
porque has creído, pues se cumplirán todas las cosas que te ha dicho el Señor»
(Lc 1,45). Y añade san Agustín: Más bienaventurada es María recibiendo por la
fe a Cristo, que concibiendo la carne de Cristo.
La quinta de las virtudes que debemos imitar de la Virgen María es su esperanza
ya que de la fe nace la esperanza. Para esto Dios nos ilumina con la fe para el
conocimiento de su bondad y de sus promesas, para que nos animemos por la
esperanza a desear poseerlas. Siendo así que María tuvo la virtud de la fe en
grado excelente, tuvo también la virtud de la esperanza en grado sumo, la cual
le hacía proclamar con David: «Mas para mí, mi bien es estar junto a Dios. He
puesto mi cobijo en el Señor» (Sal 72,28). María es la fiel esposa del divino
Espíritu de la que se dijo: «Quién es ésta que sube del desierto apoyada en su
amado» (Ct 8,5).
La sexta de las virtudes que debemos imitar de la Virgen María es su Castidad.
Después de la caída de Adán, habiéndose rebelado los sentidos contra la razón,
la virtud de la castidad es para los hombres muy difícil de practicar. Entre
todas las luchas, dice san Agustín, las más duras son las batallas de la
castidad, en la que la lucha es diaria y rara la victoria. Pero sea siempre
alabado el Señor que nos ha dado en la Virgen María un excelente ejemplar de
esta virtud.
Con razón, dice san Alberto Magno, se llama virgen a la Virgen María porque
ella, ofreciendo su virginidad a Dios, la primera, sin consejo ni ejemplo de
nadie, se lo ha dado a todas las vírgenes que la han imitado. Como predijo
David: «Toda espléndida la hija del rey, va dentro con vestidos de oro
recamados…; vírgenes con ella, compañeras suyas, donde él son introducidas»
(Sal 44,14-15). Sin consejo de otros y sin ejemplo que imitar. Dice san
Bernardo: Oh Virgen, ¿quién te enseñó a agradar a Dios y a llevar en la tierra
vida de ángeles? Para esto, dice Sofronio, se eligió Dios por madre a esta
purísima virgen, para que fuera ejemplo de castidad para todos. Por eso la
llama san Ambrosio la portaestandarte de la virginidad.
La séptima de las virtudes que debemos imitar de la Virgen María es su Pobreza.
Nuestro amado Redentor, para enseñarnos a desprendernos de los bienes efímeros,
quiso ser pobre en la tierra. «Por vosotros se hizo pobre siendo rico, y con su
pobreza todos hemos sido enriquecidos» (2Co 8,9). Por eso Jesús exhortaba al
que quería seguirle: «Si quieres ser perfecto, vete, vende todo lo que tienes,
dáselo a los pobres y ven y sígueme» (Mt 19,21).
La discípula más perfecta y que mejor siguió su ejemplo fue María. Es
opinión de san Pedro Canisio que la santísima Virgen, con la herencia dejada
por sus padres hubiera podido vivir cómodamente, pero quiso quedar pobre
reservándose una pequeña porción y dando todo lo demás en limosnas al templo y
a los pobres. Se cuenta en las revelaciones de santa Brígida que le dijo la
Virgen: Desde el principio resolví en mi corazón no poseer nada en el mundo.
Los regalos recibidos de los Magos serían ciertamente valiosos, afirma san
Bernardo, como convenía a su regia majestad, pero se distribuirían a los pobres
por manos de san José.
La octava de las virtudes que debemos imitar de la Virgen María es su obediencia.
Por el amor que María tenía a la virtud de la obediencia, cuando recibió la
Anunciación del ángel san Gabriel no quiso llamarse con otro nombre más que con
el de esclava: «He aquí la esclava del Señor». Sí, dice santo Tomás de
Villanueva, porque esta esclava fiel ni en obras ni en pensamiento contradijo
jamás al Señor, sino que, desprendida de su voluntad propia, siempre y en todo
vivió obediente al divino querer. Ella misma declaró que Dios se había
complacido en esta su obediencia cuando dijo: «Miró la humildad de su esclava»
(Lc 1,48), pues la humildad de una sierva se manifiesta en estar pronta a
obedecer. Dice san Agustín que la Madre de Dios, con su obediencia, remedió el
daño que hizo Eva con su desobediencia. La obediencia de María fue mucho más
perfecta que la de todos los demás santos, porque todos ellos, estando
inclinados al mal por la culpa original, tienen dificultad para obrar el bien,
pero no así la Virgen. Escribe san Bernardino: María, porque fue inmune al
pecado original, no tenía impedimentos para obedecer a Dios, sino que fue como
una rueda que giraba con prontitud ante cualquier inspiración divina. De modo
que, como dice el mismo santo, siempre estaba contemplando la voluntad de Dios
para ejecutarla. El alma de María era, como oro derretido, pronta a recibir la
forma que el Señor quisiera.
La novena de las virtudes que debemos imitar de la Virgen María es su Paciencia.
Siendo esta tierra lugar para merecer, con razón es llamada valle de lágrimas,
porque todos tenemos que sufrir y con la paciencia conseguir la vida eterna,
como dijo el Señor: «Mediante vuestra paciencia salvaréis vuestras almas» (Lc
21,19). Dios, que nos dio a la Virgen María como modelo de todas las virtudes,
nos la dio muy especialmente como modelo de paciencia. Reflexiona san Francisco
de Sales que, entre otras razones, precisamente para eso le dio Jesús a la
santísima Virgen en las bodas de Caná aquella respuesta que pareciera no tener
en cuenta su súplica: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?», precisamente para
darnos ejemplo de la paciencia de su Madre. Pero ¿qué andamos buscando? Toda la
vida de María fue un ejercicio continuo de paciencia. Reveló el ángel a santa Brígida
que la vida de la Virgen transcurrió entre sufrimientos. Como suele crecer la
rosa entre las espinas, así la santísima Virgen en este mundo creció entre
tribulaciones. La sola compasión ante las penas del Redentor bastó para hacerla
mártir de la paciencia. Por eso dijo san Buenaventura: la crucificada concibió
al crucificado. Y cuánto sufrió en el viaje a Egipto y en la estancia allí,
como todo el tiempo que vivió en la casita de Nazaret, sin contar sus dolores
de los que ya hemos hablado abundantemente. Bastaba la sola presencia de la
Virgen María ante Jesús muriendo en el Calvario para darnos a conocer cuán
sublime y constante fue su paciencia. «Estaba junto a la cruz de Jesús su
Madre». Con el mérito de esta paciencia, dice san Alberto Magno, se convirtió
en nuestra Madre y nos dio a luz a la vida de la gracia.
La décima de las virtudes que debemos imitar de la Virgen María es su vida de Oración.
Nadie en la tierra ha practicado con tanta perfección como la Virgen María la
gran enseñanza de nuestro Salvador: «Hay que rezar siempre y no cansarse de
rezar» (Lc 18,1). Nadie como la Virgen María, dice san Buenaventura, nos da
ejemplo de cómo tenemos necesidad de perseverar en la oración; es que, como
atestigua san Alberto Magno, la Madre de Dios, después de Jesucristo, fue el
más perfecto modelo de oración de cuantos han sido y serán. Primero, porque su
oración fue continua y perseverante. Desde el primer momento en que con la vida
gozó del uso perfecto de la razón, comenzó a rezar. Para meditar mejor los
sufrimientos de Cristo, dice San Odilón, visitaba frecuentemente los santos
lugares de la natividad del Señor, de la Pasión, de la sepultura. Su oración
fue siempre de sumo recogimiento, libre de cualquier distracción o de
sentimientos impropios. Escribe Dionisio Cartujano: Ningún afecto desordenado
ni distracción de la mente pudo apartar a la Virgen de la luz de la
contemplación, ni tampoco las ocupaciones.