por Nuria Chinchilla
y Cristina Moreno
Nuria Chinchilla es profesora y Titular de la Cátedra “Carmina Roca y
Rafael Pich-Aguilera” de Mujer y Liderazgo, IESE Business School.
Cristina Moreno es
coordinadora de IESE Women in Leadership, IESE Business School.
«Si el siglo XXI va a funcionar
es porque la mujer va a estar mucho más presente en las estructuras sociales,
que se encuentran en un estado lamentable, mal diseñadas, consecuencia de un
racionalismo decadente y absurdo. Pero esta misión solo puede ser aceptada por
la mujer si no conlleva su deshumanización, si no pierde su feminidad, porque
ella es el núcleo de la familia, y la familia, la base de la sociedad». Esta es
una de las múltiples sentencias que acuñó el profesor Juan Antonio Pérez López,
hace más de dos décadas.
Vivimos en una sociedad donde
cada día se acentúa más la importancia y la urgencia de cuidar la ecología
humana como condición sine qua non para salvaguardar nuestra casa común y sus
habitantes.
Hoy la sociedad está ya
sensibilizada por la contaminación de ríos, mares y aire, por los agujeros en
la capa de ozono; por los abusos en la pesca o en la tala de bosques, o por la
destrucción de las costas ocasionada por los excesos en la construcción de
viviendas. Sin embargo, aún cuesta admitir que el ecosistema humano en el que
se vive también está contaminado.
La cultura contaminante, donde
priman contenidos e ideas tóxicas, provoca una sociedad desvinculada,
individualista y relativista, que produce empresas cortoplacistas, familias
débiles y personas solas, deshumanizadas y descentradas.
Ante esta contaminación social y
humana, tenemos que actuar ya, a fin evitar un declive irreversible. Pero,
¿cómo? ¿Quién puede regenerar esta sociedad? ¿Los sistemas? ¿Las estructuras?
La respuesta evidente es que son las personas, líderes equilibrados e
integrados que, desde el núcleo del ecosistema humano vivan y contagien valores
que regeneren la sociedad. Hasta ahora, el mundo empresarial ha estado pensado
y dominado por hombres, y algo parecido puede afirmarse de otros ámbitos de la
sociedad. Es ya perentoria la necesidad de introducir valores femeninos en la
toma de decisiones. La mujer, dotada desde la genética y la biología de
características únicas para el cuidado del ser humano, es el agente de cambio
necesario para esta regeneración.
Diferencias biológicas y psicológicas: algunas consecuencias
Varones y mujeres somos iguales
desde un punto de vista antropológico; participamos de una misma naturaleza
humana y de una misma misión: crecer, multiplicarnos y ser felices. Sin
embargo, hay diferencias. Aparecen, en primer lugar, en lo biológico y se
plasman en lo psicológico: en distintos modos de conocer y de sentir. Por eso
existe una cierta especialización en las capacidades de unos y de otras.
El dimorfismo sexual es un hecho
necesario para la transmisión de la vida y la variabilidad biológica, que es riqueza.
También es un hecho mil veces constatado que el cerebro humano no es unisex, ni
genética, ni anatómica, ni funcionalmente. La diferencia en la concentración de
hormonas parece ser la base molecular de las pequeñas pero significativas
diferencias anatómicas del cerebro de los varones y las mujeres.
En la etapa prenatal, la llegada
de la testosterona al cerebro del feto varón a las 8 semanas cambia el tamaño
de las estructuras cerebrales, destruyendo células de áreas relacionadas con la
comunicación, e induce la proliferación de células en áreas relacionadas con
impulsos sexuales y centros de agresión. En la etapa infantil, los estrógenos
activan en las niñas las áreas dedicadas a la observación, comunicación oral y
cerebro maternal (motivación, atención, protección). La testosterona hace al
niño menos sensible a las emociones y a la relación social. También en la
pubertad ocurren cambios en el cerebro XX o XY.
El funcionamiento del cerebro
femenino es simétrico, es decir, activa ambos hemisferios a la vez (el
izquierdo y el derecho). El funcionamiento del cerebro masculino es asimétrico.
Poner en marcha un razonamiento no supone en los varones activar al mismo
tiempo las emociones. Consiguientemente, unos y otros desarrollan diferentes
habilidades. La estrategia femenina en temas visoespaciales es
predominantemente de recuerdo y reconocimiento, mientras que la masculina es la
de construir, manipulando mentalmente el objeto con el fin de reorientarlo en
el espacio. Las mujeres aventajan a los hombres en fluidez verbal y superan a
los hombres en los movimientos finos y secuenciales de los dedos. Los hombres
son más hábiles arrojando objetos con precisión y más rápidos al tomar
decisiones. Las mujeres están más en los detalles y tienen mejor memoria a corto
plazo.
También existen diferencias
específicas en el procesamiento de las emociones, lo que lleva a que las
mujeres sean más vulnerables que los hombres a la presión psicológica que
suponen los conflictos interpersonales, más susceptibles a la depresión,
desórdenes de ansiedad y trastornos de la alimentación. El cerebro femenino
predispone a la empatía y el masculino a la sistematización, porque las mujeres
recuerdan más emociones y los varones más acontecimientos.
El mayor peso del conocimiento
abstracto, más extensivo en el hombre, y del conocimiento experimental, más
intensivo en la mujer, conlleva dos maneras de enfocar las decisiones. Ambas
resultan muy necesarias, porque inciden en momentos distintos del proceso de
toma de decisiones y porque, a lo largo de la vida, cada persona necesita la
ayuda de los demás para desarrollar una personalidad madura con el cultivo de
todas las virtudes humanas.
Los varones son muy buenos
generando alternativas, y las mujeres, fijando los criterios o límites a la decisión.
Así, el modo de ser masculino aporta cualidades como la capacidad de proyectos
a largo plazo, cierta tendencia a la sistematización, la exactitud, la
inclinación hacia la técnica... Según la filósofa y antropóloga Blanca
Castilla, «así como para traer un hijo al mundo y ayudarle a que se integre
equilibradamente en él hace falta la colaboración imprescindible del varón y de
la mujer, de un modo análogo, para construir un mundo humano en el terreno de
la empresa, de las finanzas, de la política o de las relaciones
internacionales, es imprescindible la colaboración de los dos. La aportación
específica de la mujer podría llegar a resumirse en un solo aspecto: la
sensibilidad por lo humano, que comporta la delicadeza en el trato, la
generosidad y una capacidad peculiar para estar en lo concreto, conocer a las
personas, acogerlas como son, quererlas por sí mismas y advertir lo que
necesitan».
Para San Josemaría Escrivá, «la
mujer está llamada a llevar a la familia, a la sociedad civil, a la Iglesia,
algo característico que le es propio y que solo ella puede dar: su delicada
ternura, su generosidad incansable, su amor por lo concreto, su agudeza de
ingenio, su capacidad de intuición, su piedad profunda y sencilla, su
tenacidad».
San Juan Pablo II escribió que
Dios ha confiado a la mujer de una manera especial el hombre, es decir, el ser
humano, y añade que la sociedad tecnificada, materializada y, en cierto modo,
deshumanizada en la que vivimos, requiere la manifestación del «genio» de la
mujer.
La mujer: agente de cambio
Las capacidades específicas de la
mujer, tales como su predisposición a recordar y reconocer, su mayor capacidad
verbal, su atención a los detalles, su empatía, definen por qué la mujer es el
agente de cambio que puede regenerar la sociedad actual, actuando desde su
feminidad en los diferentes ámbitos del ecosistema humano: la familia, la
empresa y la sociedad.
Familia, empresa y sociedad son
tres ámbitos vitales que pueden visualizarse como un triángulo imaginario en
cuyo centro está la persona, que es una y se va desarrollando en cada una de
esas áreas al ir tomando decisiones. La mujer, de la mano del varón, es el
líder necesario en todos los ámbitos, capaz de construir puentes, de cooperar y
de cuidar de los demás.
Cuando una de las autoras de este
trabajo (Chinchilla) fue representante de España en el CEDAW en 2012, propuso
la necesidad de utilizar una triple «F»
como criterio en la toma de decisiones políticas y económicas, a fin de
construir una sociedad más humana y sostenible:
Feminidad: abrir el
ojo femenino, tras tantos años cerrado, para enfocar con mayor nitidez los
problemas y su resolución, sabiendo que hombres y mujeres somos diferentes,
complementarios y sinérgicos.
Familia: nadie es una
isla en el océano, todos coexistimos y nos debemos a otros, somos parte de
nuestra familia y, lato senso, somos
parte de la familia humana. En la familia descubrimos la importancia de la
corresponsabilidad y desarrollamos competencias necesarias para la vida
profesional y social.
Flexibilidad: todo ser
vivo requiere ser tratado con flexibilidad, más si son personas con distintas
responsabilidades. La mujer-madre-trabajadora fue quien introdujo la
flexibilidad horaria en una época rígida, que luego se ha ido extendiendo para
todos.
Pensando hoy en la mujer, es
necesario referirnos a una cuarta «F», la de Fidelidad. Numerosos estudios avalan que es una cualidad con mayor
presencia en la mujer, tanto en los compromisos personales (matrimonio,
familia, amistades) como en los profesionales.
Al igual que las mujeres han
aprendido de los hombres, los hombres deben y pueden aprender del estilo
femenino. No se trata de que un sexo imite al otro, sino que aprenda del otro
encarnando las cualidades a su estilo. Un varón, sin perder su masculinidad,
puede ser delicado y captar detalles concretos. Hoy lo que se quiere borrar es
la diferencia, porque se considera sinónimo de subordinación; sin embargo, lo
que hay que hacer es partir de las diferencias, y sobre ellas construir un
entorno más inclusivo. La mujer no debe dejar de ser mujer cuando sale a
trabajar o actúa en sociedad, porque esa es su mejor aportación al terreno
público, aunque no siempre sea fácil.
En la familia
El ámbito de humanización de las
personas, por antonomasia, es la familia. Esta es la primera estructura de
ecología humana, donde se nos quiere por nosotros mismos y donde la ley básica
es la de compartir. Y aunque el hombre parece irse adaptando a las nuevas
circunstancias, la mujer sigue siendo la variable estratégica en la familia.
La estabilidad social es
imposible con familias inestables. Y la economía solo funciona si hay
confianza, lealtad y demás virtudes que se aprenden en el ámbito familiar (las
llamadas «externalidades» en la ciencia económica).
Las mujeres deben promocionar y
proteger esa ecología humana que incluye crear «un ambiente en que los niños
aprendan a amar y apreciar a los demás, a ser honrados y respetuosos con todos,
a practicar las virtudes de la misericordia y del perdón». Todo eso se aprende
en el hogar, sobre todo de la mano de la madre. Por su naturaleza, la mujer
puede acoger la diversidad de cada persona única e irrepetible. El hombre, para
amar, sale de sí mismo. La mujer abre su interior y, si es necesario, lo adapta
al acogido. La mujer abierta a la vida representa, junto con el padre, el
núcleo del que surge el capital humano −los hijos− y desarrolla el capital
social: hijos formados en la escuela de valores familiares, del cuidado a los
demás, de la sensibilidad, de compartir encargos...
En la sociedad actual, la
natalidad ha pasado de ser un don a ser un problema que hay que evitar (aborto,
anticoncepción), o un objetivo que se quiere conseguir (reproducción asistida).
El invierno demográfico sigue avanzando, incluso en sociedades como la
finlandesa, donde se garantizan todas las ayudas imaginables a la maternidad y
paternidad, y a la integración de todos los ámbitos de la vida. El hedonismo y
el materialismo están en la raíz de ello. La mujer, de naturaleza más
colaborativa, puede revertir esta situación, ayudando al hombre a superar
tendencias más individualistas.
Hay modos naturales de vivir y
otros, en cambio, que degradan a las personas. Hacer bien la síntesis entre
familia y trabajo es un problema de ingenio y de disciplina personal. Aun
siendo las mujeres el comodín de la familia, no deberían
permitir que el hombre sea el comodón.
La mujer debe ayudar a que el
hombre se implique en el hogar, priorizando acertadamente y delegando lo
delegable. La mujer puede mostrar al hombre cómo el hogar familiar es su mejor
y más importante empresa.
En la empresa
«Mirar al mundo con ojos de
mujer» fue el lema de la IV Conferencia Mundial de la Mujer que tuvo lugar en
China en 1995. Lo que se estaba pidiendo era introducir criterios más humanos en
las distintas instancias de decisión.
Hoy, el cambio necesario es hacia
un modelo en el que hombres y mujeres compartan un proyecto común: construir
una sociedad justa, inclusiva, cohesionada y feliz, donde se desarrolle el
mejor capital humano y social. El entorno V.U.C.A. (en inglés: Volátil,
Incierto, Complejo y Ambiguo), que hoy impregna todos los ámbitos, requiere de
una presencia femenina, mucho más flexible, que sepa extrapolar la organización
familiar y sus valores al mundo empresarial.
El modelo de empresa que puede
aportar la mujer desde una verdadera concepción humanista está mucho más acorde
con lo que requieren los tiempos actuales: aplicando una serie de políticas
empresariales rediseñadas estructuralmente, para que las empresas encarnen unos
valores sólidos que permitan el desarrollo profesional y personal de los que en
ella trabajan. Ellas no perciben la participación y la delegación como pérdida
de autoridad −lo cual sí sucede con bastantes varones−, sino como parte
integrante de su función directiva. Por eso tienden a fomentar el trabajo en
equipo entre sus colaboradores.
El estilo directivo en femenino
se caracteriza, ante todo, por ser participativo y dar un gran valor al
compromiso en las relaciones interpersonales, percibiendo posibles conflictos y
afrontándolos con mayor tacto que el varón. La mujer puede aportar la humanización
del ambiente de trabajo, el trato amable de las personas y el uso flexible, ad
hoc, de los sistemas formales, tantas veces inhumanos, buscando la cooperación
y el consenso más que la competición. Por otro lado, la maternidad supone un
enriquecimiento no solo personal, sino también para la empresa, porque se
desarrollan competencias muy útiles para el trabajo: mayor sensibilidad hacia
los demás, capacidad de negociar, de organizarse, delegar...
En la sociedad
Es tan cierto que las mujeres han
estado históricamente infrarrepresentadas, como que ahora hemos pasado a un
feminismo ultra excluyente que pretende poco menos que hacer una víctima de
cada mujer y un agresor de cada hombre.
En el entorno social, se ha
producido una ocultación de la diferencia sexual bajo la neutralidad del
lenguaje, utilizando progresivamente el término «género» cuando se quiere decir
«mujer», anulando así la especificidad femenina en la aportación a la
comunidad. Pero numerosos estudios avalan que las mujeres han desarrollado más
la empatía y la capacidad de utilizar el poder en colaboración.
Recordaba Vandana Shiva,
activista medioambiental que recibió en 1993 el Premio al Sustento Bien Ganado,
también llamado Premio Nobel Alternativo, que «a las mujeres se les dejó haciendo
el trabajo que no era considerado importante pero que eran las cosas reales:
proveer el agua y el alimento, y cuidar de la familia. Los valores que
necesitamos son los de cómo vivir con la naturaleza, cómo cuidar, cómo
compartir. Eso es conocimiento de mujeres. Ahora se le llama inteligencia
emocional».
Esas cualidades de la mujer deben
hacerse presentes también en el ámbito de la política, donde la especificidad
femenina les permite comportarse como líderes compasivos, más que los hombres.
Si lo sumamos a su capacidad para tender puentes, derivada de su empatía
natural, podemos apreciar cuánto está perdiendo la sociedad que no incluye la
voz genuinamente femenina en el gobierno de sus instituciones.
La propia ONU insta a «los
Estados Miembros a velar por que aumente la representación de la mujer en todos
los niveles de adopción de decisiones de las instituciones y mecanismos
nacionales, regionales e internacionales para la prevención, la gestión y la
solución de conflictos».
También la mujer conforma redes
de apoyo en distintos ámbitos (profesionales, sociales, de amistad), desde los
que fortalecer los vínculos entre ellas, a fin de seguir desarrollando sus
competencias y poniéndolas al servicio de la comunidad.
En la Iglesia, la mujer ha
aportado el «genio» femenino a través de las santas, verdaderas agentes de
cambio que, sin tener ningún tipo de poder formal, ejercieron y ejercen una
enorme influencia positiva en la sociedad. Si analizamos sus trayectorias,
aportan unos valores comunes a todas ellas: unidad de vida, sentido de misión
propia, realización personal…
También hoy las que más pueden
regenerar la sociedad son mujeres laicas que luchan por vivir la unidad de
vida. Ellas construyen Iglesia inyectando oxígeno en su torrente circulatorio,
santificando el trabajo cotidiano, santificándose en dicho trabajo y
santificando a otros a través del mismo, una nueva vocación refrendada por el
Concilio Vaticano II, predicada y extendida por san Josemaría Escrivá desde
muchos años antes.
Se cumplen 30 años desde que san
Juan Pablo II publicara la carta apostólica Mulieris Dignitatem, documento de
referencia en la Iglesia al día de hoy sobre la mujer, donde defiende la lucha
de la mujer por sus derechos y por el reconocimiento de su dignidad, pero advierte
del peligro de una cierta masculinización, igualarse en todo, arriesgándose a
perder su originalidad propia.
Afirmaba Jutta Burgraff que cada
persona tiene una misión original en este mundo. Está llamada a hacer algo
grande de su vida, y solo lo conseguirá si cumple una tarea previa: vivir en
paz con la propia naturaleza. Se trata de descubrir y desgranar esa misión
original, haciéndola operativa con prioridades claras desde la feminidad.
¿Dónde soy insustituible en cada etapa de la vida? ¿Qué puedo delegar?
Establecer las prioridades de nuestra vida completa, con todos los roles que
nos toca desplegar: madre, hija, esposa, amiga, profesional... Ordenar y
gestionar nuestro tiempo según esas prioridades… reconocer que solas no podemos
llegar a todo y que habrá que delegar todo lo posible, tanto en casa como en el
trabajo.
A modo de conclusión
La mujer tendrá una función
regeneradora mientras no pierda su feminidad y, desde ella, trabaje en todos
los ámbitos, desde la ternura, el cuidado, la acogida, aportando su saber estar
en los detalles. En la familia, acompañando el crecimiento de cada uno hacia su
mejor versión. En la empresa, gestionando los conflictos y suavizando las
relaciones. En la política, gracias a su empatía e inteligencia emocional, será
más consciente de las necesidades reales de distintos colectivos. En general,
ayudará a descubrir carencias y a que se humanicen las estructuras políticas y
empresariales, incluyendo los valores familiares como criterios a la hora de
legislar.
En definitiva, la mujer puede
ayudar a construir ese marco sociopolítico que permita a cada uno decidir en
qué ámbito vital conviene poner más énfasis en las distintas etapas de la vida.
Tenemos ya incontables ejemplos
de mujeres que no están dispuestas a sacrificar su ámbito privado a favor del
profesional, o viceversa, y que se están convirtiendo en catalizadoras de todas
las transformaciones que esta sociedad necesita. La superwoman de los noventa no es más que una caricatura. Entendemos
que en el cambio de cultura que hay que promover deben tener un papel relevante
las mujeres que lideran su vida integrando las distintas áreas con cabeza y
corazón. Entonces y solo entonces viviremos un nuevo siglo de oro para mujeres
y hombres. Si no es así, el siglo será de hierro.