por P. Juan
Antonio Torres
En diversas ocasiones me ha sucedido
algo semejante: platicando con un matrimonio de amigos que no había visto desde
hace años, les pregunté por su hija mayor, y ante mi pregunta, mis amigos
bajaron la mirada y me comentaron con pena la cantidad de problemas que tenía
por las equivocadas decisiones que había tomado, en contra de todo buen
consejo. Dijeron con preocupación y tristeza: "Le dimos la mejor
educación, el mejor colegio, todo nuestro cariño, nunca le faltó nada..."
Situaciones de este tipo se presentan
cada vez más a menudo en los hogares. Y entonces nos preguntamos: ¿Qué se hizo
mal en el proceso de educación? ¿En qué fallamos? ¿Por qué no nos dimos cuenta?
Ciertamente que los padres y educadores no son responsables de las acciones que
los hijos o discípulos realizan en el ejercicio pleno de su libertad. Pero al
despertarse la alarma de nuestra conciencia, nos preguntamos si podemos hacer
algo para cambiar el rumbo.
Todos
los padres sueñan con el mejor de los futuros para su hijo. Pero el
hecho de no aclarar con precisión ese futuro, les lleva a no poner por obra las
acciones correctas. Y entonces sucede que ese futuro nunca llega o resulta todo
lo contrario a lo que habían soñado.
Para lograr lo que queremos para
nuestros hijos, primero hay que aclarar con precisión qué es lo que realmente queremos, y luego tomar las
medidas para alcanzarlo.
Una de las raíces del problema en la
educación se encuentra precisamente en la carencia de eficacia en la
transmisión de los valores.
Los padres constatan que no han recibido
capacitación para la profesión más importante que desempeñan: la educación de
los hijos. Un comerciante sabe que, para hacer crecer el negocio, necesita
trazarse una meta y luego seguir un plan concreto para alcanzarla. Lo mismo debemos hacer para lograr el objetivo
más importante de nuestra misión como educadores de los hijos: preguntarnos
cómo queremos que nuestro hijo sea en el futuro. Y qué vamos hacer para
lograrlo. Cuando no tenemos claridad en relación con la meta a la que queremos
llegar, nuestras acciones serán dispersas o contradictorias. Y al final nos
encontramos con resultados no deseados.
¿Cómo
quiero que sea mi hijo?
Así pues, para educar bien a los hijos,
primero necesitamos plantearnos en la mente el tipo de persona que quisiéramos
que llegaran a ser; y luego trazar el mapa de los pasos que nos llevarán a la
meta.
¿Cómo quiero que sea mi hijo o hija?
Para responder a esta pregunta necesitamos poner en lista nuestros deseos. Conviene
que cada pareja de padrres revise esta lista y la amplíe hasta alcanzar una
visión clara del mejor futuro para sus hijos.
Cada vez que vea un cierto
comportamiento positivo en una persona, conviene que lo anote: "yo
quisiera que mi hijo sea así". O lo contrario, cuando se encuentre
comportamientos indeseables, hay que anotarlo; "no quiero que mi hijo
llegue a ser así".
Cuanto más clara y elevada la visión,
mayores probabilidades se tendrá de alcanzar buenos resultados en la educación.
Esta visión influirá en el modo como ven
y tratan a los hijos. Decía Blais Pascal: "Trata
a un ser humano como es, y seguirá siendo como es. Trátalo como puede llegar a
ser, y se convertirá en lo que puede llegar a ser".
Una vez que se ha determinado el punto
adonde se quiere llegar en el futuro, es preciso trazar una línea mental que
parta desde el presente y recorra por los medios que vamos a implementar para
llegar al futuro deseado. Constituirá la ruta de nuestras acciones.
Ejercicio
A continuación se presenta una lista de
comportamientos positivos y negativos; no es exhaustiva; sólo es una guía para
comenzar la reflexión.
Responde con un SI o un NO, si coincide
o no con tus expectativas.
MI
VISIÓN DEL FUTURO DE MI HIJO
1 Derrocha
el dinero en cosas superfluas quedándose sin patrimonio para el futuro.
2 Es
fuerte ante las adversidades y lucha por cumplir sus metas.
3 Es
trabajador exitoso y honrado.
4 Da
lo mejor de sí mismo ahí donde se encuentre.
5 Es
capaz de hacer mal a los demás para subir de puesto.
6 Es
fiel a sus compromisos pequeños o grandes.
7 Se
compara continuamente con los demás y los envidia.
8 Es
entusiasta de su familia y atento/a a sus hijos.
9 Es
incoherente, dice una cosa y hace otra.
10 Es
perezoso, cómodo, busca el menor esfuerzo.
11 Pone
toda su seguridad en la moda, en el último modelo de ropa...
12 Vive
en continuo conflicto con su cónyuge.
13 Se
apega a las cosas y no las comparte.
14 Le
gusta beber y disfrutar pero sin exceso.
15 Es
una persona acomplejada, insegura, tímida, que no se valora a sí misma.
16 Es
una persona de iniciativa, creativa, atenta a las oportunidades para crecer.
17 Abandona
a su cónyuge en cuanto siente atracción por otra persona.
18 Vive
su matrimonio con armonía, satisfacción e ilusión.
19 Es
una persona humilde, sencilla, atenta a los demás, de trato afable.
20 Es
fiel al compromiso que hizo en el matrimonio.
21 Es
una persona segura de sí misma, alegre, de buen trato.
22 Es
incapaz de asumir un compromiso con nadie o los abandona fácilmente.
23 Es
una persona alcohólica o drogadicta.
24 Es
eneroso, atento a las necesidades de los demás.
25 Sigue
dependiendo económicamente de otros. Ni estudia ni trabaja.
26 Egoísta,
piensa sólo en su dinero, su placer y su
comodidad.
27 Es
una persona cabal, de una pieza, auténtica, sincera.
28 Es
laborioso, trabaja duro, pone su mejor esfuerzo en su trabajo.
29 Soberbio,
habla continuamente de sí mismo, se cree más que los demás.
30 Vive
contento con su situación y sabe disfrutar las cosas buenas.
31 Es
una persona sin ideales ni aspiraciones para el futuro.
32 Es
honrado y honesto sin perjudicar injustamente a nadie.
33 Sabe
comprar con responsabilidad lo que necesita.
34 Vive
con lo suficiente para vivir pero no se esfuerza más.
35 Se
desanima ante las dificultades y echa la culpa de todo a los demás
36 Es
una persona ahorrativa y piensa en el futuro.
Después de revisar la lista, vuélvela a
estudiar por segunda vez, pero pensando no ya en tu hijo sino en ti mismo/a.
Pregúntate: ¿cómo soy? ¿Cuáles son los
comportamientos que mi hijo está viendo en mí?
Esta evaluación personal, y los cambios
que implica en el propio comportamiento, es el presupuesto indispensable para
que el futuro soñado para los hijos llegue a convertirse en una realidad.
Volver a : Formación Salesiana