por Remedios
Falaguera
Lic en Periodismo por la Universidad de
Catalunya
Diplomada en Magisterio
Estoy convencida de poder afirmar que la
maternidad, el matrimonio y la familia son la mejor Escuela de Misericordia que
Dios nos ha podido regalar a los hombres. Cada uno de nosotros, en nuestra
situación concreta, con unos hijos concretos y un marido “único”, estamos
llamados a un gran desafió para el futuro de la fe, de la Iglesia y del
cristianismo
Igual me “tiro de la moto”, como se dice
vulgarmente entre los jóvenes, cuando pienso que lo que nos sugiere el Santo
Padre para este Año Jubilar de la Misericordia es lo que cotidianamente se vive
en la maternidad, el matrimonio y la familia todos los días y a todas horas.
Quizás, porque en su mensaje para esta
Cuaresma, nos recuerda que “en la tradición profética, en su etimología, la
misericordia está estrechamente vinculada, precisamente con las entrañas
maternas (rahamim) y con la bondad generosa, fiel y compasiva (hesed) que se
tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales”. Repaso y
reflexiono cada una de las 14 obras de Misericordia y pienso: ¡¡ esto es lo que
se vive cada día en mi casa, lo que hace una madre con sus hijos, una esposa
con su esposo, una familia con los amigos y necesitados,…!!
Si: la maternidad, el matrimonio y la
familia son la mejor Escuela de Misericordia guiando, acompañando, y formando a
nuestros hijos, con nuestro ejemplo, para que saquen lo mejor que llevan dentro
de su corazón, para que con su entusiasmo y fortaleza no se desvíen del camino,
atrayendo a Él a muchas almas.
Enseñar al que no sabe, guiar con un
buen consejo, corregir al que yerra, perdonar las injurias, sufrir con
paciencia los defectos de los demás, consolar al triste, cuidar al enfermo,…
¡qué fácil nos resulta cuando son de los nuestros, nuestros hijos, nuestro
cónyuge, nuestro hermano, nuestro amigo!
Lo dice la Escritura: “Si amáis a los
que os aman, ¿Qué merito tenéis?...Si hacéis el bien a quien os hace el bien,
¿Qué merito tendréis?....Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir,
¿Qué merito tendréis?..... Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad
sin esperar nada por ello; y será grande vuestra recompensa, y seréis hijos del
Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y con los malos. Sed
misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 31-36)
Por ello, tenemos que dar un paso al
frente, y no quedarnos en nuestro círculo más cercano. La humanidad entera nos
pide más. El Santo Padre nos urge: No podemos escapar a las palabras del Señor
y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber
al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos
tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45).
Igualmente se nos preguntará si ayudamos
a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de
soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de
personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser
rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo
y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de
rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el
ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos
al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más
pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como
cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga… para que nosotros
los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado”.
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