La caridad pastoral: forma consagrada de la libertad a imagen del Hijo de Dios


Por Alberto Martelli

(Comparar con.: “La caridad pastoral, centro y síntesis de la espiritualidad salesiana”, en http://apuntesads.blogspot.com.ar/2015/09/la-caridad-pastoral-centro-y-sintesis.html)


La vida de don Bosco es fácilmente resumirla en una larga declinación del verbo hacer. Desde el sueño de los nueve años hasta la mortaja el 31 de enero de 1888, la vida del santo es una continua sucesión de cosas a hacer, de campos a arar, libertades que poner en juego, morales que transmitir, enseñanzas que dar, tanto es así que el método más fácil y más empleado para descubrir su figura es aquel de simplemente dejar hablar a los cuentos, contar sus anécdotas, subrayar en sus diarios cotidianos, como sus primeros discípulos, los hechos cotidianos de quien se interesaba de manera imparable en su vida.
Sus jornadas eran como un río lleno, como las jornadas de un buen campesino, nunca mano sobre mano, siempre ocupado en miles de trabajos y tareas, siempre con la mirada puesta en aquello que todavía queda por cumplir.

Don Bosco es un hombre de acción, un hombre que hasta cuando se describe a sí mismo y a su obra, aun cuando intenta traducirla en enseñanzas para sus hijos salesianos, no puede hacer más que contar su historia, y detrás y dentro de aquellos hechos, velar y desvelar una idea, una intuición, una espiritualidad.

Puede que también en esto se encuentre la fascinación que ejercía sobre sus jóvenes: un santo nunca quieto como los jóvenes, nunca parados, que no predica tanto con la voz, aunque lo hacía, sino sobre todo implicándote en una historia, que se convertía poco a poco en su historia.

Don Bosco es el hombre de la libertad puesta en juego, no sólo la suya, sino también la de sus jóvenes. Su método educativo consiste en crear el ambiente preventivo en el que se pueda ejercer la libertad y de este modo crecer hasta la santidad. Es el predicador de la santidad vivida, jugada, donde las reglas para ir al paraíso se convierten en tarea fácil, pero que plasman la libertad del joven hasta hacerle asumir una forma particular de vida, la del buen cristiano y el honrado ciudadano, que sólo con palabras no se puede explicar en todo su sentido, necesita verse  y ser vivida.

Él ha sabido como pocos expresar esa verdad fundamental que Cristo nos ha enseñado y es que la verdad es en primer lugar una libertad puesta en juego por el  Padre; no un concepto para saber de manera racional, sino una relación completa, una obediencia: la libertad, la persona de Cristo mismo que se convierte en forma y ejemplo para cualquier otra libertad/persona de este mundo.

Es entonces cuando a sus nueve años, tiene el sueño probablemente fundamental de su vida, en el que se ve  recibiendo un campo para arar como el símbolo de su futuro trabajo de educador; no un libro para leer, no una predicación aprendida de memoria, nada de ideas que poner en práctica, ni menos aún simples mandamientos morales, sino un "trabajo" en el sentido noble de "vocación/misión" que llevar adelante con el sudor de su frente, con tenacidad y humildad que lo distinguirán durante toda su vida en su abandono a la Providencia.

Y una vez más este "hacer" invierte su modo de ver a Dios, de sentirlo, de vivir la fe, con aquella Providencia omnipresente en el Padre que es el estar presente en Dios, como el Dios de Moisés a la zarza ardiente, el estar presente de una libertad para mi, de un modo de hacer paternal de Dios hacia mí, de un amor divino que no está hecho con palabras vacías, porque cuando Dios habla crea, y su presencia es siempre afectiva y efectiva y sabe ser cada vez amor, perdón, corrección, llamada, presencia, deber...
También los hijos de don Bosco fueron contagiados por este hacer, que sin embargo no es un actuar sin sentido o un activismo ciego y vaciante, sino que son los nobles gestos de quien tiene verdaderamente un objetivo, una verdad que contar y cumplir, porque tiene sus raíces en el total abandono de la libertad en manos de aquella Providencia de la que don Bosco tan bien testimonia su confianza.

Y también ellos, y también nosotros Familia Salesiana, hemos sido contagiados por esta historia que en ocasiones puede que hayamos dado demasiada importancia a la simple anécdota, perdiendo el verdadero sentido de esos hechos contados de manera simple, con la falsa ilusión de que para hablar del padre fundador bastase simplemente decir las cosas que ha hecho, poniendo una tras otra las gestas que ha completado, en un ascenso triunfalista de anécdotas y cuentos.

Pero "hacer" es un verbo deslumbrante y que nos distrae: dice todo, y al mismo tiempo, reflejo de una libertad humana no del todo transparente a la verdad divina a causa del pecado, velando lo que hay detrás y casi obligando a ilusionarse con que “basta hacer” y que en aquel movimiento de libertad, en este caso sin sentido, ya está todo.

El  tiempo de preparación al bicentenario nos ha enseñado, por el contrario, un modo distinto de proceder. Hemos empezado por el hacer: la vida y la pasión educativa de don Bosco, dos niveles diferentes de acción, que si no se observan bien, tienen siempre relación con lo externo, con las cosas que parecen desde fuera, con las prácticas que realizar; pero finalmente descubrimos que hay algo más que todo esto, que hay una espiritualidad. Si no hundimos más profundamente el surco de nuestro arado en la vida de don Bosco, más allá de aquello que aparece a primera vista, nos perdemos los mejores terrones y los frutos que recordar, nos detenemos en un moralismo vacío que no vale la pena ni lleva a la santidad.

Caridad pastoral: más allá del hacer

Esta larga introducción se debe a que creo que es necesario recodar de algún modo las raíces más profundas del tema que estamos tratando.

No hay ninguna duda que la caridad pastoral está en el centro del carisma salesiano y de la persona misma de don Bosco. Esta es de alguna manera el valor que resumen todo lo que él realizó, de esa forma particular de santidad que él ha "inventado" en la Iglesia, convirtiéndose él mismo en caridad de Buen Pastor para los jóvenes que se encontraba. Esta es también el centro y el eje de las raíces que nos ha dejado a nosotros, sus hijos; esto que en primer lugar debemos imitar si queremos actualizar hoy la santidad del fundador en este bicentenario que no es una obra de arqueología, sino una inyección de vida y de santidad en nuestra Familia.

Sin embargo, cuando se empieza a hablar de caridad pastoral, preguntándose lícitamente de qué se trata y cómo vivirla hoy, y cuáles son los aspectos que don Bosco subrayaba y como hoy dichos aspectos don todavía vida y santidad de la Iglesia del tercer milenio, muchas veces el discurso se desliza hacia el "que hay que hacer", en torno al pliegue moral de la caridad, que si no se controla puede convertirse inmediatamente en moral arbitraria y en simple imitación exterior de gestos y gestas que poco tienen que ver, con el centro del problema.

La caridad pastoral no es un conjunto de cosas que hacer o gestos que desarrollar, no es una lista de tareas que desarrollar o de estrategias pastorales o de técnicas educativas; es antes que todo una persona, la persona misma de Cristo. La caridad pastoral es la forma de la libertad, de la fe en el Buen Pastor, y que se ha convertido en forma de fe y libertad de San Juan Bosco.

Don Ceria distingue bien esta diferencia en el capítulo titulado "Hombre de fe" en su texto, puede que el más célebre: "Don Bosco con Dios".

Cada cristiano lo es por la fe, de la que el bautismo es su puerta, y es la fe el fundamento de la vida sobrenatural y el vínculo que une el alma a Dios; cuya fe viene integrada por la esperanza y la caridad. "Pero una cosa es ser creyente, y otra ser un hombre de fe. El creyente practica más o menos  su fe, mientras el hombre de fe vive de la fe y la viva como un signo para alcanzar una profunda y continua unión con Dios. Ese fue Don Bosco.

Verdaderamente, casi todo aquello que hemos visto hasta aquí y gran parte del resto que veremos, es una fe vivida: pensamientos, afectos, empresas, audacias, dolores, sacrificios, prácticas de piedad, espíritu de oración fueron todas llamas emitidas de la fe que le ardía en el pecho; parecería entonces tener que volver a decir lo ya dicho o renunciar a capítulo sobre la fe. Sin embargo, en la inmensidad del campo queda todavía mucho para recoger. Una vida animada tan intensa y perennemente por el soplo de la fe, ¿no ofrecerá materia sobre la que trabajar en la primera de las virtudes teologales? No pueden faltarnos notas características que merecen ser resaltadas de forma particular.

Entre los testigos llamados a declarar en los procesos, aquellos que vivieron más tiempo cercanos a Don Bosco, se dirían que compiten por mejorar su fe. Sus declaraciones se pueden condensar en esta fórmula: la verdad de la fe de nuestro Santo es que fue ávido en conocerlas, firme en el creerlas, ferviente en profesarlas, celoso en inculcarlas, fuerte en defenderlas. Es digno de una atención especial el testimonio, con el que Don Rua comenzó su declaración. Empezó en estos términos: «Fue un hombre de fe. Instruido desde niño en las principales verdades de nuestra santa religión de forma excelente por su madre, queda hambriento de ellas» (Ceria, Don Bosco con Dios, capítulo XIV).

“Pensamiento, afectos, empresas, audacias, dolores, sacrificios, práctica pías, espíritu de oración, fueron todas llamadas emitidas desde la fe” de la que don Bosco estaba “hambriento”. En estos breves párrafos don Ceria centra exactamente el problema que tenemos enfrente. Después de haber dedicado los capítulos precedentes a describir qué había hecho don Bosco en su vida, ahora debe llegar al núcleo y este no es más una cosa que hacer, sino una fe que vivir: la caridad pastoral.

El problema no es tanto el de individuar qué cosas hay que hacer para imitar de alguna manera la caridad pastoral de Cristo y de don Bosco, sino cuál es la manera más intensa, más íntima, digamos de la libertad del Santo y del Hijo de Dios, para que esta pueda expresar en un modo que la caridad sea aquello que se ve exteriormente. Una caridad que se convierte en “amorevolezza”, que se puede contar e imitar fácilmente también en forma de episodios, reglamentos, florecillas, casi leerse de modo que se vean, simples de hacer, fáciles de imitar e incluso tan profundos que sean indicadores de una fe y de una espiritualidad que Don Bosco mismo nos ha escondido, por ser su manera de tener intimidad con Dios.

El centro de la caridad pastoral, por tanto, está directamente en la comunión con Dios de la que la maestra no puede ser otra que María Santísima, como se dice en el sueño de los nueves años, porque de ella no se pueden copiar los gestos concretos, ya que en buena medida son imposibles de repetir, por lo que toca aprender la intimidad absoluta con el Hijo que caracteriza su vida entera.

Caridad pastoral: libertad de la nueva ley.

Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el que es un asalariado y no un pastor, que no es el dueño de las ovejas, ve venir al lobo, y abandona las ovejas y huye, y el lobo las mata y las dispersa. El huye porque sólo trabaja por el pago y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas y las mías me conocen, de igual manera que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil; a ésas también me es necesario traerlas, y oirán mi voz, y serán un rebaño con un solo pastor. Por eso el Padre me ama, porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy de mi propia voluntad. Tengo autoridad para darla, y tengo autoridad para tomarla de nuevo. Este mandamiento recibí de mi Padre. (Jn 10, 11-18)
El modo en el que Cristo describe la propia caridad pastoral en el capítulo 10 de Evangelio de Juan es exactamente aquello que nos motiva a decir que la caridad no es un conjunto de gesto, sino una forma de vida y de fe.

Lejos de hacer un reglamento a los discípulos sobre qué significa cuidar de las ovejas, y no por esto la caridad de Cristo es menos concreta. Jesús se aleja del decálogo, de enunciar las leyes que se deberían ser seguidas, como se aleja de las leyes del Antiguo Testamento la nueva ley del Hijo Resucitado. Imitar su persona no significa realizar una serie de gestos, sino asumir una forma de vida, la forma del darse uno mismo, que es la misma forma del Padre que está en los cielos.

Que después este modo de vivir pueda derivar en miles de modos diferentes, es todavía más evidente que una lista de gestos que realizar. La “fantasía” del darse a uno mismo es inmensa, interminable, como lo es la fantasía misma del Padre, pero el centro es un modo particular de implicar la libertad de la persona en su relación con Dios: haciendo de manera que mi liberta se cumpla en la forma de la libertad del Padre y del Hijo crucificado y resucitado por los hermanos, por las ovejas.

En términos salesianos: mientras los reglamentos que don Bosco compone para instruir a sus hijos a ser también ellos buenos pastores de los más jóvenes, pueden ser decenas a lo largo de su vida y no agotan nunca la amplia gama de posibilidades del amor, la consagración de la libertad de don Bosco a la Providencia y a aquel Señor bien vestido del sueño de los nueve años es todo aquello que marca su vida, que no está hecha de humo y palabras vacías, sino de gestos y fatigas: de caridad pastoral. Amplia hasta donde la Providencia quiera, puede ser la variedad dentro de la Familia Salesiana, como amplia es la posibilidad de imitar la “amorevolezza” de don Bosco, pero el centro se mantiene el mismo para todos y por siempre la donación de uno mismo a los jóvenes a imitación, siempre igual y siempre nueva, del amor del Buen Pastor.

La caridad pastoral es por tanto la forma de vida de Dios, de la fe de Cristo en el Padre, de la libertad del Hijo que se da a los suyos para llevarlos a Dios y salvarles del pecado, para que así el Padre se había dado siempre a Él, inspirándole junto al Espíritu. Es la forma del actuar de Don Bosco hacia sus hijos, las raíces de su fantasía apostólica y de la vivacidad de sus días, pero sobre todo el centro de su ser y de su vivir: la plena conformación al Buen Pastor.

La caridad pastoral de don Bosco, que gracias al don del Espíritu es todavía hoy vida y santidad de la Iglesia y aún hoy no ha agotado las formas en que puede encarnarse y en que puede darse en la cruz por sus ovejas, es por tanto responsabilidad, respuesta profunda, íntima, espiritual y por esto evidente, externa, llena de acción y de alegría, a la íntima comunión con el Padre y el Hijo como a la Madre de los cielos, que como buena Maestra, lo ha conducido en los años de su vida, hasta la completa donación de sí mismo: “Una celebridad médica francesa en el año 80, visitándolo enfermo en Marsella, dice que el cuerpo de don Bosco era un traje usado, desgastado de noche y de día, y no susceptible de más remiendos y necesario recuperar para conservarlo como estaba” (Ceria, Don Bosco con Dios, capítulo VIII).

Caridad pastoral: un ejercicio de caridad consagrada

Debemos agradecer a don Bosco: es imposible hacer un elenco de las cosas que es necesario hacer para ser como él.

Quien intentase definir sólo con los gestos su modo de ser caridad pastoral, será siempre tachado de haber excluido alguna cosa. Demasiado numerosos son los oficios que ha aprendido, demasiadas las actividades iniciadas, demasiados los récord establecidos, demasiadas las cartas escritas, demasiada su fuerza física, demasiada su levadura moral, demasiados sus tiempos de oración, demasiados los volúmenes de las Memorias Biográficas para ser repetidos en la vida de una sola persona después de él.

Gracias don Bosco por habernos desanimado a imitarte en el hacer y animarnos a imitarte en la caridad, que tiene tanto que ver con el entregar una vida entera.

“A su tiempo todo lo comprenderás”: como sólo el Cristo en la cruz puede cumplir la voluntad del Padre e inspirar el Espíritu; como sólo el Resucitado puede dar la paz, como sólo desde la Pascua se pueden escribir los evangelios. A su tiempo: sólo desde la caridad pastoral cumplida, es decir desde el final de una vida gastada y dada en imaginar a Cristo crucificado, se comprende que el campo arado era el justo, que los frutos han llegado de verdad, que al final de la parra está el jardín sin espinas y que la Familia ahora puede expandirse desde Santiago a Pequín.

¿Podemos hoy, en nuestras formas de vida concretas, ser también nosotros el Buen Pastor de los jóvenes que se nos han confiado?

Ciertamente sí, diría don Bosco y de hecho no nos cansamos de contar vidas de personas a él cercanas en que él mismo ha visto la caridad concreta de Cristo hecha vida cotidiana. Y mismo don Bosco sabe que existe un centro en esta variedad de posibilidades. Para todos en la Iglesia es posible imitar a Cristo y por tanto para todos en la Familia Salesiana es posible imitar la caridad pastoral en la estela del carisma de don Bosco, pero también debe existir quien en el concreto del vivir la propia existencia cotidiana, imita y sigue lo más cerca posible en la forma concreta y en el destino final, la misma vida de Cristo buen Pastor.

Por esto el centro de la Familia Salesiana,  no por méritos propios sino en la corresponsabilidad de una pluralidad de vocaciones, está la vida consagrada, para que no se pierda nunca la referencia al centro de todos que es la persona única de Cristo en la forma concreta en que él mismo ha vivido su existencia.

Si la caridad pastoral de don Bosco es imitación del don de sí mismo del Hijo, en obediencia al Padre en el estilo juvenil salesiano de nuestro carisma, es evidente para don Bosco mismo que esto puede ser tan extendido en la multiplicidad de sus formas, como enraizado en la única forma de Cristo en persona. He ahí porque a todos sus jóvenes propone la misma fórmula de santidad, pero a algunos se la propone en la forma de una vocación consagrada, para que el centro no se disperse en la multiplicidad y la multiplicidad no se olvide de ser único fruto de la caridad de Cristo.

La tarde del 26 de enero de 1854 se reunieron en la habitación de D. Bosco: el mismo D. Bosco, Rocchietti, Artiglia, Cagliero e Rua; y les propone de hacer con la ayuda del Señor y de S. Francisco de Sales una prueba de ejercicio práctico de la caridad hacia el prójimo, para llegar luego a una promesa; y ver, si será posible y conveniente de hacer voto al Señor. De tal manera fue puesto el nombre de Salesianos a aquellos que se propusiesen y se propondrán tal ejercicio.

Teniendo su fuente en la comunión misma del Hijo con el Padre en el Espíritu y teniendo su forma concreta en el modo en que tal comunión de amor se convierte en don de sí mismo por parte del Hijo encarnado, la caridad pastoral no puede ser más que ejercicio práctico de una libertad que se reconoce debida a un amor más grande, capaz de darse a sí mismo en las miles de ocasiones que toque hacerlo en la vida, pero en su forma principal, como un voto, es decir como una consagración total del propio ser a ser totalmente como Jesús y como don Bosco: don de uno mismo por los jóvenes.