por
Pato Acevedo
abogado
y escrito chileno
Hola
Hermano:
Desde
que nos avisaste hace medio año que te ibas a casar, he venido pensando algunas
cosas que me gustaría hablar contigo acerca del matrimonio. Ahora faltan apenas
un par de meses y no creo que tengamos la ocasión de sentarnos a conversar, así
que te las escribo. Ojalá te sirvan.
Punto
uno, hombres y mujeres son diferentes. A veces nos reímos de esas diferencias,
otras las sufrimos. En general esas diferencias no son relevantes, en el
trabajo, el deporte, los estudios etc. El único lugar donde sí importa es
precisamente en la relación entre hombres y mujeres. Verás: las mujeres
invierten mucho más en cada relación que los hombres. No es culpa de nadie ni
tiene que ver con el cariño en la pareja, simplemente es producto de la
naturaleza.
La
mera posibilidad del embarazo establece una gran diferencia. Para que decir si
esa posibilidad se convierte en una realidad. Incluso si deciden no tener hijos
por ahora, el solo paso del tiempo conlleva un costo para la mujer que el varón
no soporta. También desde el punto de vista laboral, que la mujer esté en una
relación conlleva un estigma que el varón no recibe. A veces le van a preguntar
si quiere tener hijos, otras no, pero lo van a pensar, y eso se traduce en una
desventaja frente a otros postulante.
Por
así decirlo, una relación de pareja a la mujer le cuesta $100 y al hombre solo
$50. El matrimonio viene a igualar esa relación. Para el varón, casarse
prácticamente no tiene beneficios directos. Lo hacemos, no solo por amor, sino
por justicia. Al casarnos reconocemos públicamente, ante su familia y amigos,
que lo que ellas nos entregan es maravilloso. Su vida, su cariño, sus hijos, es
mucho más valioso de lo que nosotros jamás podríamos ofrecerles. Por eso, la
única respuesta que nos corresponde en justicia es nuestra promesa de perpetuo
servicio, respeto y protección. No alcanza a igualar lo que ellas nos dan, pero
es lo mejor que podemos ofrecer.
Esa
es, entonces, la naturaleza del matrimonio para un hombre.
Punto
dos, el matrimonio es indisoluble. No porque Dios lo diga (que lo dice) sino
porque el amor lo exige. Antiguamente el matrimonio era un contrato entre dos
familias, y como todo contrato podía disolverse cuando dejaba de ser mutuamente
beneficioso. Hoy todavía hay gente que se presenta ante el oficial civil con
esa actitud, pero no están realmente casados, simplemente intercambian
servicios.
El
amor cambia todo eso. Decir “me caso por amor” equivale a “me caso por el bien
de ella”. Por lo mismo, lo que tú puedas obtener del matrimonio se vuelve
irrelevante. Lo que sea el bien de ella puede cambiar con el tiempo (incluso
comprende situaciones en las que sea necesario dejar de vivir juntos), pero es
evidente que nunca podrá ser el que tú la abandones por otra persona.
Esa
es una promesa difícil de cumplir, pero hay personas en este mundo que se la
merecen, por ser maravillosas. Estoy seguro de que tu novia no se merece nada
menos que esa promesa de amor eterno.
Punto
tres. No pienses ni por un momento que eres un adulto. Aunque el matrimonio se
asocia con la adultez, estás a punto de comenzar un viaje que te cambiará para
mejor. Tu esposa te va a enseñar mucho y tus hijos te harán madurar en
direcciones que no habías imaginado. Por ejemplo, te vas a dar cuenta que ir
conduciendo un auto de noche, con un niño llorando de sueño y aburrimiento en
el asiento trasero, mientras su madre pierde la paciencia intentando
tranquilizarlo… es algo muy parecido al cielo.
Por
lo mismo, recuerda ser dócil a todas las cosas que el matrimonio intenta
enseñarte, atento a todo lo que ella necesite, obediente a todo lo que te pida.
Eso
por ahora. Ya sabes como los hombres en nuestra familia opinan de todo y
tienden a alargarse en los discursos, así que dejémoslo ahí. Cuando tenga
sobrinos podremos conversar de algunas cosas más. Un fuerte abrazo y un gran
beso.
Tu
hermano que te quiere.