Una reflexión
‘salesiana’ sobre Fil 4,4
por
Juan J. Bartolomé, sdb
“Estad siempre alegres en el Señor, os lo
repito, estad alegres” (Fil 4,4). La frase de la carta de Pablo a
los filipenses se refiere a la alegría que encuentra quien sirve al
Señor. La alegría en el Señor es elemento esencial del sistema preventivo, un
sistema educativo que, siguiendo a don Bosco, permite ofrecer a los jóvenes el
evangelio de la alegría. Don Bosco ha
captado el deseo de felicidad presente en los jóvenes y ha expresado su alegría
de vivir en el lenguaje del júbilo, del patio y de la fiesta; pero jamás ha
cesado de indicar a Dios como fuente de la verdadera alegría.
Para Pablo, la
alegría, puede, es más debe, ser siempre reclamada al creyente porque le ha
sido, antes, concedida, como fruto del Espíritu . Siendo el Espíritu el modo de
hacerse presente y salvífico Dios en el mundo, la alegría es lo que produce en
el creyente esa presencia, siempre que sea por él sentida y consentida: la
alegría es fruto y prueba de estar salvado. Poderla experimentar es un modo de
saberse salvado en Cristo Jesús.
No es casual, de
hecho, que, en griego, alegría (chara) y gracia
(charis) provengan de la misma raíz etimológica. La alegría es la forma
cristiana de vivir en gracia, es decir, de vivir reconciliados con Dios. Es
elemento central de la experiencia cristiana.
Don Bosco, mensajero de la alegría
“Dios es Dios de
la alegría”, pensaba san Francisco de Sales. Dicho aún mejor, en Dios todo es
alegría, porque todo es don .Don Bosco, lúcido educador cristiano, hizo de la
alegría el elemento constitutivo
del sistema educativo, inseparable del estudio, del trabajo, de la piedad,
el fruto por antonomasia de una práctica auténtica de la pedagogía salesiana.
Necesidad básica
de la vida, anhelo íntimamente sentido durante la juventud, la
alegría es, para
don Bosco, resultado de una valoración cristiana de la vida. De la religión, del amor, de la salvación, de la gracia, no
puede surgir más que la alegría, el gozo, el optimismo confiado y positivo. Es,
precisamente por ello, que en casa de don Bosco, se hace coincidir la santidad
con la alegría, como aparece explícitamente en la biografía de Domingo Savio y
en las demás biografías escritas por don Bosco: “El joven – comenta don
Caviglia – que se sabe en gracia de Dios experimenta naturalmente alegría”. Don
Bosco sabía que los jóvenes por naturaleza tienden a la alegría y tienen
necesidad de diversión y juegos, pero para él la verdadera alegría solo es
posible en quien vive en gracia. De esta convicción nace su proyecto educativo.
Se quiere felices a quienes bien se
quiere: San Pablo y Don Bosco
“Amados
míos- escribe Pablo desde Éfeso a los filipenses-, “Dios es testigo de lo
entrañablemente que os quiero a todos vosotros en Cristo Jesús” (Flp1,8); “hermanos
míos queridos, añorados, vosotros sois mi gozo y mi corona” (Flp 4,1). Y don
Bosco: “Aunque aquí en Roma…, mi pensamiento vuela siempre a donde está mi
tesoro en Jesucristo, mis queridos hijos del Oratorio”.
No
me parece irrelevante que ambos, Pablo y don Bosco, deseen la felicidad a aquellos
a quienes aman con predilección. El mandato de alegrarse en Pablo, el servir a
Dios con alegría como método de vida en don Bosco, tienen como origen y causa
el amor apasionado que cada uno de ellos sentía por los suyos: los predilectos
de los apóstoles deben – y pueden – vivir con alegría! Primero se sienten bienamados,
después se sentirán felices. Es decir, solo quien ama puede, como Pablo a los
filipenses, ordenar que vivan felices; y sabe, como don Bosco, delinear un
camino hacia la felicidad. La alegría, impuesta o favorecida, es señal y prueba
de amor donado, un amor que es propio de apóstoles educadores.
Precisamente
para que la alegría sea compromiso vital, la comunidad debe sentirse amada
hasta el extremo. Pablo y don Bosco han reproducido la actitud de Jesús,
mostrándose así auténticos apóstoles suyos: “Como el Padre me ha amado, así
también yo os he amado a vosotros. Permaneced en mi amor… Esto os lo he dicho
para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa” (Jn
15,9.11)
La alegría, ordenada por el apóstol,
facilitada por el educador
“Por
lo demás, hermanos míos, alegraos en el Señor” (Flp 3,1); “os lo repito aún
–insiste Pablo más adelante – estad alegres” (Flp 4,4).
Don
Bosco, en cambio, escribe: “Quiero enseñaros un método de vida cristiano, que
sea al mismo tiempo alegre y gozoso…, de forma que podáis decir con el santo
profeta David: sirvamos al Señor con santa alegría”.
Exhortar
a vivir alegres es tarea de apóstoles de Cristo. Mientras Pablo puede pedir a
los suyos, y espera de ellos, que vivan con alegría, porque ya han sido salvados
por Cristo Jesús, don Bosco, quizá con mayor realismo práctico e indudable
sensibilidad educativa, facilita un ambiente y una precisa metodología para
lograr que sus jóvenes sirvan a Dios con alegría.
La
finalidad de ambos es idéntica, vivir en el Señor, en lenguaje paulino, o la
virtud, la santidad, como prefiere don Bosco. El mérito de don Bosco, en
comparación con Pablo, es que él pone a disposición de sus jóvenes un programa
pedagógico a su medida y una experiencia cuotidiana de gozosa santidad.
Una alegría que ha de vivirse siempre
“Alegraos
en el Señor, siempre” (Flp 4,4), exhorta Pablo. “Vive con alegría”, repite con
frecuencia don Bosco. Y añade: “Por otra parte, vemos que quienes viven en
gracia de Dios están siempre alegres e incluso en las penas logran mantener el
corazón contento. Por el contrario los que se dan a los placeres viven malhumorados, y se
esfuerzan por encontrar paz en pasatiempos, pero son, en realidad, siempre
infelices.
Poco
antes de repetir el mandato de la alegría (Flp 4,1.4), Pablo ha puesto en guardia
a los filipenses para se alejen de esos “perros”: así llama a unos predicadores
cristianos que agitaban la vida de la comunidad (Flp 3,2), “auténticos enemigos
de la cruz de Cristo” (Flp 3,17). La alegría, cuando queda cuestionada o es
combatida en comunidad, ha de ser defendida en comunidad, porque es un don que
mantener, una gracia.
No
habría que dejar inadvertida la insistencia de don Bosco: se vive siempre
alegre y contento, o infeliz y antipático. La diferencia radica en vivir con y
sin Dios. La alegría genuina y auténtica resulta imposible a quien no tiene el
corazón en paz, pero es un reclamo eficaz para quien carece de ella: el demonio
tiene miedo de la gente alegre.
En
las palabras de don Bosco la alegría es una experiencia típicamente cristiana:
la
felicidad es una vivencia normal…, que se ha de sufrir a veces (cfr. Mt 5,11): quien
vive en gracia tiene el corazón contento incluso en la aflicción. La coexistencia
de alegría y pena es un precio a pagar por los buenos: don Bosco bien lo sabía.
La alegría, cristiana y salesiana, se alimenta de sacrificio, arduo a veces,
acogido con sonrisa en los labios, sencillez y desenvoltura, como algo
normalísimo, sin actitudes de víctima o héroe.
“La alegría supera todas nuestras
tribulaciones” (2 Cor 7,4), confiesa Pablo a los corintios. Y don Bosco, al
fiel coadjutor Enria: “Hoy don Bosco está más alegre de lo normal… Y sin
embargo hoy he recibido el más grande disgusto que haya tenido en toda mi
vida”.
La
defensa apostólica de la alegría del creyente impone la necesidad – advertida
por don Bosco – de un verdadero discernimiento sobre cuáles son las verdaderas
diversiones y los auténticos placeres. ¡Difícil tarea para el educador de hoy!:
El mundo moderno ofrece a los jóvenes mucho placer y diversiones, pero poca
alegría. El educador puede estar seguro de haber dado un gran paso adelante en
su práctica educativa cuando ha hecho comprender, y mejor aún, experimentar al
joven la diferencia que existe entre placer y alegría. Que sea en extremo
arduo, no lo hace menos urgente. El salesiano educador debe ayudar a los
jóvenes a reconocer y gozar de las alegrías cotidianas: es necesario un
esfuerzo paciente de educación para aprender, o para aprender de nuevo, a
gustar, con simplicidad las múltiples alegrías humanas que el Creador pone cada
día en nuestro camino.
Solo en el Señor es posible la alegría
“Alegraos
en el Señor” (Flp 4,4). “Si queréis – repetía a menudo a los jóvenes don Bosco
– que vuestra vida sea gozosa y tranquila tenéis que procurar estar en gracia
de Dios”.
Don
Bosco, como ya antes Pablo, estaba convencido de que una felicidad plena y
duradera sólo es posible viviendo en gracia, actuando como cristiano. Sin
excluir el valor pedagógico de la alegría, como ambiente para respirar en sus
obras, y su falta, como criterio infalible para diagnosticar un malestar o la
eficacia educativa, para don Bosco la alegría tiene su fundamente en Dios: “don
Bosco ve en ella una manifestación imprescindible de la vida de gracia. La vida
en santa alegría es el modo de vida cristiana que don Bosco propone a sus jóvenes.
Precisamente
por ello, además de cuidar hasta el detalle otras manifestaciones más vistosas
de la alegría en el Oratorio, don Bosco propuso, y defendió, la práctica
sacramental como medio ordinario e indispensable de educación integral: “Dígase
cuanto se quiera sobre los varios sistemas de educación, pero no encuentro base
alguna segura si no en la frecuencia de la confesión y de la comunión. La
frecuente confesión, la frecuente comunión, la misa cotidiana son las columnas
que deben regir un edificio educativo, del que se quiera tener alejados la
amenaza y los castigos”.
Los miembros de la Familia Salesiana nos sentimos
orgullosos de haber recibido de don Bosco una herencia pedagógica que ha sabido
hacer de la alegría no ya solo una vivencia cotidiana sino, sobre todo, el
camino salesiano hacia la santidad y hacia Dios. No ha de extrañar, pues, que las
palabras alegría, alegre hayan obtenido un lugar de
honor en nuestras Constituciones, donde
han sido aceptadas como rasgo característico del carisma salesiano.