del
Sumo Pontífice Juan Pablo II
en
el Centenario de la muerte de San Juan Bosco
A don Egidio Viganò,
rector mayor de la Sociedad de san
Francisco de Sales,
en el centenario de la muerte de san
Juan Bosco.
Al dilecto hijo Egidio Viganò, rector
mayor de la Sociedad Salesiana.
Muy querido hijo, salud y bendición
apostólica:
1. La querida Sociedad Salesiana se
dispone a recordar con oportunas iniciativas el primer centenario de la muerte
de San Juan Bosco, padre y maestro de los jóvenes. Quiero aprovechar tal
ocasión para reflexionar una vez más sobre el problema de los jóvenes,
considerando las responsabilidades que tiene la Iglesia en su preparación de
cara al mañana.
Pues la Iglesia ama incesantemente a los
jóvenes: siempre, y sobre todo en este período cercano al año dos mil, se
siente interpelada por su Señor a mirarlos con especial amor y esperanza,
viendo su educación como una de sus primeras responsabilidades pastorales.
El Concilio Vaticano II afirmó con clara
visión que "el género humano se halla hoy en un período nuevo de su
historia" [1], y reconoció que han surgido iniciativas "para promover
más y más la obra de la educación" [2]. En una época de transición
cultural, la Iglesia advierte preocupada, en el sector de la educación, la
necesidad urgente de superar el drama de la profunda ruptura entre el Evangelio
y una cultura [3] que subestima y margina el mensaje salvífico de Cristo.
En la alocución pronunciada ante los
miembros de la UNESCO tuve la oportunidad de afirmar: "No hay duda de que
el hecho cultural primero y fundamental es el hombre espiritualmente maduro, es
decir, el hombre plenamente educado, el hombre capaz de educarse a sí mismo y
de educar a los otros" [4]; y subrayé cierta tendencia a "un
desplazamiento unilateral hacia la instrucción", con las consiguientes
manipulaciones que pueden llevar a "una verdadera alienación de la educación"
[5]. Recordé, pues, que "la tarea primaria y esencial de la cultura en
general, e incluso de cada cultura en particular, es la educación. Ésta
consiste en lograr que el hombre sea cada vez más hombre, que pueda 'ser' más,
y no sólo que pueda 'tener' más; que, consiguientemente, por medio de cuanto
'tiene' y 'posee', sepa 'ser' cada vez más hombre" [6].
En mis numerosas citas con los jóvenes
de los diversos continentes, en los mensajes que les he dirigido y
particularmente en la Carta que en 1985 escribí "a los jóvenes y a las
jóvenes del mundo", he manifestado mi profunda convicción de que la
Iglesia camina y debe caminar con ellos [7].
Deseo aquí insistir en las mismas ideas,
con motivo de las celebraciones centenarias del nacimiento para el cielo de un
gran hijo de la Iglesia: el Santo educador Juan Bosco, al que mi predecesor Pío
XI no vaciló en definir "educator princeps" [8].
Tan fausto aniversario me da la
oportunidad de un grato coloquio no sólo con usted, con sus hermanos en
religión y con todos los miembros de la familia salesiana, sino también con los
jóvenes —destinatarios de la educación—, con los educadores cristianos y con
los padres de familia, llamados a ejercer tan noble ministerio humano y
eclesial.
Me es igualmente grato destacar que esta
"memoria" del Santo tiene lugar en el "Año Mariano" que
orienta nuestra reflexión hacia "la que creyó": en el sí generoso de
su fe descubrimos el manantial fecundo de su labor educadora [9], primeramente
como Madre de Jesús, y después como Madre de la Iglesia y Auxiliadora de todos
los cristianos.
I. San Juan Bosco, amigo de los jóvenes
2. Juan Bosco murió en Turín, el 31 de
enero de 1888. Durante sus casi 73 años de vida fue testigo de profundos y
complejos cambios políticos, sociales y culturales: movimientos
revolucionarios, guerras y éxodo de la población rural hacia la ciudad; son
factores que influyeron en las condiciones de vida de la gente, sobre todo de
los ámbitos más pobres. Hacinados en los alrededores urbanos, los pobres en
general, y los jóvenes en particular, son objeto de explotación o víctimas del
desempleo: durante su desarrollo humano, moral, religioso y profesional, se los
sigue de manera insuficiente y muchas veces ni se les presta ningún género de
atención. Sensibles a toda clase de cambios, los jóvenes viven con frecuencia
inseguros y desorientados. Ante esta masa desarraigada, la educación
tradicional no sabe qué hacer: por diversas razones, filántropos, educadores y
eclesiásticos tratan de remediar las nuevas necesidades. Entre ellos sobresale,
en Turín, Don Bosco por su clara inspiración cristiana, por su resuelta
iniciativa y por la difusión rápida y amplia de su obra.
3. Juan Bosco se daba cuenta de que
habla recibido una vocación especial y de que estaba asistido y como guiado
directamente, en el cumplimiento de su misión, por el Señor y por la
intervención materna de la Virgen María. Su respuesta fue tal, que la Iglesia
lo ha propuesto oficialmente a los fieles como modelo de santidad. Cuando en la
Pascua de 1934, al clausurar el Jubileo de la Redención, mi predecesor de
inmortal memoria, Pío XI, lo incluía en el catálogo de los Santos, le tejió un
elogio inolvidable.
Juanito, huérfano de padre en tierna
edad, educado con profunda intuición humana y cristiana por su madre, recibe de
la Providencia dones que lo hacen, desde sus primeros años, el amigo generoso y
emprendedor de sus coetáneos. Su juventud presagia una misión educadora
extraordinaria. De sacerdote, en un Turín que crece con fuerza, se pone en
contacto directo con los jóvenes de las cárceles y con otras situaciones
humanas dramáticas.
Dotado de una feliz intuición de la
realidad y atento conocedor de la historia de la Iglesia, descubre en la
enseñanza de tales situaciones y en la experiencia de otros apóstoles, —sobre
todo San Felipe Neri y San Carlos Borromeo— la fórmula del
"oratorio". Tal nombre le es singularmente querido: el oratorio va a
caracterizar toda su obra; pero lo modela según una original perspectiva
personal, adecuada al ambiente, a sus jóvenes y a cuanto necesitan. Como
principal protector y modelo de sus colaboradores elige a San Francisco de
Sales, el Santo del celo multiforme y de la bondad afable, demostrada sobre
todo en la dulzura de trato.
4. La "obra de los oratorios"
comienza en 1841 con una "sencilla catequesis" y se extiende
progresivamente, para responder a situaciones y necesidades urgentes:
residencia para alojar a quien no tiene casa, taller y escuela de artes y
oficios para enseñar una profesión y capacitar para ganarse honradamente la
vida, escuela humanística abierta al ideal vocacional, buena prensa,
iniciativas y métodos recreativos propios de la época: teatro, banda de música,
canto, excursiones...
La expresión: "me basta que seáis
jóvenes para que os quiera con toda mi alma" [10] resume el sentir, y, más
aún, la opción educadora fundamental del Santo: "Tengo prometido a Dios
que incluso mi último aliento será para mis pobres jóvenes" [11]. Y, en
verdad, por ellos desarrolla una actividad impresionante con la palabra, los
escritos, las instituciones, los viajes y los contactos con personalidades
civiles y religiosas; por ellos, sobre todo, demuestra una atención solícita a
sus personas, para que en su amor de padre los jóvenes puedan ver el signo de
otro amor más excelso.
El dinamismo de su amor se hace
universal, y lo impulsa a escuchar la voz de naciones lejanas —hasta las
misiones de allende el océano—, y realizar una evangelización que nunca está
separada de una auténtica labor de promoción humana.
Según los mismos criterios y con
idéntico espíritu, procura hallar también solución para los problemas de la
juventud femenina. El Señor suscita a su lado una cofundadora: Santa María
Dominica Mazzarello con un grupo de jóvenes compañeras ya dedicadas, en el
ámbito de su parroquia, a la formación cristiana de las muchachas. Su actitud
pedagógica arrastra a otros colaboradores: hombres y mujeres
"consagrados" con votos estables, "cooperadores", que
tienen los mismos ideales pedagógicos y apostólicos, e implica a sus
"antiguos alumnos", a quienes insta a testimoniar y promover la
educación que han recibido.
5. Tal espíritu de iniciativa es fruto
de una interioridad profunda. Su talla de santo lo pone, con originalidad,
entre los grandes fundadores de institutos religiosos en la Iglesia. Brilla por
muchos aspectos: inicia una verdadera escuela de nueva y atrayente
espiritualidad apostólica; promueve una devoción especial a María, Auxiliadora
de los cristianos y Madre de la Iglesia: da testimonio de un leal y valiente
sentido eclesial, demostrado en delicadas mediaciones en las entonces difíciles
relaciones entre la Iglesia y el Estado; es apóstol realista y práctico,
abierto a las aportaciones de los nuevos descubrimientos; es organizador celoso
de misiones, con sensibilidad verdaderamente católica; es, de modo conspicuo,
ejemplo de un amor de predilección a los jóvenes, en particular a los más
necesitados, para bien de la Iglesia y de la sociedad; es maestro de una eficaz
y genial praxis pedagógica, legada cual don preciado que hay que custodiar y
desarrollar.
En esta Carta quiero considerar, sobre
todo, que Don Bosco realiza su santidad personal en la educación, vivida con
celo y corazón apostólico, y que simultáneamente sabe proponerla como meta
concreta de su pedagogía. Precisamente tal intercambio entre educación y
santidad es un aspecto característico de su figura: es educador santo, se
inspira en un modelo santo —Francisco de Sales— es discípulo de un maestro
espiritual santo —José Cafasso— y entre sus jóvenes sabe formar un alumno
santo: Domingo Savio.
II. Mensaje profético de San Juan Bosco
educador
6. La situación juvenil del mundo actual
—al siglo de la muerte del Santo— es muy distinta y, como saben educadores y
Pastores, presenta condiciones y aspectos multiformes. Sin embargo, también hoy
perduran los mismos interrogantes que el sacerdote Juan Bosco meditaba desde el
principio de su ministerio, deseoso de entender y decidido a actuar: ¿Quiénes
son los jóvenes, qué desean, hacia dónde van, qué es lo que necesitan? Entonces
como hoy son preguntas difíciles, pero ineludibles, que todo educador debe
afrontar.
No faltan hoy día, entre los jóvenes de
todo el mundo, grupos auténticamente sensibles a los valores del espíritu,
deseosos de ayuda y apoyo en !a maduración de su personalidad. Por otro lado,
es evidente que la juventud está sometida a impulsos y condicionamientos
negativos, fruto de visiones ideológicas diversas. El educador atento debe
saber captar la condición juvenil concreta e intervenir con competencia segura
y sabiduría clarividente.
7. En ello debe sentirse apremiado,
iluminado y sostenido por la incomparable tradición educadora de la Iglesia.
La Iglesia, "experta en
humanidad", consciente de que es el pueblo cuyo padre y educador es Dios,
según explícita enseñanza de la Sagrada Escritura (cf. Dt 1, 31; 8, 5; 32,
10-12; Os 11, 1-4; ls 1, 3; Jer 3, 14-15; Prov 3, 11-12; Heb 12, 5-11; Ap 3, 19),la
Iglesia —repito— "experta en humanidad" puede afirmar con todo
derecho que es también "experta en educación". Lo atestigua la larga
y gloriosa historia bimilenaria escrita por padres y familias, sacerdotes y
seglares, hombres y mujeres, instituciones religiosas y movimientos eclesiales,
que en el servicio de la educación han vivido su carisma de prolongar la
educación divina, cuya cumbre es Cristo. Gracias a la labor de tantos
educadores y Pastores, y de numerosas órdenes e institutos religiosos promotores
de instituciones de inestimable valor humano y cultural, la historia de la
Iglesia se identifica, en parte no pequeña, con la historia de la educación de
los pueblos. Verdaderamente, para la Iglesia —como dijo el Concilio Vaticano
II— interesarse por la educación es cumplir el "mandato recibido de su
divino Fundador, a saber, anunciar a todos los hombres el misterio de la
salvación e instaurar todas las cosas en Cristo" [12].
8. Hablando de la labor de los
religiosos y haciendo ver su espíritu emprendedor, el Papa Pablo VI, de
venerable memoria, afirmaba que su apostolado "está frecuentemente marcado
por una originalidad y una imaginación que suscitan admiración" [13]. En
cuanto a San Juan Bosco, fundador de una gran familia espiritual, puede decirse
que el rasgo peculiar de su creatividad se vincula a la praxis educadora que
llamó "sistema preventivo". Este representa, en cierto modo, la
síntesis de la sabiduría pedagógica y constituye el mensaje profético que legó
a los suyos y a toda la Iglesia, y que ha merecido la atención y el
reconocimiento de numerosos educadores y estudiosos de pedagogía.
La palabra "preventivo" que
emplea, hay que tomarla, más que en su acepción lingüística estricta, en la
riqueza de las características peculiares del arte de educar del Santo. Ante
todo, es preciso recordar la voluntad de prevenir la aparición de experiencias
negativas, que podrían comprometer las energías del joven u obligarle a largos
y penosos esfuerzos de recuperación. No obstante, en dicha palabra se significan
también, vividas con intensidad peculiar, intuiciones profundas, opciones
precisas y criterios metodológicos concretos; por ejemplo: el arte de educar en
positivo, proponiendo el bien en vivencias adecuadas y envolventes, capaces de
atraer por su nobleza y hermosura, el arte de hacer que los jóvenes crezcan
desde dentro, apoyándose en su libertad interior, venciendo condicionamientos y
formalismos exteriores; el arte de ganar el corazón de los jóvenes, de modo que
caminen con alegría y satisfacción hacia el bien, corrigiendo desviaciones y
preparándose para el mañana por medio de una sólida formación de su carácter.
Como es obvio, tal mensaje pedagógico
supone que el educador esté convencido de que en todo joven, por marginado o
perdido que se encuentre, hay energías de bien que si se cultivan de modo
pertinente, pueden llevarle a optar por la fe y la honradez.
Conviene, por tanto, detenerse a
reflexionar brevemente en lo que, por resonancia providencial de la Palabra de
Dios, constituye uno de los aspectos más característicos de la pedagogía del
Santo.
9. Hombre de actividad multiforme e
incansable, Don Bosco ofrece, con su vida, la enseñanza más eficaz, tanto que
ya sus contemporáneos lo vieron como educador eminente. Las pocas páginas que
dedicó a presentar su experiencia pedagógica [14], cobran pleno significado
únicamente si se leen dentro de la larga y rica experiencia que adquirió
viviendo en medio de los jóvenes.
Para él, educar lleva consigo una
actitud especial del educador y un conjunto de procedimientos, basados en
convicciones de razón y de fe que guían la labor pedagógica. En el centro de su
visión está la "caridad pastoral", que describe así: "La
práctica de este sistema se basa totalmente en la idea de San Pablo: 'la caridad
es benigna y paciente, todo lo sufre, todo lo espera y lo soporta todo'"
[15]. Tal caridad pastoral inclina a amar al joven, sea cual fuere la situación
en que se halla, con objeto de llevarlo a la plenitud de humanidad revelada en
Cristo y darle la conciencia y posibilidad de vivir como ciudadano ejemplar en
cuanto hijo de Dios. Tal caridad hace intuir y alimenta las energías que el
Santo sintetiza en el ya célebre trinomio de la fórmula: "razón, religión
y amor" [16].
10. El término "razón"
destaca, según !a visión auténtica del humanismo cristiano, el valor de la
persona, de la conciencia, de la naturaleza humana, de la cultura, del mundo
del trabajo y del vivir social, o sea, el amplio cuadro de valores que es como
el equipo que necesita el hombre en su vida familiar, civil y política. En la
Encíclica Redemptor hominis recordé que "Jesucristo es el camino principal
de la Iglesia; dicho camino lleva de Cristo al hombre" [17].
Es significativo señalar que ya hace más
de un siglo Don Bosco daba mucha importancia a los aspectos humanos y a la
condición histórica del individuo: a su libertad, a su preparación para la vida
y para una profesión, a la asunción de las responsabilidades civiles en clima
de alegría y de generoso servicio al prójimo. Formulaba tales objetivos con
palabras incisivas y sencillas, tales como "alegría",
"estudio", "piedad", "'cordura",
"trabajo", "humanidad". Su ideal de educación se
caracteriza por la moderación y el realismo. En su propuesta pedagógica hay una
unión bien lograda entre permanencia de lo esencial y contingencia de lo
histórico, entre lo tradicional y lo nuevo. El Santo ofrece a los jóvenes un
programa sencillo y contemporáneamente serio, sintetizado en fórmula acertada y
sugerente: ser ciudadano ejemplar, porque se es buen cristiano.
Resumiendo, la "razón", en la
que Don Bosco cree como don de Dios y quehacer indeclinable del educador,
señala los valores del bien, los objetivos que hay que alcanzar y los medios y
modos que hay que emplear. La "razón" invita a los jóvenes a una
relación de participación en los valores captados y compartidos. La define
también como "racionalidad", por la cabida que debe tener la
comprensión, el diálogo y la paciencia inalterable en que se realiza el nada
fácil ejercicio de la racionalidad.
Por esto, evidentemente, supone hay la
visión de una antropología actualizada y completa, libre de reducciones
ideológicas. El educador moderno debe saber leer con atención los signos de los
tiempos, a fin de individuar los valores emergentes que atraen a los jóvenes:
la paz, la libertad, la justicia, la comunión y participación, la promoción de
la mujer, la solidaridad, el desarrollo, las necesidades ecológicas.
11. El segundo término
—"religión"— indica que la pedagogía de Don Bosco es, por naturaleza,
trascendente, en cuanto que el objetivo último de su educación es formar al
creyente. Para él, el hombre formado y maduro es el ciudadano que tiene fe,
pone en el centro de su vida el ideal del hombre nuevo proclamado por
Jesucristo y testimonia sin respeto humano sus convicciones religiosas.
Así, pues, no se trata de una religión
especulativa y abstracta, sino de una fe viva, insertada en la realidad,
forjada de presencia y comunión, de escucha y docilidad a la gracia. Como solía
decir, los "pilares del edificio de la educación" [18] son la
Eucaristía y la Penitencia, la devoción a la Santísima Virgen, el amor a la
Iglesia y a sus Pastores. Su educación es un itinerario de oración, de
liturgia, de vida sacramental, de dirección espiritual: para algunos, respuesta
a la vocación de consagración especial —¡cuántos sacerdotes y religiosos se
formaron en las casas del Santo!—, y para todos, la perspectiva y el logro de
la santidad.
Don Bosco es el sacerdote celoso que
refiere siempre al fundamento revelado cuanto recibe, vive y da.
Este aspecto de trascendencia religiosa,
base del método pedagógico de Don Bosco, no sólo puede aplicarse a todas las
culturas; puede también adaptarse provechosamente a las religiones no
cristianas.
12. En fin, desde el punto de vista
metodológico, el "amor". Se trata de una actitud cotidiana, que no es
simple amor humano ni sólo caridad sobrenatural. Denota una realidad compleja e
implica disponibilidad, criterios sanos y comportamientos adecuados.
El amor se traduce a dedicación del
educador como persona totalmente entregada al bien de los educandos, estando
con ellos, dispuesta a afrontar sacrificios y fatigas por cumplir su misión.
Ello requiere estar verdaderamente a disposición de los jóvenes, profunda
concordancia de sentimientos y capacidad de diálogo. Es típica y sumamente
iluminadora su expresión: "Aquí, con vosotros, me encuentro a gusto; mi
vida es precisamente estar con vosotros" [19]. Con acertada intuición dice
de modo explícito: Lo importante es "no sólo querer a los jóvenes, sino
que se den cuenta de que son amados" [20].
El educador auténtico, pues, participa
en la vida de los jóvenes, se interesa por sus problemas, procura entender cómo
ven ellos las cosas, toma parte en sus actividades deportivas y culturales, en
sus conversaciones; como amigo maduro y responsable, ofrece caminos y metas de
bien, está pronto a intervenir para esclarecer problemas, indicar criterios y
corregir con prudencia y amable firmeza valoraciones y comportamientos
censurables. En tal clima de "presencia pedagógica" el educador no es
visto como "superior", sino como "padre, hermano y amigo"
[21].
En esta perspectiva, son muy importantes
las relaciones personales. Don Bosco se complacía en utilizar el término
"familiaridad" para definir cómo tenía que ser el trato entre
educadores y jóvenes. Su larga experiencia le había llevado a la convicción de
que sin familiaridad es imposible demostrar el amor, y que sin tal demostración
no puede surgir la confianza, condición imprescindible para el buen resultado
de la educación. El cuadro de objetivos, el programa y la orientación
metodológicas sólo adquieren concreción y eficacia, si llevan el sello de un
"espíritu de familia" transparente, o sea, si se viven en ambientes
serenos, llenos de alegría y estimulantes.
A propósito de esto conviene recordar,
por lo menos, el amplio espacio y dignidad que daba el Santo al aspecto
recreativo, al deporte, a la música y al teatro o —como solía decir— al patio.
Aquí, en la "espontaneidad y alegría de las relaciones, es donde el
educador perspicaz encuentra modos concretos de intervención, tan rápidos en la
expresión como eficaces por la continuidad y el clima de amistad en que se
realizan [22]. El trato, para ser educativo, requiere interés continuo y
profundo, que lleve a conocer personalmente a cada uno y, simultáneamente, los
elementos de la condición cultural que es común a todos. Se trata de una
inteligente y afectuosa atención a las aspiraciones, a los juicios de valor, a
los condicionamientos, a las situaciones de vida, a los modelos ambientales, y
a las tensiones, reivindicaciones y propuestas colectivas. Se trata de
comprender la necesidad urgente de formar la conciencia y el sentido familiar,
social y político, de madurar en el amor y en la visión cristiana de la
sexualidad, de la capacidad crítica y de la conveniente ductilidad en el
desarrollo de la edad y de la mentalidad, teniendo siempre muy claro que la
juventud no es sólo momento de paso, sino tiempo real de gracia en que
construir la personalidad.
También hoy, aunque el contexto cultural
diverso y hasta con jóvenes de religión no cristiana, tal característica
constituye uno de los muchos aspectos válidos y originales de la pedagogía de
Don Bosco.
13. Quiero, pues, hacer ver que tales
criterios pedagógicos no se refieren sólo al pasado: la figura de este Santo,
amigo de los jóvenes, sigue atrayendo con su hechizo a la juventud de las
culturas más diferentes en todas las partes de la tierra. Es cierto que su
mensaje requiere aún ser profundizado, adaptado, renovado con inteligencia y
valentía, precisamente porque han cambiado los contextos socio-culturales,
eclesiales y pastorales; convendrá tener en cuenta las aperturas y los logros
obtenidos en muchos campos, los signos de los tiempos y las indicaciones del
Concilio Vaticano II. No obstante, la sustancia de su enseñanza permanece, y la
peculiaridad de su espíritu, sus intuiciones, su estilo y su carisma no pierden
valor, pues se inspiran en la pedagogía transcendente de Dios.
San Juan Bosco es también actual por
otro motivo: enseña a integrar los valores permanentes de la tradición con las
soluciones nuevas, para afrontar con creatividad las demandas y los problemas
emergentes: en estos nuestros difíciles tiempos continúa siendo maestro,
poniendo una educación nueva, contemporáneamente creativa y fiel.
"Don Bosco retorna", dice un
canto tradicional de la familia salesiana. Manifiesta el deseo y la esperanza
de "una vuelta de Don Bosco" y de "una vuelta a Don Bosco",
para ser educadores capaces de una fidelidad antigua, pero atentos, como él, a
las mil necesidades de los jóvenes de hoy, a fin de hallar en su herencia las
premisas para responder también a sus dificultades y a sus expectativas.
III. Necesidad urgente de la educación
cristiana hoy
14. La Iglesia se reconoce directamente
interpelada por la demanda de la educación, porque es ahí donde se trata del
hombre y "el hombre (es) el primer camino que la Iglesia debe recorrer en
el cumplimiento de su misión" [23]. Lo cual supone, evidentemente,
verdadero amor de predilección a la juventud.
Ir a los jóvenes: tal es la primera y
fundamental urgencia de la educación. "El Señor me ha enviado para los
jóvenes". En esta aserción de San Juan Bosco descubrimos su opción
apostólica de fondo, cuyo término son los jóvenes pobres, los de extracción
popular, los más expuestos al peligro.
Es útil recordar las palabras admirables
que Don Bosco decía a sus jóvenes y que constituyen la síntesis genuina de su
opción de fondo: "Comprended que cuanto soy, lo soy totalmente para
vosotros, día y noche, mañana y tarde, en cualquier momento. No tengo más
preocupación que vuestro aprovechamiento moral, intelectual y físico"
[24]. "Por vosotros estudio, por vosotros trabajo, para vosotros vivo y
por vosotros estoy dispuesto incluso a dar mi vida" [25].
15. Juan Bosco llega a tan plena
donación de sí mismo a los jóvenes, en medio de dificultades a veces extremas,
gracias a una caridad singular e intensa, es decir, en virtud de una energía
interior que une, de forma inseparable en él, amor a Dios y amor al prójimo. De
esa manera logra una síntesis entre actividad evangelizadora y quehacer
educador.
Su labor de evangelizar a los jóvenes no
se limita a la catequesis, o a la liturgia, o a los actos religiosos que
requieren ejercicio explícito de la fe y a ella conducen, sino que abarca todo
el dilatado sector de la condición juvenil. Se coloca, pues, en el proceso de
formación humana, consciente de las deficiencias, pero optimista en cuanto a la
maduración progresiva y convencido de que la palabra del Evangelio debe
sembrarse en la realidad del vivir cotidiano, a fin de lograr que los jóvenes
se comprometan con generosidad en la vida. Dado que viven una edad peculiar
para su educación, el mensaje salvífico del Evangelio los deberá sostener a lo
largo del proceso de su educación, y la fe habrá de convertirse en elemento
unificador e iluminante de su personalidad.
De ahí se siguen algunas orientaciones.
El educador debe poseer una sensibilidad especial por los valores y las
instituciones culturales, adquiriendo un conocimiento profundo de las ciencias
humanas. De ese modo la competencia lograda será instrumento útil para llevar
adelante un programa de evangelización eficaz. En segundo lugar, el educador
tiene que seguir un itinerario pedagógico específico, que simultáneamente
considera la dinámica evolutiva de las facultades humanas y suscita en los
jóvenes las condiciones para una respuesta libre y gradual.
Procurará también ordenar todo el
proceso de la educación a la finalidad religiosa de la salvación. Todo ello
supone bastante más que insertar, en el camino de la educación, algunos
momentos reservados a la instrucción religiosa y a la expresión cultural: lleva
consigo la labor mucho más profunda de ayudar a que los educandos se abran a
los valores absolutos e interpreten la vida y la historia desde la profundidad
y las riquezas del misterio.
16. Así, pues, el educador debe tener
percepción clara del fin último, ya que en el arte de la educación los
objetivos desempeñan un papel determinante. Su visión incompleta o errónea, o
bien su olvido, es causa de unilateralidad o desvío, además de ser signo de
incompetencia.
"La civilización contemporánea
intenta imponer al hombre —dije en la UNESCO— una serie de imperativos
aparentes, que sus portavoces justifican recurriendo al principio del
desarrollo y del progreso. Así, por ejemplo, en lugar del respeto a la vida, el
'imperativo' de desembarazarse de ella y destruirla; en lugar del amor, que es
comunión responsable de personas, el 'imperativo' del máximo de placer sexual,
al margen de todo sentido de responsabilidad; en lugar de la primacía de la
verdad en las acciones, la 'primacía' del comportamiento de moda, de lo
subjetivo y del éxito inmediato" [26].
En la Iglesia y en el mundo la visión de
una educación completa, según aparece encarnada en Juan Bosco, es una pedagogía
realista de la santidad. Hay que recuperar el verdadero concepto de
"santidad", en cuanto elemento de la vida de todo creyente. La originalidad
y audacia de la propuesta de una "santidad juvenil" es intrínseca al
arte educador de este gran Santo que con razón puede definirse como
"maestro de espiritualidad juvenil". Su secreto personal estuvo en no
decepcionar las aspiraciones profundas de los jóvenes —necesidad de vida, de
amor, de expansión, de alegría, de libertad, de futuro— y simultáneamente en
llevarlos gradual y realísticamente a comprobar que sólo en la "vida de
gracia", es decir, en la amistad con Cristo, se alcanzan en plenitud los
ideales más auténticos.
Tal educación exige hoy dotar a los
jóvenes de una conciencia crítica, que sepa percibir los valores auténticos y
desenmascarar las hegemonías ideológicas que, sirviéndose de los medios de
comunicación social, subyugan la opinión pública y esclavizan las mentes.
17. La educación, que según el método de
San Juan Bosco favorece una original interacción entre evangelización y
promoción humana, exige al corazón y a la mente del educador atenciones
precisas: adquirir sensibilidad pedagógica, adoptar una actitud simultáneamente
paterna y materna, esforzarse por evaluar cuanto acaece en el crecimiento del
individuo y del grupo, según un proyecto de formación que una, con inteligencia
y vigor, finalidad de la educación y voluntad de buscar los medios más idóneos
para ella.
En la sociedad moderna los educadores
deben prestar atención particular a los contenidos educativos históricamente
más señalados, de carácter humano y social, que mejor enlazan con la gracia y
las exigencias del Evangelio.
Quizá nunca como hoy, educar ha sido un
imperativo simultáneamente vital y social, que lleva consigo toma de posición y
voluntad decidida de formar personalidades maduras. Quizá nunca como hoy, el
mundo ha necesitado individuos, familias y comunidades que hagan de la
educación su razón de ser y se entreguen a ella como a finalidad primera,
dedicándole todas sus energías y buscando colaboración y ayuda, a fin de
experimentar y renovar con creatividad y sentido de responsabilidad nuevos
procesos de educación. Ser educador hoy comporta una auténtica opción de vida,
que debe reconocer y ayudar a cuantos tienen autoridad en las comunidades
eclesiales y civiles.
18. La experiencia y la sabiduría
pedagógica de la Iglesia reconoce un extraordinario significado educador a la
familia, a la escuela, al trabajo y a las diversas formas de asociación y
grupo. Es éste un tiempo en el que hay que relanzar las instituciones
educativas y apelar al insustituible papel educador de la familia, que tuve
ocasión de delinear en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio, pues
continúa siendo determinante para el bien y, por desgracia, a veces también
para el mal, la educación —o la falta de educación— familiar y, por otro lado,
continúa siendo imprescindible formar a las nuevas generaciones para que asuman
desde el ambiente familiar la responsabilidad de interpretar lo cotidiano según
la enseñanza perenne del Evangelio, sin descuidar las exigencias de la
renovación necesaria.
El puesto central de la familia en la
educación es actualmente uno de los problemas sociales y morales más graves.
"¿Qué hacer —recordé en la UNESCO— para que la educación del hombre se
realice sobre todo en la familia...? Las causas del éxito o fracaso en la
formación del hombre por su familia se sitúan siempre a la vez en el interior
mismo, del núcleo fundamentalmente creativo de la cultura, que es la familia, y
también a un nivel superior, el de la competencia del Estado y de los
órganos" [27].
Al lado del papel educador de la familia
hay que subrayar el de la escuela, capaz de abrir horizontes más dilatados y
universales. Según la visión de Juan Bosco, la escuela, además de fomentar el
desarrollo de la dimensión cultural, social y profesional de los jóvenes, debe
proporcionarles una eficaz estructura de valores y principios morales. De no
ser así, resultaría imposible vivir y actuar de modo coherente, positivo y
honrado en una sociedad que se caracteriza por la tensión y las situaciones
conflictivas.
Forma igualmente parte de la gran
herencia educativa del Santo piamontés, su atención preferente al mundo del
trabajo, para el que hay que preparar solícitamente a los jóvenes. Es algo de
que hoy se siente gran necesidad, a pesar de las profundas transformaciones de
la sociedad. Compartimos con Don Bosco su preocupación de dar a las nuevas
generaciones adecuada competencia profesional y técnica, tal como han
testimoniado meritoriamente, a lo largo de más de cien años, las escuelas de
artes y oficios y los talleres dirigidos, con pericia digna de encomio, por los
salesianos coadjutores. Compartimos su interés en favorecer una educación cada
vez más incisiva en la responsabilidad social, basada en una mayor dignidad
personal [28], a la que la fe cristiana no sólo da legitimidad, sino que además
proporciona energías de potencia incalculable.
Por último, hay que señalar la
importancia dada por el Santo a las formas de asociación y grupo, donde crecen
y se desarrollan el dinamismo y la iniciativa juvenil. Animando múltiples
actividades, creaba ambientes de vida, de buen empleo del tiempo libre, de
apostolado, de estudio, de oración, de alegría, de juego y de cultura, en los
que los jóvenes podían estar juntos y crecer. Los grandes cambios de nuestro
tiempo respecto al siglo XIX no eximen al educador de revisar situaciones y
condiciones de vida, y dar el espacio necesario al espíritu de creatividad
típico de los jóvenes.
19. Si, por otra parte, consideramos las
necesidades de la juventud actual y recordamos el mensaje profético de San Juan
Bosco, amigo de los jóvenes, es imposible olvidar que por encima — mejor,
dentro— de cualquier estructura de educación, son imprescindibles los típicos
momentos educativos del coloquio y del trato personal: si se utilizan
correctamente, son ocasiones de verdadera dirección espiritual. Es lo que hacía
el Santo ejerciendo con eficacia particular el ministerio del sacramento de la
reconciliación. En un mundo tan fragmentado y lleno de mensajes opuestos, es
verdadero regalo pedagógico dar al joven la posibilidad de conocer y elaborar su
proyecto de vida, en busca del tesoro de su vocación personal, del que depende
todo el planteamiento de su vida. Sería incompleta la labor educadora de quien
opinara que basta satisfacer las necesidades —obviamente legítimas— de la
profesión, de la cultura y del honesto esparcimiento, y no propusiera dentro de
ellos, como levadura, las metas que Cristo brindó al joven del Evangelio y por
las que incluso midió el gozo de la vida eterna o el amargor de la posesión
egoísta (cf. Mt 19, 21 s.).
El educador quiere y forma de verdad a
los jóvenes, cuando les propone ideales de vida que los trasciende y acepta
caminar con ellos en la fatigosa maduración cotidiana de su opción.
Conclusión
20. En esta memoria centenaria de San
Juan Bosco, "padre y maestro de la juventud", es posible afirmar con
convicción y seguridad que la divina Providencia os invita a todos, miembros de
la gran familia salesiana, así como también a los padres de familia y
educadores, a reconocer más y más la ineludible necesidad de formar a los jóvenes
a asumir con nuevo entusiasmo sus obligaciones y a cumplirlas con la entrega
iluminada y generosa del Santo. Con esta intensa preocupación que nace de la
gravedad del problema, me dirijo especialmente, entre los educadores, a los
presbíteros dedicados al ministerio pastoral: para ellos principalmente resulta
un desafío la formación de los jóvenes. Estoy persuadido —y de ello son
testimonio las reuniones que constantemente tengo con jóvenes durante mis
viajes pastorales— de que se registran muchos afanes e iniciativas para dar a
los jóvenes una educación cristiana integral; sin embargo, no hay que olvidar
que sobre todo en nuestros días los jóvenes están expuestos a provocaciones y
peligros que no se daban en otros tiempos: la droga, la violencia, el terrorismo,
la degradación de muchos espectáculos televisivos y cinematográficos, la
pornografía en los escritos y en las imágenes. Todo lo cual exige que, en la
acción pastoral, tenga prioridad la atención a los jóvenes mediante métodos
apropiados y con oportunas iniciativas. Las ideas e intuiciones de San Juan
Bosco pueden sugerir a los sacerdotes adecuadas formas de actuación. La
importancia de la cuestión exige que, tras maduro examen, se tome conciencia de
ello, ya que sobre esto seremos juzgados por el Señor. Los jóvenes han de
constituir la principal solicitud de los sacerdotes. De los jóvenes depende el
futuro de la Iglesia y de la sociedad.
Conozco muy bien, beneméritos
educadores, las dificultades que encontráis y los desengaños que a veces sufrís.
No os desaniméis en el extraordinario camino de amor que es la educación. Que
os conforte ver la inagotable paciencia de Dios en su pedagogía con la
humanidad, ejercicio incesante de paternidad que se reveló en la misión de
Cristo —Maestro y Pastor— y en la presencia del Espíritu Santo, enviado a
transformar el mundo.
La oculta y poderosa eficacia del
Espíritu se dirige a hacer que la humanidad madure según el modelo de Cristo.
Es el animador del nacimiento del hombre nuevo y del mundo nuevo (cf. Rom 8,
4-5). Así vuestra labor de educar se presenta como ministerio de colaboración
con Dios, que ciertamente será fecunda.
Vuestro y nuestro Santo solía decir que
"la educación es cosa de corazón" [29] y que debemos "lograr que
Dios entre en el corazón de los jóvenes, no sólo por la puerta de la Iglesia,
sino también por la de la clase y el taller" [30]. Precisamente en el
corazón del hombre es donde se hace presente el Espíritu de verdad, como consolador
y transformador: penetra incesantemente en la historia del mundo por el corazón
del hombre. Como escribí en la Encíclica Dominum et Vivificantem, también
"el camino de la Iglesia pasa a través del corazón del hombre"; más
aún, ella "es el corazón de la humanidad": "con su corazón, que
abarca todos los corazones humanos, pide 'justicia, paz y gozo en el Espíritu',
en el que, según San Pablo, consiste el reino de Dios"[31]. Con vuestro
trabajo, queridísimos educadores, estáis realizando un exquisito ejercicio de
maternidad eclesial [32].
Tened siempre ante vuestros ojos a María
Santísima, la más excelsa colaboradora del Espíritu Santo, dócil a sus
inspiraciones y, por ello, hecha Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. María
continúa siendo, por los siglos, "una presencia materna, como indican las
palabras de Cristo pronunciadas en la cruz: 'Mujer, ahí tienes a tu hijo; ahí
tienes a tu madre" [33].
Que vuestros ojos miren siempre a la
Santísima Virgen; escuchadla cuando dice: "Haced lo que os diga
Jesús" (Jn 2, 5). Rezadle también, instándola a diario para que el Señor
suscite constantemente almas generosas, que sepan decir que sí a la llamada
vocacional.
A Ella os encomiendo y, con vosotros,
encomiendo también a todo el mundo de los jóvenes, para que atraídos, animados
y dirigidos por Ella, puedan conseguir, gracias a la mediación de vuestra labor
educadora, la talla de hombres nuevos para un mundo nuevo: el mundo de Cristo,
Maestro y Señor.
Nuestra bendición apostólica, prenda y
anuncio de los bienes celestiales, así como testimonio de nuestra caridad, te
conforte a ti y ayude y proteja a todos los miembros de la gran familia
salesiana.
Roma, junto a San Pedro, 31 de enero,
memoria de San Juan Bosco de 1988, año X de nuestro pontificado.
IOANNES PAULUS PP. II
Notas
[1]
Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et
spes, 4.
[2]
Declaración sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, proemio.
[3]
Cf. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 8 de diciembre de 1975,
20: AAS 68, 1976, pág. 19.
[4]
Alocución a la UNESCO, 2 de junio de 1980, 12: AAS 72, 1980, pág. 743.
[5]
Alocución a la UNESCO, 2 de junio de 1980, 13; l. c., pág 743.
[6]
Alocución a la UNESCO, 2 de junio de 1980, 11; l. c., pág. 742.
[7]
Carta a los jóvenes y a las jóvenes del mundo Parati semper, 31 de marzo de
1985: AAS 77, 1985, págs. 579-628.
[8]
Pío XI, cartas Decretales Geminata laetitia, 1 de abril de 1934: AAS 27, 1935,
pág. 285.
[9]
Cf. Carta Encíclica Redemptoris Mater 25 de marzo de 1987, 12-19: AAS 79, 1987,
págs. 374-384.
[10]
Il Giovane provveduto, Turín 1847, pág. 7.
[11]
Memorias Biográficas de San Juan Bosco, vol. XVIII. Turín 1937, pág. 258.
[12]
Declaración sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, proemio.
[13]
Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 8 de diciembre de 1975, 69: AAS 68.
1976, pág. 59.
[14]
Cf. Il Sistema Preventivo, en “Regolamento per le case della Società di San
Francesco di Sales”, Turín 1877, en Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali
(AA.VV.), LAS, Roma 1987, págs. 192 ss.
[15]
Cf. Il Sistema Preventivo, en “Regolamento per le case della Società di San
Francesco di Sales”, Turín 1877, en Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e
spirituali (AA.VV.), LAS, Roma 1987, págs. 194-195.
[16]
Cf. Il Sistema Preventivo, en “Regolamento per le case della Società di S.
Francesco di Sales”, Turín 1877, in Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e
spirituali (AA.VV.), LAS, Roma 1987, pág. 166.
[17]
Carta Encíclica Redemptor hominis, 4 de marzo de 1979, 13. 14: AAS 71, 1979,
págs. 282. 284-285.
[18]
Cf. Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali (AA.VV.), LAS, Roma 1987,
pág. 168.
[19]
Memorias biográficas de San Juan Bosco, vol. IV, S. Benigno Canavese 1904, pág.
654.
[20]
Carta de Roma, 1884, en Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali
(AA.VV.), LAS, Roma 1987, pág. 294.
[21]
Carta de Roma, 1884, en Giovanni Bosco, Scritti pedagogici e spirituali
(AA.VV.), LAS, Roma 1987, pág. 296.
[22]
Acerca de la relación entre esparcimiento y educación según el pensamiento y la
praxis de Juan Bosco, todos saben que los oratorios salesianos se distinguen
por el gran espacio de tiempo reservado al deporte, teatro, música y a todo
género de iniciativas de recreo sano y formativo.
[23]
Cf. Carta Encíclica Redemptor hominis, 4 de marzo de 1979, 14: AAS 71, 1979,
págs. 284-285.
[24]
Memorias biográficas de San Juan Bosco, vol. VII, Turín 1909, pág. 503.
[25]
Ruffino Domenico, Cronache dell' Oratorio di S. Francesco di Sales, Roma,
Archivo salesiano central, cuad. 5, pág. 10.
[26]
Alocución a la UNESCO, 2 de junio de 1980, 13: AAS 72, 1980, pág. 744.
[27]
Alocución a la UNESCO, 2 de junio de 1980, 13: AAS 72, 1980, págs. 742-743.
[28]
Cf. Carta encíclica Laborem excersens, 14 de setiembre de 1981, 6: AAS 73,
1981, págs 589-592.
[29]
Memorias biográficas de San Juan Bosco, vol XVI, Turín 1935, pág 447.
[30]
Memorias biográficas de San Juan Bosco, vol. VI, S. Benigno Canavese 1907,
págs, 815-816.
[31]
Carta Encíclica Dominum et Vivificantem, 18 de mayo de 1986, 67: AAS 78, 1986
págs. 898. 900.
[32]
Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre la educación cristiana
Gravissimum educationis, 3.
[33]
Carta Encíclica Redemptoris Mater 25 de mayo de 1987, 24: AAS 79, 1987, pág.
393.