por P. Miguel A.
Fuentes, IVE
Es verdad que el término “droga” se
aplica tanto a los narcóticos o estupefacientes (sustancias que producen en el
hombre un estado físico o psíquico que subjetivamente resulta placentero y que
lleva progresivamente a la habituación y a la subsiguiente necesidad de
suministración en dosis cada vez más altas) cuanto a todos los medicamentos que
ejercitan unos efectos sobre las facultades sensitivas e intelectuales del
hombre. Por tanto puede hablarse de distintos “usos” de las drogas, unos
lícitos y otros gravemente ilícitos.
1-
El empleo terapéutico de algunas drogas
Algunas drogas pueden tener un efecto
mitigador del dolor; de ahí que sea lícito el emplearlas cuando tienden a
aliviar sufrimientos que hacen muy difícil, y a veces insoportable, el
sobrellevar algunas enfermedades. Tal es el caso de los medicamentos
analgésicos, los anestésicos, los usados para la cura del sueño, las drogas
psicótropas, etc.. De todos modos conviene distinguir los problemas morales
según las diversas clases de drogas:
Hay drogas que son meramente analgésicas
(aquellas que no tienen más efecto que la supresión del dolor, sin interferir
con el uso de la conciencia psicológica y sin producir efectos psíquicos
concomitantes). Estas no suelen presentar dificultades morales, porque sus
características farmacológicas no las hacen susceptibles de abusos, y
únicamente cabría plantear la cuestión de la dosis que, si es excesiva, puede
buscarse con fines suicidas.
Hay drogas que, teniendo o no un efecto
analgésico, poseen al mismo tiempo efectos euforizantes: el opio y sus
derivados naturales y sintéticos, la coca y la cocaína, etc.; alucinatorios
(mescalina, LSD, marijuana y derivados de la Cannabis Indica, etc.);
embriagantes (alcohol, éter, cloroformo, protóxido de nitrógeno, etc.);
hipnóticos (barbitúricos). Todas estas son drogas que pueden presentar serias
implicaciones morales, porque es fácil que del uso terapéutico se pase al
abuso, sobre todo por lo que se refiere a los llamados de un modo más concreto
estupefacientes, como ocurre con la mayoría de las drogas euforizantes y
alucinatorias. De aquí la responsabilidad del médico, que debe recurrir a estas
drogas (especialmente en lo que respecta a la morfina, que es la dotada de
mayor poder analgésico) solamente en casos de urgencia (cólicos agudos, por
ejemplo), y sólo si ya han fallado los demás analgésicos. Es prudente incluso
que sea administrada sin que el enfermo sepa de qué medicamento se trata, y
únicamente en enfermedades incurables y muy dolorosas se podrá suministrar con
más amplitud. Siempre se ha de llevar un control estricto de las recetas, para
cortar de raíz cualquier intento de tráfico ilícito con fines no
terapéuticos[1].
2-
El uso de drogas con fines no terapéuticos
Las drogas pueden tener también otros
usos: forenses, estimulantes, placenteros, etc.; en estos casos debemos
distinguir.
El
posible uso forense
Algunas drogas (principalmente los
barbitúricos) son capaces de producir un estado “crepuscular”, llevan a la
desinhibición del yo y a la abolición de la censura moral. Por este motivo se
las denomina vulgarmente como “suero de la verdad” (nombre, en realidad,
impreciso). ¿Qué decir de esto? ¿Pueden usarse estas drogas para obtener
información de parte de presuntos delincuentes? Estos procedimientos son
inmorales y deben rechazarse en la seria práctica forense; de suyo violan los
derechos naturales y adquiridos del reo (derecho a la libertad de la confesión,
derecho a no autoacusarse, derecho a la reputación, aunque fuera sólo aparente
o falsa, etc.); además llevan fácilmente a una dejación de deberes por parte de
los peritos y de los magistrados, son un medio inadecuado para obtener una
confesión objetiva y que responda a la verdad (porque algunas personas pueden
disimular la realidad aun bajo los efectos de esas drogas), y otras veces se
puede llegar a manifestar como hechos consumados cosas que en realidad son
deseos reprimidos o sueños fantásticos. Aclaro que algunos moralistas admiten
ese uso forense de la droga si se cuenta con el consentimiento del sujeto; para
otros no sería lícito ni siquiera en esas condiciones.
El
uso estimulante
A veces pueden usarse con fines
estimulantes (para aumentar la capacidad de trabajo, el rendimiento físico,
etc.). El problema en este caso es delicado, por las diversas circunstancias
que pueden influir en la moralidad. Así, por ejemplo, ordinariamente se admite
por todos el uso de drogas ligeras, que no ofrecen peligro de instaurar una
verdadera toxicomanía, y que han entrado en las costumbres de casi todos los
pueblos: tal es el caso del café, el té, el tabaco, el alcohol en moderada
cantidad, etc. Únicamente el abuso de estos productos presenta inconvenientes
morales. El uso estimulante de drogas más activas ofrece, sin embargo, serias
reservas, porque supone o puede suponer pecados graves de templanza, prudencia
y justicia. En algunos casos, como sucede con el uso de drogas en actividades
deportivas, entra también en juego la lealtad, no solamente con relación a los
competidores, de que deben abstenerse de drogas, sino porque contraviene a los
reglamentos deportivos que actualmente incluyen de ordinario una prohibición
expresa de usar drogas.
El
uso experimental o por curiosidad
Por lo que se refiere al uso de drogas
por curiosidad, espíritu de aventura, afán de originalidad, etc., aunque sea de
modo completamente esporádico, ha de tenerse en cuenta la posibilidad de
contraer una toxicomanía, y por consiguiente el grave y no proporcionado
peligro al que se expone quien hiciera uso de drogas con esos fines
superficiales, o para salir de una depresión, brillar en sociedad, etc.
Ordinariamente hay también riesgo de incurrir en pecados de lujuria, no sólo
por el efecto afrodisíaco de algunas drogas, sino por la obnubilación de
conciencia que producen.
3-
El abuso y las toxicomanías
Generalmente se da el nombre de
toxicomanía al estado de intoxicación periódica o crónica, nociva al individuo
y a la sociedad, que ha sido engendrado por el consumo repetido de una droga
natural o sintética. Si se tiene presente que sus características son un deseo
invencible de continuar el consumo de la droga y de procurársela con cualquier
medio, una tendencia a aumentar la dosis, y una esclavitud de orden psicológico
y a veces físico con relación a los efectos de la droga, se comprenderán las
gravísimas repercusiones morales de estas situaciones: aparte del serio daño
que suponen para la salud física, puede achacarse a la toxicomanía cualquier
tipo de pecado, pues el toxicómano no duda en cometerlo si le puede facilitar
la obtención de la droga. A esto hay que añadir los perjuicios morales que causa
a la familia y a la sociedad.
Por otra parte sus características hacen
muy difícil la ayuda espiritual, si no se instaura paralela y fielmente una
cura médica y psicológica de desintoxicación.
Por estas razones, en este campo, como
dice el dicho popular: es más fácil prevenir que curar. Prevenir ya sea
mediante el consejo espiritual que recuerde a médicos, farmacéuticos, etc., sus
deberes respecto a la administración, control y venta de estupefacientes, ya
sea en general a los posibles candidatos a la toxicomanía: por lo común hombres
y mujeres descentrados, de vida irregular y superficial, o de enfermos que han
sido sometidos a un tratamiento continuado con drogas estupefacientes, o de
jóvenes que frecuentan malos ambientes y malas amistades.