Por el P. Shenan J. Boquet
Presidente de Human
Life International
Durante las últimas décadas, la élite mundial ha estado tan excesivamente obsesionada con encontrar formas de detener el crecimiento de la población mundial, que parece que nunca ha considerado seriamente lo que sucedería si tuviera éxito. Bueno, si podemos confiar en un nuevo informe que ha surgido, estamos a punto de averiguarlo, mucho antes de lo que muchas predicciones anteriores nos hicieron creer.
Según un nuevo estudio publicado en la revista de medicina The Lancet, el mundo está a punto de experimentar lo que uno de los autores del estudio describió como una disminución de la población “nunca antes vista”. Según los investigadores, es probable que la población mundial alcance su máxima cantidad de alrededor de 9.7 mil millones de habitantes en 2064, pero que esta cifra luego comience a disminuir rápidamente hasta llegar a 8.79 mil millones para 2100.
Estas proyecciones son muy
diferentes a las proyecciones oficiales de la ONU, que proyectaban un máximo
demográfico de 11.2 mil millones de habitantes para alrededor de 2100. Entre
las muchas y sorprendentes predicciones de los autores, está la que proyecta
que a menos que haya una inversión dramática de las tendencias de la fertilidad
mundial, 23 naciones, incluidas España, Japón y Tailandia, probablemente verán
que sus poblaciones se reducirán a la mitad para el año 2100. Los autores también
estiman que para el año 2050, 151 naciones tendrán una tasa de natalidad que
estará por debajo del nivel de reemplazo (aproximadamente 2.1 niños nacidos por
mujer).
Esfuerzos a gran escala para aumentar la fertilidad
En los últimos años, numerosas naciones han comenzado a implementar varios paquetes de incentivos, alentando a los matrimonios a tener más hijos. Si bien durante décadas solo hemos escuchado sobre los peligros de la “explosión” demográfica, muchas naciones ahora se están dando cuenta de que el verdadero peligro es una implosión de la población. Esta implosión plantea enormes desafíos en términos de cómo lidiar con una fuerza laboral cada vez menor, ingresos fiscales reducidos, una marcada disminución de los índices económicos, y una población de ancianos en rápido crecimiento.
La BBC informa que, en los últimos años, “dos tercios de los países de Europa han introducido medidas para aumentar las tasas de fertilidad, desde bonos para bebés e incentivos fiscales hasta una licencia parental remunerada, con varios niveles de éxito”. En general, los resultados de estos programas de incentivos han sido menos que espectaculares. En 2015, por ejemplo, Italia lanzó un programa de incentivos que ofrecía un pago en efectivo de 800 euros por bebé por cada matrimonio. El programa parece no haber tenido un impacto notable en la tasa de natalidad, que sigue siendo una de las más bajas del mundo (1,34 hijos nacidos por mujer).
Incluso el gobierno chino, que recientemente se despertó ante las amenazas existenciales planteadas por una tasa de natalidad en sus niveles más bajos, una población que envejece rápidamente y el creciente problema de una desproporción entre los sexos – más hombres que mujeres – impulsado por el aborto selectivo de niñas, ha comenzado a modificar algunas de sus medidas draconianas de control de la población e incluso, en algunos casos, a alentar a los matrimonios a tener más bebés.
En 2016, el gobierno chino relajó
su política de hijo único, permitiendo que la mayoría de las familias ahora
tengan dos hijos sin sufrir sanciones gubernamentales. Sin embargo, la política
no ha tenido un impacto notable en las tasas de natalidad, incluso parece que
las ha empeorado. Como informó el New York Times en marzo del año pasado
[2019]: “Prácticamente todas las familias ahora pueden tener dos hijos, pero el
baby boom anticipado no se materializó. En los últimos dos años, los nacimientos han disminuido
precipitadamente, cayendo un 12% en 2018. La tendencia ha provocado
advertencias cada vez más graves de que China enfrenta una población envejeciente
y una fuerza laboral cada vez menor en las próximas décadas”.
La población disminuye a pesar de los incentivos
Incluso, los países escandinavos, que hasta hace poco se consideraban protagonistas de una historia de “éxito” en cuanto a alentar a sus poblaciones a tener más hijos, ahora están experimentando una disminución de la fertilidad. Un informe de la BBC de enero de este año [2020] señaló que en Suecia la tasa de fertilidad ha sido de aproximadamente de 1.9 niños por mujer, por debajo del nivel de reemplazo, pero aun significativamente más alta que la de muchos países europeos. (Italia, por ejemplo y como ya habíamos señalado, tiene una tasa de natalidad de solo 1.34 hijos nacidos por mujer).
Para mantener su tasa de
natalidad, Suecia ofrece a los matrimonios beneficios extremadamente generosos,
que incluyen un total de 480 días de licencia parental, pagos mensuales en
efectivo a los padres, cuidado infantil subsidiado y horas de trabajo
relativamente bajas. Y, sin embargo, la profesora Anne Guthier, de la
Universidad de Groninga en los Países Bajos, señaló que ahora se cuestiona la
idea de que los países escandinavos sean un ejemplo de cómo aumentar con éxito
las tasas de natalidad. “Pensamos que los países escandinavos lo habían hecho
bien”, le dijo a la BBC, “hasta aproximadamente el año pasado [2019] cuando sus
tasas de fertilidad comenzaron a disminuir”. El hecho es que, según ella, el
tipo de incentivos en efectivo que está implementando un número cada vez mayor
de países, “generalmente tiene muy poco impacto en la tasa de fertilidad”.
La cultura, no el dinero, dicta la fertilidad
Muchos de los expertos citados en varios artículos noticiosos sobre el inminente invierno demográfico parecen estar extrañamente perplejos ante el fracaso de los incentivos económicos para aumentar las tasas de natalidad. Digo “extrañamente”, ya que me parece que no hay nada desconcertante al respecto.
En el resumen de uno de sus libros, el demógrafo Jan Hoem señala lo que a mí me parece que es el punto más evidente de que la fertilidad es “mejor vista como un resultado sistémico que depende más de atributos más amplios, como el nivel de una buena actitud hacia la familia que tenga una sociedad, y menos en la presencia y establecimientos detallados de beneficios monetarios”.
En otras palabras, los padres tendrán hijos no porque alguien les dé dinero, sino porque tener hijos es visto como algo bueno y deseable. Sin embargo, la cultura en la mayoría de las naciones desarrolladas en este momento, incluidas las que han introducido incentivos en efectivo, constantemente les dicen a los padres exactamente lo contrario.
Durante décadas, la propaganda en nuestras escuelas, medios de difusión y gobiernos ha enfatizado que casi cualquier objetivo, excepto tener hijos, es un buen objetivo. A las mujeres, especialmente, se les ha dicho prácticamente desde el momento en que nacieron que, si bien la maternidad podría no ser una idea terrible a los 30 años, en realidad solo deberían considerarla después de haber logrado algo realmente importante, como el ascenso corporativo o ganar un título académico o profesional avanzado. Y, aun así, lo importante es no dejar que la maternidad tome demasiado de su tiempo. Ser una madre que se queda en casa es ser un fracaso como feminista, es ser una mujer que permitió que sus deseos biológicos se interpusieran en el camino de un verdadero logro.
Como si eso no fuera lo suficientemente malo, a cada vez más jóvenes adultos se les dice que tener hijos es, de hecho, egoísta. Se les dice que tener hijos causará daños ambientales a gran escala, posiblemente contribuyendo a un Armagedón ambiental que causará una gran devastación, hambre e incluso extinción. Si bien los matrimonios pueden sentir la necesidad de formar una familia, lo importante es, según los ideólogos del ambientalismo antivida, resistir esa necesidad, por el “bien” de la humanidad.
Los padres que tienen más de dos o tres hijos a menudo son avergonzados por aquellos que han creído en las teorías del desorden ambiental, o simplemente son tratados como “extraños” por personas bien intencionadas que simplemente no pueden entender por qué alguien podría querer tener más de uno o dos niños. Mientras tanto, aquellos jóvenes adultos que optan por priorizar el matrimonio y los hijos, incluso comenzando una familia cuando tienen entre 20 años y 30 años de edad (que solía ser la norma histórica), a menudo se encuentran aislados, ya que sus amigos de más o menos la misma edad, continúan enfocando todas sus energías en sus carreras, viajes, y citas en serie. Y debido a que tan pocos matrimonios ahora tienen bebés, muchos jóvenes adultos no tienen la experiencia de conocer a matrimonios cuyos esposos son jóvenes como ellos que ya tienen bebés ni tampoco de matrimonios de más edad que tengan más de dos o tres hijos. En muchos casos, la primera vez que estos jóvenes adultos sostienen a un bebé en sus brazos es cuando es el de ellos, cuando ya se han casado. Todo lo cual contribuye a que comenzar una familia parezca una propuesta muy solitaria y aterradora.
Así es como la falta de hijos se convierte en un ciclo de que se perpetúa a sí mismo, uno que, en última instancia, solo puede invertirse mediante un cambio a gran escala de actitud y cultura, y no de dinero.
Primero, cambiar actitudes
Si bien formar una familia es, históricamente, lo más común que una persona puede hacer, también es una de las más difíciles y audaces. Implica el equivalente de saltar de un trampolín bien alto hacia el fondo de una piscina, sin estar seguro de saber nadar. En otras palabras, requiere un salto de fe.
Si a los jóvenes adultos solo se les han dado motivos para creer que este salto de fe resultará en sufrimiento, miseria, la supresión de sus deseos e identidad, y que causará daño al resto de la humanidad, entonces ningún miserable incentivo económico los convencerá de casarse y tener hijos. Los incentivos económicos son insuficientes porque su argumento de venta es tan dolorosamente superficial y poco convincente: les dicen, “necesitamos que den a luz a más productores económicos para que nuestro país no se declare en bancarrota y nuestra calidad de vida no se deteriore”. ¡Qué razón tan mezquina y poco convincente para tener hijos!
Compare ese mensaje con este otro de la Exhortación Apostólica Familiaris consortio (no. 14) de San Juan Pablo II:
“En su realidad más profunda, el amor es esencialmente un don y el amor conyugal, a la vez que conduce a los esposos al recíproco ‘conocimiento’ que les hace ‘una sola carne’ no se agota dentro de la pareja, ya que los hace capaces de la máxima donación posible, por la cual se convierten en cooperadores de Dios en el don de la vida a una nueva persona humana. De este modo los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre”.
Este mensaje de San Juan Pablo II
sí es algo que le habla al corazón y al alma de una persona: ¡es un mensaje que
coloca todas las dificultades y privaciones que caracterizan a la paternidad y
a la maternidad bajo una luz diferente! Los niños no son solo “unidades” de
producción de las que necesitamos más para la salud económica de la
sociedad. Más bien, son “el mejor regalo posible”, el reflejo más profundo
y natural del amor de un matrimonio, ¡un signo de la cooperación de los esposos
con el poder creador de Dios!
¿Por qué comenzar una familia?
Comenzar una familia no es solo algo que podríamos hacer a regañadientes en respuesta a un programa de incentivos del gobierno. Es algo intrínsecamente significativo que podríamos hacer, es de hecho, una de las cosas más significativas y gratificantes que cualquier ser humano puede hacer con su vida. Una persona que inicia una familia se está abriendo al amor, a derramar amor sobre sus hijos y a recibir amor a cambio, y a presenciar uno de los mayores milagros del universo: la creación y el crecimiento de un ser humano completamente único e irrepetible.
Con esta comprensión de la vida familiar, un matrimonio joven puede estar dispuesto a rechazar el espíritu dominante de la época, a arriesgarse a ser visto como “extraños”, a estar dispuesto a abrazar las noches sin dormir y las ansiedades de la paternidad y la maternidad, sabiendo que todo esto vale la pena en un 100%. Los incentivos gubernamentales para alentar al nacimiento de más niños pueden ser una buena idea, pero hasta que no cambiemos los mensajes de la sociedad y, lo que es más importante, la cultura, podemos esperar que las tasas de natalidad no hagan nada más que continuar bajando.
Artículo publicado originalmente en inglés el 3 de agosto de 2020
Traducción de José Antonio Zunino (Ecuador)