Recomendamos a nuestros amigos visitar de cuando en cuando los Cottolengos que encuentren en su camino.
No sólo para que comprueben la
presencia activa aunque discreta de la divina Providencia que atiende
diariamente a estos refugios de la miseria humana.
Ni para cerciorarse de las consecuencias del pecado original, dado que los deficientes que allí encontrarán les manifestarán, con el relieve de estigmas físicos, las heridas escondidas del pecado.
Quizás los visitantes estarán- en cuanto a los cánones de la estética y de la salud humana– regulares, como se dice vulgarmente. Esta opinable “regularidad” –los feos y los enfermos abundan y están en alza; los bellos y los sanos escasean y están en baja- no les debe hacer ilusión, ni incitarles a despreciar a aquellos que se dan en estas santas casas en espectáculo, porque estos discapacitados son los benditos de Dios. Sus malicias no llegan por lo general a pecado grave. Parecen y son niños traviesos, y alguna que otra vez, pesados, pero no han ofendido ni ofenden a Dios; y, –por ser bautizados- están con seguridad destinados a la contemplación eterna de Dios. Más aún, el día de la Resurrección aparecerán con un cuerpo que manifestará afuera la plenitud y la belleza de su alma regenerada por Cristo y en Cristo.
Lo que queremos hacer descubrir a nuestros amigos, es que los Cottolengos no pueden evitar chocar nuestra sensibilidad en el momento de nuestra primerísima experiencia. Pero si somos atentos, y dejamos la Fe sobrenatural actuar en nosotros, no tardaremos en despojarnos de nuestra repugnancia para entregarnos hacia la Caridad divina que nos inclinará a estos privilegiados: éstos que no ofenden a Dios ni pueden hacerlo.
Exigen muchos cuidados, son absorbentes, más bien cuajan mal con la sociabilidad común, razón por lo cual los Cottolengos ofrecen una oportuna solución, una de esas santas soluciones que la Iglesia de Cristo desde su fundación ha sabido brindar para resolver los problemas humanos.
Pero, -y es nuestro propósito- quisiéramos que nuestros lectores, y, si fuera posible, todos nuestros conciudadanos, caigan en la cuenta de que existen otros Cottolengos, pero al revés de estos pedazos de Cielo: los anticottolengos.
Al revés, decimos, porque aparentan ser regulares, más bien con pretensión de ser considerados por arriba de la medianía. Pero adentro, los espíritus que los pueblan poseen invisibles los estigmas de los pecados, no solo del original (borrado o no), que siempre deja secuelas, sino de los personales que allí abundan.
Si pudieran ver sus almas estos
desgraciados, tales como aparecen a los ojos de Dios, comprenderían entonces
que mejor les valdría ser parte integrante de los “benditos de Dios” con las
minusvalías psicosomáticas concomitantes, que seguir incubando en secreto su
condenación eterna.
¿Cuántos son los que viven, tanto
por dentro como por fuera, las exigencias de su bautismo y de la Fe que
recibieron de Dios?
Existen y son los hermanos
“guapos” de los “benditos de Dios”, pero con ventaja en un sentido y desventaja
en otro. Son capacitados para esta vida y la otra, pero pueden usar mal de su
capacidad que les hace responsables.
Sin duda están en lo normal. Pero ¡cuídense!, a fin de no malograr su ventaja.
Y Dios nos guarde de pertenecer a
un anticottolengo, de ser sepulcros blanqueados como decía Jesús (Mt 23,27).
Dios nos guarde también de estos guapos, normales y regulares por fuera, y feos, anormales y enemigos de Dios por dentro, porque son demonios cristodicentes pero maleficentes.
El día de la Resurrección éstos
generarán una repugnancia que ninguna caridad podrá vencer.
(Fuente: Revista Verbo)