Un rey, cuatro esposas



Por  José Martínez Colín
           
Había una vez un rey que tenía cuatro esposas.

Él amaba a su cuarta esposa más que a las demás y la adornaba con ricas vestiduras y la complacía con las delicadezas más finas gastándose en ella su tiempo y su fortuna.
También amaba mucho a su tercera esposa y siempre la exhibía en los reinos vecinos. Sin embargo, temía que algún día ella se fuera con otro.
También amaba a la segunda. Ella era su confidente y siempre se mostraba bondadosa, considerada y paciente con él. Cuando el rey tenía un problema, confiaba en ella para salir de los tiempos difíciles.
La primera esposa del rey era una compañera muy leal y le ayudaba a mantener tanto la riqueza como el reino del monarca. Sin embargo, él no la atendía, era indiferente y aunque ella le amaba profundamente, él apenas se fijaba en ella.

Un día, el rey enfermó de gravedad. Pensó acerca de su vida de lujo y caviló: "Ahora tengo cuatro esposas conmigo, pero, cuando muera, estaré solo".

Así que le preguntó a su cuarta esposa: "Te he amado más que a las demás, te he dotado con las mejores vestimentas y te he cuidado con esmero. Ahora que estoy muriendo, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?" Contestó: "¡Ni pensarlo!", y se alejó sin más. Su respuesta penetró en su corazón como un cuchillo filoso.

El entristecido monarca le preguntó a su tercera esposa: "Te he amado toda mi vida. Ahora que estoy muriendo, ¿estarías dispuesta a seguirme?" Le contestó: "¡No! ¡La vida es demasiado buena! ¡Cuándo mueras, pienso volverme a casar!" Su corazón experimentó una fuerte sacudida y se puso frío.

Entonces preguntó a su segunda esposa: "Siempre has estado para ayudarme. Cuando muera, ¿estarías dispuesta a seguirme?" Contestó: "¡Lo siento, no puedo ayudarte esta vez! Lo más que puedo hacer por ti es enterrarte". Su respuesta vino como un relámpago estruendoso que devastó al rey.

Entonces escuchó una voz: "Me iré contigo y te seguiré dondequiera que tú vayas". El rey dirigió la mirada en dirección de la voz y allí estaba su primera esposa. Sé veía tan delgada, sufría de desnutrición. Profundamente afectado, el monarca se lamentó mientras moría: "¡Debí haberte atendido mejor cuando tuve la oportunidad de hacerlo!"


El cuento tiene su significado: todos tenemos esas cuatro esposas en nuestras vidas.

Nuestra cuarta esposa es nuestro cuerpo. No importa cuánto tiempo y esfuerzo invirtamos en hacerlo lucir bien, nos dejará cuando muramos.

Nuestra tercera esposa son nuestras posesiones y riqueza. Cuando muramos, se irán con otros.

Nuestra segunda esposa es nuestra familia y amigos. Lo más que podrán hacer es acompañarnos hasta el sepulcro y enterrarnos.

Y nuestra primera esposa es nuestra alma, frecuentemente ignorada por buscar bienes exteriores y aparentes. Sin alimentarla con las virtudes, no queremos hacerle caso a nuestra conciencia y somos indiferentes a su voz. Pero ella es la única que nos acompañará dondequiera que vayamos.