Decálogo de comunicación entre padres e hijos....


(...Sin morir en el intento y con ayuda de Dios)



Por Alicia Beatriz Montes Ferrer
(Española, Lic. En CS. Religiosas, Master en Ciencias de la Familia)


La comunicación con un hijo comienza desde el mismo vientre materno. Especialmente serán madre e hijo los que durante el periodo embrionario se relacionen. El hijo percibe que es querido y amado ya incluso sin haber visto aún la luz.

Conforme este hijo va creciendo, esta relación pasa de los llantos y sonrisas para expresar hambre, sueño o alegría, a las primeras palabras que pronto se convertirán en conversaciones acompañadas de multitud de besos y abrazos que fácilmente muestran a los padres.

Ya entrada la edad de la adolescencia es cuando se comienza a visualizar de un modo más concreto si el modo de relacionarse los padres con su hijo ha sido el adecuado, o han ido quedando lagunas que desembocarán en situaciones conflictivas.

Sabemos que la adolescencia es toda una explosión de hormonas y un querer descubrir nuevos horizontes diferentes a los que los padres han ido mostrando al hijo durante sus primeros años. Entre padres e hijo se comienza a abrir una brecha en la relación. Incluso pudiera llegar el punto en que pareciera que cada uno hablara un lenguaje diferente y que no hay manera de entenderse.

La comunicación es uno de los puntos clave que suele fallar en muchos matrimonios y, por tanto, en la familia al completo. Puede ser incluso el germen que provoque la ruptura familiar. Aprender a comunicarse es todo un arte, no todo el mundo lo consigue.
De hecho, nunca llegaremos a lograr una comunicación perfecta ya que intervienen muchos factores que pueden interferir. Hay padres e hijos que tienen más facilidad para el trato, sus modos de relacionarse parecen más complementarios, pero también ocurre que hay caracteres más incompatibles. Esto último suele darse mucho cuando padre o madre e hijo son parecidos, por lo que la confrontación es más común.
Sea como sea, se suman condicionantes exteriores como pudieran ser el cansancio, el estrés laboral o derivado de los estudios, las prisas… que van deteriorando la relación en la familia.

Por ello te entrego este DECÁLOGO con las 10 claves que considero más relevantes a tener en cuenta para lograr una cuasi perfecta comunicación con el hijo y, sobre todo, que sea duradera y gratificante.
Todo ello sin olvidar que la ayuda de Dios es fundamental para lograr con mayor éxito llegar a entenderse con un lenguaje común.


1. Tener como prioridad en tu escala de valores a tu familia

Prioridades de tu vida: tu cónyuge.
Cuando un hijo ve que sus padres se aman el uno al otro y se respetan, la relación con ellos será más cercana, sincera, natural y equilibrada. Si un hijo ve que sus deseos, caprichos e intereses están por encima de la autoridad del padre o de la madre -porque uno de ellos así se lo muestra, aunque muchas veces inconscientemente- empezará a ganar terreno y puede acabar distanciándose mucho de él o ella, queriendo remplazarlo en la escala de autoridad que deben tener los padres.

Prioridades de la familia: responsabilidad de dos y esfuerzo constante
Los esposos deben educar en común a los hijos con amor para que sean adultos libres, maduros, responsables, felices y orientados hacia el futuro.
Es deber y responsabilidad de ambos, aunque cada uno aporte su peculiaridad propia como padre o madre en su estilo educativo. Este punto es de gran importancia pues si no se lleva a cabo una educación “en la misma línea”, pueden ir apareciendo consecuencias por esa deficiente educación.

Educar supone constancia, es una labor diaria, de cada momento. Y en estas situaciones continuamente estamos comunicándonos con el hijo. No sirve dar las cosas por hecho o tirar la toalla por estar cansado de repetirle
siempre lo mismo ante lo que parece que no hace caso.
Hay que ser constante pues los padres son los que llevan el timón de la familia y no deben desfallecer antes de llegar salvos a tierra firme… con paciencia y mucho amor, se llegará.

Tampoco sería coherente para un hijo percibir que uno de los padres se desentiende de la educación y delega prácticamente todo en, generalmente la madre.
La exhortación Amoris Laetitia nos recuerda en el nº 176:” El problema de nuestros días no parece ser ya tanto la presencia entrometida del padre, sino más bien su ausencia, el hecho de no estar presente. El padre está algunas veces tan concentrado en sí mismo y en su trabajo, y a veces en sus propias realizaciones individuales, que olvida incluso a la familia. Y deja solos a los pequeños y a los jóvenes”.


2. El estilo de la comunicación:

Como he comentado más arriba, comunicarse es todo un arte. Por lo tanto, requiere de algunos puntos a tener en cuenta:

·        Piensa antes de hablar. A veces decimos todo aquello que se nos viene a la cabeza sin meditarlo y, sobre todo, cuando se está en plena discusión, suelen salir palabras hirientes, con violencia o subidas de tono.

·        El modo de decirlo: En consonancia con lo anterior, conviene mostrar especial atención a estos aspectos:
El tono de voz.
Las palabras empleadas.
Sé concreto. No aprovechar para sacar la lista negativa de cosas ya pasadas. No soluciona el tema que se quiera tratar y provocará en el hijo rechazo a seguir hablando.

·        El momento de decirlo: En caliente tras una discusión es muy perjudicial tomar decisiones, intentar buscar una solución… más vale esperar unos minutos o incluso horas si hace falta para meditar, tomar aire y relajarse.

·        Cuida el lenguaje no verbal: Gestos, compostura, miradas… también hace mucho daño… hay miradas que matan.

·        Sé sincero y transparente.

·        Tener buen sentido del humor.

(De estos dos últimos aspectos nos detendremos más adelante).

·        Saber escuchar: En este punto más de uno deberíamos de hacer un curso especializado, ¿no crees? Si saber comunicarse no es sencillo, saber escuchar es una asignatura bastante pendiente en la que nos tenemos que esforzar con más énfasis. A veces incluso parece que estamos escuchando, pero en realidad tan sólo oímos lo que nos interesa. ¿No te ha pasado que has hablado con alguien contándole algo y te ha respondido otra cosa totalmente contraria?

·        ¿Cómo debemos de escuchar?
Con el corazón. Desde nuestro interior abrirnos a sus palabras para que nos penetren. No poner una barrera. Descartar críticas negativas, prejuicios, desconfianzas, rencores…

Con aptitud atenta. No podemos estar mirando el móvil, la televisión o leyendo el periódico mientras nuestro hijo nos está hablando. Debemos mostrarle que realmente nos importa lo que nos está contando, aunque sea cosas de la que quizás no tengas mucho interés en conocer, pero a él le apasiona, y es importante para él ver que su padre/madre se detiene unos minutos en escucharle sólo a él; eso le colma de felicidad.

Mirando al interlocutor. Mirar a los ojos directamente al hijo es mucho más importante de lo que podemos pensar. Supone un tú a tú irremplazable. Da seguridad, confianza, muestra sinceridad, respeto por el interlocutor, ayuda a ver si se está entendiendo el mensaje…

Muestra interés. Enlazada con la aptitud atenta, supone no sólo “parecer que se está atento” y mirar a los ojos, si no realmente mostrarle interés preguntándole, asintiendo con la cabeza, sonriendo, con algún gesto cariñoso…

Ponte en el lugar del otro (empatía): Entenderlo. Saber ponernos en su pellejo. No viene mal que nos imaginemos y recordemos lo que a un chico a su edad le pueden afectar ciertas situaciones que a los adultos nos parezcan triviales. Hay que entender su mundo interior para poder ayudarle.

·        Qué comunicar:
Hablar con un hijo debería de ser algo espontáneo y natural en una familia. Pero quizás haya ocasiones en que haya que hacer más hincapié en algunos aspectos más concretos que no solemos atender o forzar una conversación con algún pretexto: deseos, anhelos, sueños, inquietudes, preocupaciones, tristezas, malentendidos, alegrías, trivialidades del día a día, anécdotas…

·        Cuándo:
La comunicación se produce espontáneamente en cualquier momento del día y situaciones diversas como acabo de comentar más arriba.
Sin embargo, también hemos de saber buscar encuentros íntimos con el hijo para dialogar sobre ciertos asuntos de un modo más personal y relajado. El hijo a solas con su padre o madre puede llegar a sentirse más cercano, importante y atendido de un modo más privilegiado, brindándole así la oportunidad de abrir su corazón para expresar sus sentimientos y preocupaciones.

También hay ciertos temas como el despertar de su sexualidad, su relación con los amigos, dificultades en los estudios, entre otros muchos, que se pueden abordar más relajadamente en privado.
Recordemos las palabras del Santo Padre Juan Pablo II: “La educación para el amor como don de sí mismo constituye también la premisa indispensable para los padres, llamados a ofrecer a los hijos una educación sexual clara y delicada. Ante una cultura que «banaliza» en gran parte la sexualidad humana, porque la interpreta y la vive de manera reductiva y empobrecida, relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta, el servicio educativo de los padres debe basarse sobre una cultura sexual que sea verdadera y plenamente personal” (Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 2 de octubre de 1979).

Así mismo, la familia completa ha de procurar tener momentos en unión para que todos tengan la oportunidad de expresarse. Las comidas y cenas facilitan estas conversaciones. Se aprenden muchos valores en esas ocasiones: a esperar el turno para hablar sin interrumpir, a escuchar y comprender al otro, a dar consejos.

No debemos olvidar cómo une y engrandece a una familia la oración conjunta. No sólo ir a misa, sino determinar ocasiones para rezar juntos como pudiera ser la oración de Laudes los Domingos o el rezo antes de acostarse.

También es ocasión de pedirse perdón entre todos los miembros. De conversar sobre experiencias de Dios en la vida…
La familia es la llamada “Iglesia doméstica” que hace presente a Dios en el hogar. Con estas palabras nos lo recordaba el Papa Francisco hace unos años:
“La familia también forma una pequeña Iglesia, la llamamos «Iglesia doméstica» que, junto con la vida, encauza la ternura y la misericordia divina. En la familia la fe se mezcla con la leche materna: experimentando el amor de los padres se siente más cercano el amor de Dios”.

3. Respeto:
Acepta a tu hijo como es, no intentes cambiarlo, sí ayúdale a que mejore.

Trátale con la verdadera dignidad que se merece: la de un Hijo de Dios.

Emplea una comunicación respetuosa. Las etiquetas despectivas al hablar con él hacen mucho daño: “¡Qué desastre eres!, ¿es que eres tonto?... pueden quedar marcadas para siempre.

4. Confianza:
Sinceridad siempre. Nunca le mientas ni que te oiga mentiras. La confianza es algo que une mucho a los hijos con sus padres.

Cumple las promesas y palabras dadas. Al igual que el punto anterior, si se incumple una palabra dada el hijo lo recibe como un gran engaño o traición por parte de sus padres.

Da seguridad. Un hijo adolescente aún no es un adulto.
Necesita sentir la seguridad en lo que hace proveniente de quienes más le aman: sus padres. Así se le ayuda a ir aprendiendo a encaminarse correctamente y a madurar equilibradamente. Aunque se equivoque, sabrá que el amor no disminuye y se le debe animar a rectificar y a intentar de nuevo lo que pretende.

En este sentido se hace imprescindible que el hijo vea en el padre la autoridad que le corresponde y que aprenda a respetarla. Por lo tanto, el padre, así como la madre,
han de saber mantener la autoridad que les es propia por su paternidad. El hijo en ocasiones pretenderá imponer sus ideas y normas por encima de las de sus padres. En esos casos es importante saber establecer los límites y correspondientes consecuencias preavisadas en caso de que se incumplan.

Una cosa es dialogar y llegar a un acuerdo en algunos asuntos, mostrándose flexibles, como pudiera ser salir con los amigos tras haber estudiado, permitir que llegue un poco más tarde por una excepción… y otra bien distinta es que el hijo sea el que diga lo que se debe hacer sin más razonamientos que sus caprichos o deseos.

Destierra los prejuicios. Podemos tener en mente un esquema prefijado sobre ciertas cosas por circunstancias
de nuestro pasado y esto nos impide tener la mente abierta para confiar en lo que hablamos con el hijo.
O también puede ocurrir el mostrarnos inseguros por supuestos peligros ante los que vemos que el hijo puede enfrentarse y queremos evitarle, por lo que nos cerramos y somos rígidos en nuestra relación.


5. Buen humor y positividad:
Hay muchas cosas que, si se dicen riendo o con cierta gracia, provocan un resultado mucho más favorable que si el semblante está serio.
No podrá ser lo mismo decir en voz alta mientras se pasa cerca de donde está el hijo sentado: “Se ve que se ha levantado un huracán en el dormitorio que ha dejado toda la ropa en el suelo y la cama desecha… alguien tendrá que ir a arreglar ese desastre!!” lo cual sin duda el hijo captará perfectamente y aunque sin muchas ganas, sabrá que tiene que ir a ordenar su dormitorio.

Busca lo bueno de tu hijo, de lo que dice y de lo que hace. Y házselo saber. Díselo en voz alta, dale la enhorabuena, prémiale con halagos… A todos nos gustan que de vez en cuando nos valoren las cosas que hacemos bien, pero sobre todo cuando lo hace un padre, no tiene precio.

Valórale las virtudes antes que los defectos. Estar pendiente de lo que hace mal para recriminarlo crea un ambiente tenso, inseguridad, autoestima baja y rebeldía. Seguro que tu hijo tiene muchas virtudes que le puedes valorar con alegría: ¿es sincero? ¿te ayuda y es colaborador? ¿Tiene en cuenta las necesidades de los demás?...

Se flexible. Podemos caer en el error de tener demasiado en cuenta una teoría educativa que nos impide salirnos de ahí. Cada hijo es un mundo, pero, además, cada época y cada situación van forzando cambios a los que debemos de adaptarnos. Sobre todo en la adolescencia, estos cambios son habituales y hemos de saber sobrellevarlos.

Ríete de ti mismo. Si algo te ha salido mal, te has equivocado, has metido la pata… ¡¡¡ríete a carcajadas con tus hijos!!!

Minimiza las preocupaciones y problemas. Nos enfrascamos en nuestros líos y agobios que nos provoca el hijo y, sin embargo, en muchas ocasiones no son tan graves. Debemos aprender a dar el valor justo, ni ser indiferentes ni exagerados. Estar constantemente pendiente de las situaciones conflictivas daña la comunicación sincera y cercana con el hijo. En ocasiones quizás tengamos que hacer como que no hemos visto o escuchado tal cosa, o dejar pasar otras… no podemos estar todo el día con el hacha levantada esperando a ver en qué se ha equivocado para ir corriendo detrás de él a recriminárselo. Eso provoca tensión y rebeldía. Muchas veces conviene dejar pasar algo y mantener el buen humor a, en caso contrario, liar un buen combate familiar sin que realmente el asunto en cuestión fuese tan horrible.


6. Perdonar y pedir perdón:
El perdón es un don de Dios. No es fácil perdonar y menos pedir perdón. Sin embargo, es imprescindible que se dé entre los padres delante del hijo y hacia éste. Da una fuerza y unión únicas en la familia.

Perdona con palabras y gestos. Si tu hijo te ve pedirle perdón por algo, cuando le has faltado al respeto, le has gritado, te has equivocado... eso aprenderá él a hacer contigo y con todos los demás.

Sé humilde. No se puede pedir perdón y perdonar al otro sin la humildad. Una de las virtudes más importantes es ésta.  En ocasiones le pedimos al hijo que pida perdón ante algo, hacia lo que ha de humillarse, pero nosotros no somos capaces de hacerlo.

Reconoce cuando te hayas equivocado. Ser humilde incluye este punto: reconocer que también nosotros nos equivocamos. Los padres somos su modelo por lo que hemos de hacerles saber que nos hemos equivocado.

Todos merecemos más oportunidades para mejorar. Siempre hay un motivo por el que perdonar a un hijo. ¡Siempre!!  sin desfallecer, aunque nos haya provocado mucho daño: nuestro amor incondicional por él nos llevará a ello.


7. Amabilidad, cariño y amor:

Gestos y palabras de ternura. En la comunicación, los gestos son importantísimos tanto o más como las palabras. Decirle al hijo “vete a la cama ya a dormir que es muy tarde” se puede decir apretando los dientes y los puños o haciéndole una caricia sobre su mejilla… ¿lo dices con ternura y cariño o con nerviosismo y cabreo…?

Ten pequeños detalles con tu hijo: Un regalo sorpresa de algo que anhelaba, una escapadita juntos al centro comercial o al cine, una nota de agradecimiento por algo, o un mensaje de ánimo, o su cena favorita...

Cuida los momentos íntimos. Los padres deseamos tener momentos exclusivos para nosotros mismos, sobre todo al terminar la jornada de todo el día, pero el hijo lo que pide y necesita es tener un ratito con su padre/madre a solas.  No descuidemos estas situaciones tan privilegiadas porque pasará el tiempo y se irá despegando, volará del nido y esos momentos no volverán jamás de igual forma.

Sé amable en el trato y las palabras. Aunque estés cansado o enfadado porque se te ha quemado la comida o el coche se ha quedado sin batería y llegas tarde al trabajo… ¡no lo pagues con malas contestaciones o palabras bruscas con tu hijo! Aprenderá eso de ti y hará lo mismo él.

Muestra interés por sus cosas. Pregúntale qué tal le ha ido en clase, por su amigo que había sido operado, por su partido de fútbol o por eso que le preocupa… cualquier motivo es bueno para acercarnos a su interior.

Y por supuesto, todo, todo, hecho con mucho amor. Un amor que es incondicional y que tan sólo Dios puede otorgar regalarlo para que se haga visible en el día a día en la familia.
El amor es el centro y culmen de toda relación. Entre los padres e hijo asume un elemento insustituible.
No podríamos educar a nuestros hijos, ni dar la vida, ni el tiempo por ellos, si no tuviese como fuente el amor que Dios nos tiene a cada uno.
“…no puede olvidarse que el elemento más radical, que determina el deber educativo de los padres, es el amor paterno y materno que encuentra en la acción educativa su realización, al hacer pleno y perfecto el servicio a la vida. El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y, por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más precioso del amor”. (Palabras del Papa San Juan Pablo II en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 2 de octubre de 1979)

8. Paciencia
Esta virtud es fundamental para no morir en el intento de comunicarnos con un hijo adolescente. Paciencia, paciencia y paciencia… que ya madurará y los frutos se verán.

Nos dice el Papa Francisco en Amoris Laetitia N° 92:
“Tener paciencia no es dejar que nos maltraten continuamente, o tolerar agresiones físicas, o permitir que nos traten como objetos. El problema es cuando exigimos que las relaciones sean celestiales o que las personas sean perfectas, o cuando nos colocamos en el centro y esperamos que sólo se cumpla la propia voluntad. Entonces todo nos impacienta, todo nos lleva a reaccionar con agresividad. Si no cultivamos la paciencia, siempre tendremos excusas para responder con ira, y finalmente nos convertiremos en personas que no saben convivir, antisociales, incapaces de postergar los impulsos, y la familia se volverá un campo de batalla. Por eso, la Palabra de Dios nos exhorta: «Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad» (Ef. 4,31). Esta paciencia se afianza cuando reconozco que el otro también tiene derecho a vivir en esta tierra junto a mí, así como es. No importa si es un estorbo para mí, si altera mis planes, si me molesta con su modo de ser o con sus ideas, si no es todo lo que yo esperaba. El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte de este mundo, también cuando actúa de un modo diferente a lo que yo desearía.”.


9. Actividades en común a solas:
Compartir de vez en cuando momentos juntos en familia sin amigos ni otros familiares, es muy enriquecedor. Aporta muchas oportunidades para conocer aspectos de la personalidad del hijo que fuera del contexto del hogar quizás pasen desapercibidos. Relaja a todos los miembros familiares y facilita el diálogo, la apertura hacia el otro, la sinceridad… Así que ir a la playa, a hacer senderismo o a dar un paseo debe estar en nuestra agenda de padres.


10. Tener y vivir la misma fe y creencias.
La oración es la fortaleza de la familia, el arma más poderosa que puede hacer frente a cualquier embestida.
Cuando la comunicación falla, cuando parece que no es posible una conversación que llegue a buen final, sin un enfrentamiento y palabras hirientes.  Cuando ya ni siquiera hay diálogo porque el silencio y la ignorancia es lo que se ha tomado como norma. En esas situaciones hay esperanza. La oración es poderosa, no lo dudes. Puede hacer cambiar nuestros corazones. Puede darnos un discernimiento, sabiduría y paciencia que nos ayuden a acercarnos al hijo con amor y al hijo, que aún le queda camino por recorrer y madurar, Dios también lo irá trabajando con dulzura.

Por esto es importante tener en cuenta estos dos aspectos:
o La vida íntima espiritual compartida fortalece al matrimonio.
o Es muy beneficiosa para educar en la misma línea a los hijos.

Si el matrimonio permanece unido y ambos van a la par en la transmisión de la fe y educación del hijo, el camino para lograr una adecuada comunicación es mucho más sencillo.
Pero si alguno de los dos cónyuges falla en esta misión, también hay esperanza. El Señor se puede valer de uno, como instrumento, para que los demás vean el rostro de Dios.

Para terminar, estas preciosas palabras del Papa Francisco que nos ayudan a comprender la grandeza de la familia y la importancia de tener armonía, y por tanto buena comunicación entre padres e hijos, para vivir realmente felices:
“…La verdadera alegría viene de la armonía profunda entre las personas, que todos experimentan en su corazón y que nos hace sentir la belleza de estar juntos, de sostenerse mutuamente el camino de la vida. A la base de este sentimiento de alegría profunda está la presencia de Dios, la presencia de Dios en la familia, está su amor acogedor, misericordioso, respetuoso hacia todos. Y sobre todo, un amor paciente: la paciencia es una virtud de Dios y nos enseña, en familia, a tener este amor paciente, el uno por el otro. Tener paciencia entre nosotros. Amor paciente. Sólo Dios sabe crear la armonía de las diferencias. Si falta el amor de Dios, también la familia pierde la armonía, prevalecen los individualismos, y se apaga la alegría. Por el contrario, la familia que vive la alegría de la fe la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para toda la sociedad”.