por
José Alfredo Elía Marcos
(Capítulo
10 de “Las lágrimas de Raquel. Historia, ideologías y estrategias de la guerra
contra la población”
Detrás del género subyace un estudio
antropológico que busca destruir (deconstruir) todo tipo de bases biológicas de
la feminidad, para poder introducir con comodidad el género como una
construcción histórica y cultural. Estos estudios del género se realizaron con
los bosquimanos Kung del Kalahari, los aborígenes Murngin de Australia y los
Ilongos de Filipinas. Pero el origen de toda la perspectiva antropológica del
género se encuentra en los estudios llevados a cabo por una joven llamada
Margaret Mead (1901-1978) en la isla de Samoa.
Margaret
Mead
(1901-1978)
En 1928, Margaret Mead publica su obra
titulada “Adolescencia, sexo y cultura en Samoa”, que es considerada en la
actualidad como uno de los mayores fraudes del siglo XX, aunque no en los
ámbitos feministas.
Mead construye sus teorías para
justificar sus propias prácticas sexuales, transfiriendo sus planes personales
aberrantes a sus concepciones sociales. Mead era declaradamente bisexual, tuvo
tres matrimonios hétero y dos amantes lésbicas. Además reconoce que cuando
podía practicaba el “amor libre”. Ella declaró que “la heterosexualidad rígida
es una perversión de la naturaleza”, así como que “la capacidad humana normal y
bien documentada debe asumir la capacidad de amar a miembros de ambos sexos”.
Su obra más conocida fue el fruto de una
investigación llevada a cabo en la isla de Samoa durante apenas nueve meses.
Mead describe la isla como un paraíso sexual inhibido de todas las represiones
que existen en Occidente por culpa del
cristianismo: “En Samoa el amor romántico tal y como se da en nuestra
civilización, inseparablemente unido a las ideas de la monogamia, la
exclusividad, los celos y la fidelidad, no tiene lugar”. En aquella isla lo
normal sería la práctica libre del sexo heterosexual y homosexual, todo ello
“de manera ocasional y placentera”. “El matrimonio sin vínculos, el divorcio
sin causa, la libertad sexual de los niños, de los adolescentes y los adultos
es la norma social de Samoa”.
El contrapunto en este paraíso sensual
lo crean, en opinión de Mead, los misioneros cristianos, “cuya oposición es tan
vana, que sus protestas se consideran irrelevantes”.
La propia Mead fue firme defensora del
aborto, el amor libre, el divorcio a la carta, la abolición del matrimonio
monogámico y la “liberación sexual” de los niños. De ella procede el eslogan de
que “todo niño debe ser un niño deseado”.
Hubo que esperar a 1983 para que el
antropólogo Derek Freeman publicara una obra que desmitificara a Samoa como
isla del placer. Su título era: “Margaret
Mead y Samoa: deshaciendo un mito de la antropología”. Mead estuvo tan sólo
nueve meses en Samoa y no hablaba su dialecto. Freeman dedicó a su
investigación medio siglo y aprendió el samoano perfectamente. Las conclusiones
de Freeman fueron que la sociedad samoana en realidad estaba construida sobre
la veneración de la virginidad, una veneración que el cristianismo no inventó,
sino que formaba parte de la tradición religiosa politeísta, que reservaba a
las vírgenes ceremoniales llamadas taupous la más alta consideración de su
escala social. De hecho los samoanos se tomaban muy en serio la exclusividad
matrimonial, con tal seriedad que llegaban a castigar el adulterio con la pena
de muerte.
Germaine
Greer: la estrategia de la revolución sexual
(1939- )
Para Germaine Greer la estrategia del
movimiento feminista es básicamente la que Valery Solanas realiza al asesinar
de un disparo a Andy Warhol: exterminar a los hombres. Germaine Greer nace en
1939 en Melbourne (Australia). Mientras estudió en la universidad de la ciudad
fue conocida por Germaine “Queer” (rara) por su defensa de la homosexualidad y
el lesbianismo. Se fue a vivir a Sydney con un grupo de anarquistas que
practicaban el amor libre en comuna. En 1963 consigue una beca para estudiar en
la Universidad de Cambridge y doctorarse en Artes. Escribía periódicamente
sobre temas pornográficos en la revista Underground.
En 1968 se casó con un periodista
australiano y su matrimonio duró exactamente tres semanas. El resto de su vida
se dedicó a escribir sobre aquellos temas que más la obsesionaban como la
infertilidad, el sexo lésbico y heterosexual, la menopausia, la violación, etc.
En 1970 Greer publica “El eunuco
femenino”, donde denuncia el comportamiento sexual insatisfactorio y pasivo
de las mujeres en la sociedad: “un ser producido por la cultura patriarcal:
joven, sonriente, lampiño, de expresión seductora y sumisa”.
Greer asume las tesis del freudomarxismo
de Marcuse y Reich sobre la revolución sexual. Para ellos el capitalismo habría
encerrado al hombre en una sociedad reprimida sexualmente, cuya liberación sólo
podría producirse a través de la revolución sexual, mediante la supresión de
todas las trabas a la libido y a la práctica del amor libre. Para Greer “la
sexualidad es práctica revolucionaria y provee de energía para destruir y
crear”.
Reconoce ciertamente que, así como
durante la época clásica, el Renacimiento y el Barroco la sexualidad femenina
había sido exaltada, durante el siglo XIX y principios del XX se había vuelto
oculta y oscurantista. Para Greer la represión sexual produce una “castración
de la mujer” en la que el varón se apropia de la energía sexual femenina,
distorsionándola con dos tipos de mitos: el amor romántico y el matrimonio.
Ambos constituyen “la fantasía mutua sobre el amor heterosexual más comúnmente
aceptada en nuestra sociedad: la familia.” (Germaine Greer, La mujer eunuco, Ed.
Kairós, pág. 25).
La revolución ha de consistir en romper
las “relaciones socialmente legitimadas como el matrimonio; la mujer debe ser
autosuficiente y evitar de manera deliberada establecer dependencias exclusivas
y otros tipos de simbiosis neuróticas”. “La mujer revolucionaria tiene que
saber quiénes son sus enemigos: los médicos, psiquiatras, auxiliares
sanitarios, sacerdotes, asesores matrimoniales, policías, jueces y elegantes
reformadores. Tiene que saber quiénes son sus amigas, sus hermanas y buscar
entre sus rasgos los suyos propios. Con ellas podrá descubrir la cooperación, la
comprensión y el amor.” (Ídem, pág. 28).
Años después Greer escribe la obra Sexo
y destino (1985), en la que cambió drásticamente sus concepciones feministas de
juventud. En ella reconoce el valor de la maternidad, el control del cuerpo y
de los instintos, la familia e incluso la castidad. También denuncia que la
sociedad occidental se está suicidando por sus políticas de control de la
natalidad y que está cometiendo un genocidio con el Tercer Mundo al propagar
estas políticas. Greer denuncia la hostilidad occidental hacia la infancia y la
maternidad. Ella cree que la mujer-madre del Tercer Mundo es el último baluarte
frente al avance del imperialismo tecnocrático occidental y que es la última
esperanza para frenar la decadencia de la especie humana. No cree que la
emancipación femenina consista en adoptar el rol masculino o en imitar al
varón, sino en un feminismo de la diferencia. Propone una nueva forma de poder
femenino consistente en el monopolio de la maternidad. Denuncia la “religión
del orgasmo” como un “nuevo opio del pueblo” favorecido por el capitalismo como
estrategia de control para neutralizar al feminismo.
Kate
Millet: la nueva gran narración del patriarcado
(1934- )
En 1969 Kate Millet escribió la obra “Política sexual” basándose en su tesis
doctoral para la Univesidad de Columbia de Nueva York. En ella atacaba a la
cultura occidental acusándola de misoginia, aunque se centraba en algunos
escritores como John Ruskin, Oscar Wilde, H. Lawrence, Henry Miller, etc.,
todos ellos homosexuales confesos.
A partir de este texto surgirán en las
universidades estadounidenses departamentos de women studies que se
convertirán en importantes centros de difusión de la llamada ideología de
género (gender) en forma de tesis doctorales, libros, revistas, etc. La idea
principal de la obra de Millet es que la mujer ha estado universalmente
oprimida y explotada por el hombre y que este sistema de dominación, al que
denominó patriarcado, sería la base de todos los demás sistemas opresores.
Según Millet la actual imagen de
inferioridad de las mujeres es un producto del mito y de la religión,
principalmente judeocristiana, donde la figura de Eva, identificada con el
pecado, asimila a la mujer con el mal y en consecuencia condiciona la sumisión
de la mujer al varón. Por supuesto,
desconoce la figura bíblica de María como vencedora del pecado, según la
teología cristiana.
Millet desarrolla así la idea de género.
En su opinión el sistema patriarcal produce individuos y géneros, en concreto
el género femenino, esencialmente inferior y sometido al masculino. Para
librarse del género femenino, la mujer ha de convertirse en lesbiana, un
lesbianismo entendido como una comunidad femenina: “El comportamiento femenino
es poderoso”. En 1970 es portada de la revista Time al declarar en un mitin su
condición de lesbiana. A partir de entonces se dedicó a escribir sobre su vida
sexual y la “agonía” que sufrió para realizar su elección sexual. Con ella
aparece lo que llamaría “conciencia lesbiana” o feminismo lesbiano que
considera que el amor entre mujeres puede y debe ser un acto político de
liberación. Según ella, cualquier mujer que mantuviera relaciones
heterosexuales estaba “durmiendo con el enemigo”.
Para Kate Millet la revolución sexual se
realiza en tres fases. Comienza con la emancipación de la mujer como principal
víctima del patriarcado, continúa con el fin de la opresión de los homosexuales
y termina con la “liberación sexual” de los niños.
En su opinión la familia ejercería un
control represor de la vida sexual de los niños como forma de controlarlos y
por ello defiende el derecho de los niños a expresarse sexualmente. Así, Millet
propondrá que se supriman las limitaciones a la edad de consentimiento.
“Uno de los derechos esenciales de los
niños es el de expresarse a sí mismos sexualmente, probablemente entre ellos en
un principio, pero también con adultos.” (Kate Millet, Revolución sexual y la
liberación de los niños, en: Jesús Trillo-Figueroa, La ideología de género, Ed.
Libros Libres, 2009, p. 62).
Uno de los aspectos más cruciales de
reescribir la historia desde el punto de vista del género es que ésta se
presenta como una narración dominada por la violencia masculina con el fin de
tener sometida a la mujer. Según esta forma tan reducida de entender la
historia, entre las primeras instituciones violentas estarían el matrimonio y a
la familia.
El feminismo radical presenta al varón
como un ser agresivo y violento, mientras que la mujer es presentada como dulce
y cariñosa. Incluso la sexualidad de ambos se muestra como radicalmente
distinta. Al varón se le presenta con una sexualidad exclusivamente centrada en
los genitales y carente de amor y emoción. La femenina se vende como más
afectiva y tierna, y orientada a los sentimientos. Curiosamente, cuando se
amplían estas categorías a otras modalidades del género como los homosexuales
(gays), a éstos se les representa como seres cariñosos, que escuchan, son
atentos, tiernos, educados y odian la violencia.
Para Germaine Green la violencia sería
la característica esencial en los varones. Para ella el “macho humano” es un
animal depredador.
“La agresividad, la tensión sexual y la
relación jerárquica son determinantes genéticos del machismo que se encuentra
en todos los hombres.” (Germaine Greer, Los hombres y la violencia sexual; citado
en: Raquel Osborne, Debates en torno al feminismo cultural, El País, 24 de mayo
de 1987).
Algunas feministas llegan a justificar
fisiológicamente estos dos extremos en la acción de las hormonas, tan
diferentes en ambos sexos. Los varones estarían controlados y determinados por
la testosterona, mientras que las mujeres serían dominadas por los ciclos
hormonales de la progesterona y los esteroides. Andrea Dworkin lleva este
concepto al extremo al afirmar que “los hombres aman la muerte; los hombres
aman especialmente el asesinato.” (Raquel Osborne, ob. cit., pág. 221). MacKinnon dirá
que la necrofilia es el mensaje principal del patriarcado, en cambio las
mujeres se identifican con la vida, la naturaleza, la tierra y la fertilidad (Jesús
Trillo Figueroa, Una revolución silenciosa, Libros libres, pág. 89).
Para el feminismo radical toda forma de
relación sexual sería una violación. “Para los hombres el sexo es sinónimo de
violación y el pene es instrumento de poder y de terror, y la pornografía es la
representación de todos estos males.” (Ídem, pág. 90).
La solución pasaría por la abolición de
la heterosexualidad (noviazgo, matrimonio y familia) y la proclamación del
lesbianismo como única opción política posible. Por ello cuando se habla de
violencia de sexo, en el feminismo radical se refieren a cualquier relación
sexual de una mujer con un varón.
Shulamith
Firestone: la doctrina “científica”
(1945-2012)
La última ideóloga del género que
presentamos en esta obra es Shulamith Firestone. En 1970 publica la obra La
dialéctica del sexo, en la que reformula el feminismo como un proyecto radical
en el sentido marxista. Para ella el término ‘radical’ apunta a la raíz misma
de la opresión y ésta no es otra sino la maternidad. Para Shulamith la
maternidad, definida como “la servidumbre reproductiva determinada por la
biología”, era la causa principal de la opresión de la mujer.
“El núcleo de la explotación de las
mujeres radica precisamente en su función de gestación y educación de los
hijos.” (Shulamith
Firestone, La dialéctica del sexo; citado en: Jesús Trillo Figueroa, Una
revolución silenciosa, pág. 56).
Shulamith construye todo un metarrelato
ideológico basándose en el freudomarxismo de la Escuela de Frankfurt, aunque en
vez de desarrollar una interpretación materialista y económica de la historia,
realizará una interpretación materialista-sexual de ésta, que denominará “la
dialéctica del sexo”.
La dialéctica del sexo divide la
sociedad en dos clases biológicas diferenciadas por sus fines reproductivos,
con conflictos entre sí nacidos del propio sistema de matrimonio, reproducción
y educación de los hijos y de la división del trabajo basada en el sexo, que ha
evolucionado hacia un sistema económico y cultural de clases.
Si la reproducción biológica es el
problema, Shulamith propone suprimirla y establecer como sistema general de
preservación de la especie la reproducción artificial, ya que la ciencia actual
lo hace posible. Es lo que denomina Cybernation.
"Del mismo modo que para asegurar
la eliminación de las clases económicas se necesita una revuelta de la clase
inferior (el proletariado) y -mediante una dictadura temporal- la confiscación
de los medios de producción, de igual modo, para asegurar la eliminación de las
clases sexuales se necesita una revuelta de la clase inferior (mujeres) y la
confiscación del control de la reproducción; es indispensable no sólo la plena
restitución a las mujeres de la propiedad sobre sus cuerpos, sino también la
confiscación (temporal) por parte de ellas del control de la fertilidad
humana... El objetivo final de la
revolución feminista no debe limitarse a la eliminación de los privilegios
masculinos, sino que debe alcanzar a la distinción misma de sexo; las
diferencias genitales entre los seres humanos deberían pasar a ser
culturalmente neutras... La reproducción de la especie a través de uno de los
sexos en beneficio de ambos sería sustituida por la reproducción artificial...
La división del trabajo desaparecería mediante la eliminación total del mismo
(cybernation). Se destruiría así la tiranía de la familia biológica." (Shulamith
Firestone, La dialéctica del sexo, Editorial Kairós, Barcelona, 1976, pág. 20).
Para Marx el objetivo revolucionario de
los obreros es controlar los medios de producción. Para Firestone el objetivo
revolucionario de las mujeres es controlar los medios de reproducción, y para
conseguirlo hay que abolir la familia biológica, que es fuente de tabús y de
problemas. Tabús como el del incesto, el tabú del padre como símbolo de poder,
envidia del pene por parte de la niña, etc.
La supresión de la familia que quiere
Shulamith conseguiría desinhibir los instintos reprimidos y las pulsiones de
placer que oprimen a los individuos y sociedades, ya que al apoderarse del
control de la reproducción la mujer se hace dueña de su propio cuerpo. “Mi
cuerpo es mío” gritaban como slogan las defensoras del aborto en los años 80.
Otro aspecto crucial en la ideología de
Firestone es que para ella la infancia es otro mito y por lo tanto otra
construcción cultural. Así como se ha producido una emancipación de la mujer,
ha de producirse una emancipación sexual de la infancia. Esta emancipación pasa
por suprimir el proteccionismo de los niños, que crea una cultura de defensa y
cuidado hacia ellos. Ejemplos de estas perversas ideas las tenemos en la
actualidad en España: desaparición del horario de protección infantil, acceso
libre en Internet a la pornografía, educación sexual-genital en primaria,
genitalidad de los dibujos animados, etc.).
En
la actualidad
Mientras miles de profesoras feministas
dominan y controlan algunos departamentos de universidades americanas, muchos reconocen que este feminismo es un fraude y lo
consideran como una de las causas de la violencia creciente entre varones y
mujeres.
El movimiento feminista radical se ha
aliado con el activismo gay y la temática del lesbianismo está monopolizando el
debate. El feminismo radical procura ocultar su concepción del matrimonio como
explotación y del parto como una esclavitud.
Últimamente están adoptando una
perspectiva esencialista en la que la homosexualidad está biológicamente
determinada y es inmutable, aunque en privado reconocen que nada de esto está
probado, pues supondría ir en contra de sus principios de construcción social
del género.