La voluntad es pieza clave del edificio
de la personalidad. Desde el punto de vista natural, el valor de un hombre
depende, en gran parte, del grado en que logra forjar su voluntad. Sólo en ella
podrá imprimir un rumbo determinado a su vida, guiando y dominando todo su ser.
Dicho de otro modo, será libre en la medida en que sea dueño y señor de sí
mismo, en la medida en que guíe, encauce y domine sus pasiones, sentimientos e
instintos, y actúe, por encima de las circunstancias externas, de acuerdo con
los criterios que le presenta la razón iluminada por la fe.
La voluntad es la capacidad para tomar
decisiones. La voluntad es el centro de mando de la persona. Es donde se
determinan los planes a realizar; donde se rechaza lo desagradable; y donde se
admiten sufrimientos o esperas pacientes. No se toman decisiones con la
inteligencia ni con los sentimientos. La inteligencia da ideas y aclara las
ventajas o inconvenientes de tomar una decisión. Los sentimientos inclinan
hacia un lado u otro. Pero, al final, es la voluntad quien decide con base en
todas estas sugerencias que ha recibido, porque es la pieza clave del edificio
de la personalidad. Se podría decir que se es más hombre o se es hombre de
verdad, por el dominio que se tenga de la facultad superior de la voluntad
sobre los instintos.
La voluntad es la facultad que nos
permite transformar nuestras ilusiones en hechos. Esta facultad, con la gracia
de Dios, forma el eje de todo empeño espiritual, humano, apostólico e
intelectual del hombre. Si un hombre sin ideal es un pobre hombre, podemos
decir que un ideal sin formación de la voluntad es una utopía.
Considerado así, la formación de la
voluntad es de máxima importancia. No puede faltar en la educación en las
virtudes, ya que trabajar en la formación de la voluntad equivale a ejercitarla
en querer el bien, en quererlo con presteza, eficacia y constancia.
La voluntad se fortalece con el tiempo.
No se educa con grandes actos heroicos. Se cultiva con el esfuerzo de cada día,
de cada hora. Por eso, el primer medio para formar la voluntad es el trabajo
constante
Cualidades
de una voluntad bien formada
· Una
voluntad bien formada es dócil a la inteligencia, es decir, está lejos del
capricho y del irracionalismo. Debe llevar a la realización nuestras convicciones
profundas bajo la luz de la razón iluminada por la fe.
· Una
voluntad bien formada debe ser eficaz y constante en querer el bien. No basta
ser bueno de vez en cuando o cuando las circunstancias sean favorables para
ello, se ha de perseguir el bien siempre y en todo lugar. Tampoco basta querer
ser feliz o querer amar a Dios, la voluntad debe tener la eficacia de poner
estos deseos en marcha.
· Una
voluntad bien formada tiene que ser tenaz ante las dificultades, no
desesperarse ante ella, no aburrirse con el paso del tiempo, ni relajarse con
la edad. Sabe convertir las dificultades en victorias, creciendo en su opción
fundamental y en su amor real.
· Un
a voluntad bien formada implica capacidad de gobierno de todas las dimensiones
de la persona con suavidad y firmeza.
Medios
para la formación de la voluntad
Al hablar de los medios para la
formación de la voluntad debemos tener presente que no se trata de trabajo
represivo. Ciertamente,
la formación de la voluntad requiere dominio de sí, pero no se trata de una
acción puramente negativa, rechazar; se trata, ante
todo, del querer. Por lo tanto,
el esfuerzo es para que la voluntad esté polarizada por el amor a Dios y por la
identificación con Cristo como modelo. No es cuestión de formar personas con
mucho aguante ante el dolor físico o moral, sino de formar personas que amen
mucho a Dios y que sepan plasmar este amor en hechos reales.
Debemos recordar que en toda esta obra
se deben tener siempre presentes los motivos: el amor a Dios, la imitación de
Jesucristo, la docilidad a las inspiraciones del Espíritu Santo, la formación
de una personalidad auténtica y madura. Esto es importante cuando consideramos
el hecho de que la formación de la voluntad es uno de los campos más costosos
en toda formación humana.
El perseguir un ideal resulta
condición formativa indispensable. Su mejor elemento es desear alcanzar una
formación en donde la voluntad esté polarizada por el amor.
El formador debe saber proponer a sus
alumnos ideales altos y nobles, con metas concretas y alcanzables.
La formación de la voluntad implica
siempre la renuncia. El formador deberá ayudar al formando a ejercitarse en la
renuncia, no como un medio negativo, porque lo importante no es renunciar a un
bien, sino saber optar por el bien mejor. El formador debe presentar la virtud
como un bien mayor a alcanzar, aunque implique renuncia y sacrificio. Para ello
debe proponer acciones y renuncias concretas como un plan específico para
formar la voluntad.
El formador debe ayudar al formando a
lograr una voluntad eficaz y constante. Puede proponer muchos modos de entrenar
diariamente la propia voluntad:
· Exigirse
completar lo iniciado; poner especial atención en los detalles; proceder
siempre con método y previsión sin dejarse llevar por la inspiración del
momento.
· Hacer
las cosas con determinación sin dejar todo para mañana.
· No
tener que retractarse con demasiada facilidad de las resoluciones tomadas,
cuidar siempre la palabra dada.
· Exigirse
a sí mismo pequeños detalles que requieren esfuerzo, como cuidar el orden en
casa y en las escuela y la puntualidad.
· Esforzarse
en el aprovechamiento del tiempo; la dedicación al estudio y a las propias
responsabilidades.
· Realizar
todos los deberes diarios con eficiencia y dedicación.
· Saber
sacrificarse; dominar los impulsos, obedecer con serenidad.
· Decir
siempre la verdad.
· Renunciar
al propio capricho optando responsablemente por el cumplimiento del deber.
· Renunciar
a dejarse llevar por el cansancio, el pesimismo o los sentimientos negativos.
· Renunciar
a la vida llena de comodidades y optar por la austeridad de vida, aun en cosas
pequeñas y triviales.
En realidad, toda actividad humana
representa una ocasión en que la voluntad puede salir fortificada o, al
contrario, debilitada si se realiza con pereza o dejadez.