Por Gustavo Ferrari
Abogado argentino
No es fácil resumir, en términos simples, y sin caer en consideraciones burdas, las características del tema planteado. Aunque, sin que esto signifique acabarlo, me animo a reducir el problema a cuatro constantes que, en general, encuentro reiteradas en los distintos comportamientos del hombre “light”.
El primero de ellos es lo que llamo indiferentismo, una lamentable actitud que abunda por estos tiempos impregnando todo de una insulsa abulia.
Hay indiferencia por la sabiduría, por lo profundo, porque envueltos en una frivolidad y superficialidad que asusta, son muchos los que se abandonan a su suerte sin abonar su mente con el conocimiento, ni fortalecer su cultura y su futuro con el estudio serio y responsable.
Y aunque también es verdad que gran cantidad de jóvenes y adultos son excelentes estudiantes o profesionales de éxito, al mismo tiempo es cierto que pueden ser verdaderos hombres débiles cuando no comprenden el profundo sentido de la sabiduría, que atiende a un hombre íntegramente formado, en cuerpo y alma, con todo y en todo su ser.
Hay indiferencia por la verdad, porque se dice que “todo es relativo”, rebajando los principios morales al sentimiento, y la ética de la conveniencia
Cuántas veces las discusiones, los debates personales o televisivos, o las meras charlas informales terminan con un “esa es tu verdad, yo tengo mi verdad”, como si hubiera muchas posibilidades sobre un mismo tema, como si por ejemplo Dios existiera y no existiera al mismo tiempo, o que la parte pueda ser menor y a la vez mayor que el todo, y un sinnúmero de contradicciones que degeneran en la pérdida del valor de la verdad.
Todo depende de las visiones, de apreciaciones y, en una exagerada interpretación, de una mal llamada libertad, en nombre de la cual se comenten los más variados dislates de conducta e irresponsabilidad.
Muchas veces pienso que una desordenada visión de la
tolerancia o de respeto a los demás nos ha llevado a confundir al que yerra con
el error, o a la persona con sus dichos y acciones. No se trata de perseguir y
condenar personas, pero tampoco se trata de aceptar, en igualdad de
condiciones, cualquier cosa, y no combatirla o responderla valientemente cuando
corresponde.
Mientras el hombre sea tal, tendrá inteligencia y voluntad, y en el armonioso juego de sus objetos propios, verdad y bien, deberá dejar guiar su libertad por ellos y, al fin, ser responsable de los actos que realice. La crisis de responsabilidad en el hombre light, les lleva a guiarse más por el sentimiento que por la razón: si lo sentís, si te sentís realizado, si te copa, si es cool o joya, estará bien cualquier cosa. Aunque se trate de actos reprobables, o que afecten a terceros, o se mienta, o se engañe…
El hombre débil es un sentimentaloide; ni siquiera un buen sentimental
que expresa sus verdaderos sentimientos.
Hay indiferencia por la Patria, pues se
ha perdido la pasión por “cambiar el mundo”, diluyendo la polémica en un
conformismo más propio de los sometidos que de un vigoroso espíritu juvenil. En
vez de “servir a la Patria” se entiende “la Patria que debe servirme”.
Hay indiferencia y falta de solidaridad por los
demás cuando son tantas las veces que se ve pasar a nuestro lado a
cientos de hermanos sufrientes y “no se mueve un pelo” por ayudarlos a salir del
límite que les impone su cárcel de dolor.
Hay indiferencia por la vida espiritual,
pues son legión los que padecen una cierta anorexia del alma, ya que, o no se
alimentan con la formación y la oración, o sólo adhieren a espiritualismos
vacíos, de moda, y por lo tanto snobs y temporarios.
Otra característica de este hombre light es el igualitarismo, que, distante de la verdadera igualdad, no diferencia vicios de valores, bienes de males.
Así, es usual encontrar una conciencia igualitaria del amor, ya que no se distingue el
verdadero amor de las simples uniones temporarias; el sexo sin amor, de la
mutua donación de los esposos en el matrimonio; las naturales uniones
heterosexuales, de las homosexuales; y todo aquello que rebaja tan sublime
pasión humana a la mera sensibilidad.
Hay igualitarismo en la distinción entre varón y mujer, reduciendo a “machismo” y a “feminismo” las expresiones de las naturales diferencias, sin atender a que es en la virilidad y en la femineidad donde se deben encontrar los caminos de los justos e irreemplazables roles que cabe cumplir a cada uno en plan divino. No nació el hombre para ser mujer, ni la mujer para ser hombre, y aunque en su dignidad y principales tareas no caben dudas de su igualdad, siempre deberán respetarse los roles indelegables en los que no será posible reemplazarse. Son diferente, y precisamente en esas diferencias estriban sus ventajas.
También se extendió el igualitarismo en la valoración de las conductas, por lo cual, desde las calificaciones escolares, que hoy ya no destacan a los que más se esfuerzan, hasta las acciones públicas, que no son juzgadas con la severidad que merecen las defraudaciones, presentan a los hombres un marco social que iguala a los responsables y comprometidos con los facilistas y “trepadores”, a los héroes con los tránsfugas, los solidarios con los egoístas, empujando al fracaso a toda la sociedad. Efectivamente, no hay comunidad que pueda desarrollarse plena e integralmente con esa conciencia igualitaria. Podrá vivirse bien económicamente, o tenerse un ingreso per capita satisfactorio, o disfrutarse de toda la tecnología, pero ciertamente no pasará mucho tiempo para que se comiencen a notar las filtraciones y rajaduras propias de una sociedad que crece con cimientos sustentados en la arena.
Hay un notable igualitarismo en las expresiones artísticas.
No se distinguen las bellas artes de algunas verdaderas atrocidades que muchas
veces son fruto de la limitación intelectual de algunos supuestos artistas, y
otras, de ese desborde de creatividad al que asistimos y que lleva, para ser original,
a que algunos personajes propongan obras, pinturas, películas o piezas
musicales que, en vez de parecer propias de un verdadero artesano, parecen el
producto de un arte enfermo. Y, claro está, tampoco falta quien, ante una
pintura de formas irreconciliables, o una escultura espasmódica, o una poesía
ininteligible, con cara de intelectual superado dice las habituales frases “qué
interesante”, “qué expresivo”, “cada uno puede interpretarlo como quiera”, “me
dice mucho”, etc., etc., etc.
También cabe mencionar el individualismo, un error propio de estos últimos años, en el que un hombre-masa, yuxtapuesto y amontonado, no logra comprender su responsabilidad social, su papel protagónico en la historia.
Es individualista la droga que, con la manía de exceder los límites de cualquier modo, destruye todo lo que está alrededor, desde la familia hasta los amigos, para terminar con la misma aniquilación del individuo.
Es individualista el aborto, pues el crimen abominable que ejecuta la sentencia de muerte inapelable dictada por padres-jueces, no respeta los más elementales derechos del ser asesinado, ni de la sociedad, a la que se priva de un ser que podría ser mi futuro amigo, un excelente gobernante, un santo, o un hombre equivocado, quizás, pero con la posibilidad de forjarse su destino.
Es individualista el economicismo de los devotos del ascenso social y laboral, que pasan por la vida buscando salvarse a cualquier costo y caiga quien caiga.
Es individualista la adhesión a pseudo-cultos, orientales o new age, que presentan una espiritualidad poco comprometida, con un dios “a imagen y semejanza del hombre”, para huir de la realidad, de las responsabilidades, y, sobre todo, de la conciencia del pecado.
El individualista tampoco se ocupa de su individualidad, la
que abandona a su suerte sin formarla plena y decididamente, cayendo en una
corrupción interior que se disimula tras una fachada juvenil de estiramiento
rejuvenecedor que no oculta las arrugas del alma…éstas que en realidad más
deberían preocupar.
En resumen, el hombre light
es presa de una constante indefinición, es un permanente indefinido, un tibio mediocre sin pasión ni calor,
que transita siempre por los caminos intermedios, más fáciles, con menos problemas,
con menos esfuerzo…