Catequesis de Benedicto XVI
durante
la Audiencia General celebrada en la Plaza de San Pedro el 30 de junio de 2010
Queridos hermanos y hermanas
Hemos concluido hace poco el Año Sacerdotal: un tiempo
de gracia que ha traído y traerá frutos preciosos a la Iglesia; una oportunidad
para recordar en la oración a todos aquellos que han respondido a esta vocación
particular. Nos acompañaron en este camino, como modelos e intercesores, el Santo
Cura de Ars y otras figuras de santos sacerdotes, verdaderas luces en la
historia de la Iglesia. Hoy, como anuncié el pasado miércoles, quisiera
recordar otra, que sobresale en el grupo de los “Santos sociales” en Turín del
siglo XIX: se trata de san Giuseppe Cafasso.
Su recuerdo parece debido, porque precisamente hace
una semana se celebraba el 150 aniversario de su muerte, que tuvo lugar en la
capital piamontesa el 23 de junio de 1860, a la edad de 49 años. Además, quiero
recordar que el Papa Pío XI, el 1 de noviembre de 1924, aprobando los milagros
para la canonización de san Juan María Vianney y publicando el decreto de
autorización para la beatificación de Cafasso, acercó estas dos figuras de
sacerdotes con las siguientes palabras: “No sin una especial y benéfica
disposición de la Divina Bondad, asistimos a este surgimiento de la Iglesia
católica de nuevos astros, el párroco de Ars, y el Venerable Siervo de Dios
Giuseppe Cafasso. Precisamente estas dos hermosas, queridas, providencialmente
oportunas figuras se nos debían presentar hoy; pequeña y humilde, pobre y
sencilla, pero tanto más gloriosa, la figura del párroco de Ars, y la otra
bella, grande, compleja, rica figura de sacerdote, maestro y formador de
sacerdotes, el Venerable Giuseppe Cafasso". Se trata de circunstancias que
nos ofrecen la ocasión para conocer mejor el mensaje, vivo y actual que surge
de la vida de este santo. Él no fue párroco como el cura de Ars, sino que fue
sobre todo formador de párrocos y de sacerdotes diocesanos, incluso de
sacerdotes santos, entre ellos san Juan Bosco. No fundó, como tantos otros
sacerdotes del siglo XIX piamontés, institutos religiosos, porque su
“fundación” fue la “escuela de vida y de santidad sacerdotal" que realizó,
con el ejemplo y la enseñanza, en el Internado Eclesiástico de san Francisco de
Asís, en Turín.
Giuseppe Cafasso nació en Castelnuovo d’Asti, el mismo
pueblo que san Juan Bosco, el 15 de enero de 1811. Fue el tercero de cuatro
hijos. La última, la hermana Marianna, será la madre del beato Giuseppe
Allamano, fundador de los Misioneros y de las Misioneras de la Consolata. Nació
en el Piamonte del siglo XIX, caracterizada por graves problemas sociales, pero
también por tantos santos que se empeñaban en ponerles remedio. Éstos estaban
unidos entre sí por un amor total a Cristo y por una profunda caridad hacia los
más pobres: ¡la gracia del Señor sabe difundir y multiplicar las semillas de
santidad! Cafasso realizó los estudios secundarios y el bienio de filosofía en
el Colegio de Chieri y, en 1830, pasó al Seminario teológico, donde, en 1833,
fue ordenado sacerdote. Cuatro meses más tarde hizo su ingreso en el lugar que
para él será la única y fundamental “etapa” de su vida sacerdotal: el Internado
Eclesiástico de san Francisco de Asís, en Turín. Entrado para perfeccionarse en
la pastoral, aquí él hizo fructificar sus dotes de director espiritual y su
gran espíritu de caridad. El Internado, de hecho, no era solo una escuela de
teología moral, donde los jóvenes sacerdotes, procedentes sobre todo del campo,
aprendían a confesar y a predicar, sino que era también una verdadera y propia
escuela de vida sacerdotal, donde los presbíteros se formaban en la
espiritualidad de san Ignacio de Loyola y en la teología moral y pastoral del
gran Obispo san Alfonso María de Ligorio. El tipo de sacerdote que Cafasso
encontró en el Internado y que él mismo contribuyó a reforzar – sobre todo como
Rector – era el del verdadero pastor con una rica vida interior y un profundo
celo en el cuidado pastoral: fiel a la oración, comprometido en la predicación,
en la catequesis, dedicado a la celebración de la Eucaristía y al ministerio de
la Confesión, según el modelo encarnado por san Carlos Borromeo, por san
Francisco de Sales y promovido por el Concilio de Trento. Una feliz expresión
de san Juan Bosco sintetiza el sentido del trabajo educativo en aquella
comunidad: "en el Internado se aprendía a ser sacerdotes".
San Giuseppe Cafasso intentó llevar a cabo este modelo
en la formación de los jóvenes sacerdotes, para que, a su vez, se convirtiesen
en formadores de otros sacerdotes, religiosos y laicos, según una especial y
eficaz cadena. Desde su cátedra de teología moral educaba a ser buenos
confesores y directores espirituales, preocupados por el verdadero bien
espiritual de la persona, animados por un gran equilibrio en hacer sentir la misericordia
de Dios y, al mismo tiempo, un agudo y vivo sentido del pecado. Tres eran las
virtudes principales del Cafasso profesor, como recuerda san Juan Bosco: calma,
delicadeza y prudencia. Para él la verificación de la enseñanza transmitida
estaba constituida por el ministerio de la confesión, a la cual él mismo
dedicaba muchas horas de la jornada; a él se dirigían obispos, sacerdotes,
religiosos, laicos eminentes y gente sencilla: a todos sabía ofrecer el tiempo
necesario. De muchos, también, que llegaron a ser santos y fundadores de
institutos religiosos, fue sabio consejero espiritual. Su enseñanza nunca era
abstracta, basada solo en los libros que se utilizaban en ese tiempo, sino que
nacía de la experiencia viva de la misericordia de Dios y del profundo
conocimiento del alma humana adquirida en el largo tiempo transcurrido en el
confesionario y en la dirección espiritual: la suya era una verdadera escuela
de vida sacerdotal.
Su secreto era sencillo: ser un hombre de Dios; hacer,
en las pequeñas acciones cotidianas, “lo que pueda volverse en mayor gloria de
Dios y en provecho de las almas". Amaba de forma total al Señor, estaba
animado por una fe bien arraigada, sostenido por una oración profunda y
prolongada, vivía una sincera caridad hacia todos. Conocía la teología moral,
pero conocía también las situaciones y el corazón de la gente, de cuyo bien se
hacía cargo, como el buen pastor. Cuantos tenían la gracia de estar cerca de él
se transformaban en otros tantos buenos pastores y confesores válidos. Indicaba
con claridad a todos los sacerdotes la santidad que alcanzar que alcanzar
precisamente en el ministerio pastoral. El beato don Clemente Marchisio,
fundador de las Hijas de san José, afirmaba: “Entré en el Internado siendo un
gran travieso y un cabeza loca, sin saber qué quería decir ser sacerdote, y
salí de allí totalmente distinto, plenamente imbuido de la dignidad del
sacerdote". ¡Cuántos sacerdotes fueron formados en el Internado y después
seguidos espiritualmente! Entre estos – como ya he dicho – surge san Juan
Bosco, que lo tuvo como director espiritual durante 25 años, desde 1835 hasta
1860: antes como clérigo, después como sacerdote y después como fundador. Todas
las elecciones fundamentales de la vida de san Juan Bosco tuvieron como consejero
y guía a san Giuseppe Cafasso, pero de un modo bien preciso: el Cafasso no
buscó nunca de formar en don Bosco un discípulo "a su imagen y
semejanza", y don Bosco no copió a Cafasso; le imitó ciertamente en las
virtudes humanas y sacerdotales – definiéndolo “modelo de vida sacerdotal"
– sino según sus propias actitudes personales y su propia peculiar vocación; un
signo de la sabiduría del maestro espiritual y de la inteligencia del
discípulo: el primero no se impuso sobre el segundo, sino que le respetó en su
personalidad y le ayudó a leer cuál era la voluntad de Dios sobre él. Queridos
amigos, ésta es una enseñanza preciosa para todos aquellos que están
comprometidos en la formación y educación de las jóvenes generaciones y es
también una fuerte llamada de cuán importante es tener una guía espiritual en
la propia vida, que ayude a entender lo que Dios quiere de nosotros. Con
sencillez y profundidad, nuestro Santo afirmaba: “Toda la santidad, la
perfección y el provecho de una persona está en hacer perfectamente la voluntad
de Dios (…). Felices nosotros si consiguiéramos verter así nuestro corazón
dentro del de Dios, unir de tal forma nuestros deseos, nuestra voluntad a la
suya, que formen un solo corazón y una sola voluntad: querer lo que Dios
quiere, quererlo en el modo, en el tiempo, en las circunstancias que Él quiere
y querer todo eso no por otro motivo sino porque Dios lo quiere".
Pero otro elemento caracteriza el ministerio de
nuestro Santo: la atención a los últimos, en particular a los encarcelados, que
en la Turín del siglo XIX vivían en lugares inhumanos e inhumanizadores.
También en este delicado servicio, llevado a cabo durante más de veinte años,
él fue siempre el buen pastor, comprensivo y compasivo: cualidad percibida por
los detenidos, que acababan por ser conquistados por ese amor sincero, cuyo
origen era Dios mismo. La simple presencia de Cafasso hacía el bien: serenaba,
tocaba los corazones endurecidos por las circunstancias de la vida y sobre todo
iluminaba y removía las conciencias indiferentes. En los primeros tiempos de su
ministerio entre los encarcelados, recurría a menudo a las grandes
predicaciones que llegaban a implicar a casi toda la población carcelaria. Con
el paso del tiempo, privilegió la catequesis pequeña, hecha en los coloquios y
en los encuentros personales: respetuoso de las circunstancias de cada uno,
afrontaba los grandes temas de la vida cristiana, hablando de la confianza en
Dios, de la adhesión a Su voluntad, de la utilidad de la oración y de los
sacramentos, cuyo punto de llegada es la Confesión, el encuentro con Dios hecho
para nosotros misericordia infinita. Los condenados a muerte fueron objeto de
cuidados humanos y espirituales especialísimos. Él acompañó al patíbulo, tras
haberles confesado y administrado la Eucaristía, a 57 condenados a muerte. Les
acompañaba con profundo amor hasta la última respiración de su existencia
terrena.
Murió el 23 de junio de 1860, tras una vida ofrecida
totalmente al Señor y consumada por el prójimo. Mi Predecesor, el venerable
siervo de Dios papa Pío XII, el 9 de abril de 9 1948, lo proclamó patrono de
las cárceles italianas y, con la Exhortación apostólica Menti nostrae, el 23 de
septiembre de 1950, lo propuso como modelo a los sacerdotes comprometidos en la
confesión y en la dirección espiritual.
Queridos hermanos y hermanas, que san Giuseppe Cafasso
sea una llamada para todos a intensificar el camino hacia la perfección de la
vida cristiana, la santidad; en particular, recuerde a los sacerdotes la
importancia de dedicar tiempo al Sacramento de la Reconciliación y a la
dirección espiritual, y a todos la atención que debemos tener hacia los más
necesitados. Nos ayude la intercesión de la Beata Virgen María, de la que san
Giuseppe Cafasso era devotísimo y que llamaba “nuestra querida Madre, nuestro
consuelo, nuestra esperanza".