El Gozo de la Resurrección: somos como las mujeres de Jerusalén que transmitimos la buena noticia.

Comunicación al Directorio Nacional- 20/4/2022


A las mujeres que se quedaron junto a la tumba del Maestro, el ángel que custodiaba la entrada les encomienda que vayan a comunicar a los apóstoles la buena noticia. Y a María Magdalena, que vuelve a la tumba después de avisar a los discípulos, es el propio Señor quien se le aparece. Es decir, que el primer anuncio de la Resurrección se hace a las mujeres, y la primera aparición del Resucitado a una mujer. Es para nosotras, las mujeres un privilegio, el de ser las primeras testigos de Jesús vivo, y las primeras comunicadoras del prodigio.

Y esto lo atestiguan:

Mt 28,7: vayan en seguida a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán»

Mc16,7: Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho

Lc 24,9: Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás

Jn 20,18: María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.

 

Pero además de un privilegio gratuito y generoso de Jesús para con nosotras, comporta una responsabilidad tremenda, pues, comunicar la Buena Nueva no se limita a divulgar la noticia, la novedad de que el sepulcro estaba vacío y el Señor vivo, sino que implica una invitación concreta a transmitir y extender el mensaje de Jesús. Las mujeres debían transmitir a los discípulos que se pusieran en marcha hacia Galilea para encontrarse con Jesús Resucitado, quien allí les dará la misión, según dice Marcos 16,15: Vayan por el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.

Las mujeres también debían hacer esa marcha a Galilea. Una marcha espiritual, si se quiere, ya que no les competía el sacerdocio encomendado a los apóstoles, pero sí el asumir, como los apóstoles, la responsabilidad de multiplicar la palabra, de seguir la misión, y con su protagonismo, se transforman las mujeres en paradigma del discipulado.

 

Y decimos bien, protagonismo, pues la presencia de la mujer en la misión encomendada por Jesús, nunca se redujo a la de simple y anónima colaboradora. Siempre, a lo largo de la historia del pueblo elegido, la mujer tuvo un papel preponderante. Recordemos a Sara, a Rut, Ester, la madre de los macabeos, Judit, que venció a Holofernes, Débora, profetisa, la virtuosa Susana…. Y más tarde, en las primeras comunidades cristianas, las mujeres participaron de manera directa y comprometida. El libro de los Hechos y las cartas de San Pablo nos hablan de varias mujeres involucradas en la evangelización, y recuerda sus nombres: Priscila, Febe, Junia, Cloe, que participaron activamente en el movimiento misionero.

 

En cuanto a la misión, recordemos que Cristo no presentó a los apóstoles la tarea de la evangelización como una opción, como una posibilidad, sino como un mandato imperativo.  Y es una misión que debe ser llevada a cabo por todos los que constituyen la iglesia, cada uno según su condición. Nuestra condición femenina tiene un espacio en el plan de transmitir la Buena Nueva.

Lo primero que tenemos que definir, para poder cumplir con el mandato, es nuestra identidad: mujeres, salesianas, laicas. Esta es la cuestión capital, punto de partida de toda la acción que emprendamos.

 No ahondaremos en nuestra índole femenina de raigambre salesiana pues es una cuestión que tenemos internalizada. Pero sí importa recalcar nuestra condición laical, esto es una vocación singular, no religiosa ni clerical, que intenta llevar el mensaje cristiano a todas la realidades terrenas-familia, trabajo, profesión, actividad social, política, económica, científica-y convertirlas en ocasión de encuentro de Dios con los hombres. Se trata de animar el orden temporal, animación cristiana del orden temporal, para hacerlo más humano.

En este tercer mileno que ya lleva dos décadas de nacido, en una sociedad que parece huir de Dios, hemos sido llamadas a realizar una nueva evangelización tal vez en las situaciones más sencillas y comunes de todos los días, pero con la exigencia de una coherencia heroica de vida. Queremos y debemos ser sal, luz y fermento de la tierra, y por eso no podemos ser insípidas, por ello tenemos que asemejarnos a los primeros cristianos: transmitir la verdad con la palabra, y con el ejemplo, haciendo de toda nuestra vida, un apostolado.

Como Damas salesianas estamos llamadas a rehacer el tejido, el entramado cristiano de la sociedad humana.

Vivimos un tiempo de revolución de las comunicaciones, pero no de aumento de comunión. Hay situación de individualismo, de soledad, de masificación anónima, y por eso mismo, de gran necesidad de amistades verdaderas.  Sólo un amor más grande que el de nuestra medida humana puede ser fundamento y energía para la reconstrucción de vínculos de solidaridad, de comunión, de fraternidad.

Anunciar la Buena Nueva en esta época de desafíos dramáticos será para las ADS abrir caminos al Bien, La Verdad y la Belleza, dilatar la caridad en las ciudades donde nos toque vivir, respetar la dignidad de la persona, inculturar el Evangelio como fuerza de liberación.


En el contexto del misterio pascual, el mandato misionero es encargo de compartir con los demás los dones recibidos. La misión se realiza en el mundo, creado por Amor, pero que se encuentra frecuentemente bajo el dominio del pecado, del egoísmo personal o colectivo. La fe en Cristo crucificado y resucitado es capaz de transformar el mundo según el proyecto de Dios, porque el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo, que da sentido a la existencia, y que va más allá de las fronteras geográficas, culturales, históricas, sociológicas. Por eso la misión es universal, y tiende a hacer a de toda la humanidad una familia que refleje la caridad de Dios y que comparta fraternal y solidariamente los bienes entre todos los pueblos.

Ahora bien, es importante considerar que la actividad de caridad, de servicio, de promoción humana, no se diluya en una organización asistencial. Cualquiera puede hacer asistencia, cualquiera regalar dinero, comida, ropa, medicamentos, dar educación, etc. Aunque sea ateo, impío. Nosotras tenemos que hacer la diferencia. Lo nuestro no es simplemente servicio, es diakonía, es entrega del corazón junto con el servicio; es denuncia testimonial del Reino, es saciar el hambre de Dios.

Porque se trata de salvar almas. Tradicionalmente, la colaboración en el anuncio de la salvación ha utilizado la expresión salvar almas. San Pedro y San Pablo decían: Me desgastaré en la salvación de las almas. Y nuestro Don Bosco también: Dame almas y puedes quitarme todo lo demás. (Da mihi animas, cetera tolle).

Que en esta octava de pascua que estamos transitando, se nos contagie el anhelo de Don Bosco y con la ayuda de María Auxiliadora, podamos continuar y perfeccionar nuestra misión de ser sembradoras de esperanza: las nuevas mujeres de Jerusalén que transmitimos la Buena Noticia.

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