por Ana María Carelli
Siempre se ha dicho que la mujer es más que nada, corazón. Y eso es verdad, porque mientras el varón es un ser volcado al mundo y a las cosas, la mujer es interioridad, una intimidad desde la cual brotan sus características propiamente femeninas. Todo en la mujer, su ser corporal, sus expresiones anímicas, sus gustos y preferencias, manifiesta un más allá resguardado desde donde irradia su específico modo de ser. El ser de la mujer y sus actos, hasta los que parecen triviales, se configuran a partir de esa intimidad silenciosa y llena de paz en la que ella es receptiva y cálida; expansiva, generosa y alegre; deseosa de encontrarse y darse a lo demás.
El poeta Rainer María Rilke dijo que la sabiduría se encuentra en la fidelidad a la condición humana. La mujer que desee ser consecuente consigo misma tiene que cultivar las prerrogativas que definen su auténtica condición femenina, apta fundamentalmente para desempeñar los actos y los gestos que implican la maternidad, el cuidado y la educación del ser humano.
Hay dos ámbitos que resultan privilegiados para la exteriorización de las características más íntimas de la mujer. Uno de ellos el lugar donde ella habita, en el cual, desde las capacidades de su alma, va generando las condiciones vitales que resultan más entrañables y propicias al ser humano. "Es la casa la gran invención de la mujer", dijo don Ortega y Gasset. Es una prolongación del ser femenino, de su corazón, de su estar siempre en disponibilidad para el encuentro y la entrega personal. La casa es el lugar más apropiado para el surgimiento de la vida humana, la renovación del amor, el despertar y la expresión de los afectos y la imaginación.
Es por eso que el hogar es mucho más que un lugar donde protegerse de la intemperie o de los peligros del mundo exterior. Es un espacio sagrado, que invita al diálogo y a fortalecer los vínculos. Es un lugar único, que queda impregnado con la afectuosidad, los anhelos y los deseos más profundos de sus habitantes. Quizá el motivo más importante por el que la mujer ansía siempre "estar siempre en casa", es porque para ella es encontrarse consigo misma.
Uno de los signos del cautiverio de la mujer actual es justamente su incapacidad para "quedarse en casa" y estar a solas consigo misma; para crear un clima que predisponga al diálogo y al amor; para iluminar los ambientes con su presencia y dejar flotando en el aire la fragancia de su perfume. En muchos hogares hay soledad y sus habitantes son, más que moradores, peregrinos.... siempre de paso. En otros, hay demasiado ruido; o lujo impersonal, que nada dice de los que allí viven.
Para ser feliz, la mujer precisa mucho más que el varón: de un ámbito donde lo más importante sean las personas y las relaciones humanas, y en el que todos se esfuercen por mantener encendido el corazón y despierta el alma.
El mundo más propio de la mujer es el de los afectos y el de la comunicación espiritual. De ahí que el otro espacio en el que sus presencia ha sido constante a través de los siglos, y donde ella se encuentra muy a gusto es "la Casa de Dios". La mujer es por naturaleza la gran orante y la eterna adoradora de Dios. Será por eso que a la Iglesia se le ha dado figura de Mujer y Esposa. A Ella le va muy bien el ardor y el silencio del templo, que es invitación a la intimidad y al más elevado Amor.