Por: Zelmira Seligmann
Fuente: XI Jornadas de
Psicología Cristiana (2014)
Los años convulsionados en Francia, después de la Reforma
Protestante, formaron el fondo de la vida de Francisco de Sales. Nació el 21 de
agosto de 1567 de una familia noble, en el reino de Saboya, situado entre
Francia, Italia y Suiza. Estudió en el Colegio de Clermont de los Jesuitas, en
París, y en la Universidad de Padua, donde se doctoró en Derecho Canónico y
Civil.
Para su padre, fue una gran decepción que Francisco no
aceptara una carrera espléndida en el mundo, sino que prefiriera el sacerdocio.
Después de la ordenación, su obispo lo envió como joven misionero a Chablais,
región de Saboya, por cuatro años. Allá adquirió una gran fama por sus folletos
en defensa de la fe –por eso es el patrono de los escritores y periodistas–
pero también escapó de un atentado contra su vida. Al finalizar su apostolado
de misionero, había persuadido aproximadamente a 72.000 calvinistas para que
volvieran a la Iglesia Católica.
Fue consagrado obispo de Ginebra en 1602, pero residía en
Annecy (ahora ubicada en Francia), ya que Ginebra estaba bajo el dominio de los
calvinistas y, por lo tanto, cerrada para él. Su fama como director espiritual
y escritor aumentaba. Lo convencieron para que reuniese, organizase y
difundiese sus muchas cartas sobre asuntos espirituales y las publicase. Es lo
que hizo en 1609, con el título de Introducción a la Vida Devota. Esta se
volvió su obra más famosa y, todavía hoy, se considera una obra tan importante
que continuamente se está reeditando.
Su proyecto esencial fue escribir El Tratado del Amor de
Dios, fruto de años de oración y de trabajo. Éste también continúa siendo
publicado en la actualidad. Quería escribir además una obra paralela al
Tratado, o sea, sobre el Amor al Prójimo, pero su muerte frustró este proyecto.
Además de las obras arriba mencionadas, sus cartas, predicaciones y coloquios
ocupan cerca de 30 volúmenes.
Francisco aceptó en su casa a un joven con dificultad de
audición y creó un lenguaje de símbolos para posibilitar la comunicación. Esa
obra de caridad condujo a la Iglesia a darle otro título, o sea, el de Patrono
de los de Difícil Audición (de los sordomudos).
Junto a Santa Francisca de Chantal fundó la Orden religiosa
de las Hijas de la Visitación de Santa María, conocidas por la simplicidad de
su regla y por su apertura especial a las viudas. Muchas otras fundaciones se
hicieron siguiendo su espiritualidad y enseñanzas.
En 1622 tuvo que acompañar a la corte de Saboya en su viaje
a Francia. En Lyon insistió en ocupar una pequeña y pobre habitación en una
casa que pertenecía al jardinero del Convento de la Visitación. Allí, recibió
los últimos sacramentos e hizo su profesión de fe repitiendo constantemente las
palabras: “¡Hágase la voluntad de Dios! ¡Jesús, mi Dios y mi todo!” Murió el 28
de diciembre, a los 55 años de edad. Su cuerpo fue trasladado a Annecy donde se
encuentran actualmente; y su corazón que había quedado en Lyon, cuando corrió
peligro por la persecución de la revolución francesa, fue llevado a Treviso
(cerca de Venecia).
En 1665 la Iglesia lo declaró santo y le dio el título
excepcional de Doctor de la Iglesia como doctor de la dulzura. Se celebra su
fiesta el día 24 de enero.
San Francisco de Sales sienta las bases de lo que es una
psiquis sana, cuando muestra el orden que debe existir en la personalidad
normal. Afirma que todas las cosas y todo el universo, tienen un orden monárquico,
de manera que se relacionan entre sí y, en última instancia, con Dios que es el
rey soberano. Por lo cual todas las cosas desean a Dios y tienden a Él como a
su fin. También en el hombre hay movimientos, sentimientos, inclinaciones,
hábitos, pasiones, facultades y potencias que son regidos por una natural
monarquía que es la voluntad. Es sin duda la voluntad la que gobierna –de
distintas maneras– las potencias del alma.
La voluntad puede dominar los actos externos mientras nada
lo impida (como por ejemplo: mover los brazos, las piernas, etc.). Los
movimientos vegetativos, propiamente del cuerpo (como crecer, nutrirse, etc.)
no son capaces de obedecer a la voluntad, pero puede manejarlos con artimañas
(por ejemplo: si uno no quiere engordar, puede comer menos).
La voluntad domina también el entendimiento, la memoria y la
fantasía, no por la fuerza sino por su autoridad, de manera que no siempre es
obedecida.
Y ¿cómo gobierna la voluntad al apetito sensitivo y sus
movimientos? nos dice San Francisco de Sales:
El apetito sensual es en verdad un súbdito rebelde,
sedicioso es inquieto; es menester reconocer que no es posible destruirlo de
manera que no se levante, acometa y asalte la razón; pero tiene la voluntad
tanto poder sobre él, que, si quiere, puede abatirle, desbaratar sus planes y
rechazarle, pues harto lo rechaza el que no consiente en sus sugestiones. (1)
Pero afirma el santo doctor, que el amor –que es el primer
movimiento por el cual uno goza del bien– domina sobre todos los afectos y
pasiones del alma, si bien la voluntad tiene dominio sobre él.
El amor precede al deseo (porque deseamos lo que amamos);
precede al gozo (porque uno se deleita en lo que ama); precede a la esperanza
(porque se espera el bien que se ama); precede al odio (porque odiamos lo
contrario a lo que amamos) y todas las demás pasiones y afectos nacen del amor,
como su fuente y raíz. Por eso los afectos son buenos o malos, viciosos o
virtuosos, según sea bueno o malo el amor del que proceden.
La voluntad se mueve por sus afectos, entre los cuales el
amor es el primer móvil y el primer sentimiento, de manera que pone en marcha
todos los demás afectos y produce todos los movimientos del alma. Pero la
voluntad es la reguladora de su amor, no ama sino lo que quiere amar y elige lo
que le parece bien y según esto, ella misma se hace buena o mala. «La voluntad
recta es el amor bueno; la voluntad mala es el amor malo». (2)
Hay afectos más elevados y otros más inferiores. Nuestra
voluntad elige lo que quiere amar y se vuelve según lo que amamos, por eso toda
la personalidad se configura según lo que amamos. San Francisco de Sales pone
énfasis en que tenemos libertad para elegir el amor que, por así decir, guiará
toda nuestra vida y formará nuestra personalidad, de manera que sea sana o
patológica. Depende de lo que amamos, nuestra salud o enfermedad mental. Pero
también advierte sobre la capacidad para cambiar, si uno se resuelve a
ello.
Dice así:
La voluntad, que puede elegir el amor a su arbitrio, en
cuanto se ha abrazado con uno, queda subordinada a él; mientras un amor viva en
la voluntad, reina en ella, y ella queda sometida a los movimientos de aquél;
mas, si este amor muere, podrá la voluntad tomar enseguida otro amor. Hay,
empero, en la voluntad, la libertad de poder desechar su amor cuando quiera,
aplicando el entendimiento a los motivos que pueden causarle enfado y tomando
la resolución de cambiar de objeto. De esta manera, para que viva y reine en
nosotros el amor de Dios, podemos amortiguar el amor propio; si no podemos
aniquilarlo del todo, a lo menos lograremos debilitarlo, de suerte que, aunque
viva en nosotros, no llegue a reinar. (3)
San Francisco de Sales nos deja muchos consejos para que
sigamos el verdadero amor, el de Dios, que es el centro y el fin último de nuestras
vidas y el único que garantiza la salud anímica. Pero esto significa una
continua rectificación de la voluntad y una purificación del mismo amor.
En una carta a Santa Juana Francisca de Chantal, su
predilecta hija espiritual (con quien funda la Orden de la Visitación), le deja
la regla de oro para el crecimiento del alma: “ES NECESARIO HACER TODO POR AMOR
Y NADA POR TEMOR; ES NECESARIO AMAR MÁS LA OBEDIENCIA QUE TEMER LA
DESOBEDIENCIA. Le dejo el espíritu de libertad...” (4). Pero aquella libertad de
los hijos de Dios, cuyas únicas cadenas deben ser las de la caridad y de la
perfecta amistad cristiana; que es “el vínculo de la perfección” como dice San
Pablo (Col 3,14). Todos los otros vínculos son temporales, pero el del amor
crece con el tiempo y se hace más fuerte envejeciendo. (5)
El amor sobrevive aún a la muerte, porque “el amor es tan
fuerte como la muerte” (Cantar de los cantares, 8,6). Las cadenas del verdadero
amor, que es el Amor a Dios primero y luego a nuestros amigos espirituales,
cuanto más nos aprietan, tanto mayor alegría y libertad nos dan: “su fuerza es
suavidad y su violencia es dulzura; nada es más flexible y nada más tenaz que
estas cadenas”. (6)
Y son justamente las cadenas de este amor a Dios y a su
Divina Voluntad, las que nos traen la perfecta paz, la tranquilidad al alma y
salud psíquica.
Y por eso nos propone que nos examinemos de la siguiente
manera:
“¿Qué afectos tienen atado nuestro corazón? ¿Qué pasiones le
dominan? ¿Qué cosas principalmente le alteran? Porque por las pasiones del alma
conocemos su estado, pulsándolas unas tras otras. Así como el que toca el laúd,
que pulsando todas las cuerdas descubre cuáles están desentonadas, y las afina,
tirando y aflojando, así, después de haber pulsado el odio, el deseo, la esperanza,
la tristeza y el gozo de nuestra alma, si encontramos estas pasiones fuera de
tono para la pieza que queremos tocar, que es la gloria de Dios, podemos
afinarlas, mediante su gracia y el consejo de nuestro padre espiritual.” (7)
San Francisco de Sales afirma categóricamente que –si
encontramos afectos y pasiones desordenadas– podemos cambiarlos. Porque si nos
quedamos mucho tiempo con ese desorden psíquico, corremos el riesgo de hacernos
cada vez más vanidosos, hasta que llegará un momento en que el orgullo se
volverá el dueño de nuestra vida y las patologías se habrán instalado. Es
necesario adquirir el dominio de nuestra alma, “poco a poco, paso a paso”, como
han hecho los santos que trabajaron durante muchos años con este fin. Es
necesario tener paciencia con todos, pero en primer lugar con nosotros mismos.
(8) Aunque lleve su tiempo, hay que
liberarse de las aficiones y apegos a los defectos e imperfecciones. Muchas
personas no pueden cambiar porque “se casan” (por así decir) con sus defectos y
vicios, y así se va estructurando una personalidad enferma.
El camino de orden y salud psíquica empieza con la
“devoción”, que es cuando ese amor se da en plenitud. Dice el santo Obispo de Ginebra, que cuando
el verdadero amor “llega a tal grado de perfección, que no solamente nos hace
obrar bien, sino obrar bien con cuidado, con frecuencia y prontitud, entonces
es cuando se llama devoción”. (9)
Lo expresa bellamente el Santo Doctor:
“El azúcar endulza los frutos verdes y hace que no sean
desagradables ni dañosos los excesivamente maduros. Ahora bien, la devoción es
el verdadero azúcar espiritual, que quita la aspereza a las mortificaciones y
el peligro de dañar a las consolaciones; quita la tristeza a los pobres y el
afán a los ricos, la desolación al oprimido y la insolencia al afortunado, la
melancolía a los solitarios y la disipación a los que viven acompañados; sirve
de fuego en invierno y de rocío en verano; sabe vivir en la abundancia y sufrir
en la pobreza; hace igualmente útiles el honor y el desprecio, acepta el placer
y el dolor con igualdad de ánimo, y nos llena de una suavidad maravillosa”.(10)
La devoción es la única que puede traer paz al alma y
remedio a las inquietudes, dice San Francisco de Sales en una carta a la Sra.
Brûlart (11), quien le consultaba por su constante nerviosismo. La devoción –le
explica a esta hija espiritual– no es otra cosa que la inclinación y prontitud
para hacer el bien, aquello que agrada a Dios y no la propia voluntad o
capricho. Las personas normales que siguen a Dios, se puede decir que caminan;
los devotos corren, y si son muy devotos, vuelan.
Su segunda regla de oro aparece en la célebre máxima: «NO
DESEES NADA... NO RECHACES NADA” .... nada fuera de la Voluntad de Dios.
Por eso le dará varios consejos para adquirir la devoción
que le asegurará el equilibrio psíquico:
1º) y, ante todo, es necesario observar los mandamientos de
Dios y los de la Iglesia. Junto a la ley natural (expresada en los diez
mandamientos), las leyes generales, hay también otras leyes particulares que
corresponden a la vocación de cada uno. No son iguales las obligaciones de un
obispo, de un sacerdote, de una religiosa o de un casado. Pero todas las leyes
deben cumplirse de una manera pronta y generosa (que es lo propio de la
devoción).
2º) Para adquirir esta prontitud y generosidad, es necesario
tener en cuenta algunas consideraciones:
a) Dios quiere que cumplamos su Voluntad, ya que estamos en
este mundo para eso. Hay que decirle todos los días “Que se haga tu Voluntad”
(Mt 6,10) y ofrecernos frecuentemente diciéndole “Yo soy todo tuyo” (Sal 119,
94).
b) Hay que tener en cuenta que los mandamientos de Dios son
dulces, agradables y suaves. Esto es muy importante en la actualidad, porque
hoy en día se pone antes la dificultad que el bien que conllevan los
mandamientos. Se pone énfasis y se remarca –por ejemplo– el “sufrimiento” de
los divorciados vueltos a juntar (que viven en adulterio) en vez de ayudarlos a
amar el bien de la fidelidad, del amor conyugal a pesar de todo, del bien que significa
la estabilidad familiar para los hijos y para la madurez emocional de todos sus
miembros. En la actualidad se pone el acento en lo perverso y descarriado, como
si no se pudiera salir de ese mal, y entonces fuera necesario aceptarlo
personal y socialmente. San Francisco de Sales afirma que debemos y podemos
“elegir” siempre el amor ordenado, que es el que verdaderamente nos hace
felices. Y todos somos libres para elegir lo que amamos y definir nuestras
vidas. Como decía el poeta Amado Nervo, “porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino”.
El mismo San Francisco de Sales nos ilustra de manera
actualísima sobre esta actitud transgresiva de los mandamientos, y hace alusión
al deseo de lo prohibido que hoy en día hasta se ve con buenos ojos, diciendo:
“¿Cuál es el motivo por el que se nos hacen así molestos?
[los mandamientos]. No hay ningún motivo, a decir verdad, salvo nuestra
voluntad, que quiere reinar en nosotros a toda costa, y que, cuando una cosa le
es mandada, aunque hasta quizás la desearía si no fuera mandada, la rechaza
justamente porque es mandada. Entre cien mil frutos deliciosos, Eva eligió el
que le era prohibido y que quizás no habría comido, si le hubiera sido
permitido.
En una palabra, queremos servir a Dios, pero siguiendo
nuestra voluntad y no la Suya. (...)
No debemos elegir nosotros mismos nuestros deberes: debemos
hacer aquello que es lo que Dios quiere; y, si Dios quiere que lo sirva
haciendo una cosa, no debo servirlo haciendo otra.” (12)
Aquí nuestro santo doctor da en tecla respecto de lo que hoy
en día se llama neurosis –la que ciertamente se fundamenta en una actitud
rebelde– y que en ese momento aparecía como agitación, manía, inquietud o
nerviosismo. Pero el remedio que aconseja San Francisco de Sales con
insistencia, es el mismo que se recomendaría hoy en día en este tipo de
desequilibrio: la devoción amable, dulce y humilde, que rinde nuestra voluntad
desordenada a la Voluntad amorosa de Dios.
3º) Hay que tener en cuenta que no hay vocación que no tenga
sufrimientos, amarguras o desengaños y muchas personas querrían cambiar su
propia situación por la de los demás (por ejemplo: los casados que quieren ser
solteros –o vivir como solteros–o viceversa, etc.) y esto trae grandes
inquietudes y repugnancia a cumplir con los propios deberes y nos hace pensar
que los demás están mejor que nosotros. Esto es una fantasía absurda; no existe
la posibilidad de cambio. Quien no se ha conformado a su vocación, a su vida
concreta, se agitará de aquí para allá pero nunca encontrará reposo, siempre
estará infeliz. San Francisco de Sales pone el ejemplo del que tiene fiebre o
está enfermo, que puede dar vueltas y vueltas en la cama o hasta cambiar de
cama, pero nada lo hará sentirse mejor, porque la culpa no es de la cama sino
de la enfermedad que lo atormenta. Una persona que no sufre la fiebre de la
propia voluntad, se contenta con todo. “Si puede cumplir la Voluntad de Dios,
todas las cosas tienen para él el mismo valor.” (13)
También es cierto que justamente en los sufrimientos, es
cuando uno puede darse cuenta de los propios desórdenes, las malas
inclinaciones o egocentrismos.
4º) Pero esto no es todo. Para ser devoto –o sea para
perfeccionar el amor– no basta cumplir con la Voluntad de Dios, sino que es
necesario cumplirla alegremente.
Dice el Obispo de Ginebra:
“Si yo no fuera obispo, es una cosa, pero dado que lo soy,
no sólo debo hacer lo que esta penosa vocación me impone, sino que debo hacerlo
alegremente, poniendo en mis deberes todas mis delicias y alegrándome. (...) No
es necesario llevar la cruz de los demás, sino la propia; y para que cada uno
lleve la propia cruz, Nuestro señor quiere que cada uno renuncie a sí mismo, o
sea a la propia voluntad. Yo querría esto o aquello; me encontraría mejor aquí
o allá; son todas tentaciones. Nuestro Señor sabe bien lo que hace; hagamos lo
que Él quiere y quedémonos donde nos ha puesto.”
Para poder prepararse o “mentalizarse” para cumplir con
estos consejos, San Francisco de Sales nos dice que debemos meditar sobre la
vida y la muerte de Nuestro Señor; que es bueno pensar en las dificultades que
han superado los santos y especialmente los mártires; podemos pensar en las
distintas situaciones de los santos que han vivido una vocación como la
nuestra; que todo lo que hacemos tiene valor en cuanto es en conformidad con la
Voluntad de Dios; y que durante el día debemos pedirle que nos ayude a amar
nuestra vocación y a cumplirla bien.
Y concluye con las siguientes palabras:
“Es necesario amar lo que Dios ama. Él ama nuestra vocación.
Por lo tanto, amémosla también nosotros y no perdamos el tiempo pensando en la
de los demás. Cumplamos nuestro deber: para ninguno de nosotros la propia cruz
es muy pesada. (15)
(...) Ay mi querida Señora, mi buena Hermana, esta vida es
breve, y las recompensas que con ella nos aseguramos son eternas. Hagamos el
bien y no nos alejemos jamás de la Voluntad de Dios. Que ella sea la estrella
sobre la que fijemos nuestros ojos durante esta navegación, y alcanzaremos
felizmente el puerto.” (16)
Este amar la Voluntad de Dios y la vocación a la que Él nos
ha llamado –que no es lo mismo que hacer “lo que uno quiere” o lo que a uno “le
gusta” (como equívocamente se entiende la vocación hoy en día)– implica también
ejercitar las virtudes propias de cada estado. Por supuesto siempre hay que
hacer el bien y ser virtuoso, pero a cada uno se le piden virtudes según las
circunstancias en las que Dios lo pone, siempre suponiendo la caridad, que es
la forma de todas las virtudes y nos conecta al fin último. Pero, si bien todos
deben tener todas las virtudes, no todos deben practicarlas igualmente, sino
dedicarse cada uno con particular esmero a las que son propias de su estado y
vocación (17). No debemos juzgar las
cosas según nuestra voluntad y nuestro gusto, sino según la Voluntad de Dios.
Lo mismo sucede con los deseos. Dice el Doctor de la Dulzura
que es un gran peligro para la vida devota (y añadiríamos para una vida “sana”)
el soñar. Soñar el ser aquello que no se es, y querer hacer cosas distintas de
las que se deben hacer. Soñar en este sentido quiere decir caminar fuera del
bien, fuera de la propia vida de perfección a la que estamos llamados, y esto
es siempre una pérdida de tiempo. La causa de muchos males es este soñar con
cosas que son imposibles e inciertas; soñar con cosas que jamás podremos
cumplir y que no nos competen.
Hay que examinar y discernir bien nuestros deseos; si son
buenos o malos. Es bueno desear, y desear mucho, pero es necesario poner un
orden, y transformar los deseos en obras a medida que se nos presenta el
momento justo y la posibilidad concreta. A veces se tienen deseos inútiles que
nos inquietan, en vez de desear tener más paciencia, mortificación, obediencia
y resignación en nuestros sufrimientos.
Dice San Francisco de Sales en una carta fechada en 1603 y
dirigida a una hija espiritual:
“Me parece que has encontrado el verdadero origen de tu mal
cuando me dices haber descubierto una multitud de deseos que no pueden ser
jamás realizados. (...) Sería, en efecto, inútil que anduvieras soñando con
hacer obras que no son de tu nivel y lejanas y mientras, no cumples con
aquellas que dependen exclusivamente de ti. Por lo tanto, cumple fielmente las
obras ordinarias y poco aparatosas de la caridad, de la humildad y de las otras
virtudes, y verás que te encontrarás bien. (...) Dios nos pide sobre todo la
fidelidad a las pequeñas cosas antes que el ardor por las grandes que no
dependen de nosotros". (18)
Es necesario tener una infancia espiritual, que quiere decir
vivir despojado de todo deseo, salvo el del amor a Dios. Es necesario vivir una
santa indiferencia que está ligada a la santa libertad. Dice San Francisco de
Sales que hay personas que son indiferentes o apáticos frente a las realidades,
pero lo hacen por falta de fortaleza o por desprecio del bien. Pero los que
tienen esta santa indiferencia son los que se conforman en todo a la Voluntad
de Dios. Dios nos llama a muchos sufrimientos, muchas renuncias a uno mismo, a
las cosas e incluso a las personas que amamos, a vivir con muchas dificultades,
pero nos dice el santo Obispo:
“En substancia, es necesario conseguir la santa indiferencia
y decir a menudo: No quiero esto o lo otro; quiero sólo el amor de mi Dios, el
deseo de su amor y el cumplimiento de su Voluntad en mí.” (19)
Dios quiere un corazón libre, despojado de todo deseo, salvo
el del amor a Dios. Esta libertad es un desprendimiento de todas las cosas para
seguir la Voluntad de Dios conocida. Contrariamente a estos consejos de San
Francisco de Sales para vivir en paz, el neurótico siempre se queja de no poder
hacer su voluntad, su capricho. El amor propio es la fuente de todas las
inquietudes. Cuando el corazón está perturbado e intranquilo pierde la fuerza
para conservar la virtud y luchar en la vida.
San Francisco de Sales en su famosa obra Introducción a la
Vida Devota trata sobre la inquietud y las tristezas que aquejan al alma, que
siempre se fundamentan en el no querer aceptar las cosas que nos suceden. Y
cuanto más nos rebelamos a nuestra realidad, peor nos sentimos y nos hacemos
más daño. Dice así:
“La tristeza no es otra cosa que el dolor del espíritu a
causa del mal que se encuentra en nosotros contra nuestra voluntad; ya sea
exterior, como pobreza, enfermedad, desprecio, ya interior, como ignorancia,
sequedad, repugnancia, tentación.
(...) si no encuentra enseguida lo que desea, caerá en
inquietud y en impaciencia, las cuales, lejos de librarla del mal presente, lo
empeorarán,
(...) La inquietud
proviene del deseo desordenado de librarse del mal que se siente o de adquirir
el bien que se espera, y, sin embargo, nada hay que empeore más el mal y que
aleje tanto el bien como la inquietud y el ansia. Los pájaros quedan
prisioneros en las redes y en las trampas porque, al verse encerrados en ellas,
comienzan a agitarse y revolverse convulsivamente para poder salir, lo cual es
causa de que, a cada momento, se enreden más.
(20)
Pero este santo doctor también da la solución para estos
males. Recomienda –como ya vimos anteriormente– examinar frecuentemente
nuestros afectos y pasiones buscando siempre que se adecuen a la Voluntad de
Dios y no a la propia; de esta forma veremos si tenemos el dominio de nuestras
vidas, si somos personas maduras. Tenemos que ver si nuestra voluntad está
firmemente resuelta a pertenecer a Dios, si Él es nuestro amor y si todos los
demás afectos se refieren a ese primer amor.
Hay que pensar que la Providencia de Dios es más sabia que
nosotros y que –si esta es la situación en la que nos ha puesto– no estaremos
mejor en ninguna otra. Aun cuando deseemos algo que es bueno, nuestro deseo es
malo si no es lo que Dios nos pide. (21)
“No permitas que tus deseos te inquieten, por pequeños y por
poco importantes que sean; porque, después de los pequeños, los grandes y los
más importantes encontrarán tu corazón más dispuesto a la turbación y al
desorden. (...)
«Mi alma-decía David siempre está puesta, ¡oh Señor!, en mis
manos, y no puedo olvidar tu santa ley.» Examina, pues, una vez al día a lo
menos, o por la noche y por la mañana, si tienes tu alma en tus manos, o si
alguna pasión o inquietud te la ha robado: considera si tienes tu corazón bajo
tu dominio, o bien si ha huido de tus manos, para enredarse en alguna pasión
desordenada de amor, de aborrecimiento, de envidia, de deseo, de temor, de enojo,
de alegría. Y si se ha extraviado, procura, ante todo, buscarlo y conducirlo a
la presencia de Dios, poniendo todos tus afectos y deseos bajo la obediencia y
la dirección de su divina voluntad.”
(22)
San Francisco de Sales pone énfasis en que seamos libres,
que tengamos un corazón libre de todas las cosas (exteriores e interiores) para
seguir la Voluntad de Dios con alegría y dulzura, en todas las circunstancias
de nuestra vida.
También nos alerta sobre los dos extremos (o vicios) en los
que se pierde la libertad y que nos sumergen en patologías psíquicas:
1) uno que sería por exceso: es la inestabilidad,
disipación, dispersión u activismo, que nos hace cambiar fácilmente de
condición de vida, de prácticas de piedad, de trabajo, etc., sin una verdadera
razón y sin haber discernido en profundidad la Voluntad de Dios
2) y otro vicio contrario, por defecto, es la esclavitud o
constricción; y esto se da en una falta de libertad por la cual el alma se
siente oprimida por el disgusto, la pesadumbre, la cólera, etc. cuando no logra
hacer aquello que se había propuesto, si bien podría hacer cosas mejores.
Muchos se paralizan porque están afligidos y atados a un pasado que no termina
de pasar.
San Francisco de Sales quiere que vivamos en paz, y para
esto es necesario anular la propia voluntad, para querer sólo la de Dios tomada
como propia. Por eso no hay nada más sano que el santo abandono, hay que
abandonarse todo a Él. Afirma: “Todo lo que no es Dios, no es nada para mí”, es
necesario un despojo total.
Pero para tener paz, primero Él quiere la guerra, porque
purifica nuestros afectos y pasiones. Para que Dios sea el dueño absoluto de
nuestra vida, hace la guerra separando nuestro corazón de todo amor
desordenado. Y esta separación es muy dolorosa y el alma sigue agitándose
mientras no renuncie a su propia voluntad y no acepte someterla a la de Dios.
Podemos encontrar al “príncipe de la paz” en plena guerra y vivir de su
dulzura, aún en medio de las amarguras. (23)
Nos dice: “La
verdadera paz no está en el no combatir, sino en el vencer. Quédate en paz en
medio de la guerra.” (24)
Cuando las personas no tienen paz (aún en medio de esta
lucha contra nuestros desordenes interiores) buscan como sucedáneo el
“bienestar”: el bienestar sensible, bienestar económico, social, etc. pero
siguen esclavizados de una voluntad enferma, de “amores” que lo denigran y lo
rebajan respecto de su más alta vocación, que es la de ser santos.
Cuando uno se entrega todo en las manos de Dios, se abandona
plenamente a su Voluntad y se conforma a ella, cuando busca Su amor sobre todas
las cosas, como fin último, entonces encuentra la verdadera paz, porque ya ha
vencido. Y principalmente ha vencido sus afectos y pasiones desordenadas que
son la causa de la enfermedad psíquica.
El Santo Doctor, nos ofrece un sano consejo para ordenar
nuestro amor y configurar nuestra personalidad según la perfección que Dios nos
pide:
“No conviene a las rosas ser blancas, sino a los lirios. Las
rosas son más bellas y perfumadas cuando son carmesí. Seamos aquello que somos,
y seámoslo bien, para hacer honor al gran Artista del cual somos obra. (Ef 2,10)”
(25)
Notas
1)San Francisco de Sales, Compendio del Tratado del
amor a Dios, Balmes, Barcelona 1962, 10-11
2)Cfr. San Francisco de Sales, Compendio del Tratado
del amor a Dios, 14
3) ibíd.
4)San Francisco de Sales, Lettere di amicizia
spirituale, Paoline, Milano 1992, 212 (la traducción es mía)
5) Ibíd., 202
6) Ibíd,203
7) San Francisco de Sales, Introducción a la vida
devota, Guadalupe, Buenos Aires, 1946, 495
8) Cfr. San Francisco de Sales, Lettere..., 427
9) San Francisco de Sales, Introducción..., 59
10) San Francisco de Sales, Introducción...,62-63
11) Cfr. San
Francisco de Sales, Lettere..., 417
12) San Francisco de Sales, Lettere..., 419
13)San Francisco de Sales, Lettere..., 420
14) Ibíd.
15) Ibíd., 422
16) Ibíd., 425
17) Cfr. San Francisco de Sales, Introducción..., 207
18) San Francisco de Sales, Lettere..., 154-155
19) San Francisco de Sales, Lettere..., 918
20) San Francisco de Sales, Introducción..., 442-44
21)Cfr. San Francisco de Sales, Lettere...,519
22) San Francisco de Sales, Introducción..., 442-443
24) Cfr. San Francisco de Sales, Lettere..., 471
25) San Francisco de Sales, Lettere..., 943
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