por Alfonso
Aguiló Pastrana
Puede
ser sólo en momentos
Algunas personas parece como si se
rodearan de alambre de espino, como si se convirtieran en un cactus, que se
encierra en sí mismo y pincha.
Y luego, sorprendentemente, se lamentan
de no tener compañía, o de que les falta el afecto de sus hijos, o de sus padres,
o de sus conocidos.
La verdad es que todos, cuando pasa el
tiempo, casi siempre acabamos por lamentar no haber tratado mejor a las
personas con las que hemos convivido: Dickens decía que en cuanto se deja atrás
un lugar, empieza uno a perdonarlo.
Cuando nos enfadamos se nos ocurren
muchos argumentos, pero muchos de ellos nos parecerían ridículos si los
pudiéramos contemplar unos días o unas horas más tarde, grabados en una cinta
de vídeo.
Pero
no vale la pena
Algunos piensan que más vale dar unas
voces y desahogarse de vez en cuando, que ir cargándose de resentimiento
reprimido. Quizá no se dan cuenta de que la cólera es muy peligrosa, porque en
un momento de enfado podemos producir heridas que tardan luego mucho en
cicatrizar.
Hay personas que viven heridas por un
comentario sarcástico o burlón, o por una simpleza estúpida que a uno se le
escapó en un momento de enfado, casi sin darse cuenta de lo que hacía, y que
quizá mil veces se ha lamentado de haber dicho.
Los enfados suelen ser contraproducentes
y pueden acabar en espectáculos lamentables, porque cuando un hombre está
irritado casi siempre sus razones le abandonan. Y de cómo sus efectos suelen
ser más graves que sus causas nos da la historia un claro testimonio.
Pero
con prudencia
¿Entonces, no hay que enfadarse nunca?
Fuller decía que hay dos tipos de cosas por las que un hombre nunca se debe
enfadar: por las que tienen remedio y por las que no lo tienen. Con las que se
pueden remediar, es mejor dedicarse a buscar ese remedio sin enfadarse; y con
las que no, más vale no discutir si son inevitables.
A veces, enfadarse puede ser incluso
formativo, por ejemplo para remarcar a los hijos que algo que han hecho está
mal, pero serán muy poco frecuentes. Hace falta un gran dominio propio para
hacerlo bien.
El mal genio deteriora la unidad de la
familia. Y cuando uno se inhibe o se desentiende hace daño, pero cuando desune
hace quizá más.
Señores
del carácter
Muchas veces, además, carga con el mal
genio el menos culpable, el que más cerca está, incluso el propio mensajero de
la mala noticia. Y es terriblemente injusto. "Voy a decirle cuatro
verdades...", ¿y por qué han de ser cuatro? Sólo con eso ya veo que estás
enojado.
Es verdad que el ánimo tiene sus tiempos
atmosféricos. Que un día te inunda el buen humor como la luz del sol, y otro,
sin saber tú mismo bien por qué, te agobia una niebla pesada y basta un
chubasco, el más leve contratiempo, un malestar pasajero, para ponerte de mal
humor. Pero debemos hacer todo lo posible para adueñarnos de nuestro humor y no
dejarnos llevar a su merced.